• Isidora Sotz
Sotzita
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  • País: Chile
 
Llevaba horas conduciendo la moto hacia el sur. Mis piernas estaban entumecidas y mi trasero se había amoldado a la forma del asiento, así que decidí parar en el primer autoservicio que encontrara. Desde niña había deseado encontrar a mi compañero, a mi otra mitad, para que nos llevase a mi mamá y a mí muy lejos de la casa de mi padre, y ser felices por siempre. Claro que cuando tienes diez años pasan muchas cosas de las cuales no te das cuenta. Vives en una burbuja creada por los que te quieren para no ser “contaminados”, como me decía Gabe, y evitar que te afectase. Recordé cuando tenía al menos unos siete años. La indiferencia de mi padre hacia mí ya me afectaba emocionalmente, y cuando mamá me defendía de él, Gabe que tenía unos diecisiete y Marcus unos catorce, me llevaban al ático, y creábamos mundos donde ellos eran mis protectores y yo la princesa. Hasta el momento de hoy se los agradezco, ya que a pesar de todas las diferencias que hicieron entre nosotros, ellos nunca demostraron odio hacia a mi o algún tipo de rechazo. A veces sabia de ellos, por los diarios o algún otro medio. Gabe había aparecido en los diarios unos años atrás junto con Marcus. Ambos habían adquirido una cadena de laboratorios, siendo los socios mayoritarios y explicando algunos proyectos relacionados con las células madres y enfermedades. Al parecer tuvieron mucho éxito económico, ya que tiempo después aparecieron en una revista como los más millonarios del país. Suspire con fuerza. Deseaba volver con mi familia, abrazar a mis sobrinos y volver a los brazos de mis hermanos para que me cuidaran. Pero eso ya no era posible, no después de tanto tiempo ni por todo lo que cause. Cause mi propio destierro de la protección de un Clan y de los míos. Sentí como los brazos me temblaban de rabia, angustia y cansancio, así que decidí bajar un poco la velocidad. Encerrada en mis pensamientos como estaba, no me había percatado del letrero que estaba unos metros más allá, de color rojo, que decía una vez que llegue hasta allá que había una Estación de Servicio a unos quinientos metros más allá. Como pude logre llegar hasta allá, y apenas hube terminado de cargar la moto con gasolina, me senté en la primera mesa disponible que encontré, justo a tiempo para ver por la ventana como empezaba a lloviznar.    Imbécil, debiste por lo menos haber agarrado la chaqueta. Como mínimo. Por un micro segundo me arrepentí de no haber agarrado mi celular, la chaqueta y el casco. Pero de haberlo hecho no me hubiesen dejado irme, y Nicco habría insistido en ir a dejarme.    Diablos, Nicco me va matar. Me levante de prisa de la mesa y casi choque con la mesera que venía seguramente a tomar mi pedido. -      Pero mujer, ten más cuidado por dónde vas – me dijo la mesera, de unos cincuenta años, con claro exceso de maquillaje para disimular algunas arrugas que ya se veían formándose en su cara. Tenía el pelo entre rubio ceniza y con canas tomado en un tomate en lo alto de su cabeza. Sus ojos eran oscuros, y resaltaban de su cara. -      Lo siento, es que debo hacer una llamada urgente – miraba de un lado a otro buscando algún teléfono público – disculpe, pero ¿hay algún teléfono que pueda ocupar? – la mesera me dio una mirada de arriba abajo, como si estuviese pensando la posibilidad de que iba a robarle o algo parecido. -      En mi oficina, pero deben ser llamadas a teléfonos fijos y que sea corta la llamada. -      Oh, sí. Claro por supuesto, muchas gracias – dije con repentinas ganas de abrazar a la mujer, pero sabiendo que se molestaría o algo le dedique mi mejor sonrisa y tratando que la gratitud y felicidad me llegase a los ojos. -      Sígueme – y así me guio detrás del mostrador a una oficina pequeña pero acogedora, y sobre todo calentita, cosa que agradecí de corazón. – El teléfono está ahí, te dejare sola para que hagas la llamada. -      Muchas gracias de verdad -  y