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Primavera perdida No fue una mañana como aquellas de comienzas de primavera. De esas que tanto esperábamos cuando se iba el frío invierno. Esas mañanas con aroma a flores y a tierra húmeda, de interminables senderos rodeados de árboles y arbustos multicolores. De ese lugar mágico donde éramos dueños de nuestra imaginación y de nuestras colinas sin límites ni miedos. Algo extraño sucedía, no comprendíamos tanto movimiento, tanto alboroto repentino y todo en el más absoluto y misterioso silencio. Escuchábamos murmullos, sin duda que era algo malo, algo terrible y daba mucho miedo. Ver a mi padre asustado era extraño y ahora por primera vez lo veía realmente muy preocupado. Estuvo así todo el día y nosotros sin salir de casa y sin saber que pasaba. Esa noche, nos fuimos a dormir temprano, mientras papá, mamá y mi hermano mayor se quedaron en el comedor, como esperando algo. Recuerdo que luego de un rato, me levanté sin hacer ruido, y los vi que miraban hacia el fondo del valle, hacia la planta de agua, a unos cien metros de nuestra casa, que se ubicaba en el borde de la quebrada y era la más cercana a ese lugar donde se procesaba el agua para la comunidad. Había mucha gente en ese lugar, mucho ruido, camiones y camionetas que nunca habíamos visto según lo que decía mi padre. Yo solo alcance a ver algunas luces de linternas que alumbraban hacia el cerro y a las casas, entre ellas la nuestra. Cuando mi padre me vio, me dijo que volviera de inmediato a la cama, tomándome del brazo y casi empujándome hacia la pieza, percibí que no lo hacía por estar enojado, sino por protegerme, pero de que pensé, sin encontrar la respuesta. Con esa sensación me fui a dormir esa noche, que sin duda no era como todas. El día había transcurrido casi calcado al anterior. Nosotros encerrados y todas las ventanas tapadas con las cortinas, mientras los adultos hacían todo con cierto cuidado. Entonces traté de mirar hacia la otra colina por una ventana pequeña del costado de la casa. La curiosidad era demasiado grande, quería saber que sucedía afuera, por qué todo cambiaba tan repentinamente. A lo lejos se divisaban algunas personas que instalaban algo así como un cañón metálico que emitía destellos con el sol de mediodía. Ese tubo metálico por algunos momentos apuntaba directo a nuestra casa, luego lo giraban hacia otra parte, era como si jugaran a apuntar a diferentes blancos desde lo más alto del cerro. Yo sentí miedo, estaba paralizado sobre la silla con la que alcanzaba la ventana, en ese momento mi padre me bajo de la silla y cerró nuevamente la ventana, eso me dio más miedo del que ya tenía. Durante la tarde mi padre trató de sintonizar alguna emisora de radio, pero no logró mucho, había ruido y algunas emisoras ya no estaban funcionando decía él. Sin duda que había una sensación de espanto, como si un cuento del diablo se hubiera instalado en las casas pobres del cerro y esa brisa leve de primavera ya no traía el aroma de las flores en sus cestas invisibles. Ahora traería aromas a cuchillos, a cañones, traería el aroma del miedo de los que escapaban como las hormigas, que se esparcían sin saber a dónde iban cuando eran atacadas, escapando de la muerte implacable y siniestra. Aunque los mayores trataban de disimularlo, era palpable, se sentía en las miradas, en la respiración, en el silencio, era como si la vida se hubiera estancado de pronto en el calendario amarillento que colgaba de la pared. .