• Arantxa Pozo Rodriguez
Ara1405
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Les contaré una historia que tiene una pizca de realidad y una pizca de ficción. Una historia tan poco creíble pero a la vez tan real como un trozo de cristal. Erase una vez… mejor detengámonos aquí. No pretendo ser una narradora de cuentos, mucho menos pretendo escribir un bestseller. Solo quiero trasmitir las huellas que en mi dejó esta historia, mi historia, la historia de cómo mi corazón, tan duro y frio como un bloque de hielo, pudo romperse y derretirse en mil pedazos gracias a la increíble fuerza del amor. Esta historia comienza 50 años atrás, cuando yo, una soñadora muchacha de 18 años de edad, pude instalarme en Paris para perseguir mi ideal: el ser una de las más reconocidas reposteras del mundo.  Mi vida no había sido para nada fácil. Mi padre se negaba rotundamente a que dedicara mi vida a la realización de postres, mi madre por otro lado, esperaba que pudiera estudiar educación igual que ella, pero sus esfuerzos por hacerme cambiar de parecer eran en vano ya que no había nada que me gustará más que la repostería.Y ese amor que le profeso a los dulces me obligó a buscar no uno, sino dos trabajos que pudieran prepararme económicamente para esta larga pero esperada travesía. Ahora mismo creo que no es momento de recordar ese crudo pasado. Solo quiero descansar y disfrutar la hermosa vista que esta barata pero acogedora habitación me ofrece con la torre Eiffel como punto clave. Lentamente me voy recostando en la cama, mientras me dejo llevar por el suave movimiento de los sueños que se hacen realidad. Tres años después me encuentro despierta en la misma habitación, recostada en la misma cama y observando el mismo cielo azul. Solo una cosa ha cambiado. Ahora no soy más la muchacha soñadora que lucho por viajar a Francia, más bien soy la jefa de cocina de la mejor pastelería de Paris: “La Grande bouche”.  Me había vuelto una persona reconocida en la ciudad, la gente me saludaba a donde quiera que vaya mientras reconocían y halagaban la exquisitez de mis postres. Me había convertido en alguien de suma importancia para los parisinos, y con eso ya solo me faltaba conquistar al resto del mundo. Tengo que admitirlo, el cargo que me fue impuesto y las ganas que tenia por seguir creciendo me convirtieron en una persona tirana, sin corazón y muy pero muy ambiciosa. Solo buscaba la perfección, y si veía que algo no salía de acuerdo a mis planes, me deshacía inmediatamente de él. Me había convertido en una persona muy egoísta, en mi no quedaban rastros de la niña soñadora que había sido alguna vez. Para ese entonces habían puesto a mi cargo a un nuevo pastelero. Su nombre era Lee  Jinki y había sido recomendado directamente por el dueño de la pastelería, Monsieur Pierre Chopin. El muchacho era asiático, y había pasado toda su vida admirando el arte de la pastelería. Sus padres eran admirados en su pueblo natal por su talento con el merengue y el manjar, y el chico, como hijo único, también había heredado aquel don.  El muchacho era talentoso, de eso no tenia duda alguna, aún así siempre encontraba la forma de sacarme de quicio. Botaba y rompía todo a su alrededor, desperdiciaba mucho los ingredientes y al final del día, siempre dejaba la cocina hecha un verdadero caos.   No había día en que no le gritara a Jinki por sus torpezas, no le tenía paciencia ni compasión.  A pesar de lo dura que era con él, el muchacho siempre se esforzaba por presentarme un buen resultado. El sabor inigualable y delicioso  de sus pasteles hacía que al final del día mi amargura se convirtiera en alegría. Tengo que aceptarlo, Jinki trabajaba muy, pero muy duro. Y fue así como Jinki se empezó a ganar la confianza del dueño de la pastelería, de los demás pasteleros y de los comensales parisinos, eso empezaba a ponerme un poco celosa, ya que la gente prefería mil veces comprar los pasteles de Jinki antes que mi famoso crème brulée. Sin darme cuenta, y guiada por los celos que sentía, empecé a tratar a Jinki de una forma “algo especial”. “Jinki pásame el azúcar, la mantequilla, los huevos, lava esos platos, atiende a los clientes, bájame harina del almacén, etc.” Casi siempre lo “usaba” para hacer los mandados que bien pude haber hecho yo misma. No sabía la razón exacta, pero tampoco era intencional. Lo que llamaba mi atención era que Jinki siempre hacia lo que le decía, y antes de cumplir con cualquier mandado me dedicaba una hermosa y brillante sonrisa.  “Ese chico es como un ángel” Al menos eso decía la gente de la cocina, que había quedado cautivada con la gentileza y bondad del joven. Yo sin darme cuenta, también empezaba a caer por esa sonrisa, por esos hermosos ojos color café que brillaban como una estrella cada que las manos de su poseedor tocaban la harina. EL gusto por Jinki me duro poco. Creo que más pudieron mis celos, ya que Jinki empezaba a opacarme. El sentimiento de odio que sentía por el muchacho había nublado mi corazón. Y como gota que colma el vaso, se nos fue anunciada una noticia que hizo explotar mis nervios. Monsieur Pierre Chopin había anunciado su retiro, con la promesa de que el pastelero que cree su próximo y más exitoso postre se haria acreedor de la tienda. Mis ansias por ganar me habían encerrado en una burbuja aislante. Moría por que la pastelería fuera mía, así se cumpliría uno de mis más grandes sueños. Los demás me tenían en su lista roja, odiándome por mi comportamiento poco sociable y muy competitivo. El único que no parecía detestarme era Jinki, que me hacia compañía en esas largas noches en las que me quedaba en la cocina. Silenciosamente lo veía escribir en un cuaderno, sin decir nada y ni siquiera dirigirme la mirada. Solo escribía, como si tuviera muchas cosas para decir y se las estuviera contando a ese pequeño pedazo de papel. Pasaron dos semanas y ambos seguíamos en la misma situación, yo tratando de inventar un nuevo postre y Jinki escribiendo. Una noche de luna llena, mi curiosidad le ganó la batalla a la privacidad. Y en un instante, cuando Jinki se dirigió al almacén sin razón alguna, tome su libreta y empecé a revisar pagina por página.  La envidia que sentía por el muchacho me hizo pensar que él quizás estaba copiando mis ideas.   Grande fue mi sorpresa cuando encontré unas recetas escritas en formas  de pictogramas, lo que llamó mi atención fueron los ingredientes de estas recetas. “Mezclamos la harina con un poco de mantequilla, y rociamos en ella una pizca de sal, combinados con el azúcar y la maicena,  se formará una masa espesa, ideal para ocupar el vacío del corazón de mi pequeña princesa” Muchas recetas estaban escritas como si fueran poemas… “¿Qué crees que estás haciendo?” La voz de Jinki me desconcertó por completo y me hizo soltar el cuaderno. El muchacho me miraba, no con furia, ni con molestia, sino con cierta amabilidad. De repente, corrió hacia mí, y en solo unos instantes pude sentir sus suaves labios sobre los míos. Su beso fue dulce, y muy tierno, era como si untara mis labios en un gran pote de crema chantilly. Después de unos segundos, nos separamos, yo estaba algo desconcertada, pero él parecía estar feliz. Le escuche susurrar un “gracias” antes de que tomará la libreta del piso y saliera rápidamente del lugar, traté de seguirlo, pero fue en vano, el muchacho había desaparecido. Al día siguiente, traté de hablar con él, pero él parecía evitarme. Cada que me acercaba ponía la excusa de que le faltaba algo para ir en su búsqueda al almacén. Las personas comenzaron a extrañarse un poco por mi actitud, ya que era la primera vez que hablaba con alguien en meses. Finalmente, cuando la noche llegó, me volví a encerrar en mi burbuja y traté de preparar la receta que me daría el éxito. Jinki no me hacia compañía esa noche, había desaparecido sin que pudiera percatarme de ello. Sola y sin ninguna idea innovadora en mi cabeza, me dirigí al almacén en busca de cualquier cosa que me ayude a mejorar mi postre. Grande fue mi sorpresa al encontrar allí a Jinki, escribiendo como siempre. ¿Qué haces aquí?- pregunté muy sorprendida “Lo de siempre”- respondió él, algo cortante No traté de sacarle más palabras, al fin y al cabo, lo conocía poco y no sabía cómo iba a reaccionar. Sin esperanzas, tome lo que estaba a mi alcance y me dirigí hacia la salida. “Espera”- le escuche decir a Jinki muy bajito, como en un susurro. De inmediato me di la vuelta casi al mismo tiempo en que él se ponía de pie. Solo en ese instante pude darme cuenta de porque los demás lo consideraban un ángel, Jinki, el muchacho asiático que preparaba deliciosos pasteles, era muy, pero muy atractivo. Me fui perdiendo en sus hermosos ojos, mientras él, aprovechando mi distracción, tomaba la caja que sostenía en mis manos.   “No creo que el bicarbonato de sodio ayude mucho a mejorar tu receta” -dijo muy tiernamente- “Quizás podrías ponerle algo de fruta, una mermelada de naranja ayudaría a darle un rico sabor” Me perdí en sus palabras, es más, ni siquiera escuché lo que dijo ya que guiada por un impulso, lo tome de ambas mejillas y lo besé. Luego de 5 segundos, reaccione y lo solté, algo avergonzada. “Lo siento, lo siento mucho”- susurré mientras sentía que mis mejillas se ponían rojas. Jinki solo me dedico una de sus tantas sonrisas, mientras volvia a repetirme lo de la mermelada. Esa noche intentamos preparar mi receta con la reciente sugerencia de Jinki. Hicimos algo en forma de souffle bañado en una crema chantilly exquisita, y con un relleno de mermelada. Le pusimos por nombre "Le moitié d'orange". Al cabo de unos dias, Monsieur Pierre Chopin anunció que nuestra receta habia resultado ganadora. Como era de esperarse, rechazé a Jinki y tomé las riendas de la pasteleria por mi propia cuenta. Solo bromeo. Apenas nos nombraron ganadores del concurso Jinki se ofreció a dimitir y a dejarme a mi como la nueva y única dueña del local. Pero no pude aceptar el puesto, no iba a aceptarlo sin Jinki, al fin y al cabo la receta era de ambos. Mi corazón empezaba a volverse tan blandito y generoso como antes, ya no pensaba solo en mi bien personal, ya que por fin me habia dado cuenta que no estaba sola en el mundo. Aún así, tuve que aceptar el ofrecimiento al final y sin ningún problema me convertí en la nueva adminsitradora de "La Grande Bouche". ¿Pueden adivinar que pasó después? Pues Jinki y yo comenzamos a salir. Tuvieron que pasar muchos meses para que por fin el timido muchacho pudiera decirme cara a cara lo que escribia en ese cuaderno. Si, aunque no lo crean, todos esos poemas estaban dirigidos a mi. Hacia la tirana y dura jefa de cocina que le habia robado el corazón con cada grito y cada mandado que le ordenaba. No es que Jinki sea masoquista, sino que sus ganas de hacerme cambiar hicieron que, sin ni siquiera darme cuenta, me llegará a conocer un poco mejor. Él no se habia enamorado de la persona bipolar que le gritaba todos los dias, sino de la repostera apasionada y luchadora que amaba lo que hacia y que estaba dispuesta a cumplir sus sueños. Quizás nos falto tiempo para conocernos, pero no habia duda alguna de que lo que empezabamos a sentir el uno por el otro nos habian redescubierto en cierto modo. Han pasado ya 50 años desde aquellos acontecimientos, pero los recuerdos aún siguen latentes en mi corazón. Hoy, ya no soy más la dueña de "La Grande Bouche", aún así la gente me reconoce en la calle como tal.   Hoy, ya no soy aquella chica de 18 años que llegó a Paris en busca de sus sueños. Soy una ancianita de 68 años que carga feliz en sus brazos a su tercer nieto, fruto del amor entre su unica hija mujer y el ahora jefe de cocina de la pasteleria. Hoy por hoy, soy una persona feliz al lado de aquel hombre de hermosos ojos cafes y sonrisa encantadora que llegó a mi vida para endulzarme con su ternura y su talento. Hoy por hoy, soy la esposa de Lee Jinki, el mejor pastelero de la ciudad de Paris, cuyo nombre y el mio serán uno hasta que el brillo de este bello cielo frances se apague junto con las luces de la ciudad.
Francisco acaba de perder su empleo como publicista de una importante productora argentina. Después de su aparatoso despido, una serie de acontencimientos desafortunados llegan a su vida. Pierde su casa, y todo el dinero que tenia ahorrado producto de una estafa. Además, su novia Clara, termina  su relación de 3 años para "acabar con la rutina"Desesperado, Francisco busca ayuda en lo único que aún posee, su familia. Después de 4 años, regresa a la casa de sus padres en Bariloche , en busca de un lugar donde pueda dormir y trabajar en su próximo proyecto.  La suerte parece no estar de su lado, ya que cuando llega se encuentra con una gran sorpresa. Una nueva inquilina, una traviesa estudiante de secundaria llamada Mabel, ha llegado a su hogar para ocupar el lugar dejado hace algún tiempo por él. Las cosas se vuelven más complicadas para Francisco, quién tendrá que recuperar el cariño de sus padres (cariño que perdió cuando se fue de la casa), y recuperar el lugar que la amable, dulce y casi perfecta Mabel le arrebató. Nada será fácil para Francisco, quién tendrá que cuidar de Mabel y ser su tutor mientras descubre la verdad sobre esta niña-mujer, que muy lejos de robarle a sus padres, le robará el corazón. 

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