antes de que pudiese decirle algo más me dejo sola para hacer la llamada. Me senté en la silla que estaba cerca del calefactor para calentar mi ahora entumecido cuerpo. Tiritaba mucho y sentía como me castañeaban mis dientes. Agarre el teléfono y marque de memoria el teléfono de la casa de Nicco. Como él tenía una vida nocturna, rogué porque me contestase el teléfono a las nueve de la mañana. -      ¿Diga? – me salto el corazón de alegría al escuchar su voz grave y somnolienta, aun cuando sonaba molesto por ser despierto. -      Nicco, es Helena te llamaba para–  -      Helena, dime ahora donde mierda estas – sonando mucho mas alerta y mas enojado que antes me interrumpió sin dejarme terminar la frase. De verdad estaba preocupado. -      Tranquilo, estoy bien, solo necesitaba salir de ahí – un poco nerviosa por no saber si decirle donde estaba o no, comencé a enrollar el cable del teléfono en mis dedos – volveré hoy día en la noche. -      Puedes apostar que lo harás. Saliste corriendo como si hubieses visto un fantasma y sin llevarte el casco o tu chaqueta – escuche del otro lado de la línea el sonido de las sabanas moviéndose, y como sonaba su pelo, seguramente echándolo hacia atrás con los dedos. Finalmente un suspiro, para seguramente apaciguar la rabia que tenia dentro. – dime donde estás, te iré a buscar ahora. -      Oye papá te digo que estoy bien, solo necesito hacer algo pequeño y me vuelvo en seguida. -      No me vengas con papá, estoy preocupado por ti – su voz ahora sonaba mas calmada, pero podía darme cuenta de lo difícil que se mantenía calmado - ¿Quieres decirme por qué el tipo de anoche te esta acosando? – wow, me perdí de algo, ¿acosada yo?. -      ¿De qué estás hablando? – oh diablos, Corvet. -      Desde que te fuiste el imbécil que te ayudo anoche ha estado llamándome y a todos los demás para saber donde estás. Nos exigió casi a golpes que le diésemos tu dirección y un recado, pero al parecer los mastodontes que lo acompañaban fueron lo suficientemente inteligente para sacarlo. -      Ehm, Nicco me tengo que ir, me prestaron este teléfono con la condición de hablar corto. Gracias por preocuparte nos vemos en la noche – y antes de que se recuperase del asombro, corté la llamada. Definitivamente esto se estaba complicando. ¿Para qué me buscaría Corvet?, si tanto le moleste y repugne ¿Por qué mierda me buscaba la última persona con la que quería hablar? Definitivamente ahora solo quería descansar, y pasar un momento tranquila. Me di una felicitación en la espalda, por que definitivamente mi idea de salir corriendo como una loca sin sentido de responsabilidad a las cinco de la mañana y sin chaqueta o celular fue lo mejor. Aprovecharía al máximo mí tiempo sola, a lo mejor ya era tiempo de salir de esa ciudad y moverme a otra. Salí a regañadientes de la oficina y me senté en la misma mesa de antes.  Cansada y armándome de valor para seguir con el pequeño viaje, mientras que yo, desabrigada, me senté a esperar a que parara de llover un poco. -      ¿Qué vas a ordenar? – de nuevo, la mesera me observaba de arriba abajo, pero esta vez con un lápiz y una pequeña libreta. Por primera vez me fije en su nombre. Cecilia. -      Un café cargado y tocino con huevos por favor – Cecilia anotó mi pedido en una pequeña libreta, sacó el papel y fue a entregar mi pedido al cocinero. Ahora que lamentablemente tenía tiempo para pensar en todo lo que había sucedido en las ultimas doce horas. Desde que me había ido corriendo del pub, mi cuerpo y mente pensaban en Corvet. Mis manos picaban por tocarlo, por sentir su pelo, tocar sus labios, sentir su cuerpo contra el mío.    ¡Olvídalo ya! Cierto, tenia cosas que hacer antes que pensar siquiera en tener una relación, aun cuando mi lobo interno aullaba por querer salir a buscar a su compañero.    