Jun 05, 2014 May 27, 2014 May 26, 2014 May 25, 2014 Apr 02, 2013 |
...son de Júpiter, lo sé... ...no me di el suficiente tiempo para entender que lo fácil cuesta demasiado; menos aún cuando la piragua se me hunde... Tenía ganas de descansar un rato, aunque todavía faltaba mucho para llenar el galpón con las bolsas de la recolección de ayer; y de pensar que mañana sería igual, me helaba la sangre. Desde que se murió papá, había que hacerse cargo del laburo en el campo; no tenía otra alternativa que olvidarme de mi cómodo escritorio en el centro de la ciudad. Ahora que terminé de guardar todo; (aunque creo que quedó afuera la carretilla vieja); necesito descansar para seguir con lo que queda, si es que para mañana queda algo de mi; después de darme un baño, voy a salir a caminar un rato por el campo, eso me relajará un poco... ……………………………………………………………………………………………. ¡¡¡Le digo oficial que era un ovni!!!, ¿porqué no puede creerme?, ya se lo dije!!!, voló tan bajo que cuando me di cuenta, estaba corriendo entre las llamas!, si, todo el campo estaba incendiándose, y no tenía ayuda de nadie para apagarlo!!!, enseguida los llamé a ustedes!, si, ya sé que los del seguro no van a creerlo...pero ¿cómo quiere que se lo explique?, yo no incendié el campo, nunca lo hubiera hecho!, por la memoria de mi viejo que no lo hice!, que me importa el seguro!!!!...era un ovni!!! …………………………………………………………………………………………… ...muchas gracias señor Gutiérrez; nunca creí que entendieran esta historia!, ¿a quién se le hubiera ocurrido que un ovni llegara a incendiar más de dos mil hectáreas de lino?, si..., claro..., entiendo..., esta misma tarde estaré en su agencia..., si, gracias..., le agradezco nuevamente..., hasta luego. …………………………………………………………………………………………… Escúcheme Sr. Gutiérrez!!!, le vuelvo a decir, y se lo repetiré a quien quiera escucharlo!!!, yo no incendié el campo, era todo mi capital y además, tenía hecha una promesa a mi difunto padre!!!, no me cree..., está bien!!!...¿cómo que nunca oyó que un ovni incendiara un campo?, vamos, Sr. Gutiérrez!!!!, no de más vueltas, el seguro es por 15 millones de pesos!!!...¿Cuánto quiere?... ...después de tres años en penal de Mercedes, estoy de nuevo en el campo, sólo, trabajando como un buey, y nadie, absolutamente nadie, quiere creer que cada noche, por el cielo de mi chacra pasa volando bajo un ovni incendiándome la cosecha... Lo juro por su (mala) memoria! ...buscaba la caja de fósforos hasta en el cajón del botiquín del baño; pero, seguramente, la tía Anyulina se los había olvidado en otro lugar, seguramente en la heladera; casi todo, a su edad, iba a parar a la heladera, lástima que ya no estaba para que le pudiera preguntar... La humedad de la paredes del hotelito de la calle Ramón Perdernal, me hacían acordar la vez que de chico me quedé a dormir en la casa de los tíos de Rojas; la habitación de mi primo, además del empapelado con páginas de revistas porno, poco saludable para mi niñez, tenían tanta humedad que casi sufrí un ataque de hipotermia. Pero, aquellas paredes del hotel, a cien pesetas la hora, parecían tener grabadas las señas de todos los que en algún momento pasaron por ahí, si tenía en cuenta que el edificio estaba construido en el año 1880 y pico, no me podía imaginar la de situaciones que se vivieron detrás de aquella puerta. Estaba muerto de frío, la llovizna y la nieve de Stella ya me tenía cansado, pero, ¿a quién se le ocurre pasar unas vacaciones en otoño en la Navarra Vieja?, sólo a mi, y podría decir en mi favor que no había elegido la estación, pero, de otra manera y no haber sido por la invitación de Lola, jamás hubiera elegido el lugar y esa época del año. Cuando finalmente nos fuimos a la casa de campo, de no se que pariente, recién pude apreciar que estar en el pueblito era mejor que el frío aterrador de la campiña, aunque Lola estaba entusiasmada con que conociera la vida de campo, de su nueva vida