Nov 13, 2012 Oct 15, 2012 Oct 14, 2012 |
Cuando, tras unos sueños desesperantes, Fedor Samsa despertó esa mañana, se encontró convertido en un enorme ser humano. Yacía con el vientre claro, dos piernas que se delineaban claramente y terminaban en plantas con pequeños dedos que, luego, sintió aterciopelados. La grasitud de las máquinas se le pegaba al cuerpo, no estaba acostumbrado a caminar con dos piernas, al principio gateó como un niño hasta que al fin, consiguió estabilidad. Sus ojos ya no veían la realidad fragmentada de un caleidoscopio donde la humedad tibia guiaba sus impulsos con sus antenas.-¿Qué es lo que me ha ocurrido?- pensó.No se trataba de un sueño. La fábrica, la misma de siempre, llena de ruidos y zapatos que esquivar. Sólo que esta vez todo se había empequeñecido.La mirada de Fedor se dirigió después hacia la ventana, y al cielo nublado. Podían oírse las gotas de lluvia rebotando en el techo curvo de chapa.Le infundió una honda melancolía, extrañó su antiguo cuerpo, se sintió, de repente, atacado por una paranoia jamás experimentada por él hasta entonces.-¿Qué ocurriría si siguiera durmiendo un rato más y olvidara este disparate?- pensó.Pero esto era inimaginable, irrealizable, pues, estaba acostumbrado a dormir con entre sus numerosas patas en algún charquito de agua podrida y no podía, en su actual condición, colocarse en esa postura. Fuese cuál fuese la ubicación de sus cuatro extremidades de carne forrada con piel, no conseguía conciliar el sueño como antes de despertar.De repente, comenzó a sentir un ligero dolor en el estomago que nunca había sentido.-Dios mío- pensó- ¿qué haré si alguien se acerca a hablarme?Trató, en vano, de ocultarse detrás de algunos tarros, pero su cuerpo era enorme, nada lo cubría en su totalidad.Sintió comezón en las axilas y descubrió que un olor ácido emanaba de aquella articulación de músculos, esa tensión de tejidos y presiones liquidas, que diferente a la simple presión dentro de la coraza.Eran las cinco de la mañana, en breve una ola de cuerpos, símiles al que él ahora portaba, ingresaría por las puertas de la fábrica poniendo en movimiento los engranajes, paseándose con sus cascos amarillos y mamelucos de gabardina azul. De repente un escalofrío le recorrió todo el cuerpo y sintió ganas de correr, pero las piernas se le inmovilizaron, observó las puertas cerradas.A lo lejos se escuchaba una gota hundiéndose en algún charco, afuera las ventanas vibraban por el viento y se sentía el zumbido característico de cuando el viento se parte en dos.Eran las seis y media y las manecillas seguían girando pausadamente. Era incluso más tarde, casi menos cuarto ¿acaso no habría sonado el timbre de las cinco? Volvió su mirada al ala izquierda de la fábrica y las puertas comenzaron a emanar chirridos tan agudos, símiles a los cantos familiares de sus hermanas cucarachas, sintió una súbita nostalgia recorrerle la garganta, tragó saliva y contempló las puertas metálicas abrirse de par en par.Un obrero gordo, de bigote espeso y de escasa estatura sostenía una planilla; detrás una fila de caras que se le desenfocaban a Fedor obnubilado por la sorpresa de no haberse vestido.Sale corriendo y encuentra tirado debajo de unas latas oxidadas un mameluco azul y se lo calza de golpe cruzando torpemente una a una las piernas: luego se dirige a la salida, sintiendo deseos terribles de contemplar cómo es el mundo más allá de esas inmensas puertas.Cuando está a punto de atravesar la línea horizontal superior del rectángulo vacío enmarcado, que es la puerta, escucha una voz áspera y ronca que se le dirige.Fedor gira la cabeza sobre sus hombros y se encuentra con la cara arrebolada del gordo con la planilla que sostiene en su derecha un trozo de carbonilla desgastado-tu nombre muchacho, ¿adónde crees que vas?- le dice el gordo alisándose los bigotes con la mano derecha, dejando rastros de carbonilla que fedor examina con extraña curiosidad.-yo no trabajo aquí- dice, pero su voz a los oídos del gordo suenan como un balbuceo gutural con silavas precarias y no moduladas.-Eh, chico, no entiendo lo que dices. ¿Estás en la lista o no? Te dicto los nombres que aún faltan marcar y cuando sea el tuyo mueves la cabeza.