• BRENDA PAREDES
BRENDAALIBEL
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  • País: Venezuela
 
Personas de todas las edades transitaban las calles de un pueblo bastante atractivo y pacífico como mar con olas ausentes; excepto los fines de semana, esas 48 horas sí que son agitadas. Unos pasos más, otros menos; risas, comentarios, quejas y llantos de infantiles; el sonido de los buses y su música parlante, el tubo de escape resonando por doquier; un día que se convirtió en víctima del sol radiante y una suave brisa… Así transcurría un domingo para una joven universitaria que, mientras la mayoría disfrutaba de un paseo, ella construía sus minutos laborando en una tienda de zapatos. Ese día para ella era como un panadero en diciembre: no paraba de trabajar. Su jornada de medio día se tornó llena de clientes en busca de algo que adquirir, sí, porque muchos se iban con las manos vacías luego de hacer correr como ratón a su vendedora; eran pocos los que compraban el calzado ideal que cubriera sus expectativas o necesidades. Lo cierto es que el domingo laboral para esta chica terminó de una manera asombrosa, desde la visión de su propio mundo. El miércoles que precedió a ese fin de semana, la adolescente de cabellos castaños pidió permiso a su jefe para comprar la merienda en un sitio aledaño a su zona de trabajo. Segundos antes de pisar la entrada del establecimiento, bajó su mirada rápidamente para admirar a un perro de pelaje canela que se encontraba reposando en la acera; tenía aspecto de obrero después de haber trabajado bajo el sol. No era para menos, su lengua expresaba cansancio, otorgaba - a cualquiera que lo mirara - indicios de dolor; jadeaba sin parar. Cuando los ojos nobles de la fémina ven tal aspecto, tardó solo segundos en recorrer el cuerpo del canino en búsqueda de lo anormal, momento en el cual descubre con desdicha que una de sus patitas rogaba ser curada: sus almohadillas grises se hallaban desprendidas, mostrando el color rojo del interior. Con la mente perturbada, entró a comprar su tentempié recorriendo los pasillos y anaqueles con aquella imagen que quedó grabada en sus entrañas. Su cariño por los animales es inmenso, y situaciones como ésas la desconsolaban. Al salir del supermercado, parece haber atado sus párpados a su frente. No bajó la mirada para evitar chocarla con la lesión del desamparado. Después de varias lunas, esta delgada mujer logró olvidar temporalmente esa amarga experiencia; pero llegó aquel domingo soleado y lleno de trabajo, día en el cual, justo en la acera de la tienda, se posó aquel canino tal cual escultura esperando ser admirada, aunque lo que llamaba la atención de los transeúntes era su herida, no su imagen.  Este fue el momento que la chica decidió sacar del dolor al animal de cuatro patas, bueno, de tres para ese instante… No pudo contener que algún integrante de la sociedad no ayudara al indefenso en esos cuatro días que pasaron; otra razón más para asistir al peludo. Era hora de actuar: aun dentro de su horario de trabajo, llamó a un representante de alguna fundación animal, un hombre ya de canas y aspecto de papá cuidando su hogar, pero no era así, también socorría a los animales en situaciones críticas; esto era parte de su vida.   Todo parecía fácil, pero dentro de la solución nació un inconveniente. La moza debía llevarse al perro hasta su casa, y ¡vaya que era grande!… no era un pinscher como para trasladarlo en un bolso, o en el regazo. El señor de 57 años podía atenderlo pasado el mediodía (tiempo en el cual ya la muchacha desesperada no estaría en la tienda). Pero esto no era problema para esta animalista, ella sin pensarlo dirigió sus pasos a una charcutería y, emocionada por ayudar al can, compró suficiente jamón con la intención que el perro se fuera tras ella, y así fue… Se aproximaba la hora de cierre, y con ella la angustia de trasladar al herido varias cuadras más adelante, con un sol que amenazaba a aquél que no escogiera la sombra como el mejor lugar para caminar en esa fracción del día. Se cerraron los locales y empezó para esta chica el rol de rescatista. Antes de abandonar el lugar de trabajo, el hijo de su jefe le gritó desesperadamente a cierta distancia y con mucho afán que nombrara a este bello animal “Yoker”, y así fue bautizado. El niño estaba maravillado con sólo saber que alguien ayudaría al pobre animalito.  Comenzó la travesía, los dos recorrían poco a poco las calles, atrapando la mirada de aquellos que veían ese tipo de acciones poco comunes, que muchos admiran pero se cuentan quienes se atreven a realizarlas. Fueron minutos de resistencia para el peludo color canela, su pata ya figuraba el tamaño de una manzana; la inflamación y el dolor hacían vida en ella; esto hacía que la mantuviera al aire y en consecuencia nunca la afincó durante el camino. El jamón era su motivación, era su foco para seguir; acompañado de caricias y buenos gestos que generaban confianza en él para seguir con la joven bondadosa. Al fin llegaron a casa Yoker y su salvadora. Cansados por el sol de mediodía, se sentaron juntos en la acera del frente, refugiados en una buena sombra para esperar al cortés hombre que curaría la herida. Cuando llegó, pudo con la chica tratar al canino y aplicar todo lo necesario para su cura. Apenas terminaron, Yoker se tendió por completo en el cemento y sólo su imagen reflejaba tranquilidad, una armonía que le había sido arrebatada a causa de la fuerte lesión que puso sede en una de sus patas.  Luego de unos minutos, el perro se marchó con la gratitud en la frente y un andar pausado, ya no agotado como un obrero. Las cosas surgieron maravillosamente, como si se hubiesen planeado. El perro fue curado y su prolongado sufrimiento exterminado; la impotencia ante tal situación fue derrotada y tres corazones experimentaron elevada dosis de alegría. El representante de la fundación cumplió con su trabajo, la chica gozó de dicha al ver el cambio de ánimo del canino y, el perro, irradiaba con sus ojos una inmensa gratitud por quienes lo socorrieron.  Días después, estos dos individuos se encontraron para curar por segunda vez al canino, resultó un éxito. Y así fueron las siguientes curas. No fue fácil para ellos encontrar al perro cada vez; primero la chica debía ir y comprar algo de comida para ganar la cercanía de Yoker y, posteriormente, poder aplicar el tratamiento junto al cincuentón animalista. La felicidad se apoderó de esta chica al darse cuenta que desde un principio su destino era ayudar al can, sólo faltaba una señal para darse cuenta que se convertiría en la heroína de este bello animal.  Aquel domingo el perro la buscó, y se posó en su frente para decir que aun seguía luchando por su existencia; sólo esperaba que le tendieran una mano. Hoy por hoy, Yoker hace vida en una esquina donde venden comida. Parece que desde un principio el canino ha sabido escoger el lugar...
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