Al día siguiente todo fue igual,Tan sórdido como siempre.Se realzaba en la incesante espontaneidadDe hacer lo que guste, de ser propio.Habiendo determinado una vida agridulceLuchando continuamente por no perecerEn aquella casita del bosqueSe erguía complacido de su pasado.En cuanto del futuro era desconocidoSe contentaba con el ahoraY de estar al tanto, ni le digo.Ensimismado en su mundo.El eterno lago pinceladoEntre esos amplios terrenos verde vivoServía de pacificador para el viejo montañés.Disfrutar amaba, de saber queEn cuanto entrase, sin monedas de todos modosEl intenso aroma a café con leche (o mate cocido) lo invadiríaUn mantel con manchas de tiempo, y un hogar a carbón.El octavo tren pasó efímero y puntualEn una de las ventanillas, el rostro de una muchachaEntre la niebla de la mañanaEl vagón se difuminó.Una astilla de la frágil cañaSe incrustó en su meñiqueNo fue el dolor quien lo invadió, sino la melancolíaDe las pocas astillas que sobraban todavía.Hundió las zapatillas en el agua y fijó rumbo.Esa no iba a ser la mañanaDe enigma de Agosto.En aquella casita del bosquePróxima al ombú más viejoEl rústico filósofo continuóColeccionando años.pablo.
Mundo conflictivoEl que exageran los noticierosEl que cuentan los diariosY repiten las radiosOpto por no conocerLas bajezas de esa irrealidad.Creo poder vivirSin enterarme de ese mundo.Acá: el mío.Entre una música de colores.Y letras que lloran.Desde la ventana contemplo,En aquel rincón del jardínUna araña tejiendoEsperando que caiga su nocheEn la que podrá cenar; y veUn punto.Naturaleza creciendoEn un universo sintéticoY vacío.pablo.
Efímero y casual.InstanteEn un mar de genteQue sin buscarse se encuentranEn medio del ruidoVislumbranEn el contraste de lo urbanoÚnicas e irrepetibles figuras,Se suceden hasta el horizonte (o lo que se ve de él)Caminan,Entre esa multitud de gente,Dos gotas de vidaSin saber el uno del otro.Que son semejantesCon prisa por llegar,A buen trote, se van acercando.Lo cotidiano, la rutina casualEl aire viciado.A metros que son kilómetrosSe gritan cosas al pasarSon el uno para el otro.Sólo que ellosEn ése río,Sólo sonDesconocidos.pablo.
Tras haber estado veintitrés meses brindando servicios médicos, cuando no filosóficos y psicológicos, siendo la única persona en el poblado que tuvo la posibilidad de estudiar y recibirse con honores en una universidad, era natural que se esbozaran en él todas las áreas pertenecientes a los altos estudios, el Dr. Naele Heucapia, (Nole Olcapia, como se hacía pronunciar) creyó merecedor evaluar si su estadía en Zolina ya había llegado demasiado lejos. Incomunicado de muchas cosas, y lo poco comunicado que estaba era gracias a una radio portátil que se volvía inservible en cuanto las pilas –agotadas- se hacían difíciles de reponer, le molestaba estar en ese ambiente de antaño. Su memoria se hallaba ya aburrida (al igual que la mía) de reconocer irremediablemente las mismas caras, y relacionarlas con los mismos nombres, afectos, sentimientos, ideologías, problemas, historias, años, casas, voces, sueños, momentos y por último, doblemente aburrido, de nuevo los nombres.Por eso, después de meditarlo con esas caras (quienes, está de más aclarar, no querían verlo a más allá de la frontera del pueblo) decidió que no valía la pena seguir desperdiciando su inagotable capacidad en Zolina, un lugar realmente remoto.Su increíble velocidad para tomar estas decisiones todavía me deja asombrado, el Dr. Siempre fue capaz de elegir la mejor opción sin fallar y con gran rapidez en todas las decisiones que ha tenido que afrontar. Tal vez por audacia, o gran experiencia, aunque cada vez me convenzo más que esa racha de buenos cambios fue solo una seguidilla de buena suerte.Así fue como esa misma noche dejó listo su equipaje, no tuvo grandes dificultades en hacer entrar esos meses en dos valijas, una cargada de libros, ensayos y objetos de su interés, la otra de ropa; y una riñonera con los documentos