A la vera del océano, bastante al sur del Trópico de Capricornio, nací una medianoche de invierno. Allí, atrevidos púrpuras del crepúsculo señalan inconmensurables llanos de pastos y montes de fantasmas con espinas. Descendiente directo de la sal y el eucalipto, he dormitado en la arena tibia de dunas increíbles, cobijado por la brisa marina de ancestros difusos y lejanos. Por el viento, o por distracción, no icé banderas. Tampoco levanté estatuas a la posteridad. La ciencia, la historia y los mapas, no han hecho mella en este cuerpo asoleado; y este corazón, felizmente abandonado a su suerte, se ha contentado con rendir culto a cierta poesía salvaje. He creído elucubrar ecuaciones mágicas para resolver la incógnita del amanecer. Luego, en un autoirreverente satori, esas poco creíbles escrituras alimentaron la salamandra en las noches del alma.