-Fedor comprendió al instante que, por más que tratara de explicar que él era una humilde cucaracha en la humedad cálida de la fábrica nadie, absolutamente nadie, entendería jamás sus palabras.Sin saber qué hacer entonces, Fedor mueve la cabeza al escuchar el tercer nombre que lee el gordo-estás algo cambiado, hace años que no veo a tus padres, ¿cómo andan?Ah, pobrecito, cierto que tú no sabes hablar.- luego al darse cuenta de su inútil intento de adquirir respuestas, el gordo se lamentó en voz alta , descategorizó el rostro de Fedor, su mameluco, su pelo, su apariencia sobre su estado de salud.-Pasa por aquí- dijo después de enumerar todos los rasgos negativos del empleado que le balbuceaba quejándose- deberás apretar este botón verde cada vez que se encienda la lucecita roja- le indicó con el meñique un pequeño circulito de vidrio rojo.El trabajo parecía sencillo. Al rato Fedor ya se había adecuado e interpretaba con destreza cada una de sus nuevas apretadas, a veces, saltando, otras girando con los brazos abiertos, brincando luego y cayendo de manera aterciopelada para luego, como si la tensión que controlase todo su cuerpo fluyese desde los dedos de los pies, se estremecía cada uno de sus músculos para presionar en tiempo y forma el botón verde.Así se distrajo los primeros días, en un momento se oía un chirrido metálico, más parecido a un estornudo hueco de cucaracha y sabía que debía ir a comer, no diferenciaba el orden de tragar sus alimentos. Por ejemplo, le daba igual comerse todo el líquido para luego masticar la materia sólida y al fin dejarla bajar por su esófago. Algunas veces el sabor de algún fragmento sólido se le hacía conocido, volvían a su mente las imágenes húmedas y los brillos sobre el líquido viscoso lleno de pequeñas partículas que destrozaban en murmullos sonoros de pinzas cortando distintas texturas amorfas, él y sus iguales.Al cabo de unos largos días, de ver infinitas veces la luz aparecer y desaparecer de las ventanas de la fábrica sobre el colchón que el gordo, su jefe, le había acomodado en una esquina, se decidió al fin al dar un paso firme. Atravesó de una vez por todas la franja rectangular llena de vacío y esta vez no se detuvo ante ninguna voz, que efectivamente sonaron alarmadas al verlo tan decidido y dejando atrás una lucecita roja, encendida, lo primero que vio fue dos colores bien diferenciados entre sí, arriba un celeste cremoso manchado por una espuma gris, recordó que una vez había visto una espuma igual parecida cuando uno de los empleados de casco amarillo fregaba el suelo con un escobillón de cerdas de palma.Abajo: figuras geométricas que dentro de sí contienen otras figuras geométricas de diversos colores y reflejos. Es solo la luz la que delimita estas dos mitades a la vista de Fedor, pues moviendo bruscamente la cabeza resulta imperceptible esta segregación y todo se torna una esfera gris rodeada de oscuridad, como el dorso del abdomen de su viejo cuerpo.Camina desorientado, acostumbrado a la humedad y a comer basura Fedor se da cuenta fácilmente de que los basureros de las grandes ciudades están llenos de manjares, comienza a utilizar algunas palabras, algunos gestos que imita de hombres haraposos, uno de estos es estirar la mano y recibir alguna moneda, son unas cositas redondas y plateadas que se cambian en lugares de puertas abiertas o a cielo abierto, por fluidos apetitosos, el que mas le gusta se pronuncia de manera muy sencilla, consiste en dos fonemas que se contradicen, al comienzo no lo decía bien: io, iio, luego fue cada vez más claro: Ino, ino. El hombre que aceptaba las monedas siempre lo entendía igual, pero luego de beber treinta botellas de vino Fedor ya estaba capacitado para ir y decir: vino, le encantaba saber decir la palabra, su primera palabra útil.Así bebió en las infinitas noches que al igual que el día diferenció por sus detalles y bajo el poder de esos elíxires se comenzó a sentir cada vez más en casa, más cerca de su hábitat natural, la mugre y las fermentaciones.Cuando su cuerpo había ya asimilado setenta botellas de vino, un extraño señor de sombrero, alto y de mirada cautivadora, recibe el