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La sociedad en muerte, mentes dislocadas de conocimientos en exceso y cadáveres testigos de la lluvia cielo. Soberanía y política, desolación mental infantil, cuerpos vírgenes acariciados por ellas mismas con un cierto aire erótico. Crueldad, solo los exaltados ojos del asesino ven como sus ásperos dedos se ven en la autoridad de acariciar a sus victimas de su locura, sospechoso de decisiones sociales, criticas y discriminación de los ojos perplejos del evento cadáver sangre. La tortura del futuro con un pensar social del pasado. El miedo es la cumbre del cobarde y el pecado del ser bueno social, sopla la sangre ajena como sopa caliente y la belleza de sus victimas son su recuerdo permanente, recuerdo que remueve telarañas viejas de su mente atrofiada. Sigue en las mismas andanzas, sabiendo su próxima pesadilla sueño realidad. La lluvia sobre su cuerpo y el fuerte viento golpeaba su rostro serio y pálido, las calles desoladas eran un verdadero infierno, solo que esta vez el diablo era el. Los faroles sucumbían ante tal clima, parpadeaban sin cesar mostrando su debilidad ante la madre naturaleza. Los callejones eran como túneles sin luz, pero de sus paredes ficticias se escuchaban los gritos del miedo y sentía como los llantos de las almas que le robo a la juventud se repetían en su cabeza-"veneno mental"-se dijo así mismo mientras desaparecía en la oscuridad del callejón. El farol seguía iluminando el olvidado muelle de Valparaíso, donde los mañaneros se acercaban a pescar, para olvidar recuerdos nocturnos. Bestias y demonios provenían de lo más profundo del infierno, sombras formando cuerpos toscos y con dificultad al caminar se dirigían a la orilla del endemoniado muelle para esfumarse en la oscuridad. Rostros deformes, cuerpos sin piel, mientras que sus ojos negros observaban a los lejos las calles desoladas. Sedientos de cuerpos vírgenes, cuerpos esbeltos les producían excitación al extremo. Sus cuerpos torturados, marcas de la cruz en sus espaldas deformes, otros sucumbían ante las plegarias en sus cerebros agrietados por donde se deslizaba el mismo fuego del infierno. Plegarias tras plegarias caían de la oscuridad, fragmentos de la biblia sobre sus cuerpos calientes y esqueléticos. Corrían arrastrando los delgados brazos, mientras sus garras rasgaban las tablas putrefactas del muelle. Gritos de sufrimiento se deslizaban por las nocturnas calles porteñas. La sociedad arrinconada en el miedo, que expulsaba la necesidad de ser salvados por cada poro de sus cuerpos. Caminantes nocturnos, dueños de las pesadillas y pensamientos vírgenes de su presencia extraña y discriminada. Se tomaban los callejones arrastrándose entre la basura humana, olfateaban con el fin de encontrar momentos que los guiara hacia algo o alguien. Sentían tanto una atracción asesina como sexual hacia los mortales inmersos en su felicidad a base de farsas y un conformismo que los caracterizaba. Desaparecían gritando y sufriendo como si estuvieran siendo torturados por el mismo sacerdote que los condeno a ser extranjeros en el mundo terrenal, plagado de mortales desconcertados por el mismo sistema que los ve crecer, envejecer y morir. Demonios rasgando sus cuerpos amorfos, sangre, río de ratones, sangre espesa y amarga como su misma presencia. Las horas los convirtió en desesperados incurables. Cuerpos mortales no tocados que creían que deseaban ser tocados, por las manos ardientes creadoras del pecado no purificado y no aceptado por sacerdotes ignorantes de la creación de demonios como carroñeros despellejados de la noche. Creaciones creadas por un solo poderoso cazador de errores humanos y pecados sin perdón. Solo entre jardines hechos de sombras, una banca en medio de la nada, apartada de todo lo llamado sociedad. Me siento, pienso, respiro y parpadeo. En mi bolsillo un cigarrillo de hace cuatro días, lo tomo, lo prendo y lo fumo como si fuera mi ultimo día. Hojas caen lentamente de los árboles negros y secos. Mis pensamientos puros y frescos que se cuelan entre las grietas de mi cerebro amante de la escritura y vicioso de la locura. El frío aparece, arrastrándose, agonizando de entre árboles marchitados, que solo se resignaron ante las bofetadas del tiempo que se hacia llamar así misma autoridad intangible, un poderoso que decía caminar entre los humanos, que se adentraba en los callejones impuros de la civilización. La soledad me acogía ante la mirada ficticia de la naturaleza muerta, un colchón de hojas mojadas por el sereno creadas a base de pedazos de sombras. Ideas que se transformaban en gritos y lamentos que el frío solo veía caer sobre mi cabeza tibia de historias. Un cielo gris, con una luna tranquila y la soledad que me susurraba en el oído sin descanso alguno. Ahí me quede, sabia que podía acostumbrarme a un lugar tan diferente, deje caer el cigarrillo y camine bajo la lluvia de hojas negras. Hechos.Mirada virginal a la muerte real. Conciencia mal herida. Satisfacción creadora de la necesidad del ser terrenal. Sangre de los ojos de Dios, pecado intencional que digiere los gritos de perdón por lo cometido. Voy en el metro de santiago, donde ciertos pensamientos se derriten con el calor de cada día. Desconocidos se observan por inercia y el espacio se hace cada vez más pequeño en cada estación. Una gran capa de smog cubre los cielos de Santiago, gente camina sin parar a tu alrededor y no sabes en que dirección ir, todos inmersos en sus ideas y pensamientos. Calurosos días que te impiden reflexionar, dejas que el agua se convierta en tu salvavidas, mientras que el calor observa con ojos intangibles como el vaso se vacía lentamente. Calles oscuras, esquinas putrefactas, un frío congelando tus pies y manos, extraños a tu alrededor, no sabes lo grande que es Santiago, te sientes perdido, calles desconocidas, miradas misteriosas, el típico charco de agua sucio que bordea la solera, vez tu rostro distorsionado, con unos ojos perdidos, un rostro empapado en miedo y desconcierto. Ahí te quedas por un momento, la mente da vueltas, las voces de los caminantes extraños caen en tu cabeza como las hojas en pleno otoño, te resignas, no hablas, solo piensas. Un calido ambiente en los bares de Santiago, pero al mismo tiempo dantesco y zarrapastroso, paredes de humo tapan los rostros de cada sujeto producto del cigarrillo. El exceso de estímulos visuales provoca una pequeña distorsión en la mente de cada cliente. Mujeres bailan por dinero, miradas inyectadas en sus esbeltos cuerpos. La conciencia en el suelo, agonizando, pisoteada por ellos mismo, algunos se ríen en su cara otros solo se resignan a mirarla. Este usuario no tiene textos favoritos por el momento
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