Algo me pasa. ¿Qué sentirías si ya no sintieras nada? Dolor, es lo único que sentirías. ¿Si te quitaran todo? No lo material, si no lo que eres. Sigo siendo la misma persona, pero fría, distante. Como si me hubieran robado… mi alma, mi esencia. ¿Entonces que me queda? Nada, nada que importe. Porque tuve pérdidas importantes. Que sólo dejan paso al dolor, un dolor feo, que te consume por dentro. Lo siento en el pecho, una presión, mezclada con ese gusto amargo en la boca, que da paso a las lágrimas. Ya no soy igual, no soy la misma. Y es porque me han quitado algo esencial. Las emociones, se fueron de mi vida. ¿Qué harías tú, si todo eso te pasara? No podrías hacer nada más que pensar y esperar. Ahora mismo, busco las cosas que he perdido, en mi recorrido, espero encontrarlo. Encontrar esa cosa esencial, lo que nos hace sentir vivos y felices. No me falta nada, pero soy yo, la que no siento nada. Me siento vacía, sin vida, sin propósito. Inútil. ¿Qué hago ahora? Intento salir, ver la belleza en cada una de las pequeñas y grandes cosas del mundo… Pero aunque las vea, ya no las siento. Ya no volveré a ser igual. Como una flor que se ha vuelto gris y marchita, que todo lo ve distante y frío. Y allí, en el medio de esa oscuridad, las veo. Las luces que guían mi camino, el amor que me acompaña, la felicidad que me embriaga. Y me siento plena, completa. Luego, las luces se tornan en formas, claras y brillantes. Dos chicas, de mi misma edad, me sonríen. Una es más alta que la otra, tiene el cabello corto, castaño, tiene unos ojos oscuros como la madera de los árboles y lleva un vestido blanco perlado, largo hasta el suelo, con volados en la cola y corsé, como si fuera una princesa. La otra, tiene pelo castaño más claro, unos ojos marrones y brillantes, y lleva un vestido dorado y corto por arriba de las rodillas, con strapless y una fina cinta de seda negra atada a la cintura. Ambas brillaban con luz propia, y caí en la cuenta de que las dos llevaban el pelo recogido en un fino rodete con rulos y, un antifaz y una máscara. En cuanto me miré, ví que yo también tenía el pelo de esa forma, pero no llevaba ningún antifaz o máscara. Mi vestido era de un azul oscuro, casi negro y corto. Yo no brillaba, parecía una luz apagada en rodeada de estrellas. De pronto empezaron a aparecer más gente, vestida con ropa de distintas épocas, todos eran disfrazes elegantes. No como de esos que compras, hechos en una fábrica, estos estaban echos a mano. Todos eran finos y delicados. Y todos llevaban máscara o antifaz. Todos menos yo, y nadie iba de algún personaje, simplemente eran personas vestidas con trajes de épocas diferentes, unos con corsé, unos modernos e incluso había quien llevaba un paraguas antiguo o, una daga o cuchillo. Yo era la única vestida de negro, la única que no brillaba. Y todos sonreían, me sonreían al verme, contentos con mi presencia, contentos simplemente de estar allí. Alguien me tocó el hombro, invitándome a dar la vuelta. Era un chico que llevaba un antifaz y me impedía verle la cara, pero con su mano me invitaba a bailar. No espero respuesta, y me tomó de la cadera, bailando conmigo. Un baile lento y armonioso. Mientras bailaba, comencé a mirar a mi alrededor. Me encontraba en una elegante sala, con columnas de mármol, mesas llenas de la mejor comida y bebida, y, un elegante y sutil candelabro colgaba del techo. Pronto comencé a relajarme, dejándo que mis preocupaciones y defectos fluyeran. Mi corazón comenzó a latir al ritmo de una suave música de un piano que había comenzado a tocar. Cuando volví a concentrarme en el chico, mire sus ojos, de un celeste frío, como el hielo. Me dejé llevar con la música. Y mi vestido fue pasando del azul oscuro, al dorado perla, del mismo color que toda la gente vestía allí. Empecé a brillar, y una sonrisa surgió de mi rostro. Sentí paz, me sentí llena, y comprendida. Ya no estaba perdida, ya no había un vació negro y frío, formaba parte del grupo, parte de la gente que había allí. Me sentía parte del todo…