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SombreroRojo
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Valentía
Autor: Vero  731 Lecturas
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El amigo de mi dichoso novio
Autor: Vero  612 Lecturas
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Sierva de tu ser
Autor: Vero  690 Lecturas
Uno tenía cara de somormujo aplastado (en muy mal estado, en serio), el de la derecha se parecía... no, era igualito a Cantinflas, el de la izquierda tenía un aire de Bob Marley, tirando a Ernest Hemingway.Sí, lo sé, es rarísimo, pero era así. Más en el fondo, logré ver una silueta enorme, por así decirlo, de un hombre. Parecía una estatua. Si no hubiese sido porque su pecho se movía cuando respiraba, hubiera jurado que era una estatua, y luego vi que parpadeó. Tenía la cara exactamente igual a Francisco Tárrega. Me miraron. Solamente me miraban, de arriba abajo, de esquina a esquina. No hablaban, pero respiraban, lo cual, extrañamente, me asusto más. Odié el maldito silencio, en ese momento más que nunca; yo ni siquiera tenía nada qué decir, y aunque tuviera algo que decir, no lo hubiese dicho. Vaya a ver usted y me maten. Y a demás, no tenía por qué hablar, ya que al fin y al cabo ellos me secuestraron. No era que yo no tenía miedo, era solo que no me sentía tan desgraciada como cualquier persona normal a la que hayan secuestrado. Tampoco me quería mostrar como una mártir (aunque lo era) ni una bravucona. Vaya a ver usted y me violen. Ay, no. -¿Dónde está Joel?- dijo el más gordo, el del medio. No respondí, aunque sabía lo que vendría luego. Me abofeteó. Estrellas de miles de colores brillaban a mi alrededor después del impacto. Me dolió más que cualquier golpe que me hubiera dado en toda mi vida, es más, me dolió mas que todos los golpes juntos que recuerdo. -Al parecer nos salió muda, la morenita- me sonrió. Ahora sí, tenía miedo. Vi que asomaba la mano izquierda a mi dirreción, camino a mi cara, y reaccioné de inmediato. Le escupí en la cara. Me impresioné, salió una gran cantidad de saliva, porque me sentía la boca seca. -No debiste haber hecho eso, muñeca-el flaco de la derecha asintió en respuesta a la mirada que el gordo del medio de dio. Me cogió del codo y me arrastró hasta el pasillo del fondo, donde se encontraba la estatua viviente. Abrió la puerta de hierro de una sola patada y me tiró en un sillón de hierro. Creí haber escuchado el sonido de mi pelvis rompiéndose. Entonces me amarró las dos muñecas de una de las varillas de la diminuta ventana de al lado. Se me quedó mirando un buen rato, su cara, inescrutable, me dio más miedo que la del gordo. Entonces vi a la estatua humana entrar con una bandeja de... objetos brillantes, metales afilados... ¡Maldición! Me arrepentí de quedarme mirando la maldita bandeja de cristal, llena de bisturíes de diferentes tamaños, cuchillos, y navajas de diferentes... ¿colores? ¡Maldición! Entró el gordo con una toalla en la mano y ¡maldición! Unos guantes de látex.-Nena, no sé por qué tratas de salvarle el pellejo a Joel. El muy estúpido no vale la pena. No sirve ni para enterrarlo en la arena del país más caluroso- no me miraba. Se quedaba mirando la bandeja cristal, como si estuviera buscando la mejor herramienta. Entonces cogió un bisturí muy fino, muy pequeño... ¡Maldición! Se acercaba lentamente hacia mí, como si estuviera debatiendo consigo mismo acerca de usar el bisturí o no. Pero se paró a solo escasos centímetros de mí.-Muñeca, no quiero lastimarte, pero... no me dejas de otra- susurró, se acercó más, con las manos en la espalda. Ahora me susurró al oído- No quiero dañar esa linda cara, ni ese lindo cuello.- pasó su asqueroso dedo por la línea de mi cuello. No dije nada, tanto por el miedo como por la falta de palabras y saliva.-Te estoy dando una oportunidad, muñeca... -entonces su húmeda y más que asquerosa lengua pasó desde mi barbilla, hasta mi sien.- tan caliente, tan bonita...- me decía. Se incorporó como un rayo- pero, no me dejas de otra. ¡Gato, tráeme el marcador!El más flaco me miró y luego sacó un rotulador de tinta permanente, de esos gordos, de su bolsillo. Se lo pasó al gordo, quien lo tomo sin mirarlo.