Estúpida cosa de lobos. Me refregué la cara, tratando de sacarme la somnolencia de encima, me apoyé en el respaldo de la silla y cerré los ojos hasta que llegó mi desayuno. -      Aquí tienes tú café y los huevos con tocino – esta vez Cecilia me daba una sonrisa – ojala te gusten. -      Gracias – acerque el tenedor para empezar a comer, y vi como Cecilia se iba seguramente para tomar otra orden, pero de la nada volvió hacia mí y me miró con una cara reprobadora. -      ¿Tienes algo con que abrigarte? -      No – mire hacia abajo mientras comía el primer bocado de mi desayuno. Estaba muy bueno. Y aunque traté de centrarme en mi desayuno no pude, por lo que de todos modos sentí como mi cara se teñía de rojo. -      Aguarda aquí – aunque no había levantado la vista de mi plato sabia que se había ido, por que el fuerte olor de su perfume ya no estaba tan concentrado. Con mi vista periferia pude ver que traía un bulto negro. Al llegar a mi mesa la dejo encima y se aclaro la garganta para claramente atraer mi atención. – Tómala, te sirve más a ti que a mí. -      Pero… -      No alegues niña, vi cuando te bajaste de la moto y me di cuenta lo fría que estabas cuando entraste a mi oficina. – incapaz de contenerme más me levante de la mesa y la abrasé con fuerza. – y no sé en qué tipo de problemas estas metida o de quien escapas, y no quiero saber tampoco. Pero no te podría dejar ir así como estas y con este clima. -      Gracias Cecilia – le di un beso en la mejilla y me puse la chaqueta, agradecida por algo que me abrigase, y me senté de nuevo para terminar mi desayuno. No me demore mucho en acabar ese, y apenas lo hice pedí otro, porción doble. Lo bueno de ser una Lycan, es que las calorías al revés de los humanos, nos faltaban. Debíamos comer grandes cantidades de comida, mientras más calórica mucho mejor. Esto se debía a nuestro metabolismo ultra rápido, la velocidad y cuando entrabamos en fase. Yo, en lo personal dejaba salir a mi “lobo” unas pocas veces al año, ya que no quería atraer la atención equivocada. Y a pesar de que mi lado salvaje a veces me enervaba y me hacia la vida imposible, lo tenía controlado. Como es natural, los lobos no estaban acostumbrados a vivir solos. Dependen de una manada y de un líder que los guie y apoye, donde irremediablemente se creaban lazos. Y nosotros, los híbridos, sacamos esa tendencia a permanecer en grupo y de anhelar el contacto con cualquiera de los nuestros, especialmente de la familia. Tomando en cuenta mi caso, no voy a mentir al decir que no los echaba de menos. Es más, anhelaba constantemente a los míos, el sentirme parte de una familia, sentir que le importaba a alguien. Pero de nuevo estaba ese tema con mi pasado, mi padre y ahora con Corvet. Mi cuerpo respondió ante su recuerdo. Un leve estremecimiento me recorrió de cabeza a pies, haciendo que se me pusiese la piel de gallina. El corazón, maldito traicionero, se me acelero como si hubiese corrido una maratón, mientras que mi sangre surgía por mi cara, dándome seguramente una tonalidad roja. -      Creo que tienes fiebre  - me dijo de pronto Cecilia, quien había vuelto para recoger los platos y que ahora, además, me tocaba la frente seguramente para medir mi temperatura. -      Estoy bien – puse los ojos en blanco y quite su mano con cuidado para evitar que se ofendiese o algo por el estilo – Escucha, ya es hora de que me vaya. De nuevo mil gracias por todo – y mientras me levantaba de la mesa para salir le deje todo lo que me quedaba de la propina de anoche en la mesa, que era lo bastante para cubrir mi desayuno pero no su ayuda y mi gratitud. -      Oye esto es – levante la mano para evitar que terminase la oración. No era rica, que quede claro. Pero si ganaba lo suficiente y un poco extra para darme algunos lujos siendo la dueña del Pub. Así que, para evitar más dramas y que me devolviese lo que le di a cambio, me giré con paso seguro, ajustando la chaqueta que ahora me tenía muy abrigada, cerré el cierre y antes de salir hice un gesto de despedida hacia mi espaldas. Evitando el contacto con una mujer que no me conocía, pero que me había demostrado mucho más cariño que mi padre en años.