de campo, por mi parte, y quizás un poco enamorado, accedí en todo a sus caprichos. Cada mañana era oler el café que se calentaba en la estufa, a leña; y al mediodía comer lo que hubiera preparado Lola en la estufa, a leña también; por las noches era distinto, un poco de vino, alguna comida bien fuerte para fortalecer el espíritu, y la sobremesa trasladarla delante de la estufa, a leña; nunca creí que haber cortado tanta leña, en mi breve estadía en la campiña vasca, iba a marcarme toda la vida... la sobremesa, como dije, siempre culminaba frente a las claras llamas del fuego; lo que, sin duda, a falta de luz eléctrica, le daba un toque de misterio y sensualidad a la situación; por lo general, terminábamos haciendo el amor frente a la estufa; hasta que Lola decía vamos a la cama y a terminar otro día. Supe después, ni bien había vuelto a mi ciudad, que aquella temporada en los valles de Urederra, habían sido para ella lo que nunca soñó, experimentar una vida lejos de sus excesos parisinos, con un joven amante que la complaciera hasta en cortar la leña y prometerse un futuro de recato y solidaridad humana (para con ella misma). En cambio, para mi no fueron simplemente unas breves vacaciones en un lugar hostil, aunque el estar dentro de la cabaña, de noche, y haciendo el amor frente al fuego, hubieran sido como el recuerdo de no se que novela que había leído hace muchos años. ...habiendo encontrado la caja de fósforos, ya no pensé en todos los insultos que prodigué a tía Anyulina; solo me quedaba el recuerdo de su famosa torta de ricota que ya no volvería a hacer, lástima..., ahora encenderé fuego poco a poco a la casa, así nadie sospechará de la inoportuna y extraña muerte de tía Anyulina... Atlas ...apenas entendí que debía vivir por mi mismo, supuse que el camino que recorrería no sería tan duro. Mi gran pasión no era otra que la belleza de aquellas ninfas que seguían mi camino; aunque, a veces me resistiera, no podía yo evitar que sus caricias y dedos como pétalos rodaran por mi piel; yo, un simple mortal, joven y de carácter impetuoso, no podía hacer más que dejarme acariciar y disfrutar con el goce que ellas me prodigaban. Todo lo maravilloso que pudo ser mi destino así fue; nada pudo, con los años erosionar mi voracidad por el placer y la aventura; aunque, cuando finalmente eran ya demasiados mis prodigios; el más alto dios, el que más fuerte golpea con su mazo; sintió celos de mi suerte. Me desafió a mi, que me consideraba fuerte, invencible y capaz de cualquier proeza, a poner sobre mi espalda una gran carga; un peso inconmensurable por unos minutos apenas para saber si verdaderamente lo resistiría... yo, que nunca supe evitar una contienda, y en eso, los juegos agónicos me habían enseñado mucho, acepté la propuesta del grandísimo dios. Hoy, a millones de años de aquel día, sigo sosteniendo sobre mis hombros el gran peso de la tierra; mi nombre: Atlas, está escrito sobre el lomo de la gran tortuga que está bajo mis pies. No lo lamentaré; si éste era el modo de pagar por mi lujuria, lo aceptaré, sólo lamento que cada día, el gran peso de la tierra es aún mayor; cada vez debo soportar los aullidos de dolor, la pestilencia y la muerte alrededor de mis manos al sostenerla... Podría ser yo... Se llamaba Adriana y apenas tenía 15 años. Yo, desde que ella era pequeña velaba por su seguridad, por su sueño y además, estaba muy complacido de ser su guarda-espaldas. No sé que ocurrió aquella tarde, no era otra distinta a cualquier tarde de primavera, aunque, un no sé que había en el aire; parecía que tanta juventud, tanta alegría y felicidad invadía todo que, mis transparentes alas se estremecían al percibir en la brisa los rastros del perfume de no sé que rosa lejana; nada me hubiera separado de Adriana aquella tarde, o nunca, pero, las circunstancias hicieron que la viera por primera vez... (...