La muerte es una tediosa experienciaMario Benedetti Los científicos, los religiosos y el hombre en general, no se explicaban las causas de tan singular fenómeno que afectó a toda la Tierra y puso en peligro la vida de sus habitantes, su estabilidad, su congruente equilibrio ecológico y su capacidad para albergar tantos seres.El hecho ocurrió de pronto en todos los países, en unos de día en otros de noche. La noticia se comenzó a difundir y parecía meramente local, pues la gente, cansada de leer, oír y ver informaciones sobre las guerras de Medio Oriente y Centroamérica, las amenazas de una guerra radioactiva, las alzas en las tasas de interés para las deudas de los países subdesarrollados, los golpes de Estado y la intervención extranjera, no daba crédito a los titulares de los periódicos de ese día: "NO MURIÓ NADIE AYER!", "NINGÚN ACCIDENTE NI DEFUNCIÓN"; sin faltar aquellos encabezados ingeniosos: "THANATOS VENCIDO", "LA TILICA Y FLACA DE VACACIONES".Semejante hecho sí era una noticia, por todo lo que de novedad contenía. Los noticieros radiofónicos y televisivos ampliaban la información, ante un público expectante y sorprendido.•- "Confirmado -decía el carismático y confiable locutor-, el día de ayer no se reportó ningún homicidio, suicidio ni accidente imprudente en delegaciones o juzgados...Nuestros reporteros realizan en este momento una acuciosa investigación en todos los velatorios y hospitales, pues, al parecer, ayer tampoco murieron enfermos graves".En las oficinas, en las escuelas, en los cafés y en los vecindarios, todo mundo comentaba el acontecimiento, pero en un ambiente sereno, puesto que se temía escuchar en pocas horas las mismas noticias de siempre. El suceso se consideraba ciertamente extraordinario, pero al fin y al cabo pasajero.Sin embargo, el público se enteraba de más reportes sobre el asunto. A dondequiera que se moviera la aguja del radio o el selector de canales del televisor, los periodistas daban pormenores del que ya era considerado todo un fenómeno.•- "Nos enfrentamos a un hecho sin precedentes, son ya 48 horas sin que se registre una muerte, no sólo en nuestro país, pues según los cables de las agencias internacionales, éste es un caso mundial".•- "Esto es algo insólito, los hospitales comienzan a quedarse vacíos, pues los pacientes sanan milagrosamente y en las últimas horas no se registra ni un catarro, ni una diarrea".•- "Noticia de última hora: la ausencia de fallecimientos no se restringe solamente a una potente y misteriosa capacidad del organismo a regenerar sus funciones en el caso de los que estaban enfermos y a evitar la entrada de virus en el caso de los sanos, no, lo más increíble es que el ser humano se ha hecho invulnerable a los accidentes y a las balas de acuerdo con los últimos informes de nuestros reporteros".•- "Desde el kilómetro 25 de la carretera México-Cuernavaca les comunicamos sobre el violento choque entre dos autobuses de pasajeros en el cual los vehículos quedaron prácticamente deshechos, pero sus ocupantes están ilesos, repito, los ocupantes de los dos autobuses que acaban de chocar están ilesos".Por su parte, las empresas periodísticas comenzaban a tener un gran auge; se tiraban ediciones especiales que se vendían en enormes cantidades. Los encabezados seguían siendo sumamente llamativos: "EUFORIA MUNDIAL", "¡SOMOS INMORTALES!", "¡SÓLO FALTA QUE RESUCITEN LOS MUERTOS!".Un ambiente de fiesta surgió en todos los hogares, en muchos de ellos había auténtica algarabía. Los más felices eran aquellos que en un par de minutos abandonaban los sanatorios donde eran tratados de incurables males del corazón, de los riñones, de la vesícula; parecía que por fin el cáncer y el sida habían sido derrotados. También eran dichosos aquellos que a pesar de ser atropellados, fusilados, navajeados, ahorcados y ahogados, estaban enteramente sanos.El júbilo era casi general, aun los que no habían atravesado por peligro alguno se sentían seguros de que nada les pasaría. Los niños jugaban sin cansarse y repetían las frases de los adultos: "no vamos a morir, no vamos a morir". Los jóvenes vaciaban materialmente las vinaterías y además de emborracharse profusamente (las crudas habían desaparecido), rociaban el contenido de las botellas sobre su cabello. Los ancianos, estupefactos e inyectados de energía, bailaban, cantaban y no paraban de platicar acerca de sus proyectos a largo plazo.