gesto particular que hace Fedor a los señores que llevan sombrero, su clásico movimiento de brazo, con la palma deseando recibir un círculo plateado.El señor lo mira pero no busca ningún ninguna moneda en sus bolsillos, queda inmóvil un momento y después le dice: -Acompáñame, en casa podrás bañarte y beber algo decente- Fedor sintió su cuerpo inflarse de adrenalina y le agradeció cortésmente, pero el hombre solo llegó a escuchar unos balbuceos que vacilaban entre la O y la U y sólo se diferenciaba entre todo eso, la palabra VINOEste esbozó una amplia sonrisa y le dirigió a Fedor un movimiento de mano indicándole que lo siguiese.Caminaron por una avenida cuarteada, con precarios adoquines flojo, difíciles de pisar, y al fin se encontraron con la casa del señor.Fedor esperaba algo más elegante, una de esas casas que había visto desde la vereda y que por lo general proporcionaban la mejor basura para la cena,-Adelante- dijo el señor quitándose el sombrero- siéntese como en su casa.Fedor quedó algo perplejo por la insinuación del hombre de que, a partir de ahora, tendría un hogar. Se puso furioso y balbuceo de manera acelerada hasta detenerse y pensar, sí, tenía casa, al menos en sus recuerdos quedaba un rincón, tibio, cálido, húmedo, al abrigo del mundo, al que podía llamar casa.Atraviesan un pasillo hasta dar con una puerta amarilla, Fedor camina detrás del amistoso señor.Ingresan, hay una cama, un escritorio, una pila de libros ubicada en el rincón derecho de la habitación y una mesa pequeña.El señor le indica a Fedor que se siente en la cama y desaparece por un instante. Después de atravesar la puerta, al rato vuelve con sus sillas, las instala frente a la mesita, y vuelve a desparecer, esta vez regresa con dos vasos y una botella.-Espero que te guste el whisky, es lo único que tomo- dice al fin Fedor balbucea amablemente, de manera casi melódica y toca su copa con el índice de la mano derecha, como tantas otras veces lo ha hecho con el botón verde.-por cierto- interfiere el señor en las nostalgias ebrias de Fedor- me llamo Gregor- después infla un poco más los pulmones para modular con más claridad- Gregor Samsa. Después de que bebas puedes darte una ducha, puedo regalarte algunas camisas y otro pantalón, así lavas ese- Pasan así un cuarto de hora hasta que Gregor acompaña a Fedor hasta el baño indicándole la ubicación del jabón y con qué camisas sucias podrá secarse. Mientras se baña Fedor se siente alegre, se acaricia las orejas extrañando sus antenas y apoya la espalda contra la pared húmeda y tibia.Al salir del baño encuentra a Gregor concentrado en un objeto cuadrado, también, como el paisaje aquella primera vez que contempló el mundo, separado por una línea horizontal. Fedor da pasos lentos temiendo desconcentrarlo, pero es inútil ya que instantáneamente cuando él asoma Gregor ya ha levantado la cabeza para sonreírle y observarlo limpio.Gregor a través de los días comienza a enseñarle palabras nuevas a Fedor, le explica que no solo con la palabra vino sentirá el bienestar, y a medida que pasa el tiempo el vocabulario de Fedor se complejiza más y más, cuando es suficiente Gregor le anuncia que debe marcharse. Su tarea ha sido cumplida y Fedor ya es Un hombre complejo.Fedor se marcha y Gregor jamás lo vuelve a ver, sus padres y su hermana vuelven de su viaje a Francia y se encuentran con una gran sorpresa. Gregor despide en la puerta a Fedor, lo observa alejarse, atravesar la avenida empedrada, luego gira ciento ochenta grados a su derecha y se tira sobre la cama. Duerme. Se despierta exaltado algunas veces durante la noche.Amanece.Gregor despierta convertido en un enorme insecto. Yace sobre el duro caparazón y, si levanta un poco la cabeza ve su vientre oscuro, abombado, dividido en fragmentos rectangulares, en forma de arco, y contempla sus numerosas patas, ridículamente delgadas, bailar delante de sus antenas. La Dulzura Después de una apresurada ducha él sale del baño, atraviesa el comedor y observa en su habitación a Evelin, su hija, y María, su mujer.Cruza de una vez la puerta del garaje y metiendo la mano en el bolsillo de su saco saca la llave del auto y presiona el botón.El auto es