Epilogo…   Llovía como nunca. Estábamos a mitad de junio, y hacía un frío que te calaba hasta los huesos. Pero ni así, usaba un paraguas para evitar que la lluvia me mojase el pelo, la cara y la ropa. Se veía claramente desde lejos la multitud que se reunía para bajar el ataúd blanco, y las flores, Liliums de color también blanco que tanto nos gustaban a mi madre y a mí. Me sentía como una intrusa, ver el funeral de mi amada pero loca madre desde detrás de una lápida no era lo que yo había planeado. Pero nada podía hacer contra eso, si me llegaban a ver, me descubrirían y atraparían. No podía permitirlo, no después de lo que le hice a Diana, a mi sobrino, a mi hermano, a mi Clan.    Ex-clan. Dios, me sentía tan sola. No tenía a nadie, mi propio padre casi me había matado a golpes y aun llevaba algunas heridas de aquel momento. Algunas no se irían nunca, y serian a la vez, para mí, como un recordatorio de lo que hice. Lentamente se bajo el ataúd, y mientras eso sucedía, distinguí una enorme figura, corpulenta, maciza y de metro noventa, que sobresalía muy fácil por sobre la multitud. A su lado, dos hombres con las mismas facciones pero más bajos también observaban bajar el ataúd, con claro dolor en sus ojos. Gabe, mi hermano mayor, y Marcus, quien sostenía la mano de su esposa Lena. Mi padre lanzó una flor hacia el ataúd, y sin mirar atrás o esperar a terminar la ceremonia se fue. Con cada paso que el daba, sentía como mi sangre hervía un poco más, y como mi visión se teñía de rojo. Ni siquiera estando ella muerta le mostraba respeto.   Maldito imbécil, algún día pagaras todo lo que le hiciste. Me corrió una única lágrima, la primera desde que me entere de lo que había pasado, y mientras la dejaba caer por mi cara le dedique una última mirada a donde enterraban lo que más yo había querido en este mundo. Lo único importante para mí. Di media vuelta y me encamine sola a mi departamento.                                       Siete años después…   -      Cuatro tequilas por favor – me gritaba una mujer, claramente con muchos más años que yo por encima de la música retumbante, mientras me sostenía el vale para confirmar que había pagado por los tragos. Le quite el papel un poco brusco de la mano por haberme interrumpido en mi babosa mirada hacia un chico espectacular que se movía con ritmo y espíritu en mitad de la pista de baile con una adolecente, seguramente menor de edad.    Recordatorio para mí misma: pegarle a Nicco cuando lo vea. -      En seguida – y para lucirme un poco coloque los cuatro vasos en fila, agarre dos botellas del mejor vodka y las hice girar rápidamente con mis dedos, para luego lanzarlas al aire, atraparlas y proceder a servir a mi clienta. Empuje los tragos hacia ella y procedí a limpiar la barra. Ignore a las personas que se peleaban por ser atendidas por mi o mis chicos, salí de la barra y me dirigí a la entrada del Pub, atravesando la pista de cuerpos sudados, agitados y ebrios. El aire tibio de verano golpeo mi cara una vez que salí y ahí estaba Nicco, mi mejor amigo y uno de los guardaespaldas del lugar que verificaba las identificaciones de la gente que entraba, junto con Daniel, otro gran amigo quien era muy callado pero bastante fuerte con la cantidad de músculos que tenía en el cuerpo. Ellos dos eran mi grupo favorito, porque eran totalmente opuestos y sin embargo juntos podían detener a una masa de gente que se peleaba. -      Cariño!, no deberías salir con esa ropa por el cambio de ambientes  - Nicco me encontró con una mirada seria y los brazos cruzados en el pecho. No sabía cómo hacia eso, de alguna forma siempre me sentía llegar a algún lugar, no importaba que tan lleno o lejos estuviésemos el uno del otro. -      Tu no hables mucho idiota, estas igual que yo – lo mire de arriba abajo, notando como siempre su hermoso pelo rubio y ojos verdes, el pecho ancho y bien formado que se disimulaba poco con la polera blanca y ajustada que ocupaba en esos momentos, junto con sus pantalones negros y sus queridas botas de cuero gastadas. Mientras que Daniel, como siempre, traía su pelo negro y largo atado en una cola, sus ojos negros también como la noche, brillaban. Tenía una piel bronceada y la ropa negra que ocupaba como siempre ayudaba a resaltar el color y la forma de su cuerpo. -      Si pero yo tengo músculos que me sirven de abrigo y que tu claramente no tienes – la voz de Nicco bajo unos tonos y su mirada me hizo sentir un poco incomoda. Cruce mis brazos sobre mi pecho y me mire hacia abajo. Esa noche había decidido ocupar una polera roja de espandex, y jeans con botas de cuero y taco aguja color