Mar 04, 2010 Feb 23, 2009 Feb 22, 2009 Feb 16, 2009 |
“Y detrás de la puerta/colecciono gente muerta”Calle 13 (John el esquizofrénico)Siempre lo supe, siempre tuve claro que Mustafá era imaginario. Me dolía verlo compungido mirando a través de los barrotes de su cárcel, de la cárcel de la imaginación: de mi imaginación. Cuando escribo, lo suelo hacer escuchando música; no es que escriba muy de seguido, de hecho, hoy lo hago, porque lo he considerado el único método para exorcizar los demonios que llevo adentro. Decía que es bueno escribir escuchando música, sin embargo, escribiendo este texto no puedo escuchar ninguna melodía, bueno, exceptuando el tic-tac del reloj que ahora siempre me acompaña. Recomiendo al lector leer esto en la oscuridad de su cuarto y escuchando como único sonido el maravilloso tic-tac...tic-tac...tic-tac...tic-tac. También recomiendo leer el original a mano , para ver como la tinta, puesta por mi araña temblorosa, es inestable y se corre milímetro-a-milímetro...milímetro-a-milímetro...milímetro-a-milímetro. Solamente llegué a reflexionar profundamente en torno a la locura cuando conocí a Mustafá. No es preciso escribir esta historia en orden cronológico, de hecho, resultaría injusto con mi profunda alteración en el sistema nervioso hacerlo. El que entra a un hospital se enferma, el que entra a un manicomio se enloquece y el que entra a una cárcel se vuelve criminal–pocas excepciones–. Creo que escribo esto en papel higiénico porque mi único fin es limpiarme la mierda. ¿cuántas veces me encontré con sus ojos azules? Pregunta incorrecta: sus ojos eran negros como el fondo de un pozo sin fondo. Recuerdo aquella tarde lúgubre en la que nos encontramos Mustafá y yo. Estaba haciendo un sol tenacísimo, se sentía el crujir de las tejas dilatadas por el calor (me confundí, iba escribir la palabra calor y empecé a escribir la palabra parque, debe ser porque estábamos en un parque), al frente había una iglesia, en el atrio había un periódico y en pamplona hay una lora. No había ni una sola nube y la única estrella que se podía observar era ese sol resplandeciente. ¡Qué tarde tan lúgubre! Sus ojos eran dos agujeros que se tragaban el mundo, centímetro-a-centímetro...mordizco-a-mirada...polvo-a-oído...tic-tac...tic-tac...tic-tac. Era muy diferente a mí (aparentemente), él, en extremo racional, yo era en extremo vivencial; había algo en lo que nos parecíamos mucho: nuestro miedo a la locura. Ninguno entendía que el límite entre locura y genialidad es breve, y que el precio de la genialidad, en gran medida, es la locura. Tal vez él haya sido el tipo más genial que conocí cuando tenía una vida de verdad, siempre supe que era imaginario. Hoy-me-arrepiento...hoy-me-arrepiento...hoy-me-arrepiento. Al frente había una iglesia que me helaba hasta el último pelo del cuerpo. –He pecado, padre.–Dime hijo mío.–Me sumergí en sus ojos profundos y ya no puedo salir.–¿Y cuál es el pecado?–Que ya no existes.Ese día frente a la iglesia, bajo ese sol escalofriante, le dije que también la racionalidad lleva a la locura; como era de esperarse, me miró fijamente y se quedó pensando (ja). Esa tarde de sol radiante tomábamos Poker mientras las del colegio...Al fin y al cabo teníamos 20 años y nos gustaban los coñitos. Nunca me atreví a preguntarle a Mustafá si los seres imaginarios podían tener mujeres; ahora no puedo preguntarle, mis celdas de metal se hacen más fuertes desde que se derrumbó su existencia de pandequeso. Me dan ganas de verte la cara cuando termines de leer esto, cuando mires el reloj que está en tu repisa y te aturdas con su fuerte tic-tac...tic...tac...tac...t. Y si por lo menos una sola persona arroja