Han pasado siglos, hoy la ciudad llora desde el tráfico habitual… Aquella noche una diáspora de estrellas en el cielo y nosotros en el infinito, he vuelto sobre mis pasos viejos, trato de reconstruirnos, te busco en un resplandor del sol en el mar mientras sueño entre las ratas nocturnas y te percibo feliz pero tan lejos de mí como la luz. La ciudad nos amaba y hoy sin nosotros es un triste cadáver, miasma de lagartos ciegos en su creencia de ser golondrinas. Renato levantó el sobre al pasar junto a la banca más alejada en el parque, lo guardó en su libro y se fue. Aquella tarde el cielo estaba tristemente ataviado de gris oscuro, la gente andaba cabizbaja y la ciudad gemía desde el tráfico habitual. Adriana caminó lentamente, algo jorobada, arrastrando los pies y su rostro lucía más avejentado que nunca. Su piel pálida y el morado bajo sus ojos le daban aspecto de agonía, llevaba más de tres noches sin dormir, apenas probaba alimento y le hacían falta lágrimas para expiar el dolor. Escribía ese universo de posibles e imposibles conformado por las palabras, la mantenía viva. Todo comenzó cuando nació. Su madre logró hacerle sentir que la vida la odiaba y jamás habría algo bueno y hermoso para ella, a su padre nunca lo conoció y tuvo tres medios hermanos con los que jamás hubo cercanía. La pobreza y la soledad eran sus compañeras frecuentes, siempre pasaba desapercibida y en la calle todos la empujaban. Con bastante sacrificio asistió a la escuela y se refugió en las letras, leía lo que llegaba a sus manos, escribía hasta en la bolsa del pan, divagaba y soñaba todo el tiempo que erea hermosa, amada, se miraba rodeada de comodidades y así, su ánimo se fue perdiendo entre fantasías y frustración. Su madre desapareció y Adriana quedó sola en un departamento pequeño, húmedo, casi vacío. Ella sabía que aquella mujer andaría vagando, quizá había enloquecido o estaría muerta, al fin era libre de su madre. Trabajaba desde pequeña en una fonda, comenzó barriendo a los 8 años hasta llegar a ser encargada de la cocina. Le gustaba sentir toda clase de texturas y disfrutar todos los sabores posibles. Sentía unidad, cierto equilibrio al cocinar y más aún, al compartir los alimentos, por tal motivo pasaba tardes enteras horneando galletas y pasteles, los cuales repartía entre sus vecinos, mientras, el tiempo pasaba dibujando angustias en su rostro.Se sintió útil y valiosa, sus compañeras la querían y escuchaban con atención las lecturas de Adriana a la hora de cerrar; principalmente poesía y relatos breves; creía que eso era algo parecido a la felicidad pero aún había algo que faltaba en su vida, el amor. Sus labios no sabían lo que era un beso, sus manos no sabían lo que era una caricia. Se sabía fea y sin formas sensuales, labios delgados, ojos pequeños, nariz larga pero su voz era dulce, clara, pausada. Su timidez y su silencio causaban cierta ternura, era como un ratón en medio de la tormenta. Un día comenzó a escribir cartas a alguien que aún no llegaba a su vida pero ella sabía que en alguna parte, el pecho de un hombre se inflamaba de abrazos para ella, entonces no volvería a despertar en la madrugada, cubierta de sudor y lágrimas para descubrir que nadie le serviría una taza de leche y le llenaría de besos el rostro, el cuello, los senos y esa parte entre las piernas que le causaba terror y extrañas sensaciones. Una noche despertó al escuchar ruido en su puerta, al abrir encontró a una gata blanca, sucia y flaca como ella, arañando la puerta. De inmediato la cargó, la envolvió en una manta y le sirvió un poco de leche tibia. Desde ese momento hubo una razón para despertar cada mañana. La llamó Nieve.A los pocos días comenzaron a dejarle flores, chocolates, juguetes, perfumes en la puerta y ella sonrió un