y algo de dinero para el viaje, nunca había tenido los ostentosos ingresos con los que un doctorado de su tipo le permitiría soñar. Prosiguió a conciliar el sueño. Dentro de su cabaña había una gran chimenea, junto a ella una guadaña en la pared (simbolizara lo que simbolizara), una ciudad entera dentro de un cuadro, sillones mullidos, verde apagado con el tiempo y a un costado una cantidad considerable de leña, suerte que no fuera a necesitarla para su viaje. Ésa noche recuerdo haber visto salir humo de su tiraje, fue una noche fría afuera.No por mucho madrugar amanece más temprano, dicen, y ésa no fue la excepción. Hasta creo que el sol demoró más de lo normal en despertar. Temprano golpeé su puerta, y para mi sorpresa Neaele estaba en el bar de Arlenio tomando lo que parecía, café (no podría afirmar esto, el Dr. Era bastante extravagante en cuanto a sus gustos, y uno no podría andar con certezas sobre su vida). Recuerdo haberlo saludado como todas las mañanas, y haber recibido unas indescifrables palabras de respuesta, no por el contenido de las mismas, sino por la continuidad entre la última sílaba de una palabra, y el comienzo de la que sigue.Lo acompañé un instante, tenía prisa en partir (otra de las incomprensibles cosas típicasde Naele). Así lo hizo, lo llevé en mi Chevrelle hasta la estación de tren en las afueras del poblado, sin poner mucha atención en lo que decía (yo), tenía toda mi atención centrada en intentar decodificar lo que el Dr. decía. No fue más que un –Gracias- y una palmada en el hombro lo que nos despidió.De aquí en más, la veracidad del relato se pone en duda, porque siendo obvio que yo volví a Zolina, se hace imposible el hecho de que pueda atestiguar lo que en cuanto al doctor y su viaje (lo que de verdad motiva ésta historia) concierne. Hasta aquí llega la completa realidad de mi memoria, y en adelante queda en usted, lector, ser fehaciente de lo que por mero boca-boca yo puedo contarle. Actualizaré en breve, cuando sepa a ciencia cierta lo que realmente ocurrió.Dicen las voces, que antes de tomar su tren, el Dr. Heucapia descansó como solía hacerlo sobre sus cosas, que cuando estaba bien relajado y horizontal vio algo cerca de las vías, del precario (si así puede ser denominado) andén.Dicen que impulsado por su increíble curiosidad salió de donde estaba echado y se acercó, que vaciló, y que tras una vista preeliminar lo tomó.Era lo que parecía un cuaderno de anotaciones, recuerdo como el tendero solía describirlo (de dónde quiera que lo haya visto) con una tapa verde apagado y una advertencia que fraseaba “lo que tenga luz no le pertenece”; claro está que las mentes de nuestro pueblo no pudieron haber entendido ese mensaje entonces, dudo si la misma suerte correría para el Dr. Desconozco, al igual que todos, qué sintió él en ese instante, pero podría adivinarse con algo de imaginación.Cuentan que abrió el cuaderno, del cual sólo quedaron reconocibles los siguientes versos:“Escondido como un ratón entre la penumbra y el estero, bajo el mismo sol que ayer, sin recordarlo. Los hechos no son más que un conjunto de casualidades.”Pegado detrás dicen (también, dicen…) que había un espejo. Pueden jurar que el doctor tuvo que haberse mirado en él, y tuvo que haberlo hecho un buen tiempo.Naele quiso salir de Zolina, se imaginó en la ciudad, (esto me lo decía siempre) aunque a nadie pareció importarle.Casualmente acá es donde la última frase de esos versos del cuaderno toma sentido. El doctor murió esa misma mañana, arroyado por el tren. El maquinista dijo que parado, mirando de frente a la locomotora.Él ahora acaricia el tiempo, después de todo, se merecía un descanso.Si algo me queda de Naele Heucapia, más allá de su recuerdo y las miles de enseñanzas que aprendí a lo largo de todo este tiempo que compartí con él aquí en el pueblo, es un inigualable don, de locuras sin igual.Lo difícil no es convivir con las personas, lo difícil es comprenderlas.pablo.