- Allí están, míralos- dijo mi madre repentinamente,- Son ellos, llegaron en la camioneta y en el camión verde- terminó por decir mientras mi padre miraba hacia abajo y le respondía en voz baja, -sabía que iban a llegar, seguro se van a tomar la planta, no estaba equivocado-. Mi hermano menor y yo mirábamos y tratábamos de descifrar lo que decía mi padre, -son soldados dijo mi hermano- , -mira soldados de verdad, ¿a qué vienen papá?,- mi padre lo miró, le acarició su cabeza y le dijo que a lo mejor venían a jugar. -Llegó otra camioneta- dijo mamá haciendo que todos fuéramos a mirar. Esta se detuvo para que bajaran los soldados, - parece que traen a alguien- agregó sin dejar de mirar. Traían a un hombre, lo sacaron a tirones y lo pusieron afirmado en la camioneta. Era un hombre bajo de estatura y gordo, vestía traje negro con corbata y llevaba algo así como una maleta en su mano derecha, era todo lo que se podía distinguir a la distancia. Uno de los soldados que al parecer mandaba a los otros, habló con el hombre, este lo miraba atentamente como poniendo atención a alguna instrucción. Luego comenzó a subir las escalas del cerro. Cada cierto tramo miraba hacia atrás y seguía tratando de avanzar. De pronto, trató de correr pero no logró avanzar mucho. Cuando había subido unos cincuenta metros cerro arriba, uno de los soldados puso su rodilla en el suelo y apuntó su fusil; luego disparó…. , el cuerpo de hombre se detuvo un segundo para luego caer de espalda y rodar cerro abajo. En ese momento el soldado que mandaba levanto su mano y ordenó ir a buscarlo. El ruido de ese disparo fue lo que marcó un antes y un después. Como un rayo terrible que partía el tiempo de lado a lado y que por muchos años iba a permanecer dando vueltas en mi cabeza. Como si la bala continuara infinitamente viajando, con su silbido terrorífico, aniquilando a quien tratara de huir de su propia muerte. Ese hombre estaba muerto y por primera vez sentí esa sensación, ese miedo, en ese momento aprendí que existía ese tipo de gente que yo no conocía, que mataban de verdad y que no era como en los juegos con mis hermanos y amigos en el cerro. No era como los juegos de bandidos con pistolas de madera, a él lo habían matado de verdad. Lo envolvieron en unos trapos verdes y lo amarraron como un bulto, luego lo lanzaron dentro de la camioneta y desaparecieron con él. Nunca supe quién era, solo supe que estaba muerto. Nosotros, mirábamos escondidos y aún no entendíamos que pasaba. Hasta que mi padre se acercó a mamá y le dijo en voz baja -parece que es verdad que murió el presidente, pero no sé si lo mataron o se suicidó.- Yo escuché esas palabras y allí entendí que algo había terminado y otra historia había comenzado. ¿y usted como está ?Hacia tiempo venía queriéndome menos cada día, no me gustaba mi cuerpo y mi autoestima caía en picada. Ya no tenía dudas, mi estatura era el problema. -Si fuera un poco más grande-, pensaba, - Para quedar mas confundido, me subí a la escala. Meditaba parado en el altillo de unos veinte centímetros, _ justo lo que me falta, con esto sería de un metro ochenta por lo menos_.¡Don Luís! que anda haciendo por acá, pregunté sorprendido de verlo caminando, afirmado en unas muletas metálicas.Aquí estamos don Manuel, entrenando las piernas nuevas, mire son ortopédicas, me las pusieron ayer. Se afirman con correas, ¿ve?, estoy feliz, ve que ya no tengo que andar en la silla de ruedas. Dicen los médicos que tengo que aprender de a poco. Con las ganas que tengo de caminar me voy a acostumbrar ligerito, ¿y usted como está? Y PASÓ EL TIEMPO La discusión entre los hermanos se extendía por varios minutos y aumentaba peligrosamente en intensidad, Francisco el mayor, tenía una posición inflexible sobre su adolescente hermana, debía hacerlo o se iba de la casa. Donde fuera no le importaba. El como hermano mayor y jefe familiar, trataría de imponerlo a como diera lugar, no perdonaría a su hermana una vergüenza así. - No se va- gritó enfurecido Gabriel, al momento que golpeaba la mesa y miraba fijamente a su hermano.-Y te advierto que si llegan a tocar a mi hermana se las van a ver conmigo, aparte de denunciarlos soy capaz de matarlos si le hacen algo, _ y eso te incluye a ti aunque seas mi hermano.El ruido de la puerta despertó de los recuerdos a Gabriel, que acudió con los brazos abiertos a saludar a la joven ejecutiva que salía del edificio.-Que rápido pasa tiempo- comentó Gabriel, mirando a su sobrina regalona, ella respondió con una sonrisa, sin comprender completamente las palabras de su tío. MANUEL FELIX CABRERA Este usuario no tiene textos favoritos por el momento
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