poco, se compró ropa, se ataba con listones el cabello y hasta se veía un poco bonita. Escribió más que nunca y esperaba el día en que su amado tocara a la puerta para tomarla en brazos y no dejarla nunca, pasaría noches en vela leyendo sus cartas.Una noche llamaron a la puerta y ella saltó de la cama, seguro era el hombre que la amaba en secreto, con el que compartiría el desayuno, el baño, las penas y las alegrías. Su corazón latía aceleradamente, sudaba y casi resbaló al cruzar por la sala, entonces abrió y encontró algo que no olvidaría jamás, algo que le robaría el sueño y la paz... Un muñeco de trapo con un letrero en pecho que decía: “Te amo”. Escuchó risillas y vió correr sombras pequeñas.Lloró mucho y se golpeó la cabeza con las manos, se reprochaba por ser tan estúpida y creerse merecedora del amor. Los muchachos comenzaron a llamarla loca, fea, vieja y las vecinas trataban de sacarla del trance pero Adriana ya estaba muy lejos de la realidad. Dejó de cocinar y hornear pasteles, dejó de arropar a su gata y estaba dejando morir su cuerpo, su alma estaba muerta desde que nació por eso todos la empujaban en la calle, Adriana era imperceptible, un fantasma. Después de tres días sin dormir y sin comer decidió escribir una carta de despedida para quien sea, para quien quisiera leerla y sentirse amado por una sombra. Alimentó a la gata que casi estaba en los huesos y salió a caminar, traía el sobre con su dirección en la mano, tal vez alguien se compadecería de ella y le escribiría una carta, sólo una y podría morir en paz. Caminó por el parque cercano a su casa. Renato vivía con sus padres, era hijo único, un hombre amable y sereno. Era médico de profesión pero su pasión en la vida era la literatura, principalmente la poesía. Ejercía la medicina en un barrio pobre, casi no cobraba y regalaba los medicamentos, ayudaba a quien se atravesaba en su camino. Tras de su bello rostro se ocultaba un alma aún más hermosa aunque algo extraviado en sus delirios de poeta. Gustaba de pasear por la ciudad, asistía a museos, conciertos, viajaba constantemente a los pueblos más alejados y míseros. Su madre presidía una fundación que apoyaba a madres solteras, niños en situación de calle y ancianos abandonados, su padre era director de un hospital de lujo y nunca se opusieron a que él se dedicara a escribir. finidad de mujeres se acercaban a Renato con toda clase de intenciones pero él no encontraba esa chispa que haría temblar al mundo en ninguna mirada, no escuchaba la música del universo en ninguna voz, no lograba verse reflejado mil años después del primer encuentro en ninguna mujer. Era más bien solitario porque los amigos le incitaban al vacío, las borracheras y encuentros ocasionales, le insistían que era bien parecido e inteligente, además de poseer una gran fortuna. Pero buscaba más, sabía que en alguna parte la ternura de una mujer florecía para él, quizá una chica frágil pero con deseos de vivir, una musa que existiera para y por sus versos.Llegó a casa y leyó la carta de Adriana, lloró al descubrir su corazón de poeta perfectamente retratado en aquellas palabras, la mujer que escribió esa carta era su alma gemela. De inmediato escribió una respuesta y la llevó a la dirección que traía el sobre. Decidió esperar hasta que fuera el momento oportuno y mientras, llevaría siempre una carta acompañada de una flor. Algo despertó en su interior y se dedicó a imaginar a su amada. No dejaba de sorprenderse, quizá la conocía pues ella vivía muy cerca de su consultorio. Adriana llegó a su casa y miró el sobre, lloró al recordar lo que había sucedido pero también lloró por saberse tan ingenua y volver a soñar. Temblaba de pies a cabeza, la gata maullaba de hambre y ella rompió el sobre. Al día siguiente lo