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Incertidumbre La luna como lámpara en la noche alumbra tu pena desvelada que mira hacia el norte de mi vida y no encuentra la respuesta merecida. El sol como brasa aletargada quema mis ojos en la infinita espera. A la distancia percibo tu ignominia y la falta de voluntad para mis días. Mi grito se ahoga en tu silencio y el no es una llave que no encuentro y el sí es un misterio que no entiendo. No sé qué hacer con el fuego que encendiste. No sé cómo vivir con tu voz en cautiverio. No sé qué hacer para vencer a tu silencio. Héctor Hugo Lattuada. UN CUENTO AL AZAR Las manos se desplazan apresuradas sobre la tabla de madera. Falta poco para el encuentro y lo que busco no aparece. El reloj, aliado a mi desesperación, apresura la ansiedad en la creciente agonía de mi devenir. Oigo pasos que hacen transpirar mi cuerpo y entrecortar la respiración. Estoy muerto o quizás no, pero... La mañana se despierta primaveral y radiante. En el cuarto, un papel plagado de garabatos, señala la oprimida oquedad de un silencio que teme despertar. Una firma hiere la densa nube del pensamiento sin clarificar ningún horizonte. Los camilleros llevan el cuerpo. Afuera el frío y las sirenas de las ambulancias se asocian para herir a los transeúntes. La causa y el efecto dominan la escena. Nadie se da cuenta que todo fue, es y será… Del otro lado de la vida veo la escena de un pasado que no supe resolver… Héctor Hugo Lattuada. LO INEXPLICABLE Un fuego empedrado de silencio se levantó en la clara y despejada mañana de primavera. La mundaneidad retoma, en su mayoría, a la irresoluta cotidianeidad. Materia y antimateria dialogan, a diario, en cada rincón del universo. El movimiento infinito acelera y desacelera, constantemente su misterio. De una boca salió: "estamos en este mundo pero no pertenecemos a el"... Llegaron con una misión específica; cumplieron y algunos se fueron. ¿De dónde han venido? Diez de la mañana. Cerró la carpeta y se quedó estupefacto, sin entender lo que está pasando. El informe es claro y preciso. La respuesta, genéticamente encubierta, espera junto a la víctima. Héctor Hugo Lattuada. La mancha de café. A la una y cuarto en punto pisó el umbral de la puerta. De pronto por el pasillo corrió una voz que provenía de la boca abierta del segundo salón. Lo llamaban a rendir. Entró. Con mirada inquietante midió al tribunal y a los demás examinados. En su interior los nervios le jugaban una mala pasada. La hoja del examen contenía preguntas inquietantes. El resto del papel padecía de amnesia temporal. Su mente estaba en blanco. Se relajó con un suspiro que intentaba ser de alivio. Los minutos herían sus ojos, cuando miraba el reloj. A la hora exacta entregó su examen. Estaba tranquilo, como la tarde, abrazado a una ilusión, esperando un resultado. La portera entró. Traía una bandeja con blancos pocillos y café. La depositó sobre la mesita. Sirvió una taza a cada docente y se retiró. La mirada de la profesora sobrevoló por encima de los anteojos, divisando la silueta blanca que esperaba en el banco. Extendió el brazo y la cruel mano le jugó una mala pasada cuando tomó el recipiente. El movimiento en falso hizo planear unas gotas de negro presagio. Con un grito, que sonó a desperdicio, vio como el líquido y la hoja se unían en la indiferente tabla del pupitre. Otro derroche verbal acompañó a la mano, al intentar corregir la falta cuando la sumatoria de aciertos le anunciaba un complejo e inquietante resultado. La rabia coqueteaba en su rostro. Revisó nuevamente, palmo a palmo, el examen y observó como la mancha de café escondía celosamente un veredicto. Los minutos pasaban y la duda se instaló dentro y fuera del aula. Un rayo de sol atenuó la palabra y el brillo de una decisión quedó colgado en el ambiente… ¿Qué hacer?.. Nunca había pasado algo así. La directora, preocupada, entró al salón, comunicó que la reglamentación era clara, no daba lugar a dudas… Un suspiro terminó con el problema mientras la bronca danzaba en su rostro. La tarde se dormía entre un tropiezo que, al día siguiente, entraba en el recuerdo sin memoria y se hacía pasado. Héctor Hugo Lattuada. Un Sueño… Un sueño me trajo la noticia de un final que llora sin consuelo; el dolor de saber que ya no hay vuelta y que todo es pasado sin premura. Te vi en el ataúd de mis recuerdos silente y sin respuestas a mi angustia. Lloraba la pérdida de mis sueños con el corazón repleto de silencios. Hoy despierto a este mundo transitorio con un abismo cruel como único consuelo. Y libre de nubes cargadas de aguaviva, corre el sol por un cielo peregrino. No tengo más de lo que nunca tuve. No tengo que pedir porque ya no vivo. Héctor Hugo Lattuada. En tus ojos vi. En tus ojos vi, la soledad de tus días, el bajón anímico y la verdad que se asoma en tu tranquila memoria. En tus ojos vi un pedazo de mi vida olvidado por mí. En tus ojos vi a una reina y a un rey no conformes con su grey. En tus ojos vi amargas y solitarias lágrimas que sacudían tu alma. En tus ojos vi el grito angustiado que pide vivir. En tus ojos vi un nuevo amanecer. Quizás, no sé… tal vez se parezca a mí… Héctor Hugo Lattuada. Amor para un silencio. Cuarenta poemas de amor para un silencio. Cuarenta inútiles excusaspara aferrarse a un sino. Cuarenta soldados desamparados por la pluma indiferente del pasado. Cuarenta periféricos carenciados que esperan solidarios, el ímpetu desbordante del encuentro. Cuarenta soles apagados en la viva voz de tu universo. Cuarenta sentencias de vida que explotan, enamoradas, en el hermético exterior de tus sentidos. Cuarenta eternos vagabundos que miran sonreír a la desidia por falta de amor y de caricias. Cuarenta poemas de amor y yo sin voz. Héctor Hugo Lattuada. Este usuario no tiene textos favoritos por el momento
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Leticia Salazar Alba