"...every mirage i see is a mirage of you" The Cure, The blood Recién comienza el día, apenas hacen minutos que despuntó el alba y quedesperté.Y ya pienso en ella. Vi al cielo, ahí vi a la hija de la mañana, la Aurora de rosáceos dedos, surcándolo con su carro majestuoso -así lo decían los antiguos helenos-, pero antes de todo esto, ya había visto el rostro de Ella, como lo veo nítidamente todas mis mañanas, en mi mente. Ya son casi dos años que ella entró en mi vida, aún ni yo mismo sé cómo... pero sé bien que no existen las casualidades. En esos entonces, yo estaba pasando por una gran decepción sentimental -una más de tantas que forman mi vida entera- y no me encontraba nada bien, nada atractivo, diría más acertadamente. Ella me pareció simplemente maravillosa desde las primeras palabras que intercambiamos, era la persona más dulce y comprensiva que jamás me había cruzado en la vida; me di cuenta que con sus palabras y su compañía disminuía mi malestar, recuerdo muy bien que esa primera vez lamenté realmente tenerla lejos. De alguna forma, siempre supe que mi unión con alguien no sería de una manera convencional -quizá por no ser yo mismo una persona convencional-, pero no tenía ni una idea de cómo serían las cosas: alguien que aparecería repentinamente, alguien diferente, alguien exótica... sólo tenía la certeza que no estaba en mi entorno. El tener este conocimiento me ha hecho sobredimensionar la importancia de quienes me encontré en el camino... en eso estaba cuando la causalidad me guió hasta Ella, mi dulce ángel de la salvación. Hay más de seis mil millones de personas en el mundo, pero solamente una como Ella. ¡Y la encontré!. Nuestros primeros encuentros fueron circunstanciales, es decir, no fueron planeados, ni tampoco fueron diarios, es más, hasta transcurrían varios días hasta que volvíamos a contactarnos. Aún así, ya a partir de la segunda vez que hablamos, nos dejábamos mensajes y saludos; realmente era para mí motivo de gran alegría saber que esa personita tan hermosa me tenía presente en sus pensamientos. Así fue como rápidamente ella comenzó a crecer en importancia y muy pronto se volvió imprescindible para mí. Supimos ya tempranamente que nos amábamos; y si bien no reprimimos confesárnoslo -pues ambos somos personas sinceras-, no nos atrevíamos a planificar nada, ni a hacernos promesas de ningún tipo, porque sabíamos bien que pertenecíamos a mundos distintos y lejanos. En aquel momento, eso nos pareció una barrera infranqueable. Sin darnos cuenta, se volvió natural en nosotros hablar manifestándonos todo el amor que sentíamos; eso fue determinante para que la necesidad del uno por el otro creciera tan desmesuradamente y tan pronto, sin perder sentido por ello. ¿Acaso el verdadero amor no es siempre desmesurado?. Un día me dijo tímidamente que tenía la posibilidad de venir a Buenos Aires en un tiempo, si la aceptaba -¡yo casi no lo podía creer!-; tontamente le pregunté:- ¿ Y con quién te quedarás?.- Contigo, claro, ¿con quién más? -respondió de inmediato.- ¡Sí, sí, por supuesto, que tonto!. -Tardé un poco en reaccionar, no pude creer que yo, el más infortunado de los hombres de este mundo, tuviera esa suerte. Comencé a preguntarle sobre si sus padres no se oponían -sería lo natural y comprensible-, si lo había pensado bien, si estaba segura. No quería dejar crecer en mí falsas esperanzas, eso me parecía peligroso para alguien que había vivido una vida como la que he vivido. Ella lo había pensado detenidamente durante semanas y así fue como obtuvo su determinación. La amé aún más por ello; así nacieron definitivamente nuestros vínculos.