mismo, una carta y una flor, la gata maullando, ella temblorosa y volvió a romper la carta. Al día siguiente igual y así varios días hasta que se dio cuenta de que salía y volvía a la misma hora, ansiosa de encontrar otra carta bajo su puerta. Después de varios días decidió abrir una carta y poner la flor en agua, entonces supo que no era broma y decidió responder. Para ese momento Renato languidecía y le parecía una infamia no ser correspondido, él creía que todas las mujeres debían enamorarse de los poetas. Al encontrar una respuesta, volvió a sonreír. Las cartas eran largas, llenas de promesas, ternura, pasión, hasta que Renato comenzó a sentir temor, quizá una mujer tan inteligente y hermosa era asediada y él deseaba protegerla, llegar al hogar y encontrarla leyendo, quizá escribiendo o bailando de alegría, llena de vida y amor, comenzó a insistir en que debían encontrarse. Adriana lloró de miedo pues seguro Renato era joven y apuesto, mientras ella envejecía rápidamente. Intentó volver a trabajar pero ya no tenía fuerzas ni entusiasmo, su salud empeoraba y sabía que pronto moriría. Decidió decir adiós a Renato, escribió la carta y la ató al collar de Nieve. Salió de su casa y al volver no estaba la gata, Renato la llevaba en brazos, la instaló en su casa, leyó la carta y lloró. Escribió, salió corriendo y tropezó con una mujer que apenas se sostenía en pie, la miró y sintió frío, miedo y un deseo inmenso de protegerla, esto lo atribuyó a su profesión y de inmediato sintió asco; humano y hombre al fin jamás podría pensar que así era su amada, esperaba a una mujer joven y hermosa, delicada como un clavel. Miró a los ojos a ese despojo humano, su amada Adriana y siguió corriendo, no alcanzó a ver que ella se desvaneció. Lo último que Adriana miró fue un sobre en el piso junto a ella, lo último que sintió fue el deseo sobrecogedor de que ese hombre la tomara en brazos y la amara eternamente. Cubrieron sus cuerpos débiles con un abrazo, las entrañas desgarradas y vacias les oprimían el alma. Ríos de gente y basura inundaron las venas-callejones de la ciudad-cadáver y los niños abrazaron perras soñando que eran sus madres. Frente a mesas pletóricas de exceso y nostalgia,ella se aferró a viejo rebozo y él a su bastón, en la noche de artificios y nieve que cual verdugo avanzó tras de sus pasos inciertos.Se recostaron sobre una banca en el jardín frente a la parroquíaa ver morir un año y a traer a cuestas otro. Les arrancas la muerte de los ojos a los parias, bestias que se arrastran fuera de la vieja Catedral, miras con asco los muñones y las llagas, odias la vida (Esa vida a la que los ciegos y los idiotas se aferran tanto) ahogas en alcohol lo que otros consideran hermoso, esas bestias huelen a orina y a ti te hierve de pus el alma (Eres poeta) ofreces amnesia, idilio, fugacidades y crueldad, a veces ferrocarriles vacios, burbujas de jabón, cigarros de flores y lágrimas de fango... Ellos son tu musa, los deseas con sucia pasión, los necesitas, les arrancas la muerte de los ojos a las bestias para devolvérselas en palabras porque los maldices con tu falsa piedad. Agitada mi respiración, llegué para escuchar al poeta. El palacio lucía resplandeciente, doncellas y caballeros ostentaban su aristocracia. Servirían vinos y bocadillos exquisitos, pagaron fortunas para escucharlo. La boca famélica del poeta decía quimeras y delirios, su voz vibraba en la inmortalidad de las almas. Repentinamente todos llorábamos a raudales y del poeta moría la carne frente a los mendigos, rameras, andrajosos y borrachos. El viento olía a miasma de ciudad mientras en el palacio se rendía homenaje a la crueldad del gobernante que funda su riqueza y erige su sistema sobre la inextricable miseria de un pueblo. Una tarde entre las