•- Tenemos tantos años por delante Juventino -decía entre suspiros una viejecita.•- Tantos no Mariquita, tenemos todos, ¡todos los años por delante!•- Es verdad Juventino, quién lo iba a decir ¿verdad?•- Pues usted dice Mariquita, ahora que tenemos todos esos años y hemos recobrado fortaleza, podríamos ser muy felices juntos...•- ¡Ah que don Juventino, no haga que me sonroje!Hombres y mujeres festejaban velada tras velada su inmortalidad, ebrios de dicha rompían calendarios y los lanzaban al viento, otros, seguros de la eterna prosperidad se sus negocios se atrevían a regalar billetes a los limosneros que aún no acertaban a definir su situación, pues a pesar de tener garantizada su salud, no dejaban de padecer la indiferencia de la sociedad.Los más contentos, sin temor alguno, se subían a lo alto de los edificios para aventarse una y otra vez. Todos los sitios estaban convertidos en verdaderos centros de variedades, incluso en las iglesias los fieles alababan con gritos a Dios, a pesar de la prudencia que los padres invocaban.Aunque en los noticiarios y en programas especiales se trataba de dar una explicación al fenómeno, a la gente sólo le interesaba disfrutar de su nueva condición y ni siquiera daba crédito a los rumores de que esto fuera eventual.-"Algunos científicos de Massachussets -apuntaban los locutores- opinan que el actual fenómeno de supervivencia puede estar ligado a la existencia de sustancias químicas hasta ahora desconocidas, desprendidas con el reciente nacimiento del volcán Pipiolo en Sevilla..."Otra de las teorías es la que mantienen especialistas de Moscú, quienes atribuyen la existencia del fenómeno a una variación de la órbita de la Tierra, provocada quizá por la interferencias de tantos satélites espaciales..."Por su parte, Su Santidad declaró en El Vaticano ante una multitud de fieles, que hoy como ayer, cualesquiera que sean las condiciones materiales que subsistan, no hay que dejarse tentar por las cosas mundanas que nos ofrecen una relativa felicidad y que, ante todo, más que festejar una presunta inmortalidad del cuerpo, hay que preocuparse por la salvación del alma..."Tanto los científicos como el Papa, tienen sus reservas acerca de que este fenómeno sea efectivamente perenne".Sin embargo, pronto comenzaron a manifestarse conductas que nadie había previsto y que ocasionaban serios problemas a las autoridades de cada país, de cada región, de cada pueblo.Los médicos estaban desesperados por no poder atender ni una herida, ni un dolor de cabeza, ni siquiera una fractura; el organismo humano se había vuelto perfecto. En estas condiciones, algunos doctores prefirieron dedicarse únicamente a partos, mientras que otros intentaron ejercer diferentes actividades, lo mismo que los empleados, gerentes y dueños de velatorios y panteones. Incluso muchos de los nuevos y lujosos cementerios, se convirtieron en clubes de golf y en centros recreativos privados.Las empresas de seguros de vida ya no tenían clientes y resentían quiebras igual que muchos laboratorios farmacéuticos. Por su parte, los policías trabajaban horas extras para rastrear y atrapar a ladrones que, confiados en no convertirse en asesinos, obligaban a sus presas por la fuerza solamente, a entregar sus bolsos, carteras y joyas.Conforme pasaban las semanas, la situación se hacía más complicada. Muchos jerarcas políticos, azorados por la presencia inusitada del fenómeno, prefirieron hacer una tregua indefinida en los campos de batalla. No obstante, otros líderes con su mentalidad expansionista, optaron por ordenar a sus soldados luchar primitivamente cuerpo a cuerpo y colocar ingeniosas trampas para cautivar al mayor número de enemigos.A pesar de que la humanidad estaba relativamente más unida y su principal meta era vivir, vivir y vivir, las relaciones diplomáticas entre los países no variaron mucho, pues con muertos o sin ellos, los ambiciosos intereses de ciertos estadistas se mantenían inalterables.Muchos problemas dejaban