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Todo lo que se tiene rápido se puede ir, en un instante la flor se marchita, nace el niño viaja el anciano… el recuerdo, el romance y las luces se apagan.Sin correr siempre hay prisa, la espera desespera y un minuto de paz es necesario…Las lágrimas llegan rápidas y tan gratas las sonrisas. Me pierdo, otros me encuentran…Qué bueno mirar hacia atrás para valorar el camino que me toca andar y el aroma de otros aires vuelven cuando más los necesito.Quiero quedarme y seguir, transitar y existir, recorrer y perderme, ver la estrella y guiarme en su luz. La vida puede ser tan corta y a mi se me hace larga… las quejas sin sentido y las batallas necesarias. Los amigos, la familia y ese mate con café me recuerdan que estoy viva que siempre es hoy si voy construyendo mi camino… Cintia Albenque Todo lo que se tiene rápido se puede ir, en un instante la flor se marchita, nace el niño viaja el anciano… el recuerdo, el romance y las luces se apagan. Sin correr siempre hay prisa, la espera desespera y un minuto de paz es necesario… Las lágrimas llegan rápidas y tan gratas las sonrisas. Me pierdo, otros me encuentran… Qué bueno mirar hacia atrás para valorar el camino que me toca andar y el aroma de otros aires vuelven cuando más los necesito. Quiero quedarme y seguir, transitar y existir, recorrer y perderme, ver la estrella y guiarme en la luz. La vida puede ser tan corta y a mi se me hace larga… las quejas sin sentido y las batallas necesarias. Los amigos, la familia y ese mate con café me recuerdan que estoy viva y que siempre es hoy si voy construyendo mi camino… -Ponete a trabajar y dejá de dibujar, que el pizarrón es para los precios y no para sueños de un cabeza fresca. Prefiero callarme y no contestarte, tengo tanto para decirte. Alimaña, crapulosa, sucia, despreciable. Yo voy a seguir dibujando y voy a venir a ver como te hundís en tu patética cueva. -Buen día ¡Qué rico aroma, se siente desde la otra cuadra, se nota que acá todo es artesanal! Artesanal, artesanal es la forma en la que la rata te madruga si supiera que “ese aroma” no es más que un jarrito roñoso al fuego con agua y esencia de vainilla para engañar, ¡por favor! -¿Me das un kilo y medio de masas? ¿Para qué pregunta? Todos me dicen lo mismo. Como si no fuera a atenderlos poniendo la misma cara de boludo que pongo hace cinco años y ellos ponen la misma jeta de compasión cuando me ven que me quemo las yemas al sacar el pan caliente del horno, porque los muy turros no se llevan lo que queda en el canasto. ¡No! Quieren el pancito calentito y te ponen carita de perdón. Pero qué poco les queda, muy poco, ya no va estar el gil que acomoda las carameleras por orden frutal, el que limpia siete veces la bandeja de las facturas como indica el feng-shui y no deja las puertas abiertas para que no se escape el dinero de la rata. No, claro que no, porque voy a estar exponiendo mis obras y la primera va a ser en homenaje a todos y cada uno de ustedes que hacen de mi vida una miseria de kilo y medio. -¿Y ya está el café? son más de las nueve y no desayune todavía. ¿En que momento me convertí en tu secretario, tu ama de llaves o tu cocinero? Ay, pero que feliz voy a ser cuando te llegué el telegrama y encima tengas que poner centavo por centavo todos los años que me negreaste. Voy a regocijarme como vos cuando calibras la balanza para que pese de más. Esta vez la balanza va a estar de mi lado y te vas a derrumbar como el complejo Warnes y yo voy a estar mirándote como el perro de Patán, riéndome de costado. -Llegaron los proveedores. Atendelos, querés y tráeme el edulcorante que me estoy cuidando. Si cuídate, cuídate mucho y guárdate edulcorante para bancarte la amargura de estos años en negro a la sombra de un toldo agujereado. -Discúlpame ¿las pastas son frescas? Siento la mirada de la arpía indicándome qué decir, no vaya a ser cosa que cuente que tienen más de diez días y que el amarillo de los fideos no es el huevo si no el estado previo a la pudrición. –Sí, señora, por supuesto. Frescas como el día. Fresco, fresquísimo voy a estar yo, tan fresco que de la lástima que me vas a dar voy ofrecerte toda mi sabiduría para que el negocio no se te venga abajo, inútil. Nunca distinguiste las de grasa de las de manteca. - Ya son casi las nueve. Empezá a limpiar los vidrios, barré y mete adentro el cartel de los precios con la decoración, ésa tan creativa que le hacés. ¿Sabés? vos tendrías que pintar. Si querés, podés empezar por las