su maldito reloj por la ventana, esta será la mejor historia de la historia. Me da miedo dejar de escribir porque tal vez mañana amanezca cuerdo y no pueda terminar. Lo debo hacer, debo parar, el guardia está golpeando mi celda y debo apagar la luz. cuánto daría por volver a hundirme en sus ojos. Nunca he hablado con alguien más cuyo único amigo sea irreal. Algún día Mustafa me dijo que estaba loco; siempre supe que el no estaba loco, era propenso, pero no estaba loco. Jamás me había trastornado por culpa suya, pero una noche, una noche me hundí en él y no pude regresar. Aún no he regresado. En las busetas platicábamos interminablemente, la gente nos miraba extraño, él era imaginario. Esa expresión: “era imaginario”, se me presenta como: “Esos ojos”, cuando el viejo Mañozga recordaba a Pedro Claver. Llevo ya varios rollos de papel higiénico, mi compañero de celda se burla de mí; mientras él hace flexiones de pecho yo garabateo estos fonemas, que en definitiva, no conducen a nada, no sirven para nada. Son pocos los momentos en los que percibimos el mundo como es en realidad, y lastimosamente, cuando lo hacemos, nos llaman esquizofrénicos. Logro recordar cuando almorzaba ensalada de papa en casa, hoy almuerzo la misma maldita ensalada, pero tras las rejas. Todo por culpa de esa tarde, de esa tarde lúgubre y soleada en la que pasan los coñitos (con o sin calzones) del colegio...tic-tac...tic-tac...tic-tac. Puede alguien encontrar aquí una oda a la locura (no lo es), alguien más atento puede encontrar una confesión. Si verdaderamente estás leyendo al ritmo del reloj y son como mínimo las 11 de la noche, no te recomiendo seguir, no recomiendo que te arriesgues a perder la calma por estas líneas caprichosas, malintencionadas, de poca calidad, no soy escritor. Empezó a caer la tarde y el atardecer fue espléndido, como para estar con una mujer y acariciarle la oreja y besarla y besarle ante todo los ojos. Cae más la tarde, frío, Malboro y noche. La noche olía a azufre, había presencia demoníaca, o de pronto, era no más mi parecer. Al frente había una iglesia, en la iglesia había un atrio y en Pamplona hay una lora. “Mi mejor amigo es una payaso que me aconseja”. Seguía “enluneciendo” (Tlon, Uqbar, Orbis, Tertius). Es difícil saber si uno existe o no, esa certeza es esquiva, pero es más difícil saber si quien nos habla existe. El aire empezó a oler a tubería oxidada, así como hoy huele mi cuatro por cuatro (celda no camioneta), sentí el impulso más grande de mi vida, quise deshacerme de Mustafá. No sabía como borrar la imagen de alguien tan firme en mi mente, de alguien creado por mi propia mente. Decidí seguirle el juego a mi inconsciente y matarlo a palazos. Levanté un palo enorme y lo amenacé, Mustafá se sorprendió y corrió hasta la iglesia, estaba cerrada, lo alcancé en el atrió y lo golpeé con todas mis fuerzas. Sangre en el atrio sobre el periódico. Entendí. tic-tac... tic-tac... tic-tac... tic-tac... tic-tac... tic-tac...doce campanadas. Las mismas campanadas que suenan hoy en la maldita cárcel. Una víbora poco sutil que fluye por la angustia o el regocijo, Hay que atarla, amarrar a la bestia infame, Cocerla antes de que sus intestinos estalle, O tal vez, liberar su canto, permitirle que tenga un hijo, O encerrarla para que se alimente en un laberinto, Y cuando salga ataque como al mormón un tinto, Palabras que alientan, palabras de un viejo, Palabras de aquella, palabras de Petro, Palabras de Uribe, palabras del miedo, Palabras de la guerra, palabras del remedio, Palabras, palabras, palabras, palabras. Este usuario no tiene textos favoritos por el momento
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