de serlo en estas condiciones. Ya no existía el drama de la falta de alimentos y la desnutrición; los seres humanos vivían aunque no probaran un bocado. La contaminación ambiental ya no amenazaba a los pulmones de los habitantes; se incrementaba el número de fumadores y bebedores sin perjuicio de su salud.Pero nuevos problemas se generaban: la producción de alimentos ya no tenía la misma demanda, la balanza comercial entre los países sufría por lo mismo un notorio desajuste. Y ni qué decir de la producción de armas bélicas, base económica de las potencias mundiales; ahora esta rama estaba totalmente paralizada, a nadie se podía matar y ello ocasionaba drásticos cambios en los movimientos financieros del mundo entero. Era la recesión más grave que había padecido la humanidad.Con este panorama de desestabilización tanto política como económica, la inmortalidad era una nueva amenaza para la paz social. En cada región la gente resentía los efectos de la crisis: el desempleo se agudizaba terriblemente, el nivel de vida bajaba en forma sensible, la lucha de clases se polarizaba más que nunca.Cuando terminaron las manifestaciones de euforia por la inmortalidad, lo cotidiano resultó más angustioso. La ambición por el poder y las cosas materiales crecía, la competencia en todas las esferas de la vida era más evidente. Todos querían vivir pero vivir bien, tener el mejor puesto, las maejores oportunidades, el mejor porvenir...y la realidad era otra: la gran mayoría podría vivir, pero mediocremente.Las disputas por envidia, egoísmo y miedo se suscitaban hasta en el más pequeño rincón de la Tierra, entre socios, amigos, esposos, padres e hijos.•- Andrea, no me puedes abandonar, juraste amarme toda la vida.•- Pero Felipe, ¿no te das cuenta que ahora no hay muerte que nos separe?Los compromisos nupciales entraban en desuso, las herencias ya no funcionaban y los supuestos beneficiarios tenían que rascarse con sus propias uñas. Los abogados se arrancaban el cabello para resolver si era de justicia aplicar más penas de "cadena perpetua".Mientras la tasa de natalidad crecía, la de mortalidad ya no existía. El mundo se poblaba aceleradamente, se había roto cualquier pronóstico que de por sí era alarmante.En forma paradójica, aun sin bombas radioactivas y de neutrones, la Tierra carecía de paz. Era difícil pensar en un solo ser que pudiera estar tranquilo, alegre. Reinaba la incertidumbre, todo el mundo comenzaba a inquietarse por la forma de vivir su inmortalidad, de sacarle ventaja a los demás. El caos era aterrador. Se respiraba tensión.A pesar de estar garantizada la salud física de los humanos, poco a poco se empezaron a registrar desequilibrios mentales a raíz de la intensa angustia que privaba entre la gente. Los psiquiatras que ya se dedicaban a otras tareas volvieron a ser solicitados por clientes ansiosos de hallar la paz. Con los psicoanalistas, los pacientes deseaban encontrar una respuesta al qué hacer con su inmortalidad en un mundo desquiciado y conflictivo.La angustia de las personas no se quedó en los consultorios sino que, ante el pánico de los demás, los manicomios volvieron a llenarse. Los nervios atacaban inmisericordemente. Esto asustaba más a la gente, ¿de qué servía vivir eternamente en un estado de neurosis?Los habitantes estaban desilusionados, confundidos, atrapados de por vida en un planeta desconcertante.DE pronto, después de quién sabe cuántos días o meses, en una ciudad en la que se construía un edificio, un trabajador, tras caer desde un piso doce, no se levantó de la acera. Tímidamente la gente se acercó y rodeó al hombre. Estupefactos, incrédulos, paralizados, todos clavaron su mirada en el hombre inmóvil; nadie lo quería tocar. Por fin un valiente se hincó, tomó el pulso al trabajador y atónito se dirigió al grupo y dijo:-¡está muerto!En diferentes sitios se sucedieron, uno tras otro, casos similares. Por aquí un infartado, por allá un atropellado, un incinerado, un ahogado. Cuerpos a los que se les desprendía el alma ante la expectación de la multitud.De emergencia volvieron a abrirse hospitales, salas de inhumación y panteones. Una rara paz cargada de misticismo y resignación envolvía el