venas sórdidas de la ciudad, él se sentó fuera de la biblioteca México a mirar el entorno ensuciarse de ozono, bestias de plomo, ratas y publicidad. Las dieciocho horas caían sobre el hastío de la tarde húmeda de lágrimas de nube y algo parecido a un suspiro abandonado flotaba en el reino de las sílfides, mientras filas de transeúntes cabizbajos entraban y salían del lugar de los libros y del lugar de las artesanías. Él rehusaba permitirse la entrada de los recuerdos porque no deseaba invadir de nostalgia el contexto ideal para recibirla a ella, su presente. Sin embargo la vieja reminiscencia venció y los días antaño le envolvieron en tinieblas. La lividez transformó su rostro, ocultó la cabeza en las rodillas, se abrazó las piernas y nadie notó que se hundía en aquel pasado sombrío. Sucedió en las calles del centro histórico parecidas a un carnaval de sonidos, colores, ambrosías de manteca, dulces rancios y ángeles reptando en el fango del erotismo a cambio de monedas. Él miraba absorto las cúpulas de Catedral. Soñaba leyendas de monjes lacerándose en la celda, por amar mujeres con faz de imagen sacra. Atravesó la plaza de la Constitución y al estar frente a las puertas de Catedral pasó sus manos suavemente por la madera labrada. Deseaba tanto absorber la historia, las pasadas vivencias y untárselas en el alma. Un par de ojos obscuros orlados de un par de ojeras grises le apartaron de sus quimeras, tropezaron las miradas y en una nota efímera el órgano de Catedral advirtió una tragedia. Él sonrió y ella respondió con una extraña mueca taciturna. Él mostró hojas vestidas de poesía y ella sus bocetos, fantásticas imágenes a las que llamaban basura. Caminaron hacia Santo Domingo ajenos al peligro que acecha en cada esquina del Distrito Federal. En la fuente de la plaza frente al antiguo Palacio de la Inquisición, solo ellos permanecieron bebiendo el rescoldo de una cerveza y tal vez algún mendigo, una vieja prostituta o un perro, deambulaban frente a ellos. Él habló de brujas, fantasmas, hadas y trasgos, ella prefería los vampiros y demonios pero ninguno cuestionó sobre el pasado ni mencionó el futuro. Ambos pensaron en aquellas oquedades entre cada instante y preferían vivir intensamente el momento ya que podrían desvanecerse en alguno de esos vacíos. Él llegó al hogar cálido y en sus ojos color nuez brillaba un sueño: Su fantasma triste. Ella llegó al hogar donde una mano le oprimía mientras la otra la acariciaba, se miró al espejo y pensó en ese ángel intempestivo. Se miraba a sí misma como la sombra que acompañaría siempre al ángel desde sus pesadillas hasta la realidad, el ensueño y la muerte. Él pernoctaba recolectando gotas de estro, buscaba figuras o leyendas extraordinarias en el corazón lastimado de la ciudad mientras ella se desvanecía en sonidos apenas perceptibles y entes no visibles porque creía en las dimensiones sobrenaturales y los dones extrasensoriales. Él era versos y ella era imágenes. Él invocaba a las musas, que se posesionaban de sus manos y su imaginación haciéndole escribir versos inefables y ella invocaba a los seres que ya no tienen carne, esencias intangibles que se posesionaban de su voluntad, haciéndole desear cada vez con más intensidad, morir. Solo en una amistad extraña y misteriosa, la mirada resultaba más poderosa que cualquier confesión. Hubo días en que ninguno habló, él escribía, ella dibujaba y ambos bebían vinos tintos en vasos de plástico que para ellos era sangre divina en cáliz de oro. Se perdían en el centro histórico, andaban descalzos en el césped de los jardines, corrían atravesando las fuentes de Alameda; aguas de triste color cetrino y aroma fétido; ante la furia de la autoridad, declamaban en público sin que nadie lo solicitara, danzaban en plazas