Dicen que Paris es la ciudad del amor. Y yo, desde luego, así lo creo.Era invierno de 2008. Comenzaba a caer la noche. Calles concurridas y frio intenso. La gente buscaba algún lugar donde guarecerse y yo opté por la terraza del café Tribeca. Ambiente animado y confortable. Aún hoy, sigo recordando aquella tarde de Diciembre. Y al hacerlo, siempre me viene a la mente una imagen. La imagen de una pareja de ancianos que llegaron al mismo lugar que yo tan solo unos instantes después. Y los recuerdo sobre todo con cariño, ya que la escena que presencié no dejó indiferente a nadie de los que allí estabamos en ese momento.La mujer, menuda y elegante, iba en silla de ruedas, empujada por el que supongo sería su marido. Se pusieron relativamente cerca de mi por lo que era fácil seguir sus movimientos. Y algo me hizo reparar en ellos.A ella le era muy difícil acercarse a los labios la humeante taza de café. Lo intentaba, pero lo derramaba. Finalmente, desistió. Padecía un más que evidente Parkinson.El marido le limpiaba la comisura de los labios con ternura. Y le acercaba la taza de nuevo. Ella se sentia aliviada, pero al mismo tiempo, incómoda por la situación. Miraba a su alrededor por si alguien advertía su torpeza.Él parecía ajeno a las miradas extrañas. Su mundo era ella en ese momento y se desvivía para hacerla sentir confortable.Al contemplar la escena, no pude sino preguntarme cómo habría sido la vida de estos ancianos.¿Cómo se habrían conocido? ¿Cómo se habrían enamorado? ¿Tendrían hijos?Me hacía cientos de preguntas. Pero sobre todo... quería saber el secreto. Quería saber cómo habían conseguido llegar a esa edad, habiendo superado los baches que la vida, con toda seguridad, puso en sus caminos.Y sentí envidia. Sana, pero envidia al fin y al cabo. Y sentí admiración por ellos.Hoy en día, no es muy común ver a parejas que se mantienen unidas a pesar de los problemas que hayan podido tener. La norma común es: al menor síntoma de agobio, cada uno por su lado. ¿Para qué luchar? ¿Para qué esforzarse?Dicen que la felicidad dura apenas unos instantes. Que ningún amor es perfecto. Por eso creo que debemos quedarnos con esos momentos siempre que se pueda. E intentar repetirlos.En una relación siempre hay discusiones, roces, malentendidos. Problemas que parecen insalvables. Pero si queremos superar esos altibajos y hacerla duradera, debemos poner más de nuestra parte. Debemos aprender a ser más pacientes y tolerantes con la pareja. Ponernos en su piel para averiguar por qué actúa del modo en que lo hace.Siempre he creido que el amor... el verdadero amor en una pareja, persiste más allá de la muerte de uno de ellos.Por eso os digo: Nunca os olvideis de amar a vuestra pareja. Amadla cada día de vuestra vida. Pero por encima de todo, cuidadla.Hoy os lo dice un amigo... pero mañana os lo dirá la vida. -Me gusta lo que escribes, pero es muy poco.-Lo sé. Pero no es fácil y no siempre me salen las palabras adecuadas.Así empezaba el correo que recibí hace unos días de un amigo. Y es cierto. No siempre puedo describir lo que pienso de la forma en que me gustaría. Hay días buenos en donde todo sale fluido y otros en que me cuesta bastante. Donde le doy muchas vueltas a lo que quiero transmitir y de la forma en que lo quiero narrar.En este caso, me vino al pelo para animarme a escribir sobre mis viajes a Salamanca, -Que han sido muchos a lo largo de varios años- y creo que este momento es tan bueno como cualquier otro para comenzar a hacerlo.Echo de menos aquellos paseos por sus calles, su catedral, su Plaza Mayor, su Casa de las Conchas, su río Tormes... Y echo de menos esas interminables conversaciones de sobremesa con este amigo, en el Peccata Minuta. Donde la mayoría de las veces se nos hacía de noche entre risas,copas y dilucidaciones sobre lo humano y lo divino. Viendo pasar la vida a través de sus cristaleras.Echo de menos a las buenas personas de Salamanca -Que las hay, y muchas-Echo de menos su calma y tranquilidad. Allí la gente es sencilla, -al igual que creo que yo lo soy- y amable. Saben disfrutar de su tiempo y de su ciudad. Me gusta su forma de ver las cosas.Pasé muchos y muy buenos momentos en esa etapa. Conocí personas maravillosas y otras que no lo eran tanto como yo pensaba. Pero todos me aportaron algo de una forma u otra.Es más... En esa época barajé muy en serio la posibilidad de irme a vivir allí. Aunque por suerte o por desgracia, -Eso nunca lo sabré- no llegó a suceder.Siempre he dicho que de no vivir en Madrid, me hubiera encantado vivir en Salamanca. Y lo sigo manteniendo. Y lo mantengo porque el recuerdo que han dejado en mí esa ciudad y sus gentes permanecerá imborrable mientras viva.Estoy muy orgulloso de haber formado parte de las vidas de todas esas personas en algún momento. Pero estoy más orgulloso aún de haber compartido tantos y tantos buenos momentos y conversaciones con alguien especial. Déjala a ella que sea pájaro, déjala que vuele libre sin manipular sus alas con tuexperiencia, déjala que sea capaz de cometer sus propios errores sin evitar solventar losque tú cometiste, déjala que disfrute de aquello que tú no te permitiste sinque la envidia ciegue tus ojos, déjala que decida ser diferente sin trabar sucamino y sin que tus críticas siembren su vereda, deja que tu mano sólo laacompañe sin obligar a sus pasos, deja que tu espejo sirva para elegir no paraimponer.Deja de ser por ella porque ella no eres tú.
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