-Como todavía estás indecisa, te marcaré el recorrido por donde este pequeño y juguetón bisturí va a pasar...-le quitó la tapa al marcador, y lentamente pintó una línea perfectamente ondulada desde mi barbilla, hasta mi mejilla. Luego hizo un zigzag vertical en mi cuello. Justamente en la yugular- me dolerá muchísimo dañar esa linda carita que tienes, muñeca. Pero no quieres cooperar.¡Maldición!, levantó la mano con el bisturí y lo acercó a mi cara. Lo dejó a sólo unos milímetros. Pude sentir la cercanía del frío metal en mi piel.-¡Coño, no!- logré gritar. No sé de donde salieron las palabras, más aún, la voz. Creí haberlas perdido hace poco- Está bien, te diré. Pero, maldición, no me toques con esa cosa-Como quieras- Cruzó los brazos en su pecho y esperó- no tengo todo el día, mi itinerario comienza con cortarte tu carita; así que empieza...-Se fueron al norte, esta mañana- le interrumpí- no me dijo a donde, sólo me dijo que no iba a volver- entonces recordé que iban a ir donde la hermana de su padre, por lo que me callé.-Eso no es suficiente, pero es de mucha ayuda- se volteó, dándome la espalda- Chillo, tráeme la libreta- el más alto salió de la habitación y en una fracción de segundos entró de nuevo con una pequeña libreta.- A ver...F, G, H, I, J, -decía mientras pasaba el dedo sobre su agenda -J, Jo, Jo, ¡ah!, ya, aquí está Joel. Tiene familia al norte, cerca de Villas Blancas.- salió por la puerta, y me dejó con el Gato y el Chillo sola. Conté unos veintitrés segundos y luego apareció.-Tú y Mariano se van en la camioneta negra- le dijo a Chillo- y tú y Lucio se van en la gris yo me voy en la azul, es más grande. Necesitamos espacio para la nena¡Qué!, no pensaba ir a ningún lugar con esos cerdos. Venga a ver usted y me dejen tirada en el camino, o se les antoje un poco de carne femenina. Malditos cerdos. No fue hasta que todos me miraron que me di cuenta de que mi boca estaba abierta y que mis ojos se humedecían.-Flaquita, la cosa se pondrá bien fea si te rehúsas a hacer lo que te digo, así que iremos a tu casa y te recogeremos unos trapos para el viaje- miró la bandeja y luego se me quedó mirando, de nuevo- tengo entendido que tu mami y tu hermanito no están en casa y que tú, supuestamente, estás donde tu amiga. Pero mira los giros de la vida, tú estás aquí, y espero que tu mamá no esté en tu casa. No me gusta derramar tanta sangre.-No- susurré, pero no me escuchó.Entonces la maldita estatua viviente me desenganchó de la ventana y me arrojó a su hombro, con tal facilidad, como si no pesara nada. Salimos afuera, donde, a pesar de ser de día, todo estaba oscuro. Nos dirigimos a la camioneta azul. Me arrojó en el asiento de atrás. Me sentía impotente, horrorizada. No había sido capaz de parpadear desde hacía cinco minutos. Estaba en shock.-Te va a matar. Sólo te doy un adelanto- su voz era firme, pero aun así fría. Me miró como si me tuviera pena- si quieres salvar tu pellejo, no le des mucha mente al honor. Tal vez Joel no se lo merece.-¿Qué pasa con Joel? ¿Por qué lo quieren muerto? ¿Cuál es el...?--Mira, chiquilla, no hagas preguntas,-me interrumpió (el muy...)- porque no soy yo quien tiene las respuestas. Y si las tuviera no te las daría. ¿Entendido? Cilio no ha tenido piedad de ninguna de sus presas y dudo que tú seas la excepción. Así que calla y atiende- me miraba directamente a los ojos. Me iba a ayudar, creo- en la siguiente parada hay una cabaña en muy mal estado. Entra al baño, pon una excusa de tu periodo menstrual o de algo de mujeres; ellos no se meterán contigo en eso. La losa de la esquina está hueca. A dentro hay una nueve milímetros- al parecer vio mi cara de incrédula y añadió- una maldita pistola, está cargada. La coges y te la metes por delante. Así ellos no sabrán nada. Como tienes un abrigo no se darán cuenta. También hay una navaja, te la entras por las medias. Y de ahí en adelante, tú sabrás qué hacer. No pareces muy estúpida como para no saber salvar tu pellejo con una pistola y una navaja- entonces me cerró la puerta, porque los demás de acercaban.Se distribuyeron en sus respectivas camionetas y nos pusimos en marcha.  
