Nos hubiéramos transportado al edén, tan distante que nadie nos pudiera litigar, tú mi musa y yo tu escriba, hubiéramos coplas compuesto. Debimos haber escuchado la voz del amor y el elemento substancial del respeto nos hubiera perfeccionado, tú mi justicia lírica y yo tu poeta, hubiéramos loas concebido. Nuestros hijos hubieran nacido sin querellas, soñando con quijotes y doncellas, nuestra estirpe nanas hubieran escuchado de nuestros labios; tú mi claro de luna y yo tu hidalgo, himnos debimos haber interpretado. A pesar del inframundo de nuestras discrepancias nos hubiéramos amado, de esta manera, si te hubieras quedado conmigo, no tendría que inculparte de algo que no hiciste. Me quedé llorando al saber de tu partida y al conocer que en gemidos varios me quisiste ilusionar. Si hubieras visto mi cólera me habrías odiado y si hubiera visto tu amargura te hubiera temido. En la penumbra se notó sollozante tu frivolidad y en la obscuridad se hizo notoria mi fetidez, con ansias clavaste la amargura en mi corazón y con agilidad mi alma habló para profanar tu existencia. Nardos y narcisos arropaban nuestro cálido refugio, no eran necesarios artilugios o sortilegios, ni mucho menos la insinuación del despecho, era como un duro estigio, pero a la vez, como tacizo de bellas rapsodias. Perdigón fui yo, pusilánime me hallé cuando con frialdad te despediste y seguiste tu vereda, obstinado regresé al parnaso para buscarte, pero, al parecer habías mudado tu alma del Olimpo, tal vez escapaste para besar a Hades o tal vez huiste para liberar a Prometeo, como quiera que sea, por un olímpico o por un titán me dejaste. Pienso así, porque no me acostumbro a la idea que a la mítica Venus deje escapar por orgullo de atlante tener, no me hago a la razón de que racionalicé tu existencia y que la magia aparente termina por ser... En un día se derogó lo que por siglos vivió. Leyendas, mitos e historias, de ellas el amor huyó.