abarrotadas de mercaderes, reposaban sobre las tumbas de algún cementerio o por las tardes; sedentes en cualquier banqueta; debatían acerca de la corrupción en México, la opresión del sistema y ella creía con firmeza en la revolución, arrebatar con las armas lo que era legitimo del pueblo, mientras él tenía fe en la voluntad individual y la sensibilidad pacífica. Finalmente ambos sonreían mirando al cielo, suplicando en silencio a un Dios o a un Lucifer que jamás sus destinos tuviesen que apartarse. Pero ella era ya taciturna aún antes de conocerlo y el pesimismo le alejaba de los motivos que aferran a existir. Él era un destello que a veces iluminaba sus tinieblas, sin embargo ella sabía que no era posible perpetuar la sensación porque no deseaba arrastrarle al abismo. Le llamaban bipolar y la miraban compasivos. Se soñó colgando de un árbol seco, ataviada de terciopelo negro, con el cabello en desorden, ojeras grises, labios morados y los ojos color noche, cerrados. Soñó que la recordaban hermosa y la extrañaban. Se bebió una botella de jerez y pintó, se despidió así de la vida y colgada de la regadera de su baño… Repentinamente él levantó la cabeza. Su rostro perlado de lágrimas era idéntico al de un ángel postrado clamando paz. La Ciudadela lucía solitaria, lóbrega. Una caricia gélida en las manos le hizo estremecer, miró una sombra ocultarse tras de un arbusto. Finalmente llegó su presente, la dama que sonreía y le invitaba a cenar, a bailar, a mirar cintas de amor en cualquier sala de cine, a vivir simplemente ahora que era él quien carecía de motivos que le aferrasen a existir. La sombra cumplió su promesa. Andaba siempre al lado de él llamándole y devastando lentamente su existencia. He cumplido 32 años. La fiesta de ayer estuvo maravillosa, los cocteles deliciosos y la música muy variada. Al menos logré que mi hermana cuidara a la niña. ¿Qué sucede? No había divagado desde aquella despedida. Minerva se fue y prometió no olvidar quien era ella y quien era yo. Recuerdo cuantas veces tropecé, casi me arrollaban los automóviles y si alguien me llamaba yo tardaba en responder, su esencia me perseguía y yo pasaba horas evocando el aroma a flores que se desprendía de su cabello, su mirada, su silencio que me decía más que el bullicio de toda la ciudad. Todos gritaban ayer: “Feliz día Romina”, “¿Qué más le pides a la vida si tienes un esposo encantador, una linda hija y te ves hermosa?”. Cielos, el brandy en mi cuerpo. Neuralgia, náusea, vértigo. Suena el teléfono, seguro es mi hermana para devolverme a la niña, la adoro pero a veces todo me abruma. El trabajo en esa horrible oficina de gobierno, Julius con sus celos, mi madre diciendo que nunca aprendí a ser una verdadera señora, el casero exigiendo la renta puntual, los trastes sucios de hace una semana, mi bebé llegando del colegio y queriendo jugar o pintarrajear con mis lápices labiales el tapiz de la pared, quiere que yo sea paciente, que me arrastre con ella por el piso y salte en la cama, que revise su tarea y aún tenga deseos de preparar galletas o pastel. ¡Ella con sus 6 años es inocentemente egoísta y nada sabe de perder u olvidar en algún traje sastre los sueños! Mi hermana llega en una hora para devolverme a Regina, mi bebé y Julius todavía está roncando en el sofá. No quiso dormir conmigo en la cama porque cuando se embriaga prefiere estar solo y yo se lo agradezco. La última vez que hablé con Minerva yo aún sabía construir ideales y deseaba viajar por todo el mundo, ambas estábamos seguras de que un día nos encontraríamos en La Torre de Pisa, en los castillos rumanos, en Brujas o bebiendo whisky sobre la tumba de algún escritor. La más bella cualidad de Minerva era la perseverancia y aunque su familia se oponía a que ella estudiara