Ángel de la Guarda, dulce compañía, no me dejes sola de noche ni de día...), cada movimiento de sus alas hacían brillar el sol en todos los granitos de arena de aquella plaza, no pude menos que sentirme enamorado, era la primera vez que descubría que también los Ángeles guardianes podían ser muchachas muy hermosas, aun más, cuando su apariencia se disfrazara de bella mariposa...no hice nada, no sentí nada más que el intenso deseo de volar hacia la flor que ella recién había abandonado y tomar de esos pétalos un poco de su perfume; así me quedé un buen rato, bastante tiempo en realidad transcurrió hasta que al fin recordé mi misión junto a mi protegida... Adriana, ya cansada de oír las tonterías de sus amigas y viendo que la hora se iba y ella tenía que preparar sus útiles para asistir a la clase de inglés, no dudó en tomar su bicicleta y pedalear las pocas cuadras hasta su casa. Nadie supo cómo, ni pudo saber que hacer cuando aquel enorme camión la atropelló apenas había cruzado la calle de la plaza... La busqué, y aunque puse todo mi esfuerzo en cantar su canción preferida, código secreto que ella había adivinado cuando yo le advertía de un peligro; no la pude hallar, no obtuve respuesta; no podía con mi desesperación hasta que llegue a su casa, donde encontré un tumulto de personas gritando, llorando... (Ángel de la Guarda, dulce compañía, no me dejes sola de noche ni de día...), ...Adriana había muerto... Ahora, el buen Señor, como penitencia por mi descuido; y al comprender que por primera vez un ángel guardián se había enamorado; me permitió seguir al lado de Adriana en el paraíso; hoy soy su eterno cuidador, y mi misión no tendrá fin, por los siglos, de los siglos; aunque de ello dependa no volver a sentir lo que es estar enamorado. Carol...Morena Me sonaba cursi el que Rodolfo, uno de mis amigotes, de esos que se me pegotean de a ratos, cuando ven que mi voluntad económica supera a las suyas, me insistió en ir a la "Salsera", un antro poco recomendable, según decían, pero que tenía su interés cuando de mujeres latinas y bellas se hablaba. Carol era una morena que hubiera despertado el deseo de cualquier hombre que se encontrara en sus cabales, y aquella noche yo estaba exultante de las más viriles y repugnantes actitudes machistas; aunque, juro por mi vida que no lo soy; ella, se acercó a nuestra mesa con gran descaro, y no faltó el gesto idiota de mi compañero para que ella se sintiera ultrajada; nada más hice que el muy imbecil se callara y fui a buscarla. Luego de un buen rato tratando de convencerla de que no era yo igual que Rodolfo, nos entendimos a la perfección y no medió nada para que saliéramos a la pista a rozarnos con un sin fin de salsas y merengues; gracias al cielo, había conocido a una buena amiga (de esas que ya me olvidaron) que en mi visita en los clubes latinos de París, me había enseñado los primeros pasos de baile; Carol, notó enseguida mis deficiencias en la danza y tomó la iniciativa para controlar mis pasos y mi cuerpo, el cual iba aumentando su temperatura a medida que ella rozaba sus fuertes caderas y muslos contra mi cuerpo; su piel de bronce y sus ojos ladinos, me incitaban a un contacto caliente al que no podía resistirme... Luego de muchos mojitos y Cubas Libres, además de caricias y besos en la mesa del reservado; nos fuimos camino a ninguna parte; nada detenía nuestras manos y lenguas a cada paso que dábamos; por casualidad, llegamos muy cerca del edificio donde se encuentra mi estudio, y pues, no hice otra cosa que invitarla a subir... Mirarla solamente me producía un gran placer, algo más allá de una simple y pura relación casual; una noche de diversión, sexo, placer; fue mucho más que eso. A tientas, ella fue quitándose la ropa, imitando, como en burla las bailarinas del "table" quedando su piel totalmente expuesta a mi lasciva mirada; no podía hacer más que observar sus pechos, de un tamaño que cabían perfectamente en mis manos, tan tibios y consistentes; sus