Se levanta la sesión. Durante hora y media todos se comían las uñas, sudaban y murmuraban. Cuando llegó la hora de que el acusado diera su testimonio, todos callaron y pusieron extrema atención. El abogado demandante se ponía de pie, para formular sus preguntas. -Bien, señor Guindarro. Acaba de escuchar usted, los testimonios de estas personas. ¿Quiere usted añadir algún comentario, negar alguna afirmación y hablar a su favor?-Claro- ahora se dirigía al juez, quien le miraba atentamente.- En mi defensa, su señoría, yo he amado a esta mujer toda la vida. Desde el momento en el que entró en mi oficina, pude notar que era la mujer con la que querría pasar el resto de mi vida. Y no sólo por eso, le negué el trabajo. Sino porque, al ser la mujer que amo, esto me pondría en una situación alarmante, no sólo en mi trabajo, sino conmigo mismo - el juez cambió de postura mientras lo escuchaba -No le quise dar explicación alguna porque, como puede ver, me pone nervioso... y, también, porque no le quería partir el corazón. Me dolería infinitamente verla llorar.-Entonces, señor Guindarro, ¿alega usted que fue por motivos pasionales, no de discriminación?-¿Cómo cree usted?!!, yo no la discriminaría por nada del mundo... Si es dueña de mi corazón!-Bien, puede bajar del estrado.-Antes que nada, si me permite su señoría; quisiera añadir algunas palabras-dijo el acusado.-Prosiga- le dijo el juez.-La señorita Gonzalez, tiene todas las cualidades de una persona ejemplar, y justa. Es amable, respetuosa y capaz. Y quiero que le quede claro que si alguna vez me la vuelvo a encontrar en mi camino, y espero que así sea, se dé cuenta de que mi aprecio a su persona, es más grande que cualquier cosa en el mundo.Después del juicio, todos se fueron a sus respectivos hogares. El señor Guindarro, al contrario, fue al parque. Tenía la corbata suelta y los primeros tres botones de su camisa bien planchada estaban desabotonados. Pensaba en el hecho de haber encontrado al amor de su vida en semejante circunstancias; y en el hecho de haberlo perdido ese mismo día. Tenía ganas de llorar, pero por alguna razón, las lágrimas no salían. Todavía podía oler el perfume a jazmín de Patricia González. Eran muchos los que hablaban de encontrar y perder un amor el mismo día, pero pocos, lograban experimentarlo. Luis Guindarro se quedó hasta que atardeció en ese lugar, y sólo diez minutos después, decidió encaminarse a su casa. El trayecto no era muy largo.Al cabo de media hora, había llegado al edificio donde vivía. Entró, y optó por utilizar las escaleras. Llegó a su piso, y se buscó en el bolsillo las llaves de su apartamento. Al levantar la mirada, la vio. Su corazón se paró.Todavía enfundada en su traje beige. Tan bella como siempre. Pudo ver en sus grandes ojos marrones, surcos donde anteriormente pasaron lágrimas.-No quería perder la oportunidad de conocerle mejor... señor Guindarro...-Por favor, llámame Luis.-Luis. Sólo quería decir que... Bueno, nadie me ha dicho cosas así en lo que llevo de vida. Y sólo vine a confirmar que es cierto y duradero...-Claro que lo es!- posó sus masculinas manos en sus delicados hombros y luego encomarcó su rostro en ellas- Puedo confirmarlo- La besó, y fue como si su vida dependiera de ello. Como si todo en la vida fuera besarla. Como si nada en el mundo existiera, sólo sus labios. A ella se le salieron las lágrimas. Toda su vida se la había pasado leyendo novelas románticas. Pero nunca pensó que existiera la persona inidacada. Esa persona especialmente diseñada para ella. Se derretía lentamente y le gustaba. Sus latidos eran tan rápidos que pasaban desapercibidos. Se sentía inmensamente feliz. Lentamente separaron sus labios, y se quedaron mirando. Pasaron seis minutos, y desde ese entonces sus vidas cambiaron para siempre.
En mi defensa...