historia del arte, lo logró. Sinceramente me avergonzaría que me encontrara tirada en la cama, con una resaca del demonio, un esposo panzón y flojo, una niña bonita pero muy caprichosa, vestidos de señora pueblerina, un título de licenciada en economía y mis pinceles, el caballete, mis musas, mis pantalones de mezclilla, mis convicciones, todo empolvado y cubierto de esa telaraña que te escupe la vejez sobre el rostro. ¿Qué sucedió? Un día Julius y yo nos casamos, entonces la antigua Romina se murió frente a un altar vestida de novia, rodeada de amigos, en medio de una iglesia llena de alcatraces y gardenias e inmediatamente nací yo, la esposa, la madre, la que ya no tiene derecho a independencia, la que ya estaba en edad de formalizar su vida. La edad es un requisito o una cláusula, el sistema te dice como te debes ir comportando, cuales serán tus obligaciones y porque debes renunciar a lo que te hace feliz. Te hacen sentir absurdo y estúpido si eres libre, espontáneo, si luchas contra corriente por tus sueños aunque eso signifique decepciones para tu familia y desprestigio ante la sociedad... El timbre, seguro es mi hermana. No estoy delirando ni es un espectro ¡Es Minerva la más bella certeza! Luce perfecta con su pantalón de mezclilla desgastada, su cazadora de piel negra, botas negras sin tacón ni plataforma, bufanda blanca sobre una ligera blusa negra, boina blanca tipo francesa y tras de las gafas sus ojos color miel... Lo sabía, ella se llevó mis ideales para protegerlos y volvió para recordarme que quizá morí pero existe la reencarnación y ambas somos eternas... Ya casi no recuerdo el rostro de Julius ni los patéticos encuentros eróticos con él. De mi niña Regina solo sé que entre Julius y mi suegra la están entrenando para ser una gran señora y yo no me arrepiento porque mi destino se llama Minerva. Entre ella y yo nunca se interpuso la distancia, esto es la quintaesencia del amor sin género, edad, prejuicio, sin tiempo ni espacio. Una rata cruza mi camino ¿Suerte será que haya pasado frente a mí? Tránsito, polución y estruendo,llovizna pertinaz que plasma en mi libreta vacía una historia con lágrimas de cielo.Esa rata que afanosa busca algún desperdicio es lo más vivo que he percibido hoy ¡Y ni siquiera me ha mirado! EL MUERTO Huele a madera, cirio y nardos, fútiles son ahora plañidos y plegarias. Me abandonan olvidando que la podredumbre y la tierra asolarán mi cuerpo exánime, se van dejándome ataviado con finas sedas y encerrado en un cajón de cedro... El hedor ya oprime rescoldos de mí, seré reminiscencia, silencio e inexistencia ¡Cuán lóbrego y húmedo es mi hogar! Ya las bestias rastreras se atragantan, sacian su vida mísera con mi muerte... Bajo una lápida ostentosa y con flores marchitas permanecerán eternamente los sórdidos restos del fantasma errante, quizá alguno dirá: “Aquí yace aquel olvidado muerto”. LA PLEGARIA DE UNA BRUJA ¡OH vasta soberana de la alta noche! Ante ti se postra la mas devota de tus hijas e invoco tu magia ancestral, ya percibe mi esencia la caricia de tu luz cual una zarpa fantasmal... ¡OH luna arráncame de este suplicio y aléjame de la humanidad que solo sabe juzgar! ¡Que tu luz y mi muerte lloren maldiciones sobre el mundo! ¡OH luna impide que mi recuerdo se ensucie con sus estúpidas plegarias y sus fementidos salmos! ¡Así sea luna, vasta soberana de las tinieblas, a ti encomiendo mi inmortalidad! AMBROSIA ALCOHOLICA OH Dios que subyugas y sublimas, verdugo implacable y compañía en mis aciagos días, inundas mi entraña de febril delirio, inspiras proezas, provocas idilios.OH láudano que vagas raudo del cáliz a mis labios,ambrosía alcohólica, si a tu encanto macabro he de sucumbir hazme bestia, mas si yo te poseo a mis designios uncida estaráspues te hice