ambiente. Los encabezados de los periódicos aludían de nueva cuenta a los conflictos bélicos, los discursos políticos y las alzas de precios.Sin manifestaciones de júbilo, pero tampoco de desesperación y llanto, los seres de todos los confines acogieron la vuelta a la normalidad y, más que eso, a la naturalidad.La vida en todos sus órdenes se comenzó a reorganizar. Volvieron antiguos conflictos, pero ahora la gente contaba con una voluntad especial para superarlos dentro de sus propios límites, los límites que impone la mortalidad. D.R. © Teófilo Huerta, 1986 Contaba con tiempo de más para regresar a su oficina, así que aprovechó para hojear algunos libros en aquella tienda donde antes había comido.No tenía una preferencia particular, lo mismo pasaba de un libro de ciencia ficción, a uno de algún clásico y a otro sobre superación personal. Tomaba cada libro, leía la contraportada y si le interesaba iba al índice y de ahí a algunos párrafos al azar.Realmente mantenía la concentración y no levantaba la vista sino para ver títulos. De pronto sintió una mirada que lo hizo voltear, buscarla y encontrarla reflejada en la columna de espejo. Era la imagen de una bella joven de cabello castaño, vestido rojo con suéter y botas negras que a unos diez metros revisaba unos bolsos.Nervioso, quiso sostenerle la mirada a la chica, también espejo de por medio, pero ella fingió entonces indiferencia. Volvió al libro que sostenía en las manos, pero las letras que sus ojos advertían ya no eran registradas pues su cerebro le ordenaba pensar en la mujer.Se animó nuevamente a buscar los ojos de la joven y los ubicó en otro ángulo del espejo. Ella esbozó una sonrisa y él jaló aire para evitar sonrojarse antes de devolverle el cumplido. La mujer rojinegra se desentendió y avanzó algunos pasos para ver ahora unos cinturones.Ya interesado, también él caminó hacia otro pasillo hasta quedar con otra cara del espejo de frente para no perder de vista a la chica. Quería de plano dejar el libro, pero lo sostuvo como pretexto para no verse ridículo.Volvió a una página del libro, trató de leer algo como una acción mecánica encaminada a controlar sus nervios. Sintió lograrlo, así que ahora calculó la correspondencia real de la ubicación de la mujer con respecto a su imagen en el espejo y volteó dispuesto a sostenerle la mirada. Se extrañó por su error de cálculo y entonces tranquilo volvió la vista al espejo, vio a la mujer ligeramente desplazada que examinaba unas mascadas y sonrió por la coincidencia del movimiento. Volteó otra vez y no encontró nada. Sintió un vacío. Se pasó los dedos por los párpados y con resolución hizo un recorrido exhaustivo con la vista sin tener éxito.Ya incómodo, dio la vuelta a la columna y vio nuevamente a la mujer que al tiempo de probarse un perfume, le sostenía la mirada, levantaba la barbilla y pasaba su mano por la cabellera en abierta invitación.Los dos se vieron. Ya no existía duda en cuanto al ligue. Para asegurarlo bastaba con que él se acercara, le ofreciera un cigarrillo, le dirigiera alguna palabra y después con la facilidad de la cafetería en el mismo interior de la tienda, invitarle a tomar algo. El único "pero" era que al voltear al escenario real, la mujer no escapara como antes.Caminó hacia el espejo hasta toparse con él y admirar a la mujer. Las miradas seguían fijas y profundas. Dio la vuelta en una fracción, recargó incluso la espalda en el espejo para tenerla justo de frente y no halló a nadie.Ya no sonrió, ni dudó, simplemente un calosfrío le recorrió todo el cuerpo a la vez que palideció. Se puso de perfil y con el ojo derecho hacia el espejo alcanzaba a ver el bulto rojinegro, mientras que con el izquierdo al indagar, veía el mismo mostrador pero sólo con el empleado departamental.Con tristeza vio al espejo. La mujer recibía una nota. Al encaminarse hacia la caja, la chica le vio y sonrió. Al salir de la perspectiva del espejo, él la trató de ubicar en algún ángulo del mismo.Ya no le importaba encontrarla en el espacio real, ahora no quería perder ni su imagen. Rodeó la columna sin hallar nada. Se mesó el cabello y se mordió una mano. No advirtió siquiera al empleado que pasó junto a él y que lo