Autor: Vero  589 Lecturas
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Esta tarde me senté en mi hamaca tejida a mano, mientras veía al Sol despedirse lentamente. de pronto me acordé de algo que me hizo reír como una loca (porque me encontraba sola, y reírse solo y de repente, puede ser un síntoma de demencia).Un pajarito me había dicho que Carla se veía con el cartero trece veces al mes. Lo chistoso de la cosa es que es una situación de amor inconcebible, por sus estatus sociales y civiles.Claro que me comía la curiosidad tras haber escuchado esto, por lo que me quedé mirando por la ventana, como cualquier vecina sin oficio, para confirmar lo que me dijo el pajarito tal. Y fue así mismo. El cartero de diecinueve años, entró como Pedro por su casa, y sin molestarse en dejar las cartas en la puerta, se comenzó a besuquear con Carla, una señora de cuarenta y dos años. Y con descaro de parte de ellos, y para fortuna mía, lo hicieron en la sala, donde una ventana de cristal daba la mejor vista hacia la calle. interesante, o ¿no?Me emocioné, como quien ve películas de acción, cuando el marido regordete y canoso de Carla llegó temprano del trabajo, y se dirigía a la puerta. Al parecer la señora Carla estaba tan absorta en su asuntico, que no se dio cuenta de que su desanimado marido estaba de piedra, con los ojos como plato al lado de su calurosa escena.Y todo fue mejor que una películas de suspenso, porque al marido de Carla agarró una nueve milímetros y le disparó justamente en la masculinidad del pobre muchacho (me sorprendí porque pensaba que la bala iba directo al corazón, o su hígado, y por la puntería del hombre). Y rápidamente otra bala impactó en la cabeza de su infiel esposa. todo para llamar a la policía, y pegarse un tiro con la boca abierta.Traumatizante y sangriento.Lo cierto es que el pajarito, un chiquillo de diez años (medio amanerado), hijo de los Morales, es un fisgón de primera.Más cierto es que necesitaré terapia psicológica.
El Mensaje Del Pajarito
Autor: Vero  589 Lecturas
No habían pasado de las seis de la tarde, cuando Lety salió de su casa a trabajar.Ese día no fue muy diferente al de ayer, ni a los demás después de ayer.Se peleó con Marcos. Cada día era algo nuevo, el tema de esa tarde era el horario de trabajo, y todo lo demás concerniente a éste. "No me gusta que trabajes en ese lugar, no me agrada que llegues tan tarde del trabajo, no quiero que te pongas es uniforme, pareces una...", le repetía Marcos una y otra vez, y para el colmo nunca terminaba la última frase, lo que ponía a Lety a botar chispas. Parecía una grabadoraClaro que a Lety eso la tenía sin cuidado, ya que estaba acostumbrada a loas arranques de su incompetente marido. "eso me pasa por casarme tan joven", se decía cada día en el trayecto al trabajo. Pero una tarde cambió casi todo.Marcos decidió (después de tres años de matrimonio), acompañar a Lety al trabajo. Entraron en el bar restaurante de donde Lety era mesera. Ya se había tomado la cuarta botella y se preparaba para abrir la quinta, cuando se percató de las miradas fugaces y lascivas que le lanzaba un tipo a su Lety, por culpa del uniforme de camisa escotada, falda corta y tacones medio altos. Muy llamativo para ser mesera.Se paró de la barra como un rayo y se acercó medio tambaleándose hacia la mesa del tipo aquel."¿Qué le miras a mi mujer?" le preguntó, sin prestarle atención al hecho de que su lengua se trababa en cada consonante y que un grupo de hombres de la esquina del restaurante de levantaban lentamente y lo miraban como perros."A ti qué te importa" fue lo único que logró decir antes de sentir el frío puñetazo en su mandíbula. Y eso fue todo.Ya habían pasado tres días después del accidente, de que a la pobre Lety la amenazaran con perder el trabajo, y de que Marcos decidiera que era mejor no acompañar a Lety al restaurante. Tres días.Esa tarde Lety se tomó su tiempo en atenderle el ojo morado y la mandíbula hinchada a su esposo, antes de irse al trabajo.Eran las nueve y cuarto de la noche cuando llamaron a la puerta del apartamento y Marcos abrió. Tremenda sorpresa se llevó él. Lety terminó el turno nocturno y se fue directo a su apartamento, en el camino pensaba darse un buen baño caliente, en hacer una lista de compras para mañana y en dormir para descansar los pies.Se quedó de piedra cuando vio el cuerpo de su esposo tendido en la encimera de la cocina, goteando sangre, con los ojos bien abiertos, al igual que la boca. Fueron diecisiete apuñaladas, todas en el torso.Pero lo que más sorprendió a Lety fue que no le dieron ganas de llorar. Así que se sentó frente al cadáver y lo contempló, debatiendo consigo misma si llamar a la policía o enterrarlo lejos y limpiar el desorden. Antes de irse a bañar anotó en su lista "comprar pala, cloro y pedir el día libre".
