La misma imagen aparecía noche tras noche en la mente de Ramiro, desde hacía tiempo que el idéntico sueño lo visitaba en la oscuridad de su habitación. Él estaba ahí solo frente a un gran acantilado, con un abismo que parecía infinito, a varios metros se encontraba una habitación rodeada de árboles de la que se podía divisar la silueta de una persona caminando a través de la ventana. El mecanismo del sueño era siempre el mismo, el parado al borde, contemplando ese lugar y deseando estar ahí con mucho entusiasmo, tal es así que siempre saltaba intentando llegar al otro lado pero nunca lo lograba, la distancia era muy grande, caía hasta perderse en las tinieblas y despertaba aterrado. Todo había comenzado luego del accidente, un choque en auto junto a su mujer. Fue una noche tormentosa cuando volviendo de una fiesta un coche sin luces se apareció de la nada y los embistió, afortunadamente ninguno salió gravemente herido más que con algunos golpes y para el solo un fuerte dolor de cabeza, pero a partir de ese momento fue cuando el sueño comenzó y no lo abandonaría. Muchas preguntas pasaban por su cabeza, porque siempre el mismo sueño?, que lo impulsaba a saltar?, alguien más tendrá este mal de repetir continuamente la misma película?, pero lo que más lo intrigaba era, quien es la persona que está dentro del cuarto y que está haciendo allí?. Con el transcurrir de los días, lo que al principio parecía una simple anécdota se transformó en una maldición, aquellas imágenes estaban en su cabeza todo el tiempo, solo pensaba en descifrar aquella visión. Intentaba por todos los medios darle una explicación a su quimera. Su obsesión se había tornado inmanejable, pero un día algo más pasó, de la nada comenzó a sentir voces mientras se encontraba en una total soledad, espantado escuchaba que decían su nombre, que lo llamaban. Empezó a creer que alguna actividad paranormal se estaba adueñando de sus pensamientos, o peor aún, que se estaba volviendo completamente loco. Cada vez se encontraba más retraído, no tenía interacción con nadie, su mujer se había ido, nadie se le acercaba, los leves murmullos que al principio sentía se habían trasformado en gritos, la desesperación lo había envuelto en un manto de locura. Nos salía de su casa, ese era su único refugio hacía meses, desde aquel accidente. Maldecía golpeaba las paredes, lloraba, su existencia se había vuelto una tortura, y en los momentos que podía dormir para escapar de todo eso llegaba lo que a esta altura ya era una pesadilla, otra vez el precipicio, el abismo, la habitación y la figura deambulando dentro. Que me está pasando!, que hice para merecer esto? Decía aunque nadie le respondia. Los ruidos en su cabeza eran cada vez más fuertes y ya no tenía fuerzas para seguir, este mundo lo abandonaba y el ya no quería pasar ni un día más en él. Esa noche cuando al fin pudo dormirse, como era de costumbre se encontró en la misma situación, pero esta vez algo había cambiado, ya no era como los sueños anteriores, el abismo ya no estaba, solo unos metros de verde césped lo separaban de la habitación, por fin sintió alegría, el momento que tanto había esperado había llegado, iba a tener la oportunidad de develar el misterio que tanto lo había perturbado y que se había apoderado de su existencia. Respiró hondo, tomo aire y como si inflara su pecho de valor comenzó a caminar, paso tras paso, lento pero seguro, como quien patearía un penal en una final del mundo, pasó entre los árboles, la ventana estaba cada vez más cerca y la persona dentro se hacía más nítida con cada metro, cuando por fin llego, lo que vio a través de las cortinas lo dejo completamente helado, su corazón se aceleró y su piel se estremeció. La persona caminando dentro, esa que tantas veces había intentado imaginar su cara, no era ni más ni menos que su esposa, aquella que lo había abandonado de un día para otro dejándolo solo en su locura, ahí estaba, pero no era como la recordaba, una mujer brillante sonriente, siempre bien vestida, impecable. Estaba distinta, pálida, desalineada, como si hubiera dormido con la ropa puesta, con la mirada triste y los ojos como dos cristales a punto de quebrarse en llanto. Que está pasando? pensó Ramiro, dirigió su vista alrededor del lugar, era una habitación blanca con aparatos que parecían computadoras, cables por todos lados y una cama en el centro. Se detuvo ahí, perplejo observo a un hombre que se encontraba inerte recostado conectado a todos esos artilugios, era la habitación de un hospital y la persona en la camilla era él. Miro a su alrededor y los que antes eran arboles ahora eran sus familiares y amigos más cercanos, parados ahí como robles. Sin pensarlo entro en el lugar, le intento hablar a su mujer pero ella no lo escuchaba, todo lo que hacía era inútil, su presencia pasaba desapercibida como si fuera un fantasma. Fue en ese momento que una luz de cordura paso por su mente, como podía dentro de la desesperación, comenzó a hilar cabos, el accidente, el sueño que a partir de ahí había surgido, las voces, la extrema soledad. Parecía una locura pero era la explicación más coherente a la que podía llegar, él nunca había despertado desde aquella colisión, lo que le había parecido un pequeño golpe en la cabeza en realidad lo había dejado en estado de coma desde esa noche y había vivido una realidad alterna dentro de su mente, las voces que escuchaba no era un síntoma de esquizofrenia si no que era la de su mujer llamándolo. Ahora estaba ahí observando, comenzó a sentir un cosquilleo en sus manos, percibía que se desvanecía, quería seguir mirando a su amada, tomarla de la mano, abrazarla, decirle que todo iba a estar bien que la amaba pero perdía fuerzas, los colores se perdían, notaba como todos su ser se desintegraba, hasta que todo fue oscuridad. -“Mi amor, sé que estás ahí, despertá, te extraño”.- Escuchó una voz suave y dulce que le hablaba mientras acariciaba cálidamente su cara. Ramiro abrió los ojos, la luz de la habitación lo encandilo unos segundos, cuando pudo enfocar la vista pudo ver a su mujer mirándolo fijo, con esa sonrisa inmensa que el recordaba. - “Es un ángel” pensó. -Ahí estas precioso, no me despegue de vos porque sabía que ibas a volver- le dijo ella. El sueño de Ramiro había terminado, el amor lo había guiado de nuevo a la vida y una realidad inmensamente feliz lo esperaba. Agustín Costamagna