más bien, una camioneta, blanca, con una cúpula y varios estantes donde se apilan cajas de golosinas. Emite sus dos chirridos característicos y las luces delanteras emiten un corto parpadeo naranja.Abre la puerta, se sienta, la cierra. Enciende el motor, presiona con ambas manos el volante y arranca, despacio, contradiciendo la tensión de sus músculos. El tráfico no está tan congestionado por lo que llega diez minutos antes a su despacho. Enciende la radio y escucha las noticias:Alguien asesinó a alguien en Avellaneda. Mujer obesa pierde bebé tras choque. Seis ancianos del barrio de San Isidro desfallecen por muerte súbita. -Es la hora siete, cero minutos en todo el país.- anuncia la locutora.Los últimos títulos han pasado inadvertidos para él, pues se ha quedado pensando en la muertes de los ancianos, se imagina a la muerte caricaturizada golpeando las puertas de cada uno de ellos, esperándolos paciente mientras buscan sus bastones.¿Por qué seis? ¿Por qué no siete imponiendo su significado? Se ríe de su último pensamiento, pues le resulta gracioso meditar sobre esos asuntos con tanto énfasis. Observa una planilla de color morado donde están anotados los pedidos, deberá ir y retirar la cantidad de golosinas que hay en la lista que ayer ha completado a medias y luego distribuirlas hasta pasado el mediodía.En el camino ha observado el cielo, notando el paisaje congestionado, gris, con una luz cálida pero contradictoriamente fresca que solo se siente en invierno.Termina rápido la lista y va al depósito a buscar los pedidos, carga todo y sale. El primer pedido está al sur de la ciudad, el segundo al oeste y el tercero al norte, luego regresará y volverá a su casa. Evelin despierta y enciende, silenciosa, el televisor, pone el canal de sus dibujos favoritos y se ríe cubriéndose la boca. Después de que su papá se va se apresura a encenderla y aprovecha el calor que él deja en el lado izquierdo, donde se acomoda plácidamente usando toda la almohada. Ella se despierta con el sonido del televisor, abre los ojos, y ve a Evelin con los ojos grandotes, llenos de brillos verdes, azules, amarillos, que el televisor refleja en ellos. Le da un beso y busca sus pantuflas. La niña le dice que están debajo de la cama y sigue mirando, mientras sonríe, la televisión. Camina hacia la cocina y enciende una hornalla, llena la pava de agua y la coloca sobre la llama azul circular. Va al baño, se mira en el espejo, se ducha y camina envuelta en la toalla atravesando el comedor, entra a la habitación y selecciona su ropa interior y del tercer cajón de la cómoda saca su uniforme color verde agua. Se viste, le lleva un tazón de leche con galletitas a Evelin y bebe un café bien caliente. Sale de la casa después de saludar a la niña y camina dos cuadras hasta llegar a la parada del colectivo. Su madre se ha ido y ahora Evelin está sola, apaga el televisor y va al baño, se viste y enciende el tele del comedor, que es más grande y plana, y se sienta en el sofá a ver sus dibujitos. Le aburren las publicidades, los nuevos caramelos con forma de silbato, los que explotan en la boca, los que manchan la lengua. Sabe que sus padres le tienen terminantemente prohibido comer golosinas, solo le dan alguna a veces, en situaciones particulares, cuando se lo merece, cuando se porta bien. Mientras ella mira a través de la ventanilla del colectivo piensa en sus compañeros de trabajo, en Silvia, su mejor amiga, en Paulo, el enfermero enamoradizo de cuarentones con motos, en el doctor Cabrera, director del hospital, en que debe encargarle unas masitas a la cocinera Inés, cuando de repente la saca de sus meditaciones un cartel donde se ve una niña, rubia, de ojos claros, sonriendo a la cámara y detrás unas letras que anuncian: “la dulzura jamás ha sido tan intensa”, luego la marca y algo que no logra ver porque el colectivo arranca otra vez dado que el semáforo ya está en verde. Mientras busca en su cartera ve a través del cristal a una señora retando a un niño.Ingresa al menú de su móvil y se dirige hacia donde almacena algunas carpetas de música, en formato mp3. Presiona con su pulgar “ok” sobre la carpeta que dice Beethoven y comienza a oír la