Es otro día de escuela, la profesora ingresa al aula y comienzan las habladurías matutinas del rector por el ya estropeado parlante del curso. Está lloviendo, y me pone de mal humor no poder abrir la ventana; todos tienen frio, pero yo me estoy asando. Bueno, quizás estoy exajerando con lo de asando, pero si tengo un poco de calor. Entre el monólogo de la oración de pentecostés y el repiqueteo de la lluvia, normalmente me hubiera quedado dormido. Pero hoy no, hoy me siento raro. Me siento... feliz, creo. Alegre. Puede percibirse; por más que no me veo, sé que volvió a aparecer algo de brillo en mis ojos y que estoy rebotando de emoción sobre la silla. Lo que me avergüenza admitir es el motivo. Y ahí está; sin darme cuenta, escribí tu nombre en el vidrio mojado de la ventana. Lo borro rápidamente, mientras la sangre comienza a subir a mis mejillas y me acaloro aún más. Comienza la clase, y pongo interés de nuevo, vuelvo a aplicarme en la clase; después, en la tarde, me daré cuenta de que estoy renaciendo. Y todo porque sé que te veré en el recreo un par de minutos, y en el otro otro par más. Y sé que tendremos una larga charla por msn en la noche, y que quizás salgamos un día de estos. Parece absurdo, irracional y raro, muy raro. Pero no deja de gustarme por eso. Pero no dejas de gustarme por eso.