Dedicado a todas aquellas personas que hayan creído sentirse así... Y pensar que el TÚ y YO sería para siempre... o que, por lo menos, duraría una eternidad. No te imaginas lo que en mis adentros se mueve. Es como un fuego que congela mis entrañas haciéndolas palpitar de gozo. Extraño, pero verídico. Así de confusa está mi alma, mi cuerpo y mi mente. No te lo puedo decir, pero para alivio mío, sólo yo tengo la certeza de la magnitud de este sentimiento. ¿Infinito?... no. ¿Omnisciente?... no. Más aún. Y mis ojos demandan lluvia de lágrimas, pero la razón golpea mi cabeza, haciéndome entrar en ella. Pero, cuando caiga la noche, la Luna me sonría y el frío llene, nuevamente, el espacio vacío de tu corazón... ¿Qué pasará contigo?... ¿Desaparecerás?.. ¿o te disolverás en el océano subconciente de mis sueños profundos, que son producto de mi voraz apetito de tenerte? Y...cuando ya te tenga, ¿Estará mi corazón satisfecho?... o, ¿Desapareceré yo? Respuestas inciertas rondan mi conciencia, dándome la solución a todo lo que me aturde. ¿Locura desmedida?... sí, ya lo creo.La dulce obsesión de tu esencia. Ya nada tiene importancia si todo no se merece existir en mi alrededor, si todo ya se volvió nada... si ya no te tengo. Ahora sí, lloro. Porque mi garganta no pudo soportar el forcejeo de mi llanto. Tan frías son mis lágrimas, que cuando se estrellan con el suelo, se rompen en pedazos, creando diamantes de sangre. Respiro, pienso en ti, y respiro nuevamente.... Oigo tus palabras a lo lejos, pero no logro escuchar tus pasos acercándose. Me preguntas el por qué de esto, de mi... corazón roto. Yo, ya impotente de tantos sentimientos acumulados, exploto: ¡TÚ!
Monólogo entre tú y yo
Autor: Vero  522 Lecturas
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Ella está sola, pero no es así como se siente. Tiene todo lo que necesita a sus manos. Tiene casi todas las herramientas necesarias para construir su vida como ella la quiere. Pero le falta una. No lo quiere admitir, porque hacerlo, sería un golpe directo al corazón. A veces ríe por no llorar, pero las lágrimas salen y caen secas en el suelo, dejando un rastro permanente de las penas que la embargan. Su sonrisa torcida tiene una historia. Todo comenzó cuando él la vio por primera vez. Ella no tenía en cuenta la existencia de aquel chico, hasta ese momento. Pero a medida que pasaba el tiempo, el corazón de ella se fue ablandando ante aquel ser que la vio por vez primera. Desde ese instante todo cambió para ella, los colores eran más brillantes, el aire se volvió más liviano, la vida empezó a tener sentido. Su corazón no respondía a otro latido que no fuera el de él. Lágrimas, sonrisas, aventuras, felicidad… sangre. Él no tenía ni la más mínima idea del poder que tenía entre sus manos: un diamante que palpitaba, el corazón de ella. Pero aunque no lo sabía, era culpable. Perdida entre la locura y la irracionalidad, ella era feliz, sonreía de esquina a esquina sin importarle el que dudaran de su cordura. Hasta que un día él decidió dejar caer el diamante, así, sin más. Él suponía que dejarlo caer no iba a significar su rotura, hasta que se percató de los trozos brillantes en el piso. Y así mismo ella cayó en el piso, sus ojos se rindieron ante aquel arrebato de dolor, y sus lágrimas llenaron lo que un día ella empezó a construir. Pero éstas, se evaporaron con el frío viento de la soledad, haciendo más difícil continuar construyendo su vida. Sufrió como nunca se imaginó que lo haría. Su piel se llenó de los rastros imborrables de su dolor. Y cayó en una profunda soledad. Los colores, olores y sabores se borraron del todo, sin dejar registro alguno con el que comenzar de nuevo. Trató de sonreír sin dejar ver su pena, para que nadie sospechara de que su corazón ya no existía. Pero en el primer intento, la comisura izquierda de sus labios se pasmó y no cedió. Ya no será la misma. Una marca permanente le seguirá junto a su sombra, recordándole que no hay hombre capaz de reparar su corazón.

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