piernas que parecían haber sido moldeadas por un ebanista; sus muslos generosos, la curva de su espalda, su trasero tan perfecto que hasta el más hábil y talentoso ceramista no hubiera conseguido imitar en una estatua; su boca, pequeña y de labios carnosos y húmedos, sus ojos oscuros y rasgados; su nariz pequeña y su cabello ondulado, me hacían peder en un mar de placer, sólo con estar en su presencia podía sentirme colmado de éxtasis; algo que muy pocas mujeres podían haberme provocado. Luego de haber agotado todas nuestras energías sexuales, con millones de besos y caricia; decidimos ir esa madrugada de sábado a caminar por aquel parque que estaba frente a mi oficina; de la mano, como si estuviéramos enamorados y felices; caminamos hasta que no pudimos más que tirarnos en el césped y volvimos a amarnos impúdicamente... Sábado por la noche, otra vez sólo; ella ya no estaba en la salsera y cada quien a los que pregunté por ella, me respondieron que nunca la habían visto en este bar... Un par de zapatos... ...y cuando llegué, sólo un par de zapatos había quedado. El desánimo que corrió en aquel momento por mi cuerpo y mi cabeza, hizo que decidiera volver muchos pasos atrás; convencerme de que aquella temporada en el sanatorio mental, habían dejado manchas de humedad en mi conciencia y que no podía hacer otra cosa que empezar otra vez. Nada de lo que Dylan dijera en sus canciones o Janis gritara en mis oídos, iban a cambiar este desamparo de raíz que me tenía desahuciado de todo y de todos. Nadie recordaba qué era yo antes, nadie me recordaba y era como que a cada uno que preguntaba, daban miles de vueltas para marear mi mente y llenarme de más desconcierto todavía. Algunos sostenían que yo había hecho un largo viaje, tan largo que todos a cuantos conocía habían muerto; otros que un trabajo duro había hecho perder el equilibrio - físico y mental -, y que por ello y por una bolsa de cemento que me había caído encima, el coma me había llevado a ser olvidado. Muchas horas de diván me tomó convencerme de que era yo una nueva persona, que no me empecinara a buscar los porqués y los cómo de todas las respuesta que no encontraba y de un pasado que me atormenta por estar borrado, desaparecido... Demostraba a cada momento que yo era yo mismo, que no había otro en mi vida, que quien había vuelto no era otro, sino que el que se había olvidado de todo era el mundo, y no yo. Todo parecía una gran pesadilla, todo estaba dando vueltas, todo con gran velocidad y muy lentamente al mismo tiempo. Un par de tijeras, un martillo y varios clavos encontré afuera; no fuera a pensar que sólo el viejo par de zapatos fuera la única pista para encontrar a ese que buscaba y a los otros que me conocían. Entonces, tomé el martillo, los clavos y los zapatos; pero no sabía que hacer con ellos, en cambio, las tijeras me sirvieron para limpiar el antiguo barro que el calzado tenía pegado hace siglos. Luego, de a poco, fui clavando en la pared de madera los zapatos, como si fueran un cuadro, como si fuera mi obra de arte póstuma, los miraba y me sorprendí al darme cuenta que la disposición en la cual los clavé, me daban la impresión de ver un rostro en la penumbra de la habitación. Luego recordé, - por los agujeros que ya tenían los zapatos -, que ya alguien los había clavado antes, pero no en la pared; aunque no supe encontrar dónde habían sido puestos; los había visto clavados ya, pero ¿dónde?... el gran esfuerzo que hice por recordar, me valió un tremendo dolor de cabeza con el que no pude lidiar y me dormí, intentando calmarlo. «Supongo que tendré que vivir con eso», me dijo ella, mientras los dos lo mirábamos en el cajón antes de que lo soldaran. Sus zapatos estaban muy bien lustrados, alguien dijo que él mismo los preparó la noche anterior para que se los pusieran al momento de enterrarlo. Pero, su cara nos miraba, con los ojos cerrados, como si quisiera que más adelante lo