examinó extrañado.Con los ojos fijos en el espejo volvió a tope con él pero ahora de frente. El libro que aún llevaba se le zafó y apoyó las manos sudorosas en el espejo para examinarlo con las yemas de sus dedos, como queriendo palpar un nuevo mundo.Recorrió las cuatro caras de la columna y eligió una. Todavía frente al espejo se alzó y se agachó sin despegar las palmas del mismo. Parecía que medía o realizaba algún trabajo sobre el cristal. Se mareó, perdió parcial y fugazmente la vista y el equilibrio.Cuando recobró el control, jaló otra vez aire y encontró felizmente a la distancia a su mujer rojinegra. Sonrió y pareció rescatar la tranquilidad pues sus ojos distinguían que la veía ya no como imagen sino realmente en el amplio espacio de la tienda. Sin moverse, observó como la mujer pagó en la caja y recibió un paquete. Ella también le miró y le guiñó un ojo para después retirarse y salir completamente del establecimiento. Todavía con la anterior sensación de buscar la imagen desde diferentes ángulos, movió la cabeza pero se percató de que ya no tenía al espejo de frente y que esto no era necesario. Inquieto por perder al objeto de su deseo, no se angustió al pensar que lo único que ahora tenía que hacer era caminar o correr libremente e ir tras ellas hasta donde pudiera abrazarla.Al dar el paso chocó con una barrera invisible. Volvió el estremecimiento y los ojos abiertos a su máximo. Intentó por su flanco derecho y sintió lo mismo. Igual ocurrió hacia los restantes dos lados. Con la cara totalmente descompuesta trató de huir, pero únicamente pudo palpar con las palmas de sus manos las cuatro barreras que le rodeaban.D.R. © Teófilo Huerta, 1993 Sobre aquella larga mesa de madera posaba el enorme pastel circular que Carmelita había preparado afanosamente. Sus manos le habían transfundido sangre de su corazón eternamente ligado a su bisabuelo. Sobre el pastel tumultuosamente agolpadas las 115 velitas pacientemente colocadas por los tataranietos.Fermín estupefacto contempló la escena, mas su rostro no expresaba ni un dejo de felicidad, ésta ya se le había agotado años atrás. Sus ojos cataratosos aún divisaban, mecánicamente, sin la avidez con que en la infancia descubría su entorno: rostros, figuras, paisajes, sin la curiosidad con que armaba rompecabezas, escudriñaba canicas, delineaba contornos en una hoja de papel, carente de la sorpresa de reflejarse en otros ojos; tampoco con el morbo aprendido para deleitarse con unos labios femeninos, unos senos o unas caderas; menos con la pasión juvenil de capturar paseos, jardines, playas, fiestas, amores y de hacer registros nemotécnicos y fotográficos; ya no con la emoción para atestiguar el nacimiento de sus hijos y los juegos de sus descendientes, menos con la templanza adulta para observar el entorno y valorar la importancia de la vista, ni siquiera con la nostalgia de repasar viejas fotografías y examinar los rostros de sus descendientes. No, ya no, sus ojos opacos, casi estáticos, eran meras cámaras para enfocar el momento y punto y aparte.El entusiasmo de toda la parentela era patente, la atmósfera se llenaba de la gritería de los niños, la plática y risas de los demás, los aplausos, los gritos y por supuesto las desentonadas Mañanitas cantadas por todos. Y Fermín escuchó, sin la nitidez de antaño, sin separar los sonidos, como un escándalo de bulto; escuchó sin perturbarse, sin emocionarse, ni siquiera fastidiarse. No escuchó con la sorpresa que le causó el movimiento digestivo y los retumbantes latidos de su madre, ni con el susto de su propio llanto, las primeras voces ininteligibles; tampoco con la paz que le provocaban los arrullos, menos con el interés por captar los deletreos y las agradables diferencias entre vocales y consonantes; tampoco con el interés que le producía escuchar su nombre que le daba identidad; menos aún con la desenfrenada pasión por un disco a alto volumen, ni con la conmovedora y tersa disposición para captar muy cerquita del oído un "te amo", lejos también del interés por el romper de una ola, el silbido de un pájaro, el ququiriquí madrugador de un gallo, el mugido de una vaca, el tañido de una campana en un apacible poblado; ni