Antes de tomar miraba el vaso largamente, se quedaba mirándolo fijo, como si no importase nada más, como si el tiempo se detuviese para ello; después sorbía lentamente, como disfrutando el sublime sabor de cada gota de líquido. Era un viejo soldado que había andado por los lugares mas impensados, esos adonde nadie suele llegar; eran lugares desolados, lugares de la muerte. Estando en ellos, varias veces creyó no poder salir jamás, pero salió una y otra vez. Había visto a tantos quedar ahí, vio tantos esqueletos, tantos espectros solitarios que pensó estar en otra dimensión, una dimensión de dolor y expiación adonde son confinados quienes tienen deudas con la vida. Sólo así pudo concebir la existencia de semejantes lugares; lugares olvidados de Dios. Ya era tarde, la sed le resecaba la boca, levantó el vaso a medio llenar y comenzó impremeditadamente el trance... la mirada perdida en el líquido transparente, el tiempo volvió a detenerse, el mundo paró de girar, la burbuja se hizo más sólida que nunca. El líquido distorsionado y calmo detrás de la piel de cristal lo hipnotizaba y lo perdía de la realidad a su alrededor, transportándolo a otros universos y mostrándole sus secretos más recónditos. Esa vez viajó al pasado, a su remota niñez, pudo ver nítidamente el rostro joven de su madre, pudo escuchar su voz; pudo recordar que ella era su posesión más valiosa en aquellos entonces y volvió a sentir el furor de su adoración. Ya estando ahí nuevamente, comprendió que a esa tierna edad de ocho años hizo sus primeras vigilias. Volvió a ver al padre y a la madre discutiendo, sentados en lados opuestos de la mesa, podía verlos uno por vez mirando hacia el uno o hacia el otro a través de la hendija de la puerta; vio claramente el gris brillante del marco, la pequeña argolla de bronce que hacía de manija y hasta el claro mostaza con piedritas de las baldosas del piso, volvió a sentir el frío por estar descalzo sobre ellas. Sintió la desesperación al escuchar el anuncio de que una de esas noches mamá se iría para siempre... sintió el apuro por vestirse a oscuras y en silencio, en preparar sus cosas para sobrevivir: su pequeña navaja, su linterna, su lupa, su cantimplora, su pan y galletitas (que había ocultado a la tarde), todo dentro de la valija extra para las cosas de la escuela; sintió la necesidad de ser sigiloso para no ser descubierto, recordó el temor por el ruido de las bolsas de supermercado que se puso en los pies calzados para no manchar las sábanas, sintió la ansiedad hormigueante de la espera simulando estar dormido, sólo así estaría listo a salir tras mamá una de esas noches... Su mente no pudo resistir el impacto de volver a vivir esto y saltó instantáneamente años en el tiempo, hacia otro de los universos: sintió escalofríos, el invierno pegaba duro esa noche en el medio de la nada, sintió la humedad de su nariz chorreante, sintió el vapor de su propia respiración bañándole el rostro agrietado, los ojos ciegos en la noche sin luna no lograban ver sino sombras a lo sumo, el viento intenso lo ensordecía de a ratos con sus caprichosas ráfagas y parecía querer derribarlo. Inhaló varias bocanadas de ese frío extremo, lo sintió adueñarse de su pecho, sintió el entumecimiento en todo su cuerpo y de inmediato saltó a otro universo más cercano aún en el tiempo. Sintió el fuego en la sangre, el calor lo atontaba, como queriendo noquearlo, una esforzada mueca entrecerraba sus ojos, que apenas podían mantenerse abiertos en la brillantez del día en el desierto, la boca polvorienta se sentía pastosa, inmunda, la piel bañada en el agua hirviendo de su propia transpiración parecía palpitar, y la ropa pegada a ella hacía más pesada la marcha; a cada rato la pesantez crecía y parecía ser como un diablo asechante, que trataba de seducirlo a quedarse quieto para no llegar a destino. Vio otro espejismo a lo lejos y volvió a este universo del presente. Trajo una reflexión de este último viaje: Para quienes hemos andado en desiertos, la sed durará toda la vida. Sorbió toda el agua sin detenerse, tenía sed, una sed interminable, como siempre. 370212020335AD