recordáramos así, con su cara de felicidad, con sus zapatos lustrados... Le prometí no marcharme todavía, y que nos veríamos a solas en la habitación de la cochería. Luego de los saludos inevitables, y el llanto incontenible de todos en el lugar; a la madrugada nos vimos solos, tan en la oscuridad, tan en silencio que parecía que la tumba era para nosotros, y no para el muerto que aún era llorado en la capilla ardiente. Me abrazó; tan fuerte que supuse que esta vez era por su desesperación y su tristeza; pero luego, buscando en la oscuridad, alcanzó con sus finas manos tocar mi boca y a ella llegó con sus labios; estaban tan fríos, tan resecos que el momento parecía la recreación de las más tétricas películas de Fritz Lang. Seguimos besándonos como si no importara nada más que eso, mientras afuera de la habitación, alguien, no sé quien, llamaba con pequeños golpes, como para no despertar a la viuda, o al muerto. Ninguno de los dos hizo gesto alguno de molestia, y dejamos que el intruso se fuera sin más; nos sentamos en un pequeños sillón, demasiado pequeños para los dos, por lo que ella se levantó un poco la falda y se montó sobre mi, mientras me seguía besando; ya sus labios tenían la temperatura de una taza de té, y su aliento delataba su lascivia; yo, apenas me movía, casi como esperando que alguien, estúpidamente entrara y nos viera allí, pero eso no sucedía, y no sucedió. Me tomó las manos y las puso, una entre sus piernas y la otra a masajear sus pechos, al tiempo que las suyas me acariciaban desde el cuello a mi entrepierna, y yo, muy suavemente acariciaba la piel de sus pechos como tantas veces había soñado, al tiempo que mis dedos producían aún más humedad en su parte más íntima, mientras ella lloraba y gemía. El momento duró toda la madrugada; ella sobre mi, yo sobre ella; de pié contra la pared, sobre la silla, en el piso; nos besamos todo el cuerpo, parecíamos dos adolescentes que se descubren y se prueban cada milímetro de la piel, ese momento con el que los dos habíamos deseado desde hacía más de quince años, como cuando los sábados a la mañana me pedía que la acompañara al salón donde practicaba con los patines, semidesnuda y luego me llevaba de la mano a la oficina del piso de arriba, donde nos tocábamos y besábamos; hoy, ella casada, viuda y desamorada; yo, soltero y decepcionado, un momento que volvía a nuestros años de noviazgo en el que, por pudor, o el simple miedo de dos niños crecidos, no habíamos concretado. Hoy él ya no estaba, y nosotros recordando lo que tanto nos gustaba hacer en la cocina de su casa, en el lavadero o en algún lugar publico, pero alejados de todas las miradas, ahora estábamos ahí, casi en presencia de todos los deudos y su familia, pero detrás de una puerta y en una habitación oscura como la tumba que habitaría él luego de terminada toda esta farsa de llantos. Era la hora de la despedida final, no la nuestra, sino, que habían llagado los empleados de la cochería para soldar el cajón; inevitablemente, ella tenía que estar en ese momento; salió de la habitación, no le vi la cara, pero alguien me dijo que parecía recién nacida, como si la muerte de su marido no le hubiera afectado; como que su cara, tan bonita desde niña y que sus ojos verde amarronados (escupida de mate, como ella decía), mostraran a una joven enamorada, perdida, feliz y fresca; no la vi, y creo que hubiera vuelto a enamorarme de ella como cuando tenía diecisiete. Luego de que todos se fueron de la sala, yo salí de la habitación, nadie había que notara mi presencia en el lugar, sólo la empleada de limpieza que creyó que era un familiar que se había quedado dormido y se alarmó porque no llegaría a tiempo al entierro; subí a mi auto y regresé a mi casa; en la avenida, crucé a los coches fúnebres de regreso y no pensé en otra cosa que llamarla a su celular, pero no lo hice. Llegué a mi departamento, no hice más que darme un baño y