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Si me transformo en quien deseó mi madre tantos años veré estrellitas en el cielo, quizá el culo de Dios, y purpurina caer de los grandes abetos. Y no me iré a medianoche por exceso de soledad. Si digo ser quien me conmina a que diga que soy mi hermano, mañana será el primer día de mi hermano bis y lograré un trabajo tras una mesa de oficina y revisando las facturas del gas. Si hago lo que no sé hacer, si me doblo como el junco, atento a no romperme, tú llegarás a tiempo para verme y no saber que ves.En casa se celebra una nueva noche de Fin de Año y yo me he sentado a la vera para contemplar la tristeza que transpira tanta alegría. Veo a mis familiares desde fuera y ellos me observan con pena. Porque estoy fuera. Tengo que llamar a alguien pero aún no he escogido a quien hacerlo. Tengo que decirle unas palabras a mamá antes de irme pero aún no he seleccionado el momento. En la habitación hay demasiada luz, el volumen de la televisión está excesívamente alto... el programa festivo que transmite se mete como heroína pura por las venas. Así es fácil caer en la desesperación, así es fácil decirles adiós a todos e ir alejándome de ese núcleo que en tal noche se apretuja. Por miedo. Por una necesidad que me espanta.Mi hermano lo contará proximadamente de este modo: "Fui a la cocina y encontré una cerveza abierta más aún por apurar un primer vaso. Salí de la cocina y por el estrecho pasillo, donde la algarabía del televisor quedaba muy amortiguada, me dirigí a su habitación. Vi la cama con las mantas a un lado pero sin ningún indicio de que se hubiera echado en ella. Ni siquiera unos minutos. No. Me habría dado cuenta. Luego observé que la puerta que da al balcón estaba tan solo ajustada. La abrí y junto a la pared, al lado mismo de uno de los tiestos con flores de mamá, se hallaban sus zapatos perfectamente alineados. Tragué saliva, el pulso se me disparó, saqué mi cuerpo al vacío y miré hacia abajo, a la calle extrañamente silenciosa. Si, escogió la Noche de Fin de Año, cuando todos se divierten. No pudimos cambiarlo". Una gota, otra, otra.Cada una como si fuera algo únicoy que viene para regalarme un rincónde creación. Cada gota que revientasobre mi cerebro construido con retalesde los despojos industriales que se acumulanen los cercos de basura de Liverpool.Una gota, otra, otra,siento una pena recién nacidaen mi personalidad de trasto,puro cachivache.Y me ilusiona el pensar que desearíanser la sangre, limpia y clara,que una vuelta de tuerca insospechadaellas dieran a mi futuro proyectadocomo monstruo. Cuando la miseria te deja sin zapatos y ya no recuerdas que son unos calcetines, mientras estás sentado en cualquier rincón de acera, vienen los cabrones de los ratones y te muerden las puntas de los dedos. Tú les echas encima el resto de alcohol que hay en tu botella pero regresan al instante olisqueando el sabor del vino rancio. Y entonces les tiras una cerilla ardiendo y se retuercen ante ti quemándose como goma gris. Te recuerdan a los pedazos de neumáticos viejos que yacen en suelos de talleres de recauchutados. Pero los ratones te siguen mordiendo las puntas de los dedos mientras arden como diminutas estrellas. O te comen la roña de los dedos, yo que sé.Con la llegada del alba, la primera luz tan nueva que acaricia todo lo miserable que hay por aquí visiona los cadáveres semiquemados de los pequeños ratones. Y tú incluso derramas alguna lágrima por ellos cuando despiertas del sopor de una larga noche que se arrastró como una condena sobre tu enfermo cuerpo. Entonces amigo, te miras las puntas de los dedos.Mataste a los ratones inocentes. Y se dispara una alarma de peligro en tu mente pura atrofia: Los malos aún siguen vivos. Lastimeramente,con un rastro de vergüenza que no se borróni en mil amaneceres,la hiena de feo pelaje, tan agria,de histéricos gritos que abatían los espejos en pedazos como hormigas de cristal besando el suelo,marchóse una jornada, jurando y perjurandoque no regresaría nunca jamás a la charcadonde su lengua hinchada envenenó las aguas.Pasado el tiempo como si todo fuera un sueño,se divisa en este anochecer su figura de peligro,y todos saben que no ha cambiado su instintode cobarde cazador.
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