Los dos hombres marchaban uno tras otro, embozados en largos abrigos con capucha; subían lentamente una pendiente rocosa con pasos continuos y marciales: parecía que nada podría detenerlos. Sobre ellos, un ocaso rojo cómo el fuego del infierno teñía de sangre las nubes, que eran acarreadas con violencia por vientos insolentes. Ahora llegaba el turno de la nieve para torturar más su ya penosa marcha. Resignados, decidieron refugiarse en una grieta profunda, que quizá algún Dios piadoso puso en su camino. No tenían comida, ni nada caliente para beber, sólo había agua pura obtenida de la nieve, en muy modesta cantidad: con apenas unos sorbos tendría que bastar para pasar la noche y quien sabe cuanto tiempo más. Era mejor no pensar en eso. -Bueno mi amigo, parece que por ahora no se nos permitirá seguir avanzando ni un paso más. -Sí, por ahora. -Es mejor que tratemos de descansar, sabes que aún queda mucho por andar. -¡Toda una eternidad!. Luego, durante un largo rato, intentaron en vano dormir. -¡También parece que no se nos permitirá conciliar el sueño!. -Es verdad, no; pero también es verdad que no lo merecemos. -Tal vez tengas razón, pero si no reponemos fuerzas no podremos terminar la tarea. -Quizá no tenga fin, o no deba ser terminada. Sólo somos dos granos de arena perdidos en un desierto que nosotros mismos buscamos. -Si, es lo más apropiado -dijo el hombre barbudo, con humilde resignación. Luego de unas escasas horas de fútil descanso, cuando aún faltaba bastante para el amanecer, ambos espíritus volvieron a embozarse con sus harapos y marcharon pesadamente, sin rumbo fijo, por los eternos parajes del Limbo.
"Tlalticpac Toquichtin Tiez" (*) proverbio azteca Hoy caminé por las calles de esta ciudad globalizada, igual que otras. En una de sus esquinas más bulliciosas vi a un hombre muy anciano tratando de venderle tanto a los transeúntes como a los autos detenidos por el semáforo, unos pocos anotadores que exhibía con sus manos a medio alzar. Un bastardo -¡muy bastardo!- al verlo acercarse, esperó a que el hombre llegase hasta su ventanilla y repentinamente movió el vehículo unos centímetros hacia delante, lo que desorientó al anciano, quien retrocedió torpemente y estuvo a punto de caer. Su andar lento y débil, su ropa humilde y el intenso blanco de sus cabellos, así como la expresión de desesperación que había en su rostro pálido me impresionó tan fuertemente que una vez percibidos estos detalles -lo cual fue casi instantáneo- sentí una extraña mezcla de sentimientos: ira, pena, vergüenza y quizá otros que aún no pude identificar. Todavía ahora, mientras recuerdo esto que cuento, siento lo mismo y no puedo dejar de especular sobre las circunstancias de la vida de ese hombre... ese hermano. "Soy un canalla", un cobarde igual a los otros millones de cobardes que no hacen nada ante el sufrimiento ajeno; que no es tan ajeno, porque ahora también es mío. Avergonzado, cargaré gustoso este peso mientras me quede vida. A Don Roberto López (* "la Tierra será como sean los hombres")30082203
¡Oh Venus hermosa!:¿Cual es el enigma secretode nuestra parodia tortuosa?. ¿Por qué tanto me amas-desde lo más profundo-y a la vez me detestas?."¿Acaso no eres tú el amory yo Marte, el cruel, la bestia...?" De mi ser gustosa halagastodo lo que son letras,y a las que son palabras¡siempre las condenas!;¿acaso no es la mismala fuente que las despierta?. ¡Tú adoras las luces frívolasy yo, sólo a las estrellas!. Deseas que use palabras vanas,las que son suaves, tus predilectas,"¡pero no olvides Afrodita míaque soy Ares, el cruel, la bestia!. He vencido a todo, ¡pero esos ojos de miel!