novena sinfonía. Ahora el paisaje que circula por la ventanilla adquiere un contraste más caótico, donde la velocidad imperceptible que el conductor ejerce coincide exactamente con una bajada de nota en los violines.Busca en las esquinas un cartel azul dónde diga la calle en la que se encuentra y a las dos cuadras ve al fin “Rivadavia”, se levanta, presiona el botón naranja y a cincuenta metros desciende. Camina dos cuadras y ya está frente a las puertas del hospital, detiene la música y ve en la pantalla la hora, otro día de puntualidad, son las siete. Las propagandas son largas y aburridas, al fin comienza Rinki y Mogui, son las siete de la mañana. Mira el programa riéndose cada dos minutos y cuando finaliza trae su mochila a la mesa del comedor y saca de ella una carpeta forrada con imágenes de perritos de ojos brillosos, que dan ganas de acariciarlos de solo verlos, los eligió ella misma una tarde con su mamá. Ahora hace los deberes, primero los de lengua, después los de matemática y al final los de naturales, que son los que más le gustan; los animales, las plantas, que comen lo que fabrican ellas solitas, que la maestra les dice: “productoras” Se detiene en un kiosco y se distrae hablando de política con Darío, para las nueve ya está de nuevo en su auto, conduciendo hacia otro barrio donde deberá entregar otros pedidos.Se acuerda de que a las nueve Evelin debe tomar su jarabe y la llama. El tono suena tres veces y escucha la voz de ella:- Hola-dice. Él se apresura y responde- hola amor, soy papá, acordate de tomar el jarabe- hay un silencio corto y la niña responde.-Ya lo tomé papi, hice la tarea, y ahora voy a leer un rato, te amo.-Yo también te amo- Dice él y corta Recorre el pasillo del hospital y esquiva una camilla, saluda silenciosa a Inés y se olvida de encargarle las masitas, llega a la puerta que le corresponde, saluda a Silvia y a Paulo, se sienta en su silla y examina una pila de papeles con distintos tipos de diseños de sellos impresos, y selecciona dos estampados con tinta azul, los coloca en un sobre y se lo lleva al doctor Cabrera, son los análisis, llega y se los entrega. Evelin termina de leer Hansen y Gretel y se siente extasiada de euforia, salta por todo el comedor, lo recorre de punta a punta dando brincos, sin orden aparente, canta, se mira al espejo y se ríe de ella misma moviendo la boca, imitando cantar la publicidad de Dulcor, se sostiene el vientre con ambas mano y se deja caer sobre la alfombra, suave. Un policía lo detiene, apaga el motor y baja la ventanilla.-Tarjeta verde, por favor- dice el policía.-En seguida.- dice, busca en su pantalón, luego en su camisa, tanteándose todo el cuerpo sin hallar la billetera. Entonces recuerda. Se recuerda dejándola sobre la mesa del baño al lavarse los dientes.-Disculpe, no la encuentro oficial, ¿cómo podríamos arreglarlo?- ¿Qué trata de insinuar?- se defiende- documento por favor.- Es que tampoco lo tengo encima, dígame, ¿cuál es su problema?-Usted sabe que está prohibido hablar por teléfono cuando se conduce, tendré que confiscarle el auto.- cuando termina de hablar el policía adquiere una postura heroica, narcisista, inclinándose lo invita a bajar del auto. Se levanta de la alfombra y se arregla el pelo, va hasta el baño y mientras orina ve sobre la mesita la billetera de su padre. La toma y la inspecciona minuciosamente, saca el documento y contempla el rostro de su padre en la foto. Le da gracia los bigotes y el pelo, el pelo, no como ahora. Mira también los billetes y después de darle dos o tres vueltas al asunto se encamina al kiosco, al de Pocho no, por que la conoce, el que está a tres cuadras. Llega a la comisaría, está sentado sobre un banco incomodo de madera y espera su turno para ser atendido, contempla su reloj, ya debería estar volviendo a casa. La mañana se le pasó volando, es casi mediodía y sigue recorriendo camillas, anotando vacunas, dando remedios específicos a horarios específicos. Evelin compra una bolsa inmensa de caramelos, camina hacia su casa con una mezcla de adrenalina deliciosa y peligrosa, con temor y valor combinados. Con alegría, con mucha alegría, recordando cada tres pasos el rostro que se