El díaEra viernes y faltaban tres días para noche buena. Llevaba por ese entonces, veintitrés navidades desde mi nacimiento. E iba por la vigésimo cuarta. Parecía ser igual a las otras, mamá se encargaba de conseguir todos los turrones, pasas de uva, maníes y nueces que podíamos comer junto a mis primos, tíos y abuelos; papá se quejaba de tener que volver a ver, tras un año de trabajo, a la misma mesa de siempre, aunque en el fondo sigo convencido de que algo de esa compañía le parecía interesante. Él era el encargado de entretener a mi hermano mientras mamá limpiaba, traer las sillas desde el garaje y acomodarlas a la mesa, realizar cualquier reparación que fuese necesaria en la casa, conseguir la eventual pirotecnia en la que junto a mi hermano y a mí éramos capaces de desperdiciar parte de lo ahorrado en todo el año con tal de ver esas luces destellantes y aturdirnos a más no poder. Y aunque lo negara, siempre supe que disfrutaba haciendo las estupideces que hacía yo con los morteros y cañitas; le encanta sentirse chico en navidad. Mi viejo disfrutaba también simulando que no tenía el más mínimo interés en navidad, a veces le salía muy bien… y otras no tanto. El punto es que cada uno hacía lo que le correspondía y aportaba algo para lograr pasar las fiestas en armonía con todos. Retomando la fecha, éste viernes y después de almorzar, mamá le pidió si por favor podría ayudarla en la colocación de las luces del jardín de la entrada, que daban la bienvenida a cualquiera que pasara por la puerta. Él, mucho más entretenido con un libro que de costumbre, se excuso de hacerlo en el momento –¿Ahora? Mi cielo, hace mucho calor y no estoy como para ir debajo del pleno sol de la tarde, mejor espero a que baje un poco ¿sí?- Mamá no tuvo otra opción que dejar la tarea para más tarde, es verdad que hacía mucho calor, quizá no lo había pensado antes de encomendarle colocar las lucecitas. Él se durmió. El hecho hubiera quedado ahí, indiferente de si papá colocó o no las lucecitas, que de cualquier manera alguien iba a hacerlo, y de todas formas habrían quedado bien. Pero a medida que transcurrió la tarde, y más tarde, papá se abusó de esa excusa de “cuando baje un poco el sol”, porque aunque sabíamos que era 21 de diciembre, y que éste día es el más largo de todo el año, cuando el sol alcanza su máxima posición meridional (sí, papá era inteligente…), éste día no pareció bajar. El sol quedó posado allí, en el cénit del cielo, fijo e inmóvil. Corrían los segundos y minutos que se hacían horas, y empezó a sentirse entre los vecinos una gran inquietud y curiosidad, hubo quienes sintieron temor, y el exagerado que nunca falta que de inmediato volvió a casa con kilos y kilos de comida y agua en bidones, recelando lo peor. Se hizo un poco más tarde todavía, y el sol seguía ahí, calmo, pero atacando con una fuerza sólo propia de él la tierra, con artillería viajando a la velocidad de la luz por ocho minutos hasta dar de lleno en todo lo que estaba bajo su grandeza. Pasaban las diez de la noche, y que absurdo decir noche; no podría ser más que las diez del mediodía; igual que las nueve del mediodía; y las ocho del mediodía, el sol estaba inmutable. Y a ésta altura podían escucharse “expertos” hablando en la televisión, predicando que la tierra ahora estaba de cabeza acercándose al sol, llamando a China para preguntar si era de día o si, lógicamente, había caído la noche eterna; otros más paranormales afirmaban que era una nave extraterrestre tan brillante y deslumbrante como el sol, que era un meteoro que se dirigía hacia la tierra inminente. Los religiosos afirmando que eran todos y cada uno de los dioses venerados, y las religiones sacando un cuantioso provecho de la situación, a tal punto de minimizar la importancia del porqué del día eterno. Una avalancha de astrónomos y físicos que comenzaron a poblar los medios al segundo día hizo más alarmante la situación, y los pronósticos parecían no ser buenos por parte de esta elite de intelectuales y sabios del universo, reluciendo por la aparente ignorancia que surgía entre sus hipótesis. Todos, absolutamente todos desconcertados. Por ésta parte de la historia, mamá estaba asustada, y la veía nerviosa. Todavía pienso que tomó alguna pastilla para poder conciliar el sueño el segundo día eterno, porque nunca antes en más de veinte años la había visto darse el placer de dormir una siesta. Mi papá parecía el mismo, y nunca supe si estuvo asustado en algún momento, pero me inclino a creer que no. Él ahora tomaba mano de los trabajos que le correspondían a mi mamá, para que pudiese descansar un poco.Si doce horas de sol elevan la temperatura por encima de los treinta y cinco grados centígrados, no hace falta mucha imaginación para pensar lo que más de cuarenta horas de sol completo, y del peor, causa en la vida exterior. El barrio estaba hecho un hervidero, el asfalto de las calles y casas hacía un efecto radiante, como si hubiese dos fuentes de calor, una en el cielo y otra proveniente del centro de la tierra. Hubo cortes sistemáticos y algunos bastante extensos del suministro eléctrico, y el agua corriente estaba a punto de ebullición, al igual que la de la piscina. El metal de algunos electrodomésticos