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Soltaste mi mano y no me dejaste correr tras de ti Corrí a esconderme bajo la mesa hasta el anochecer. Tu sombra deambulaba en torno a mi escondite. Y mis pensamientos giraban en torno a tu recuerdo. Abcd comencé a susurrar para no oír tus pasos. El piso fue la estéril página donde mis lágrimas dibujaron tu nombre. Con cuatro palabras me regresaste a mi niñez. Abcd hasta quedar dormido murmuré. ¿Recuerdas que éramos dos adultos riendo como niños? Echa un vistazo y verás a un pequeñín caminar tras de ti. Abcd murmuré hasta romper en llanto. Siento no haberte adivinado está vez. Sólo un infante que soñó eso fui yo. Un beso en la frente me marcó tu olvido. Mudo de tanto llanto sequé mis lágrimas infantiles. Un adiós escondí bajo el mantel y un jamás cerró mis ojos. Abcd musité, tu nombre resonó en mi pueril tristeza. Mi cama rechinó, siendo esto el parteaguas de mi toma de conciencia. Abrí los ojos con desmesurada pesadez, tomando paulatinamente el control de todas mis blandas y adoloridas extremidades. El agotamiento viejo y enmohecido había terminado por vencerme a media tarde. La habitación completamente obscura ocultaba la realidad del exterior, aunque la sensación de haber dormido largo rato me hizo suponer que ya había anochecido; no pude afirmar con exactitud si aún atardecía o la noche ya había caído como pesado letargo, pues la luz del día no tenía poder aquí dentro, haciéndome sentir que me encontraba en un frío calabozo con muebles. Esa terrible sensación que parece succionar el pecho desde las profundidades de las entrañas hacíame sentir ajeno a la existencia de todas las personas que deambulaban, amaban y reían allá afuera. Acostado oí a la soledad caminar en la habitación contigua farfullando en susurros, su tono era amorriñado en demasía; haciendo que me estremeciera al instante tragué saliva, suspiré hondamente, cerré los ojos y los apreté con fuerza, los volví a abrir y entonces llegó ella en medio de la oscuridad. No podría decir que mi estado era desvencijado pero no pude ponerme de pie, quedando tendido en la cama por varios minutos más, contemplando cómo descendía, del techo infinitamente profundo y oscuro, la figura refulgente de la mujer que tiempo atrás fue existir entre mis brazos y ahora sólo existía en un recuerdo mudo en el tiempo. Su palpitante silueta estremeció enteramente mis neuronas con una oleada colorida de figuras autómatas que morían centelleantemente y resucitaban al instante para volver a morir en el espacio infinito de mi mente, o quizá sólo fue la falta de oxígeno en mi cerebro lo que provocó dicha visión. Sin embargo; el deseo nostálgico y la pesadumbre se aprovecharon de mi vulnerabilidad, y vulgarmente se fundieron formando menudo enredo en mi pecho, originándome dificultad para respirar, entonces no pude evitar sollozar como un niño, acto que me llevó a llorar con la valentía y la fuerza de un hombre. Puedo decir orgullosamente que no fue sufrimiento lo que me originó este estado, sino dolor, sincero dolor, de ese que cura inexplicablemente, aunque parezca paradójico. Después que las abundantes lágrimas cesaron de caer dejando un rastro frío y húmedo en todo mi rostro, y mi pecho se liberó del yugo de la nostalgia y la pesadumbre pude respirar con desbordada serenidad, libre de tedio, libre de oleadas centelleantes. Pero, <siempre hay un maldito pero> la imagen de la mujer no se desvaneció, aun flotaba frente a mis ojos; sentada, de modo que provocaba piedad y dulzura, observándome fijamente, con esa mirada escudriñadora e impávida, que siempre me hacía pensar que podía ver todos los secretos de mi alma. Sin más, caí presa de su más palpable recuerdo; su boca en la mía. Siempre me pareció un misterio lo que sus labios provocaban en mí. Tengo que confesar que me resultaba satisfactorio abrir los ojos mientras nos besábamos… pero, pensándolo bien, no era satisfacción, más bien inquietud y temor. Una sensación casi sobrenatural me invadía al sentirme observado enteramente por ella, aunque sus ojos estuvieran cerrados. Entonces la imaginaba mirándome penetrantemente desde la oscuridad de su mente mientras me brindaba la tibieza de sus labios. Ahora sus ojos me siguen a todas partes, no pudiéndome librarme de ellos, aunque francamente no sé si realmente quiero hacerlo. Ella ya no está, pero ahora la veo como recuerdo infinito dentro mi mortal existencia, observándome con sobrenatural silencio desde la triste oscuridad. Ahora que estoy sentado en el pasto hablando con este melancólico atardecer la sensación de tu mejilla frotando la mía viene a hacerme compañía. A lo lejos vislumbro los últimos rayos del sol sobre el suave monte de los cerros. Imagino que tú estás ahí recostada