imaginó de Hansel.Entra por la puerta del garaje y tira los caramelos sobre la alfombra, come desesperada. Sabe que esos manjares están terriblemente prohibidos para ella, mastica y se ríe para sus adentros, se recuesta sobre la alfombra, sus mejillas se contraen y sonríe. Sale del hospital y camina cuatro cuadras, toma el colectivo y baja a una cuadra de su casa, entra por la puerta del garaje, está abierta. Llega al comedor y al costado del living ve a su hija desvanecida, rodeada de múltiples papelitos brillosos de colores. Después de hablar con el oficial se arregló el asunto, pero el auto iba a estar para el próximo día, tomó un taxi y está a unos pasos de la puerta del garaje, está abierta. Entra y ve a María de espalda con el cabello revuelto sobre su hija desvanecida en el piso rodeada de papelitos brillosos de colores. Hace dos días que ninguno de los dos come, después del entierro no hablaron, el último apretón de manos se lo dieron antes de subir a la ambulancia, él las alcanzó en taxi. Ahora los días marcan sus segundos con punzadas agudas en la memoria, en cada rincón la ven pasar.Jamás volverán a encontrar la dulzura, la dulzura jamás había sido tan intensa como en los ojos de su hija, y ya no volverá a serlo. Aquella navidad nadie supo como desapareció Ingrid. El lugar era un asco, el suelo estaba mojado, la tierra en las zapatillas se hizo barro y las cerveza y vino le daban la consistencia adecuada para es resbalón. Sin embargo los murciélagos del lugar no dejaban de bailar violentamente “pogo” le decían ellos. “Friegue de sudores”, pensaba Ingrid. Nunca había ido a un recital punk, lo mas atrevido que había hecho hasta ese momento había sido teñirse el pelo. Algo le atraía de esa marginalidad estética. La mugre y el jabón erigiendo las crestas. El olor a cuero y porro, las tachas y los borregos militares de los militantes antí-policía. Su amiga Elena (que por cierto le decían Cabra) no conocía mucho de bandas, pero ya había cogido con tres o cuatro bateristas. Su sueño era que el baterista ese que aparecía en las revistas algún día le pegara reconociéndola como su mujer. Mientras tanto se conformaba dejándose manosear por pésimos imitadores. Ingrid se puso contra la pared, no quería que le tocaran el culo, mandó a su amiga a comprar algo para tomar (le dio 50p porque era cheta). La cabra volvió con una caja de vino cortada y dos Dormilones de metro ochenta, flacos, narigones y con las pupilas demasiado abiertas para su gusto. Los tipos ni la jodían, la miraban y hacían ruido con la nariz, debían de estar resfriados. Tomó unos tragos de la cajita, era un asco, pero el hielo lo hacia soportable, además ella quería que le pegue, le gustaba la música y la facha pero la gente del lugar era aburrida e insípida. Ni siquiera había un tipo que le gustase como para justificar la noche. Las horas pasaron, tocaron LAS RANAS DE JEVHÁ, LOS INSURRECTOS CHORIZOS, LAS GALLINAS DE PICO FINO, una mano apareció de la nada y ella tomo la tuca para llevársela a la boca y respirar algo de humo. Lo demás ya lo sabemos: vómito, confusión, manos extrañas manoseándola en su descompostura. La policía la recogió en un callejón oscuro. Aquella navidad nadie supo como desapareció Ingrid. Si tú fueras una mosca, Seguramente serias de las verdes, Perlosas, Místicas zumbadoras. Si tú fueras una mosca, Yo intentaría ser el sorete más oloroso para atraerte así con mis dulces aromas. Si tú fueras una mosca Me zumbarías al oído, Te meterías en mi café, Lamerías mi azúcar... Cagarias mi foco de la cocina. Si tú fueras una mosca, Apestaría solo para llamarte Y dejaría la puerta abierta para entres Un instante A los doce años tuvo su primera visita con el doctor.Sus padres, en una cita con su maestra de primer grado, habían notado que Andrés Rivera no tenia, en absoluto, capacidades simbólicas. No tenia un sistema de metáforas que le permitiera sobrellevar una conversación, era tímido y casi siempre paseaba por los patios con cara de maniaco. Lo único que disfrutaba eran los dibujos de la televisión con los que se reía sin sentido. También eran cotidianas sus furias, sus caprichos. No podía siquiera aceptar que la transparente