se dilató tanto que dejaron de funcionar, al igual que los marcos de puertas y ventanas habían quebrado y creado grietas en las paredes y techos. La destrucción era apreciable por todos lados, la ciudad estaba hecha un desierto.Hacia el periurbano de la ciudad, las áreas rurales se convertían poco a poco en playa, y las cosechas se incendiaban, gran parte del ganado había muerto, y otro tanto agonizaba, sólo los granjeros que alcanzaban a refugiarlos en alguna especie de galpón con techo que no fuese de chapa -o que tuviera buen aislamiento térmico- lograban salvar sus animales. Tan sólo en cuarenta y ocho horas.Durante éstos dos días yo había estado encerrado, que era la única forma de vivir, en el comedor de casa; leyendo los artículos que pude encontrar sobre astronomía y el hemisferio sur, solsticios, equinoccios, mediodías y eclipses; rodeado de todos los ficus, y potus que pude alcanzar a meter en macetas y cajones, con tierra bien húmeda, y decorar con los objetos más navideños que pude encontrar. Éstos ayudaban un poco a bajar la temperatura y renovar el aire del ambiente. A diferencia de las plantas exteriores, procuré cubrirlas de la luz en las horas que deberían haber sido nocturnas para mantenerlas al margen de lo que ocurría, no fuese cosa de quedarme sin plantas. Afuera los árboles habían entrado en un profundo letargo, como un golpe de calor, los arbustos no tenían fuerzas para sostenerse, y el pasto no era más pasto, pasó a formar parte de la arena que comenzaba a acumularse en las entradas de las casas. Dormimos como podíamos, estábamos acalorados y sucios, mi hermano se tornaba insoportable. Era como si el viento zonda hubiese venido a hospedarse en cada uno de los hogares entrando cual Papá Noel por las chimeneas; rendijas, grietas y bajo las puertas. Creo haber leído algo sobre las noches y los días en los polos terrestres, la duración de ambos, porqué tan extensos… y hasta el día de hoy creo que la Tierra dio un giro de trescientos sesenta grados en dos mitades de ciento ochenta y ocurrió lo que estoy relatando.Al tercer día las esperanzas de poder volver a la noche y observar las estrellas, la luna, escuchar los grillos y el incesante canto de los búhos (los que por ésta parte de la historia deben estar todos muertos, reducidos a ceniza. Si es que no lograron encontrar algún lugar de salvaguardo, una cueva en las afueras de la ciudad, una grieta, un pozo de agua, o una mina que los proteja de las altas temperaturas) se habían debilitado. Los vecinos estábamos encarcelados cada uno en su casa, incomunicados del resto de nosotros. Pobre de aquél que vivía solo, y pospuso la compra de la canasta navideña para lo último. El ingeniero Rodríguez fue uno de estos casos, al pobre lo encontraron con un mazo de cartas en una mano, y un mágnum con el cargador vacío en la otra.El tormento del cuál fuimos espectadores siguió extendiéndose. El cuarto día horario (según un reloj de cuerda que alcancé a encontrar antes de que los electrodomésticos dejasen de cumplir su función) cayó lunes. Mamá parecía más calma, y resolvía una sopa de letras, mientras que mi hermano ayudaba a papá sosteniéndole un cartón sobre la cabeza, mientras reparaba una rajadura importante en la entrada de la casa. Yo estaba en mi cama haciendo revotar una pelota contra el techo, con miedo de que éste se viniese abajo, pero el aburrimiento me pudo más. La piqué doscientas treinta y trés veces, en la número doscientos veinticuatro no la pude agarrar, salté de la cama y creo que fue ahí cuando rompí la mesa de luz, que parecía hecha de barro de lo reseca que estaba.-¡No veo nada!- (seguido de un -¡Porque se hizo de noche!- que aclaró la situación) se escuchó desde la entrada de casa. Era mi hermano, el de la aclaración fue mi viejo.Mi hermano nos contó como tuvo que ir bajando el cartón a medida que pasaban los minutos, hasta que finalmente pudo darse cuente que se había hecho de noche, y no estaba encegueciéndose por el sol.Toda la cuadra salió gritando, después el barrio, y los gritos llegaron hasta la luna, que no tardó en aparecer, y búhos que quedaban, que no fueron tímidos para ensordecernos a todos entre gritos y cantos. Lentamente comenzó a bajar la temperatura, hasta sentirse un frío exaltante, producto de la casi nula humedad que quedaba en el aire. Pronto la ciudad se convirtió en un desierto antártico. Y tocaron las doce de la noche buena. Sacamos un tablón enorme que ocupó toda la cuadra, lo llenamos de manteles y la mejor comida que quedaba, Don Ernesto desempolvó del sótano de su casa quince botellas de un vino que traía añejándose hace años. Pusimos velas, y las amas de casa del barrio se apuraron a cocinar algo para comer. Pudimos festejar hasta la madrugada, en que salió el sol, con cierto temor de que volviese a quedarse, una vez que cruzó el cénit, pudimos volver a respirar. Ese veinticinco de diciembre nadie descansó, y se trabajó como nunca en todo el año. Poco a poco fue restableciéndose la calma y volviendo a lo normal. La noche del treinta y uno, hablé como nunca con papá en el balcón de la entrada, y nos quedamos dormidos en las reposeras hasta el año siguiente. Esa noche, mi viejo murió mirando la luna.Feliz navidad.