paredes y si te sale bien, el cartel lo podés hacer vos. Con esas letras fileteadas, como la de los colectivos. Pensalo. Qué bueno me dejas pensar, pensé que ni eso podía hacer, dale te voy a pintar, claro que te voy a pintar y no sabes lo lindo que te va a quedar, te voy a pintar como a la Gioconda una sonrisa hermosa para que cuando mañana recibas el correo, puedas seguir atendiendo sin preocuparte por nada. Y no me busques, porque no voy a estar acá, voy estar a la sombra del árbol con mi risa de costado, planeando el próximo cuadro, planeando mi vida, planeando. Cintia Albenque El ruido fue tan fuerte que me desperté, no sabía si eran caños que se habían caído, chapas o algo así. Eran las cuatro de la mañana, aún me quedaban tres horas pero los simpáticos Suárez una vez más en discusión alteraban mi sueño, son gente buena pero se la pasan discutiendo, si no fuera porque los conozco hace más de diez años ya los hubiese denunciado, sobre todo al señor Suárez, a veces están maleducado y maltrata tanto a su mujer. Ella una mina que aparentemente parece bastante corajuda y para mí que solo está con él por la plata, porque más de una vez vi como despedía de su casa al administrador que también vive en el edificio, cada vez que le iba a cobrar las expensas. Al día siguiente con ojeras hasta el mentón salí de casa directo al trabajo y en la puerta me encontré con la escena más espeluznante, policías, cintas cercando la escena del crimen, vecinos azorados. No entendía nada pero sí, crimen, crimen era la palabra que describía lo que había sucedido. Me acerqué a preguntar y un policía sin dejarme pasar me explicó que habían encontrado al señor Suárez muerto de un gran golpe en la cabeza, me preguntó si sabia si el señor Suárez tenía enemigos y yo sin salir del asombro respondí un desinflado no. Le pregunté al jefe a cargo de la investigación donde estaba la señora Suárez, seguramente estaría adentro llorando desconsolada, más allá de no llevarse también era su esposo y después de todo ¿Qué matrimonio se lleva bien?, el mío duró menos de un año. El investigador me respondió que la señora Suárez estaba de viaje en la costa visitando a una hermana hace unos días. Yo le comenté que me había parecido verla ayer. La mañana anterior había visto a la señora Suárez hablando en la esquina con el administrador, él le entregaba unas llaves y luego ella subía a un taxi con un bolso. Le resté importancia porque era una nueva confirmación de que ahí había un romance, de echo una vez escribí la historia de ellos para un taller de escritura al cual asistía, con el final que yo creía, ella escapándose con él y con toda la plata del señor Suárez y Suárez, muriéndose de un ataque al corazón… Crónica de una muerte anunciada. Pero ahora había una muerte, la de Suárez pero sin ataque, ¿o si? Le pregunté nuevamente al investigador que golpe tenía el señor Suárez, si había sido un robo o simplemente de un ataque se cayó y al golpearse se murió. El investigador me dijo que no podía darme más detalles que esperaban al forense pero que todo indicaba un claro caso de inseguridad y que cerrara bien la puerta de mi casa por la noche. Luego de varios días no podía sacarme de la cabeza la imagen del entierro del señor Suárez, tampoco la frialdad de la señora quien a penas había derramado escasas lágrimas por su esposo ni la cabeza agachas del administrador. Una vez que el entierro terminó me acerqué a darle mis condolencias y ella sin levantar la vista siguió caminando directo a su auto. Supuse que abrumada por el dolor no iba a estar parando por cada uno que le dijera “lo siento mucho” Una mañana pasé como siempre por la puerta de la casa de la difunta Suárez, apunto de tocarle el timbre para ver como estaba y si necesitaba algo, sin saber si me abriría la puerta, pero teniendo muchas ganas, no sé porque de escucharla para ver como sonaba. Escuché que hablaba con el administrador y que le decía que en pocos días cobraría la herencia que todo estaba saliendo de acuerdo a lo planeado, que la investigación se cerraría que todos éramos victimas de la inseguridad. Al escuchar estas palabras volví a mi casa aterrado, ¿Ellos lo habían matado? ¿Cómo podía alguien matar a otra persona? No dormí en toda la noche, pensé en vender todo en irme lejos, lejos de una vecina asesina. No quería salir de mi casa, ni cruzarla a ella o a él. Sonó el timbre y de un salto me paré. Fui hasta la puerta y no había nadie, paranoico pensé que el acto seguido era un hacha que atravesaba