negro. -      Como sea, escucha, dejaste entrar a una menor, una pelirroja con un vestido muy ajustado y negro, y quiero que la saques ahora, no quiero más problemas con carabineros, ¿de acuerdo? -      Si me acompañas creo que será mejor, no recuerdo haber dejado entrar a ninguna con esa descripción. – mi paciencia era grande, pero con este hombre, llegaba a sus límites. Nicco sabía exactamente de que estaba hablando, y el hecho de que en estos momentos me estuviese pestañeando como un niño de cinco años que sabe que hizo algo mal no me ayudaba en los más mínimo. -      Bien, pero muévete ya – me dirigí a Daniel, lo abrasé por el cuello y le di un fuerte beso en la mejilla. - ¿Puedes cubrir al enorme bruto de Nicco por un segundo?, debe arreglar un pequeño problema. – él me asintió y me dedico una sonrisa que me hizo sentir cálida. Me impresionaba lo mucho que había cambiado desde la primera vez que lo vi. Estaba en una banca sentado llorando en pleno invierno, y yo asombrada de ver semejante hombre en ese estado me acerque y le pregunte que le sucedía. Nunca me lo dijo ni nunca lo escuche hablar, pero tampoco lo presione para que hablase ya que claramente algo malo le pasó en algún momento de su vida, que lo convirtió en lo que ahora era. Ni siquiera habló cuando vivimos juntos un tiempo en mi departamento y trabajo para ganar lo suficiente y pagarse su propia pensión. Era sin duda alguna un hombre misterioso y espectacular. Además de muy hermoso. Nicco me abrió la puerta del Pub, puso su mano en mi espalda baja, y me presiono ligeramente hacia adelante para entrar. Una vez adentro, la música lleno mis sentidos por completo. Más desarrollados que los de los humanos, pude identificar muy fácil a la chica con mi olfato. Apenas llegue a ella, sentí un olor extraño que la rodeaba, y si hubiese sido una humana común y corriente a lo mejor no lo hubiese olido, pero su cara y acciones la delataban. Estaba drogada. Sus ojos estaban muy dilatados eran casi negros, transpiraba en exceso aun para estar bailando y sus movimientos se habían vuelto muy torpes desde que la había visto. Le fruncí el ceño a Nicco, y ahora sí, molesta fui donde la niña, la agarre del brazo y la senté en una mesa, echando a una pareja que estaba besándose apasionadamente. -      ¡Ay!, suéltame idiota, ¿Quién te crees que eres? – me dijo ella tratando de levantarse, pero claramente imposible de lo drogada que estaba. Sé que dije que Nicco iba a arreglar este problema, pero de verdad me irritaban las adolecentes que se creían las dueñas del mundo. -      La dueña de este lugar, y tu niñita estas estorbándome, así que quiero que llames a tus padres o un taxi, no me importa, y te largues de aquí – desde atrás mío sentía el olor de Nicco haciéndose más fuerte y al parecer el chico con el que había estado bailando también nos había seguido con unos amigotes.    Perfecto, esto se va a poner interesante. -      ¿Qué sucede aquí? – con mis manos en las caderas me gire y me encontré con el ya-no-tan-apuesto-chico-como-pensaba que me miraba de pies a cabeza, cual predador a su presa. Ahora que lo miraba mejor, no era tan lindo como creía, tenia espinillas en su frente que disimulaba claramente con base, era enclenque y desgarbado y usaba pantalones el triple de su talla.    Next! -      No sé si eres sordo y ciego o qué, pero ella claramente es menor de edad y esta drogada. Y aquí no somos una guardería para cuidar niños así que si no se va ahora llamare a sus padres para que la vengan a buscar– gire mi cabeza para ver cómo reaccionaba la idiota allá atrás y claramente estaba enojada por lo que haba dicho. Y no era para menos, cuando eras adolecente te creías invencible e indestructible. Gran error. Cuando volví mi atención al chico, esta vez estaba mucho más cerca, y su cara había cambiado, olía su excitación por sobre el olor a alcohol y sudor de los cuerpos bailando un poco mas allá en la pista. Traté de buscar a Nicco y pedirle que se encargara de él, pero al parecer el muy imbécil se había ido. -      Creo que esto – dijo pequeño-niño acercándose a un mas y tocándome con el dedo índice del cuello hacia abajo – podemos arreglarlo de alguna forma, ¿no crees? – ugh, asco, esa fue la gota que derramo el vaso. Antes de que pudiese seguir llegando más al sur con la base de la mano le pegue en la nariz, escuchando como se le rompía. Inmediatamente cayó atrás aullando de dolor, y mientras los cercanos se reunían a ver lo que pasaba los dos amigotes que habían estado callados en ese momento avanzaron con clara sorpresa y rabia en los ojos. Se iban a abalanzar los dos contra mí, los muy