Yo sé lo que pasó.Te levantaste y corriste. La determinación la tomaste sentado en el sillón verde pardo de la habitación. Nueva York daba frente a la ventana; con la mirada fija en lo más lejano y azul del río. Te levantaste, guardaste la foto y corriste. Subiste al auto a medida que te taladraba la cabeza una fuga de ideas intangibles y sin coherencia, sin orden. Las ideas no habían pedido un turno, ¿verdad?Seguramente viajaste por más de catorce, quince horas, y no sos de visitar paradores, por lo que creo que fueron quince horas seguidas.Y llegaste al pueblito, no te importó más el auto; viste la casa que todo el tiempo traías en el bolsillo, viste los viñedos, viste los vecinos ¿Qué pasó cuando viste el arrollo?No te lo esperabas. Sí, siempre estuvo ahí, si la foto no lo mostraba no era por mentirosa, era por conocer poco. No es bueno confiar en fotos simplemente por tener la capacidad de detener el tiempo.Si la casa estaba al otro lado… tenías que cruzarlo, era inevitable. Pero nunca aprendiste a nadar, supongo que no tenías tiempo, o eras muy viejo. Por algo estaban esas piedras ahí, asomándose en el remanso del arroyito. ¿Viste tu cara en el espíritu que paira sobre las aguas del arroyo?No tardaste mucho en cruzar, pienso. La primera piedra del noreste a sudoeste es baja, la segunda se mueve un poco, amenazando con ceder, la tercera si no me equivoco es la que hace un ruido peculiar al pisar. Hay una cuarta que patina por el verdín, y la quinta la ocupó un pie que no era tuyo -corríjanme si no es así-.Estaba descalzo, lo viste bien. Subiste la mirada rápido para no ver el bermudas roto, ni la camisa sucia, el pelo desprolijo, ropa vieja y desgastada, seguro. Firme como sos le cuestionaste el atrevimiento de meterse en tu camino a ese pendejo de mierda. -¿Qué hacés?- Furioso le dijiste a la pobre criatura.-Voy a Nueva York- Fue lo que yo nunca tendría que haberte contado.pablo.