musa, sordidez libertaria, amante ideal que ha de brindarme besos a manera de dulce licor. POEMA AL VINO Bendito alcohol subyugada en tus burbujas te place saberme ¡Dulce demonio! Fiel compañero en mis días infaustos,trágame y vomítame a los inframundos que por ti seré náyade rebelde en fontanas de licor. Uncida a su virtud taciturna, la virgen espera, tiene cándida faz y cuerpo ávido de fruición. Desde el páramo de ángeles sublevados Gabriel la mira absorto y sueña eróticos idilios con María la virgen...Gabriel no sabe si ha expiado su intemperancia.El Dios que subyuga decide enviar al hijo no humano al mundo mortal disfrazado de Mesías y adalid. La virgen de rostro níveo se resigna:¡Será esposa de un hombre pero madre del hijo de Dios!Gabriel, quintaesencia entre los ángeles, llevará a María la misiva.En el lecho de la virgen acaece: María desnuda e insolada entre las alas de Gabriel. Nadie escuchó de los amantes la fatigay para Dios nunca habrá certezasi es José padre de Jesús,entonces furioso mata al que no es su hijo en una cruz y goza con mórbido placer la carne devastada de Jesús el redentor libertario. Una noche lúgubre las alas de Gabriel tiñen de sangre la luna,el corazón de María expira en su pecho desnudo,ávido de las caricia del arcángel suicida... Eternamente devastado y arrepentido Dios extrañará de Gabriel la levedad, de María la sensual candidézy de Jesús la libertad. Se habló de presocráticos, de México y sus intelectuales. Las palabras se disolvían en polución y eco mientras otro México sangraba y se expandía en partículas de pobreza por el universo de las adormecidas conciencias, pero los elegantes y vetustos poetas no querían comprender que algunos morían de frío, les quitaron la tierra, les vendían el agua, el aire olía a coladera, el fuego de la milicia les consumía a los hijos, las fuerzas y los poetas continuaban escribiendo hermosos versos acerca de la naturaleza y sus elementos... Fuera del recinto la oscuridad devoraba los argumentos ofreciendo a cambio un banquete de niños groseros, mujeres de senos y ánimo flácidos, ancianos llagados, putas viejas, maricones y en aquel paraíso entre Eros y Sísifo olvidaron mencionar dicho festín de amor desvalido. Era fecha memorable pues un poeta cumplía 80 años y se habló de sus premios en aquella sala rebosante de vejez y vino, a nosotros nos condenaron por ser blasfemia y mis palabras jamás ganarán un premio, nunca iré a un bello parnaso de cisnes, griegos y princesas...Mientras el aplauso de rutina ensordecía la sala tú me tocaste los senos y te amé intensa, inmensamente por ser un niño inquieto, inquietante, por golpear con impaciencia la butaca a tu lado, por querer huir de ese lugar tanto como yo, entonces salimos sin discreción y me convencí de que no hay parnasos, hay vida, muerte, sueño, hay este momento ¡Hay tanto por hacer y tan pocos que quieran comenzar! Un sapo casi seco embarrado entre dos rocas y con el pecho abierto, vacío, la calle con sus gritos de bestia herida, los vapores inmundos del tren subterráneo, las costillas de los perros, los ojos idiotas de niños hambrientos (¿Porqué debo sentir compasión por ellos?) Los pechos flácidos y llenos de abrazos que nunca van a dar las mujeres nocturnas, mi sed infinita de ir a un rincón y mirar desde ahí la oscuridad que me arrastra para darme su sangre mágica en olores y fantasmas, eso que todos temen, aquello a lo que los otros huyen y nunca el sol, ni los niños regordetes y sonrosados, ni las aves o las flores, jamás un beso o las manos entrelazadas, ni Dios (En caso de que exista) ni la vida me han devuelto la palabra… La crueldad y la muerte lo embellecen todo.” Este usuario no tiene textos favoritos por el momento
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