gaseosa de limón no fuera de color amarillo.Entonces no quedó más que mandarlo al psiquiatra, a los doce años.En su primera visita al doctor se encontró con un tipo encorvado, calvo, esquelético y de grandes gafas que hablo con él fingiendo ser amigable. Tosía cada dos segundos y fumaba un cigarrillo tras otro.Desgraciadamente sus visitas continuaron y los padres de Andrés parecían estar contentos de sus progresos. Los alplax le quitaban su furia y los artanes la depresión. Estaba en armonía.El problema comenzó cuando probó la cocaína, con un esquizofrénico de la vuelta de su casa. Se desató en él su ser diabólico y en un ataque de extrema violencia a su madre la hirió en una pierna. Lo internaron. Da vueltas en su cubículo y espera la llegada de sus padres, fuma un cigarrillo y observa dos pastillas que se guardó para más tarde, sabe que si las toma en orden no hacen nada.Su madre llega con cara de cansada, le explica que su padre no va a poder venir. Le dice que le trajo algunas cositas y que no se puede quedar demasiado, Andrés la escucha pero la orbita de sus ojos no se dirige a ningún lugar. Luego ella se marcha. Suena el teléfono, la señora Rivera atiende, una voz al otro lado le informa sobre la muerte de su hijo.Van, ella y su marido (este por primera vez) y les cuentan los hechos. Se ahorcó.El médico la mira con un aire frío y le muestra un tuvo de dentífrico. Clava sus ojos en ella y le dice:Le advertimos que le quitara las marcas a los productos. Pasen a verlo. La primera vez que la vi no me llamó la atención. No era bella, ni siquiera entraba en la categoria de fea. Llevaba el pelo teñido de rojo oscuro recogido por un broche, no era alta ni baja, normal, sus manos eran grandes como las de un hombre.Algo de ella me gustó, en sus manos, la plata, mucha.Imaginé: esta cuarentona debe andar necesitando una pija, y yo plata. Pero había un impedimento, estaba detrás de ella en la fila del banco y hubiera sido demasiado evidente interesarme por ella cuando acababa, casualmente, de sacar dos mil dolares. sí, dolares.Retiré mi asqueroso cheque de docientos pesos que me daba la municipalidad por trabajar de payaso en el día del niño y me lancé a seguirla. Como era de esperarlo subió a un coche importado.Alcé mi bicicleta y la monté, pedalié con fuerzas hasta agitarme- tengo que dejar el pucho- me dije.No la alcancé. Me rendí.Al menos tenía mis docientos pesos, una buena excusa para comprar tres bolsitas de alita de mosca y bebidas.Julio me mandó a lo de la Poty.Nunca había caido y estaba algo nervioso, nunca se sabe con qué tipo de transas se puede cruzar uno, dejé mi bicicleta en el portón y caminé por un sendero hasta la puerta de entrada.Un enorme chalet se alzaba ante mí, pensé en el precio que vendian el porro y la merca para vivir ellos mejor. Sentí rencor.Me atendió un pibito de aproximadamente doce años, yo pregunté por la poty y recogiéndose el pelo color rojo apareció ella.Sentí adrenalina en todo el cuerpo, el corazon latía y no era la merca.¡Cuánto había reflexionado cuando la perdí de vista!¡cuántas acciones planié para un pasado que no sucedió! y ahora la tenía frente a mi esperando que hablara. Le pedí la merca, no me animé a mas.Empecé a ir seguido, no por la merca sino por lo que ella tenía algo que me atraia, plata.Un día al final le mentí, le dije que estaba enamorado de ella, miró hacia adentro y luego a ambos costados. No habia nadie en la calle. Me hizo pasar.La casa no era tan lujosa como aparentaba, habia suciedad, viejas costumbres de su pobreza anterior, exparcida por toda la casa. Tarros de dulce de leche abiertos, cubiertos de moscas, platos sucios, bolsitas a medio preparar sobre la mesa.Me ofreció merca, no quise, vino, dije que sí.Hablamos un rato, bah, la dejé hablar. Cada vez la veía más cómoda.Cuando el vino surtió efecto me decidí a sarparme del todo, con mi mano derecha acaricié sus piernas y cuando llegué a su tanguita estaba húmeda. Clavó sus uñas en mi cuello y me besó.Cogimos sobre la mesa, enharinados de merca. Me imaginé siendo un crepel tibio. Luego fuimos a la cama y lo hicimos con más fuerza. Nos desvanecimos de placer y quedamos ahí, tendidos, esperando