-Nada puede volver… Todo esta mejor así, creo que no invento. Encontré nuevas formas y métodos de disfrutar, conservando las rutinarias bases de mi cotidianeidad, contradiciéndome y aprendiendo de eso. No te voy a mentir, al principio no era así ¿para qué carajo servía yo sin vos? si era el mismo medio boludo de siempre, sin la mitad buena que compensara las faltas que tengo. Ahora sigo medio y sigo boludo. Era darle vueltas a lo mismo una considerable cantidad de veces; no creo necesario el agregar una metáfora, todas las que podría poner son cursis, como todo lo que me hiciste ser. Fue buscarte, el universo sobre mí, y con el corazón en la bufanda. Mirar en lados fascinantes, algunos locos; extravagantes. Llegaba cuando partías; el día que el calidoscopio se rompió.Obviamente lamente tu perdida, pero la moral me impide llamarte pérdida, si seré positivo de ahora en más, te fuiste sin perderte. Lamento que no hayas estado a mi lado para impedirme comportar como un boludo, lamento que ya no voy a escuchar tu risa seguida de mis chistes malos, lamento no volver a tener la enorme alegría de viajar para verte, esperarte. Lamento no poder soñar mientras miro tus manos, y verme reflejado en los ojos en los que encontré el secreto. No son todas lamentaciones, en algún momento de este monólogo lo dije (¿lo dije?), ¡estoy feliz! Por otro lado me alegro de no tener que perseguirte mas para confesar la verdad, relativa, verdad; verla. Me alegro por ser libre, me alegro por no buscarte, me alegro por no encontrarte, me alegro por no tener la necesidad de estar jugando a la escondidas, me alegro por no derrochar amor a quien no lo merece, me alegro de estar solo estando acompañado, me alegro de no tener miedo a que te vallas, me alegro de que te hayas ido; me encanta no dependerte. ¡Alguna vez te canté I’m yours! Llevate la aurícula y el ventrículo que te corresponden. Me alegra no perderme en el tobogán de tu nariz, para terminar cayendo en tu boca. Me alegra mucho que no seas lo primero que vea al despertar, y no equivocarme más. Me alegro de haberme equivocado en la mayoría de los ítems.Ahora estoy sin vos, puedo sentir el no depender de nadie, ¿vos no? Lo sentiste siempre.Hay tantas cosas por hacer, si tu rastro me perdía a mí, hoy no.Quiero creer. Creo que puedo. Siempre lo puedo sentir; el mundo es mío. Voy a hacerlo todo. Voy a soñar. Lo dije y lo repito, a partir de ahora, ¡nada puede volver a malir sal.
Un golpe en la cabeza lo despertó. - Y el vidrio es un líquido...- pensó al golpearse contra la ventanilla del ómnibus. Miró la hora en el celular y parecía ser la misma hora que al quedarse dormido. Tonne sentía la sensación de ya haber viajado al mismo lugar, los mismos días y casi con la misma causa.Iba a ver a su prometida, Victoria. Victoria vivía en la misma ciudad que su primera novia, Lala; a quien había perdido seis meses atrás.Los kilómetros pasaban por la ventana, y el golpe era la excusa perfecta para mezclarse entre los recuerdos de Lala y de los mismos viajes que hacía con más frecuencia y la imagen de ella en cada nube en el campo que era cordado por la ruta en dos.Victoria, alta y rubia, una muchacha de clase pudiente, con los mejores valores que su entorno le había podido brindar, y unos ojos hermosos, nunca había terminado de convencer a Tonne, tampoco terminaba de convencerse a sí mismo, y menos sabía él porqué.Victoria lo esperaba siempre en la Plaza Otoño, donde se vieron por primera vez, en el banco en que siempre se encontraba con Lala.Pensar en ella lo ponía mal, pero sobre todo lo motivaba a encontrase con Victoria.El micro frenó y fue el último en bajar, con la pequeña mochilay los ojos descansados. Caminó hasta la calle 23 y 5. Desde dos cuadras podía ver los árboles, y sentir un paso más vivaz. Fue directamente al centro de la plaza, hasta el banquito de siempre, pero en un golpe seco frenó el paso, y contuvo la respiración.Ahí estaba ella, en el mismo banco de siempre, con una blusa rosa, esperándolo.-Hola, mi vida- le dijo Lala.
no entiendoSi fuiste vos, o fui yo.Yo estoy entre el ir y el venirDel orgullo y de extrañarte tantoEntre querer volver, o quedarme así.Y me da miedo volver a equivocarme.No sé si llamarte o mirarteO quizá me conforme con imaginarQue entre el quilombo de andaresY de sentirte en otros ladosTe acordaste, aunque sea un momentoBreve, pero unoDe míY me extrañaste.No me dejan conformarmeCon ese recuerdo chiquito, ni con los grandesMientras vos te pintás de otro color que no pueda verteMientras te escondés entre la evasión y el tiempo,Mientras faltás presente, y caminás descalzaMientras todavía te falta, yo llego.Y nos echamos la culpaDespacio Sigo Para VolverMientras piense (y sienta)Con esas ganas de tenerte, como nuncaComo te quise/quiero.Mientras sostengas que el amor no es lo tuyoQue hace frío en veranoQue el agua no te mojaYte escondas en casitas de cartónYo todavía estoyEntre estas letras, en mi casa, en Internet, o en vosY todavía no entiendoSi fuiste vos, o fui yo ¿Quién perdió? pablo Veintiocho de un febrero, que recién empieza.
nydia
me ha fascinado lo que te he leido..
besos siempre Pablo...