mirando las nubes. ¡Dios! Los sonidos menguan, los árboles cuelgan sus brazos listos para soñar en compañía de criaturas plumíferas. Pequeños seres nocturnos salen de sus tétricos nichos para aventurarse a lo más profundo de los barrancos. Al lado mío, arbustos que guardan grillos y humedad en sus pies susurran tu nombre al moverse con el viento. Mis pensamientos te llaman, imploran tu presencia. Este lugar perdido en las montañas extraña tus pasos aventureros; parecía que acariciabas la suave tierra al andar. El silencio me dice que esta noche no vendrás; tu voz no arrullará mi desvelo, mi mano quedará en espera de la tuya y mis labios se congelarán a falta de tu calor. La soledad de este lugar atemoriza al más valiente; el lamento de alguien en pena se oye en las lejanías… ¡Por favor, no quiero oír más! ven y dime al oído que aún estás aquí. Sin ti, las pesadillas devoran mi descanso lentamente, manteniéndome despierto para así lágrimas negras tirar. Hace falta tu palma misericordiosa consolando mi fría y húmeda piel. Necesito besar tu mano, me hace falta oler tu rostro, reclamo tu cabello entre mis dedos. ¡Te lo imploro! Ven y toca a mi puerta como criatura de la noche, escóndete entre los arbustos y susúrrame que pronto has de venir. Esta agonizante esperanza me dice que tal vez mañana vendrás y a mi puerta tocarás en medio de la noche. Juro que te abrazaré, besaré y acariciaré hasta quitarte el aliento. Pero… No lo harás, no vendrás. No te preocupes, sé que no es fácil venir de tan lejos, y también sé que siempre perderás el último tren, quedándote en aquel lugar intangible para mí. Sin embargo, cada atardecer y anochecer reclamaré tu presencia a tres pasos de mi tenebrosa puerta, que me devora día tras día idolatrando su inmutabilidad. ¡Por favor! Ven y toca a mi puerta como espectro del último recuerdo; escóndete en mis brazos y no me sueltes. Aferrate a la vida y jamás regreses a la muerte. Niña de cabello rojo, trepas como sigilosa sombra a las ramas de los árboles apaciguados y montañas siempre vigilantes, entras por la ventana a romper mi descanso con tu tibia luminosidad, y que a su paso reanima todo lo perecido por el indolente cansancio. Jovencita de cabello rojo, con las ráfagas ardientes que dejan escapar tus labios, alivias mi crepúsculo yermo, empapas de candor mis pupilas y me calientas los huesos escarchados por tanto andar en el destierro invernal de la noche anterior. Muerte de cabello rojo, caminas con delirio en la azotea sabiendo de tu deceso próximo, te hago compañía al paso de los pájaros desvelados, arrullas mis suspiros con tus llantos. Toda una vida haciéndonos compañía a esta hora y jamás te has atrevido a tocar la puerta. Te asomas por la ventana, dando tus últimos momentos, te despides llena de lágrimas. Me desgarra tu desvanecimiento al horizonte, sé que mañana has de volver y aquí te he de esperar. Muerte de cabello rojo, deja ya de sólo observar, llévame contigo ¿Qué no ves que por ti vivo? El amor que te tengo lo llevo debajo de mi fría piel. Más allá, no sé a quién le brindas tu calor, no me dejes con el miedo en los ojos, llévame contigo, como una hoja soñadora sin destino. Si no ha de ser así, seguiré el rastro de nostalgia que dejas a tu paso, aunque por respirarla me envenene por completo. Apiádate de esta pena mía, llévame a la vida que se encuentra al otro lado de estas frías sombras, llévame al lugar en el que te escondes, te acompañaré ensimismado, pues tu esencia eso es, alegría perfumada de melancolía. No, no te vayas aún, si no he de ir a tu lado, al menos déjame admirarte un poco más, muerte de cabello rojo. Mis pensamientos se ofuscan, entonces recae en ti la virtud de ser inalcanzable, por encima de todos los árboles que se queman por culpa tuya, por encima de las nubes mojadas de fuego, son tus llamas indolentes. No me importaría ser fulminado a causa de tus llamaradas, pero si tan sólo pudiera llegar a ellas. Muerte de cabello rojo, una vez más, me despido de ti desde mi ventana, conformándome con el eco que provocas a tu paso sobre las copas de los árboles que fungen como domicilio de pájaros ingenuos, que creen que de tu fuego han de escapar. “Dedicado al alba y al crepúsculo de mis días” Parapetados y empapados debajo de un pequeño espacio. ¡Voluntarioso destino! Nuestros ojos brillan tímidos y apenados. Entonces aquí estamos de nuevo como la primera vez. Pero esta vez la humedad de la lluvia perfuma nuestro inpredecible encuentro. Nuestras miradas sollozan de gusto, con una ilusión tan candorosa y pura como la de hace muchos años. Me pregunto si recuerdas aquella primera vez que nos vimos, ese día en que lo intangible de un suspiro lo tomamos con nuestros labios. Como la primera vez, nuestras pálidas manos