acostarme; pero, pocos minutos después, el timbre sonó una vez, dos veces y hasta tres mientras yo decidía si levantarme a atender; por la mirilla solamente vi a alguien que bajaba por la escalera y que se alejaba, abrí la puerta y ella se dio vuelta sobre sus talones, corrió hacia mi y me abrazó mientras me besaba, entramos, y sin decir una palabra nos desnudamos, sin pudor, sin miedos, sin otra cosa en la mente que volver a disfrutar y gozar lo que nuestros cuerpos nos pedían. Nos acariciábamos, besábamos y tocamos como lo hacíamos cuando éramos adolescentes; yo la tomé por detrás y la apoyé contra la fría pared mientras la penetraba y mordía su cuello, y ella se entregaba con todo el ardor de sus entrañas. ...recordé finalmente de quien eran los zapatos, esos que vi dos veces, la primera en los pies del muerto en el cajón, cuando estaban muy lustrados; la otra vez que los vi, fue cuando la encontré a ella con el cuello cortado de lado a lado, a un costado de su cuerpo, clavados en el piso. Ahora ya no quiero recordar, hoy no quiero más que tomar mis pastillas y dejar que los enfermeros del pabellón me empujen hasta la galería donde miro pasar los días por las ventanas sucias de mierda y plumas de paloma. De la seriedad pasamos al descubrimiento y vemos cuan grande puede ser nuestro desatino de corazón, cuando no valoramos lo que hemos dado a cambio de lo poco que exigimos por ello… Estaba yo aquella noche de imaginaria en el frente del fortín, casi podía olerse la llegada de la madrugada que traía como cada nueva, colores rosados en el horizonte lejano, y más cerca de los salvajes que de nuestro señor. En cada rancho, sonaba un ronquido, fuertes hombres descansaban a merced del cansancio del ocio continuo, sólo el miedo al malón hacía soltar un suspiro a los más curtidos. Me llamaban el poeta por mi costumbre de escribir y leer, pero nadie sabía lo que yo escribía, y mucho menos se imaginaban que el destino de esas palabras eran para este momento, ahora, que estas leyéndome. Luego de cada ronda, y merced al castigo impuesto por el alférez, volvía la vista hacia aquel punto lejano, sabía yo de qué se trataba y, a pesar del peligro en ciernes, no daba aviso al regimiento. La madrugada se vino sobre la ranchada y el centinela del alto mangrullo dio la voz de alerta y cada quien preparó su apero, sus sables y sus bolas, saliendo al galope a parar el malón. Mi puesto en la retaguardia, cuidando la entrada al fortín, me aseguraba unos minutos y una chiquita posibilidad de vida, si los indios eran miles, y nosotros, apenas cuarenta, nada podíamos hacer más que morir con los dientes apretados. Fui más sutil de lo que pretendía, y a esa hora nadie recordaba que la noche anterior la patrulla del oeste había escoltado al general y sus hijos, entre ellos, Carmela; tan morena y suave, que daba gusto acariciarla con los ojos, como cuando bajo los sauces ella leía mis cartas, y yo suspiraba entre su hermoso pelo negro. El general y su hijo mayor se pusieron al frente de los criollos, con sables en ristre y las bolas preparadas, dejaron a mi cuidado a la hermosa niña, tal vez por ser yo uno de sus viejos sirvientes en la estancia de los arroyos, donde el mismo general me enseñó la virtud de las palabras y la belleza de sus sonidos; Carmela me recordaba, también yo a ella. Los gritos del desbande se oyeron más cerca de lo que parecía, pero aquellas distancias en medio de la vieja senda salvaje, hacía que cada hombre gritara su furia de guerra como para llegar a los oídos de quienes no volverían a verlos; no quedaban ya valientes haciéndoles frente a los hijos del cacique, más por afrenta a la deshonra que a la muerte misma, cada uno iba cayendo bajo los cascos de los fletes, y su sangre dejaba marcas para no olvidar que el indio no nos quería en sus tierras. Tome unos pocos enseres y a Carmela y salimos hacia el norte, si la suerte nos ayudaba, encontraríamos el fortín