siquiera con la excitación que le provocaba un jadeo, ni la ternura que le despertaba un incipiente llanto de bebé; tristemente tampoco por la paz que le inspiraba la recitación de un poema. No, ya no, sus oídos ubicados en sus cada vez más grandes orejas, casi sordos, eran meros radares para apenas distinguir y punto y aparte.Un aroma de antojitos y buena comida, de aire fresco y cordial privaba el ambiente. Y Fermín olió, sin la claridad de antes, dejando solamente penetrar por sus fosas nasales los olores que le rodeaban; olió sin inmutarse, sin despertársele el apetito. No olió con la avidez con que lo hizo para localizar la leche materna, ni con la curiosidad para descubrir el olor de un líquido, del corcho de una tapa, de su propia piel, tampoco con la agradable sensación producido por el aroma de una flor, una fruta, el ladrillo mojado, el pasto, la brisa del mar; menos por el apetito que le despertaba el vapor de una sopa o un guisado; no con la agradable sensación de oler el aroma de una mujer recién bañada o el artificial perfume, ni con el natural deseo de percibir otra piel y su sudor natural; menos con la perturbadora sensación de aspirar el íntimo humor de su amada; ya ni con la mera necesidad de aspirar para oxigenarse. No, ya no, su nariz le estorbaba y simplemente era un artefacto para respirar y punto y aparte.La fiesta era alegre, los niños jugaban con la tierra y con globos, las manos de los adultos movían platos y cubiertos de aquí para allá. Y Fermín recibió besos y abrazos al por mayor, sin la disposición de cumpleaños pasados , dejándose nada más querer; él tocó pieles y vestidos, platos y cubiertos, pero de manera autómata. No tocó como se aferró al seno de su madre, como le recorrió con las yemas de sus dedos el rostro, como aprisionó la nariz de su padre, como descubrió las texturas de sonajas y cobijas, tampoco como descubrió la redondez de las canicas y la finura de la tierra; menos con el jugueteo de su pene y la habilidad de lanzar un balón; ni siquiera con la atracción de sujetar un manubrio o volante; tampoco con el confort producido por la arena seca y mojada de la arena, o la belleza de rasgar la cuerda de una guitarra, ni con la timidez de un roce de labios; menos con la seguridad al manejar una pluma o teclear; tampoco con la ternura de una caricia o el apretón de un cuerpo desnudo y su acompasamiento; ni acaso con la firmeza de estrechar una mano. No, ya no, sus manos arrugadas y deformes ya no tocaban igual, eran meras pinzas para sujetar lo inmediato y punto y aparte.Los comensales degustaron cada platillo hasta saciarse, saborearon el pastel de Carmelita detenidamente y le ayudaron a Fermín a comer un trozo. Y Fermín recibió los bocados, sin el antojo de los ayeres, solamente deglutiendo. No degustó como saboreó su primera leche materna, su dedo, su chupón o su primer biberón, tampoco como paladeó sus papillas, un dulce, el agua de horchata, la carne molida, el pollo, las habas y verdolagas; ni siquiera como sintió el sabor de una cerveza o un licor; menos como inflamó su corazón con la lengua y la saliva de una mujer; ya ni siquiera con el remanso de pasar agua. No, ya no, su boca frágil y reseca albergaba una tosca y rasposa lengua y muchos dientes postizos nulamente sensibles; era un mero recipiente para introducir el subsistente alimento y punto y aparte.En el convivio se formaron grupos donde la palabra igual servía para jugar o burlarse, que para discurrir sobre cuanto tema viniese a la cabeza. Y Fermín recibía las palabras, pero a lo mucho asentía con la cabeza sin involucrarse en un diálogo. No habló como emitió un agudo llanto al llegar al mundo, tampoco como sonidos guturales inundaron de felicidad a sus padres y hermanas; menos aún como copió sus primeras palabras e inventó las propias, ni siquiera como cuando orgulloso deletreó o cuando recitó en la ceremonia escolar; tampoco como cuando se hizo presente en las charlas informales de amigos y familiares; menos cuando nerviosamente se declaró por primera vez o cuando formalmente hizo patente su amor por la mujer de su vida; para nada como cuando contó un chiste, una anécdota o eruditamente dio una clase o un