las luces del alba.El pendejo nunca se despertó.A la mañana siguiente mientras me lavaba la cara la muy turra seguía durmiendo, su negocio era la noche.Busqué un afilado cuchillo y presionando una almohada sobre la cara del chico le corté la yugular.Cuando me preparaba a continuar con su madre, junto a la puerta, ella me miraba horrorizada y comenzó a gritar. No duró mucho.Revolví los cajones y encontré mucha guita y varias tizas. A vos te lo cuento porque sos re piola y ya pasaron varios años, la gorra nunca se rescató de que fuí yo. A los doce años tuvo su primera visita con el doctor.Sus padres, en una cita con su maestra de primer grado, habían notado que Andrés Rivera no tenia, en absoluto, capacidades simbólicas. No tenia un sistema de metáforas que le permitiera sobrellevar una conversación, era tímido y casi siempre paseaba por los patios con cara de maniaco. Lo único que disfrutaba eran los dibujos de la televisión con los que se reía sin sentido. También eran cotidianas sus furias, sus caprichos. No podía siquiera aceptar que la transparente gaseosa de limón no fuera de color amarillo.Entonces no quedó más que mandarlo al psiquiatra, a los doce años.En su primera visita al doctor se encontró con un tipo encorvado, calvo, esquelético y de grandes gafas que hablo con él fingiendo ser amigable. Tosía cada dos segundos y fumaba un cigarrillo tras otro.Desgraciadamente sus visitas continuaron y los padres de Andrés parecían estar contentos de sus progresos. Los alplax le quitaban su furia y los artanes la depresión. Estaba en armonía.El problema comenzó cuando probó la cocaína, con un esquizofrénico de la vuelta de su casa. Se desató en él su ser diabólico y en un ataque de extrema violencia a su madre la hirió en una pierna. Lo internaron. Da vueltas en su cubículo y espera la llegada de sus padres, fuma un cigarrillo y observa dos pastillas que se guardó para más tarde, sabe que si las toma en orden no hacen nada.Su madre llega con cara de cansada, le explica que su padre no va a poder venir. Le dice que le trajo algunas cositas y que no se puede quedar demasiado, Andrés la escucha pero la orbita de sus ojos no se dirige a ningún lugar. Luego ella se marcha. Suena el teléfono, la señora Rivera atiende, una voz al otro lado le informa sobre la muerte de su hijo.Van, ella y su marido (este por primera vez) y les cuentan los hechos. Se ahorcó.El médico la mira con un aire frío y le muestra un tuvo de dentífrico. Clava sus ojos en ella y le dice:Le advertimos que le quitara las marcas a los productos. Pasen a verlo. Ciertas noches bajan desde las montañasRodando,Cayendo,Volviéndose casi un ruido,Voces que no pueden más que nacer de las muertes olvidadas. Entonces me dicen,Me cuentan,Me amarran,Con palabrasy me piden que memorice alguno de sus versosantes de que el día las lleve otra vez,Allá arriba,Lejos de las cabras y los tulipanes. Quedo confundido,No se que responder,Les advierto que no se escribir poesía,Que casi siempre termino volviéndome prosa,Abriendo los brazos exageradamente para tocar cada margen de la pagina.Pero ellas me retienen del brazo y me ofrecen una botella.Bebo solo y guardo silencioEsperando que cada términoOcupe su lugar en el espacio infinito de esta pagina en blanco. Luego, las oigo susurrar y marcharse… dejándome solo al pie de la montaña, otra vez. MirenAllí viene PoeBorracho,Hecho un espantapájarosSalido de su propio sueño. Miren,Se está acercando,Está recordando,Otra vez,A esa flaca muerta. Silencio.Puede escucharnos,Aunque no le interesaríaDe lo que estemos hablandoSi no habláramos de él. ¿Por qué no dice nada?¿Habrá pagado la entrada?¿Cuándo fue la última vez que se bañó? Ya sé,No nos interesa,Aunque a lo visto le pesaAlgo en su cráneo. Parece tener sueño,Desde aquí parece un pequeñoSobre un pecho mojadoDurmiendo su primer día. Que no se me acerquePorque lo matoAunque se creaEn la bellezaInnato. Que se valla,Como vino,Borracho. Que se lleve la magiaA otra parte,Aquí no hay arteNi doncellas,Aquí hay geniosNaciendo De las botellas. Miren, allí viene otro. Este usuario no tiene textos favoritos por el momento
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