grande antes que los indios nos dieran alcance. A varias leguas pude ver que el humo cubría el cielo, día gris que descargaba sus nubes para que a las horas la tormenta hiciera más grande nuestra desesperanza; ella sobre mi pecho lloraba la pérdida de su padre y de su hermano, yo calmaba mi rabia de ser tan cobarde y no haber enfrentado al caciquejo, pero mi pensamiento iba más allá, porque tenía conmigo el premio que el indio hubiera querido llevarse. El fortín grande había sido atacado a la noche, y no quedaba nada donde refugiarnos. Talonee mi ruano y nos alejamos hacia el este, donde cerca de la costa ya no correríamos peligro. Varios días y noches anduvimos por las planicies sin encontrar un alma, ni un rancho donde pedir socorro, y mi consuelo con Carmela, era ya más desesperación que contradecía mi odio con aquel general que me había mandado al fortín por haber descubierto las cartas que antes le había escrito a su hija; ahora sólo pensaba que estaba ella conmigo, único dueño de su destino y de su amor. El amanecer nos encontró abrazados, ya los días habían secado sus lágrimas y su dulzura de adolescente fue creciendo hasta convertirse en deseo de mujer. Con los reales del general, compramos un viejo rancho, ahí crecieron nuestros hijos, ahí me hice viejo y enseñé a escribir a mis niños, ella, maduró a la par, y fue mujer y amante, llevando la casa como la más noble de las mujeres. El indio seguía siendo fuerte en el oeste y cada noche nos recordaba sus gritos en medio del malón, lanzas, flechas, bolas, fuego; cada día miraba yo al horizonte; esta vez, no los dejaré destruir mi fortín, no los dejaré quemar mi hogar. Domingo.... ...de todas maneras era inevitable que hablara con Verónica. Si el resorte roto del colchón no hubiera intervenido, y su existencia terrenal no hubiera formado parte de quien sabe que arcano prometedor, la cosa estaría en veremos. La entrada a la habitación me dejó un poco pasmado al ver que no había más que una silla y una pequeña mesa delante de la ventana; era domingo, y la mayoría de la gente que trabajaba en la casa se había ido a la ciudad y todo había quedado como la noche anterior. Recuerdo que sobre la silla, durmiendo placenteramente había una gata, curioso animal que despertó mi curiosidad cuando despertó al oírme entrar; se estiró, bostezó y se levantó lentamente encorvando el lomo, como hace cualquier gato que se precie de tal; casi no resistí la tentación, y me puse a acariciarla, más por deseo de sentir algo con vida cerca mío que por querer acariciarla, aunque ella, la gata, no notó mi segunda intención, la de no sentirme solo. Era domingo como dije, y como casi todos los mediodía de otoño, la poca luz que entraba por el ventanal me daba la sensación de estar bajo el efecto de un sedante; no había brillo de sol, y el viento, no muy fuerte, de afuera, arrastraba algunas pocas hojas que todavía no se habían desprendido de las ramas de los árboles. Estaba sólo, y la casa enorme, parecía un infinito rincón del paraíso, o del infierno, que daba lugar a mis reflexiones; suponiendo que, si las cosas hubieran sido de otro modo, estaría ahora leyendo, o talvez durmiendo con la paz que el domingo me daba; pero no era posible... así, durante una hora, acaricié el pelaje de la gata que se había acomodado sobre mi pecho, posteriormente a amasarme y clavarme sus uñas, cosa que no reprendí, porque mis claras, u oscuras divagaciones, estaban alejándome de aquel recinto. De pronto, mi cabeza tropezó con un recuerdo, más bien era un rostro-recuerdo; aquella cara me hizo sonreír seguramente, aunque no tenía conciencia real de aquello; el recuerdo era de aquella chica, la bibliotecaria: alta, lánguida, con su cabello cortado en melena y unos ojos muy grandes y bonitos; aunque, su sonrisa era casi una burla, cuando intentaba ser simpática; muy tímida, pero con mucho carácter. Recordé aquella tarde que la conocí, era el