discurso, al menos una opinión; en lo absoluto como cuando entusiasta lanzaba piropos o desafinado cantaba; no habló como cuando se enojaba, entristecía, o apasionaba. No, ya no, la palabra ya no se le daba, sus pensamientos se aglutinaban y ya no afloraban; sus pocas palabras eran meros recursos para expresar necesidades inmediatas y punto y final. D.R. © Teófilo Huerta, 2007 Francisco se ocupaba desde hacía muchos años de agendar meticulosamente todas sus citas y actividades, fueran laborales, sociales o privadas.Tenía una profunda fascinación por las agendas. Era como tocar el tiempo en su conjunto, el pasado, el presente y el futuro.Regaladas o compradas, siempre elegía con anticipación la agenda del próximo año y se deshacía por estrenarla. Aunque las prefería por semana, un fin de año encontró una que era por días que le atrajo mucho y la adquirió personalmente. Apenas comenzó el siguiente año, destruyó parsimoniosamente su agenda vieja y a la nueva la colocó estratégicamente sobre el escritorio de su oficina y comenzó así a programar sus pendientes, obligaciones y compromisos; su vida toda.Antes de concluir cada jornada laboral daba vuelta a la hoja para ver sus actividades del día siguiente. Todo iba de maravilla como siempre cuando un día de marzo dio la ritual vuelta a la hoja de su agenda y para su sorpresa se encontró con que se saltaba el día posterior, no había mañana. Incrédulo regresó a la hoja actual y a repasarla con sus dedos, pero no, no había error, se saltaba una fecha. Ya inquieto pasó las siguientes hojas para ver si no estaba traspapelada, pero tampoco. Se llevó la mano a la frente y la bajó hasta la boca. De pronto un escalofrío invadió su cuerpo y una idea se posesionó de él, era posible que el día siguiente no existiera para él, mejor dicho, el no existiría para el día siguiente, a lo mejor su muerte estaba señalada. Vio su reloj y sin pensarlo mucho salió sin avisar directo al establecimiento donde había adquirido la agenda. Entró, buscó una agenda igual y no encontró sino un par que eran diferentes. Volvió a ver su reloj y se dio cuenta que perdería mucho tiempo en buscar una idéntica, así que tomó una, la pagó y de inmediato la revisó día por día; al verificar que estaban los 365 días del año se tranquilizó un poco.De vuelta en su oficina y ya casi solo, por una cosa de superstición se dio a la tarea de transcribir a la nueva agenda todo lo que había puesto en la que tenía en su escritorio. A hora y media de que terminara el día, la rapidez y los nervios arrojaron una letra no muy pulcra, pero logró su cometido, luego destruyó la que había sido su agenda favorita y la depositó en un basurero lejano a su espacio. Respiró profundamente, dejó impecable su agenda señalando el próximo día con sus respectivos compromisos, tomó su carpeta y saco y salió rumbo a casa.Ya en su hogar espero algunos minutos para traspasar el día, no fuera a ser que la "medicina" no funcionara y de todos modos no viera la fecha siguiente. Después de las 12 se tranquilizó más y hasta sonrió, se fue a recostar pero con todo y los obstáculos superados, el miedo le impidió conciliar el sueño sino hasta muy entrada la madrugada. Por fin despertó y se sintió verdaderamente aliviado, estiró feliz su cuerpo y le dieron ganas de tomarse el día e ir al campo a relajarse, sin embargo pudo más su responsabilidad al recordar una cita importante de trabajo, incluso sonrío pues el recordatorio le llegó por la imagen mental de la cita apuntada en la agenda sustituta. Tras de arribar a su oficina, el día transcurrió sin novedades ni inquietudes. Al llegar la hora de partir volvió a sonreír por lo sucedido la víspera y ahora con mucha seguridad dio vuelta a la hoja de su agenda y repasó las actividades del mañana. Tomó sus cosas y salió, hizo escala en un restaurante donde cenó a placer y después llegó a su casa directo a la cama. Muy tranquilo suspiró y pronto cerró los ojos y durmió. De su sueño jamás despertó.D.R. © Teófilo Huerta, 2006 Con el jabón de tu piel me baño esta noche,no tengo ningún reproche,me llenas de miel. Este usuario no tiene textos favoritos por el momento
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