cobardes, y cuando llegaron al alcance de mi mano, olí algo que antes había pasado desapercibido para mí. Eran Lycans, como yo. Bueno, al menos si caía no iba a ser sola. Estaba lista para acertar el primer golpe cuando de la nada uno de ellos cayó como saco de papas al suelo y el otro era tirado hacia atrás, cayendo en su trasero y seguramente lastimándose otra parte de él muy sensible. -      No puedo creer que de verdad te iban a atacar entre ellos dos – mi corazón dio un vuelco, fue como si de la nada me hubiesen tirado un balde con agua fría. Me paralicé donde estaba, y con la boca patéticamente abierta vi como mi caballero blanco se acercaba delante mío y me dedicaba una sonrisa que me debilito las rodillas. Adrienus Corvet. – te preguntaría si estás bien, pero veo que llegue a tiempo – giro la cabeza a donde todavía estaba pequeño-niño tirado en el suelo, me volvió a mirar de nuevo y otra de sus sonrisas casi me noqueo, botándome al suelo – al menos no fue antes de que le pegaras a él. De verdad, era imposible de creer. Sus ojos eran cafés oscuros, teñidos de diversión. Tenía el pelo negro brillante y desordenado tal y como lo recordaba de la última vez que lo había visto en su último año de Instituto, cuando yo apenas tenía quince y el dieciocho años. Su nariz era recta y muy sensual, los labios eran otra cosa. Llenos, el de abajo un poco más que el superior, que pedían a gritos ser besados y saboreados, y que prometían ser agiles y conocedores en lo que iban a hacer. Vestía ropa casual, una camisa Ralph Lauren celeste con rayas blancas que se le apretaba al maravilloso y musculoso torso, jeans azul claro y botines negros. Mientras lo tragaba con la mirada, una corriente de aire trajo una muestra de su olor, y fue como si un camión me hubiese golpeado. Me tambaleé hacia atrás y me apoye en la pared que estaba a solo dos pasos de mi espalda. Mi corazón se acelero notablemente y mi lobo interior se agito por primera vez en muchos años. Sentía como se refregaba en mi interior, como me imploraba salir para juntarse con su compañero, su otra mitad. Corvet en cambio solo me miraba con la sonrisa ahora ausente de su cara, sin entender que sucedía, pero solo iba a ser cuestión de tiempo, antes de que se diese cuenta lo que él era para mí, lo que yo era para él. -      Helena, ¿qué te sucede? – Nicco apareció a mi lado justo unos momentos después de la pelea con el chico. Coloco un brazo alrededor mío y trato de que me moviese, pero yo no podía, simplemente no entendía porque me sucedía esto a mí. – Cariño estas temblando. -      Puede estar en shock – dijo Corvet acercándose más aun, y yo automáticamente me apreté más contra la pared. Estaba atrapada, no quería que él se diese cuenta de que yo era su otra mitad, o visto de otra manera su media naranja. – Tranquila, todo está bien, solo te voy a tomar el pulso – y con eso tuvo. En el instante en que toco mi brazo una corriente surgió entre nuestros cuerpos. Era abrazador y abrumador al mismo tiempo. Sentía su lobo inquietarse y tratar de refregarse con el mío, para impregnarse de mi olor y viceversa. La cara de Corvet cambio de inmediato, si antes no lo había sospechado ahora podría estar cien por ciento seguro de que éramos compañeros de por vida. Pude ver como experimentaba distintos sentimientos, incrédulo, feliz, confuso, decepcionado, enojado. Dios, no lo conocía aun, con suerte sabia su nombre y el Clan al que pertenecía, pero dolía ver que estuviese sintiendo eso. Bueno, y no era para menos cuando él era el futuro Alpha de unos de los Clanes más grande y fuerte. Seguramente esperaba  que su compañera de por vida fuese una chica rubia de ojos azules, con un cuerpo talla cero y definitivamente no el mío y lo más importante, que perteneciese a un Clan, a una familia. El recuerdo de los míos me hizo recordar emociones enterradas ya hace mucho. Bien, si mi familia me odiaba lo más normal es que mi compañero también. Con un dolor insoportable en el pecho salí corriendo. Llevaba mucho tiempo sin llorar y no quería empezar ahora no con publico mirándome. Aun con el sonido de la música, escuchaba como Nicco me gritaba, y de Corvet, por supuesto nada. Salí por la parte de delante de un solo golpe, agradeciendo a los cielos que tenia la llave de mi moto en los bolsillos, la monte y la encendí. Salí sin traer conmigo mis cosas de la oficina, o la chaqueta para el frio o el casco. Incluso, después de un momento lo agradecí, el frio y el viento despejaban mi mente y me permitían manejar concentrándome solamente en lo que tenía por delante.

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