• Juan Martín Sáenz
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  • País: Argentina
 
La música suena y con ella también yo lo hago. El cielo se torna rojizo y mi piel se vuelve carmesí con sólo mirarlo. La luna ríe, me muestra una sonrisa despareja, demandante de una contracción en mi boca. ¿Qué puedo hacer más que observarla, imitarla y sentir que mi cara se deforma hasta irradiar una luz alegre en la noche estrellada? El viento suspira y hace sentir sus pesares en mis hombros cobijados por el grueso abrigo, y sintiéndome empático suelto también un resoplido para compartir su queja. Sueños palpitan en mi mente en una tarde de siesta. Se pasean ante mis ojos cerrados y hacen de mis párpados una tela para su proyección. Y me vuelvo ilusión, formas que no alcanzo a comprender del todo, un descanso colorido, teñido de situaciones vividas en un pasado que ya no sé dónde está.
Empatía
Autor: Juan Martín Sáenz  522 Lecturas
Y me llegó al fin. Llegó de a poco, como quien entra en una casa desconocida y tantea las confianzas y los aromas nuevos. Esa soledad que me abrazaba como me abrazabas vos en aquel parque desnudo, tétrico, pero al que le supimos dar vida a fuerza de promesas y de fantasías inútiles, vos con tus manos largas y morenas dibujando nubes que ya existían en ese cielo de otoño y yo imaginando que todo tenía sentido entonces. Pero sólo fue entonces. Porque pronto vinieron tus caminos bifurcados, tus autopistas infranqueables, tu pelo ensortijado y azabache que se enmarañaba con mis ansias de escapar, porque eso quería yo: escapar cuanto antes de tu pronto marchitar y del pronto marchitar del sueño que me elevaba cuando estábamos en el parque muerto.Es cierto que me invadía una profunda melancolía verte ir cada vez que el viento te alejaba de mí y te levantaba el abrigo como si fuera un par de alas muertas, te pensaba de vuelta en tu casa, ese triste fuerte en el que te sabían preservar intacta pero ajena a las sensaciones que valen la pena masticar y sufrir. Tan alejada de la vida estabas que verme en esos encuentros indebidos te significaba un golpe de emoción, como un preso siente la libertad al cumplírsele la condena. Y no culpo a tus padres de todo esto, es así como se barajan las cartas. ¿Quiénes somos para culpar a nadie? ¿Quiénes somos para decir cómo y qué hacer ante cada caso particular? Pero no podía, aunque me lo propusiera, dejar de sentir un ardor en el pecho cuando volabas rasante por la vereda con tus alas muertas.Y te dejaba ir entonces. Y te dejé ir aquella tarde definitoria, como una hoja de tilo en el viento de aquel otoño volaste y tus alas muertas encontraron su movimiento mejor. Y tu cadencia de pájaro gris me subyugó hasta hacerme derramar una lágrima, no podía evitar pensar que en tu nido te esperaba la vorágine de un incendio y la insolvencia tuya ante el siniestro por mí planeado. Un fósforo atado a un fajo de papeles y la chispa que provocó la muerte de tus verdugos de sangre.Y ahora mía. Ahora nueva para mí. Sin raíces inadecuadas para nuestras excursiones al parque muerto, tantear solos la aurora y dibujarla entre nuestros ojos y el horizonte, crear un árbol desnudo acá, una estatua vejada allá, desde el suelo voy a dibujar las nubes que te acompañen en tu vuelos con las alas grises, con tus alas negras de hollín ahora, pero que voy a lavar incansablemente ahora que no tenés otra alternativa que acudir a mí y que te tengo acunada entre días otoñales y planes.
Hollín
Autor: Juan Martín Sáenz  524 Lecturas

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