Luján, hermosa y radiante: te conocí un mes de Abril en mi marcha por el camino circular, cuando muy pocas cosas conservaban algún sentido; y entre ellas mi gran orgullo, pues sólo eso me queda. ¡No lo confundas con necedad o ego, porque es honor y dignidad!. Tal vez no comprendas muchas de mis sentencias; ¡te entiendo, porque ni yo puedo!: Juré no librar batallas perdidas... y todavía hoy sigo haciéndolo. Juré no ser un árbol sin raiz... y aún sigo perdido en el camino. Juré resistir todo hasta el final... y a veces me rindo sin luchar. ¡Quisiera vivir mi vida y no puedo, porque hoy debo seguir marchando en búsqueda de lo innencontrable, en este camino borrascoso y circular!.
Dedico implacable mi vidaa la búsqueda de mi mejor forma,para poder llegar a merecerte... La fragilidad de un latidose vuelve atroz y devastadoraen esas terribles noches oscuras,cuando el Diablo sale del volcána tentarme con un fuego extraño,carente de brillo y calidez... ¡Recuerdo unas lágrimas vivasque un viento frío pudo secar!. Si pudiera mostrarte mi almala verías cubierta de llagas,que ya no duelen, pero allí están.¡Es enorme el daño asimilado,mas sé que: "no hay gloria en el rencor"!. ¡Así te perdí en el laberinto,como a demasiadas otras cosasa las que jamás podré olvidar!.
Cuando creí haber vuelto de la guerra, pesaba diez kilos menos; mis dientes y uñas estaban flojos y me encontraba además en la total banca rota. Al ver las cosas en su verdadera magnitud, encontré también mi patria en ruinas y mi casa y mi familia no existían. Luego de tantas calamidades, mi mente y mi alma tampoco estaban en buen estado. Ya eran demasiados mis muertos, y algunos de ellos murieron en mis propios brazos; también fueron demasiados los cuerpos que yo mismo envolví para ser enterrados con dignidad. Perdí además al ser humano que más amé en mi vida, mi abuelo Armando. Casi sin aliento y con apenas una efímera esperanza, que subsistiría el tiempo que tardase la muerte en alcanzarme, no me era amarga la posibilidad de que todo llegase a un debido final. Después de tanto andar, ya habían inequívocamente empezado a faltarme fuerzas para seguir y ahora estaba acorralado; quizá mi debilidad encontró esto como un esperado descanso. Curiosamente cuando ya me creía perdido y sin esperanzas -sólo así se está realmente perdido- y con la tranquilidad de los moribundos, las cosas no fueron lo que yo esperaba. La gran muerte no llegó a cubrirme con su manto -existen varias otras muertes-, sino que pasé por un incierto periodo de calma total, sin recuerdos ni remordimientos de ningún tipo; donde sólo obtuve paz y tranquilidad, una paz descontaminante y purificadora: ¡si, yo estaba realmente contaminado por tanta destrucción!. Luego, por motivos que aún me son desconocidos, recordé que desde muy chico me gustaba hacer y usar todo tipo de refugios: una simple caja de cartón de gran tamaño y con las perforaciones adecuadas para oficiar de puertas y ventanas; una improvisada carpa hecha con bolsas de plástico o alguna sábana o hasta una efímera choza improvisada con las ramas que se amontonaban en las esquinas en épocas de poda, era a mis ojos los objetos de diversión más fantásticos. Ya siendo un adulto, los caminos de la vida me llevaron a profundizar mis estudios y a comprender una infinidad de cosas heterogéneas: aprendí que el hombre modifica la naturaleza mediante su trabajo, con el fin de posibilitar y facilitar su existencia; y que este trabajo puede ser constructivo o destructivo... Justo allí la encontré... Vivido lo vivido, comprendí rotundamente esto que antes me había pasado desapercibido y escogí ser un constructor. La única forma que mi supervivencia a tanta catástrofe tuviera algún sentido, sería mediante el hecho de saberme digno de seguir existiendo, y que pese a todo, aún tengo toda una vida por construir. Después de ese día, comenzó mi resurrección.