Allende se encomendó a su revólverpara salvar su vida, ideales y honrade las sombras asesinas que vagaban un once de septiembre.Un hombre de paz, de palabra cálida y sentida,tuvo que disparar a un cuerpo para que éste reventaray la sangre al derramarsela irreducción a los jinetes de la irafirmara entre los estertores moribundosde un socialismo hecho para tiempos de sembranzaen los campos yermos de un Chile apresado. Tú estás sentado, llorando por todos los que han perdido,en el límite de tu cama, entristecido hasta el fondo,aún cuando no derrames lágrima alguna.Tú conoces las tragedias de la vida,tú sabes que quienes sufren lo hacen del modo más injusto,que se entierran dos mundospara que el tuyo siga navegando en el oprobio y la vergüenza.Y te confundes al verte miserable,una sombra huidiza en la pared,tú, que sabes donde se encuentra la llagaen este corazón que todos compartimos,y te quedas en casa, bajas la miradabuscando los pasos perdidos... Miéntemehasta que no puedas más y te dé vergüenza el mirarme,y debas salir de la habitaciónpara buscar un mundo nuevoen el oscuro pasadizo.Mientras mi aliento se apaga como la esperanza de los pueblos oprimidos,no apartes tus manos de las mías,en tanto se me rompe la tos seca cual la arena,no retires tus labios y sigue con tu lluviade íntimos y amorosos susurros...Miénteme aunque se te rompa el corazón en ello. En el agua se ahogan las sombras y las luces,en el viento se rompe el suspiro ajeno,bajo la ropa yace la herida que no asumes,en el silencio matas toda esperanzade surgir cual hombre nuevo dispuesto a la lucha.Eres un hermoso cobarde, un tornasolde preciosa presencia, abatido por la noche,eres hermoso como la sombra de un destierro. Como los judíos que recogen las piedras de la plazay las lanzan contra sombras de paso,como yo, que me extermino en alas de la danza,como tú que no cesas de llorar.Como palestinos a los que les nace una herida tras otra... Vencido por sus llagas,como el aceite de la vida...el cuerpo transmuta en dejación,se abre a virus y contagios todos,como el ejército derrotado en la línea de una playadeposita tristemente sus armas sobre la arenamojada,así, vencido, el cuerpo se reduce lentamentea un agua maloliente, tibia y salada,pues vino hace mucho tiempo de la mar. Compartían la casa con un matrimonio de ancianos. Eran dos gatos de la calle recogidos años atrás cuando la pareja aún salía a dar largos paseos por el pueblo para rebajar el colesterol y mejorar la circulación de la sangre. Los gatos eran los amos de la mayor parte de la vivienda, pues los ancianos habían reducido su espacio a la salita donde observaban el televisor largas horas y a su dormitorio. Arrastrando los pies por el mosaico, apenas se aventuraban ya a ir al otro extremo de la casa: se iban comprimiendo como un vientre que no come. Una tarde de sábado soleada, preñando abril de primavera todos los pliegues del paisaje, la mujer padeció una embolia y falleció unas semanas después en el hospital. Y desde entonces el viejo lo hizo todo en el viejo sofá, a unos palmos del televisor. Allí comía con el plato tiritando sobre sus piernas y el vaso de vino sobre la silla que estaba justo al lado. Allí dormía la siesta, allí veía como el paisaje anochecía y allí se dormía, siempre a eso de las diez. Los gatos pasaban muchas horas con él y se comían las sobras del anciano. Un día cualquiera aquel hombre murió repentinamente y en la casa quedó el sonido del televisor en marcha, a un fuerte volumen y en una cadena donde emitían seriales las veinticuatro horas del día.Mientras el cuerpo del anciano se descomponía, los gatos permanecieron custodiando la casa, largas horas en la salita y observando curiosos a los únicos que les hacían compañía: a todo tipo de personajes, vidas e historias encerradas tras un cristal que se iban desarollando día tras día, capítulo tras capítulo, ante aquellos hermosos animales que permanecieron allí hasta que agotaron la comida de los saquitos guardada en los bajos de la cocina. Cuando eso sucedió, salieron al jardín, lo cruzaron y se perdieron en la vegetación de los campos. Los personajes de las series televisivas siguieron viviendo en la pequeña salita, llenándola de vida y color.
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