intentan tomarse pero la desgracia de la incertidumbre las detiene. Recuerdas cuando yo quería entrar a tu infinito mundo de suaves caricias y tú querías aventurarte conmigo al inescrutable mundo de mis locuras. La lluvia de poco se ha de ir. ¡Espera no te vayas! Sabes que debes quedarte. Deja que la lluvia huya, no vayas detrás de ella. Entonces aquí estamos de nuevo como la primera vez. Sé que sientes los mismos nervios de aquel primer encuentro, de la misma manera que yo los siento ahora; mi silencio te lo grita. Te veo igual que aquella vez que te besé frente a tu portal. El eco de tu infantil imagen se presenta como una melodía. ¡Espera! Sé que también quieres saber de mi historia. Aquí estamos como la primera vez. ¿Lo recuerdas? Me he perdido pero jamás de ti me he olvidado. Ella dice que te odia Esta noche no llegarás Te has perdido en tu error Ella perdió la fe en tus caricias ¿Dónde quedó aquel calor? Ella sabe que te ama Dónde has dejado su corazón ¿Por qué tuvo que ser así? Ella aún confía en su amor Esta noche no la amarás El amor se ha ido agonizante Tus manos ya no la cubrirán Tus caricias eran constantes Tus ojos ya no la saludarán El amor se ha ido humillado. Ella dice que te odia Tu casi la has olvidado Ella sabe que te ama ¿Por qué tuvo que ser así? De ella estabas enamorado. Entre tanto, una historia más que se mancha de tinta salada, donde el amor queda a un lado; en su lugar aparecerá un jamás, seguido de un recuerdo apagado No puedo creerlo! Ahí estás sentada viendo la puesta de sol. Las nubes, los árboles, tu figura parecen que arden. Me siento a tu lado en silencio; solo observamos el bello panorama. El viento nos hace compañía con sus suaves caricias, provocando que tu cabello se levante. Aprovecho tu distracción para observar tu dulce perfil; en él se dibuja una profunda ecuanimidad, la luz del ocaso lo hace destellar grandiosamente. Un descuidado movimiento hace que nuestras manos se encuentren; enseguida sujeto uno de tus dedos y respondes a mi atrevimiento. ¡No puedo creerlo! ¿Es real? Parece que despierto en un sueño ¡Qué bien me hace sentir tu suavidad! -Solo te miro- ¡No puedo creerlo! ¡Casi eres irreal! Cruzamos largas miradas llenas de candor. Tus ojos despreocupados me brindan su alegría y tus mejillas fulguran de emoción. Todo es perfecto, hasta el silencio mismo. Allá están todos; sentados, recostados y uno que otro también enamorado. Aquí nosotros tan callados pero tan maravillados. Tu mano en la mía. Despierto en un sueño. ¡No puede ser! ¿Es real? Me estremezco cuando rompes el silencio; tu voz me parece una tierna melodía. Solo te observo. El atardecer todavía plantado en la lejanía hace que tus labios se vean más rojos y parpadeantes. Despierto en un sueño ¡Tus labios en los míos! ¡No puedo creerlo! Aprietas mi mano Acaricio lentamente tu pelo ¡Esto es real! Callas y apoyas tu cabeza en mi hombro y enseguida siento tu tibieza. Permanecemos nada más que mirando el horizonte. Me parece despertar en un sueño ¡Qué bien me hace sentir! ¡Qué momento tan maravilloso! Ahora que estás a mi lado, sé que eres real y me haces despertar en un sueño. Tú y el silencio como melodía. Hay una pared ensimismada que me invita a plasmarte tal como te consivo, a escupirte con blasfemias y un poco de pintura... ¡Esto apesta! mejor con lágrimas amargas y quizás también con un poco de orina. Aquella persona que se ha apartado de tu camino seguro se ha postrado en la puerta de la indiferencia más cruel, olvidando todo de ti... seguro se ha entregado al olvido eterno, al perdón de enfermos mentales. En las paredes de sus recuerdos sólo hay unas palabras "Nuca más". ¿Dónde mierda quedaron aquellos bellos momentos que juntos crearon? ¿Es posible que las miradas que se juraban amor verdadero fueran simples luces apagadas? Todo fue pasajero, un simple perfume de flores podridas llevado por el viento mordaz e impío. Supo de tu existir pues tropezaste en su camino como los insectos ante su muerte en algún parabrisas; sólo eso lleva de ti, tu rostro como uno más entre infinidad de objetos. Incauto, ingenuo, tú sin saberlo has sabido perdonar, no olvidar, pues aún la ves como la desconocida que quisieras de su vida saber. Ahora sabes que perdonar no es olvidar, perdonar es por siempre interesar. Estúpidos amantes que han quedado en el olvido de su indiferencia más feroz ¿Recuerdan que se perdían en sus sueños más profundos y que combatían juntos tomados de la mano, con todo ahínco, contra el yugo del olvido? ¿Dónde demonios ha quedado todo? ¿En un simple adiós? Al final es preferible poseer el perdón de enfermos mentales, así sólo quedaría decir "Nunca más" Este usuario no tiene textos favoritos por el momento
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