salón de Mme. Vazka, y aunque éramos pocos los hombres, dos en realidad, en medio de una multitud de mujeres, fui capaz de improvisar con ella una hermosa historia, por supuesto que líricamente, no habría habido manera de lograr nada que no fuera algo platónico con esta joven; yo, con mi más modesto arte de seducción, intenté arrastrarla hasta los acantilados de los deseos, sus deseos más ocultos; desde la lívido hasta sus más ardiente recuerdos oníricos; pero no hubo razón, ella buscaba en mi llevarme hacia la paz y el estancamiento de un remanso de sonidos, palabras bellas dichas por su boca... Finalmente nos encontramos, aquí, en esta habitación, ambos, uno al lado del otro, mirando por el ventanal, en el mediodía de un domingo de primavera; cuando todos los que trabajaban en la casa se habían ido a la ciudad, y todo había quedado como la noche anterior; el viento, arrastraba millones de pétalos del durazno... Finalmente, hablé con Verónica, suponiendo que el fortuito hecho de que saltara el maldito resorte del colchón, había dejado en ella una mala impresión de mis mas puros y sinceros deseos; pero no, se acurrucó en mi pecho, y en la amplia sala, con la silla y la mesas solitarias mirando por la ventana, volvió a clavarme sus uñas en el pecho... Yo tenía menos de 6 años cuando acompañaba a mi viejo en la chevrolet del abuelo recorriendo las estaciones de servicio para intentar cargar nafta, ¿pa, por qué no hay nafta?, le pregunté, y su respuesta fue "porque la están usando los aviones en las malvinas"; todavía no me daba cuenta de la situación, no sabía què era la guerra. Pocos días después, al volver mi viejo del banco, comentaba "dicen en la radio que estamos ganando la guerra, están apilando ingleses". Un año despues, cuando volvía de la escuela, dos mirage pasaron volando por mi calle, muy cerca del suelo haciendo un tremendo ruido; me quedé petrificado por la sorpresa y el miedo me hizo correr hasta casa a contarle a mi vieja que pasaban aviones, que seguía la guerra; ella trato de calmarme diciendo que la guerra terminó, que estaban haciendo maniobras. Años despues, conocí a un ex combatiente vendiendo bolsas de residuos, le faltaba una mano, le pregunté si volvería a combatir, si creía que valía la pena morirse de un tiro o en una explosión, su repuesta fue "mi vida valía mucho cuando fui a las islas, como todos mis compañeros creíamos que eramos los más poderosos y que íbamos a sacar a los ingleses de ahí. Pero volví con una mano menos, de todos mis compañeros de batallón solo regresamos 31, más de la mitad están con heridas, y la otra mitad están trastornados. Nos trajeron escondidos de noche en un buque pesquero, nadie nos fue a recibir, no sabían; nos dicen que somos héroes, que peleamos por el honor de la patria, ¡un carajo!, no teníamos balas, ni abrigo, ni comida, y además nuestros superiores comían bien, estaban calentitos, y si sonaba un tiro, se cagaban en los pantalones y se escondían mandándonos a nosotros a poner el cuerpo. No volvería, mi patria no hizo ni hace nada por mi. Malditas y estúpidas guerras, malditos y estúpidos aquellos que siguen reinvindicando el coraje, la valentía, el patriotismo de los que fueron a las malvinas, cuando los nombran como héroes, nunca piensan que fueron víctimas de los delirios de un alcohólico y una sarta de infradotados disfrazados con uniformes. Estúpidos aquellos que creen que el derecho a la soberanía se mide con el largo del caño de un fusil, idiotas incrédulos aquellos que todavía insisten en recuperar un pedazo de tierra, que el único valor que tienen - para los que detentan el poder - es solamente el rédito por las reservas petroleras. IGNORANTES AQUELLOS QUE TODAVÍA CREEN QUE PONER UN PIÉ EN FALKLANDS NOS HACE MAS ARGENTINOS. No hubo héroes, solo hubo víctimas de la codicia. Este usuario no tiene textos favoritos por el momento
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