mi puerta dando fin a mi vida que hasta hace unos días era barata y aburrida pero sin asesinos alrededor. Mire para abajo y un sobre con mi nombre y apellido traía con si una citación del juzgado para ir a declarar como testigo sobre la muerte del señor Suárez. Pensé en no presentarme, pensé en inventar una enfermedad, pensé y pensé pero finalmente se hicieron las once y entré a la oficina del investigador quien amablemente me hizo muchas preguntas y entre café y café me fui relajando. Antes de terminar con el interrogatorio el investigador me agradeció y me dijo que no me necesitaban más que mi citación era de rutina, que siempre se citaban a declarar a los vecinos de victimas de un caso como el de Suárez. Agradecí la amabilidad, los cafés y me fui, tranquilo y pensando empezar una terapia para llevar conmigo ese secreto toda la vida, poner en venta el departamento y rehacer mi vida sin sentir culpa por saber y no decir, pero consciente de que el miedo me paralizaba. Al mes de poner en venta el departamento se vendió, hacia semanas que no veía a la señora Suárez ni al administrador. Salí de casa rumbo a firmar el boleto de compra-ventana y nuevamente una escena antes vivida invadían mi vista, policías y vecinos que miraban lo que sucedía otra vez yo que me acercaba a preguntar ¿Y ahora quien era el muerto? Pero no había muerto, solo había dos detenidos acusados del crimen del señor Suárez, nada más y nada menos que la difunta y el administrador a quienes con esposas se los llevaban. El investigador estaba ahí cuando me vio se acercó y me dijo, “descubrimos al asesino y a su cómplice” “¿Pero como?” Luego de preguntar me dije a mi mismo cállate la vas a cagar” y el investigador con una sonrisa tan solo me respondió “Gracias a un testigo que preferimos resguardar su identidad descubrimos que la señora Suárez mintió, no había viajado días antes, nuestro testigo la vio la mañana anterior y a raíz de eso descubrimos varios errores más en su coartada” Yo no salía de mi asombro y antes de decir algo agregó “Gracias por todo ahora podes dormir tranquilo este edificio no sufre de inseguridad” Fin Cintia Albenque Por unos segundos de felicidad dejaste de ser para corresponder, no tienes agallas para enfrentar. Pero por un instante fuiste majestad. Las cosas vividas en huellas están y marcándote paso a paso siempre te seguirán. No te malees de nada lo echo, echo está y aunque le busques pretextos vos siempre sabrás que nunca es tarde si aún es temprano y que lo que hiciste no tiene solución, tan solo hazte cargo y empieza a crecer, suelta, crea, no copies, inventa. Capaz con el tiempo puedas entender que no se puede vender el alma al diablo y de un paso volver a ser un ángel que nunca fue… Cintia Albenque Solo recuerda que alguna vez su padre le dijo que el talento debía trabajarlo sin forzarlo, que el árbol más alto que escalo fue para buscar aquella bola que por el home run de Mantle había quedado colgada en el. La opresión del calor era la misma que esa bala en el cerebro habían echo de él solo una caja de perfectos y únicos recuerdos felices, una puerta se había abierto y ahora sería difícil cerrarla. La dirección de su mente solo iba en busca de ese que tiempo atrás había dejado de ser, aquel cuya memoria guardaba vida, vida que se convertiría en máquina que solo trabaja, escucha, repite y duerme pero no descansa. Las voces de los alrededores la culpaban pero él agradecía, no quería y no iba a despertar y si ya no lo hacia no importaba por que los recuerdos que aparecían eran lo que lo mantenían vivo y si volvería otra bala aparecería quizá no con el mismo fin, tal vez solo con el fin. Quien podía pensar, creer que mientras todos luchaban por revertirlo él ya lo había hecho, consciente de no estar ahí muy consciente de seguir allá de donde nunca se quiso ir y a donde siempre quiso volver. Calor, más calor, un calor, ese calor que oprime, que derrite, derrite recuerdos destruye memoria. Su mujer y su hija veían la imagen de un hombre dormido, dormido con una sonrisa, que alentaba a pensar que volvería ahí para seguir escuchando reclamos, recitando poemas, viviendo la rutina. Una sonrisa que en su mente dibujaba el recuerdo de ser tan solo un chico, de rodillas raspadas y guante en mano encandilado por el sol que no permitió ver que la bola cayó al césped. Luego de los partidos tomar el refresco, molestar a Alex por las bolas perdidas, oír el silbido que indicaba que la cena estaba lista. Ir por la calle juntando las piedras que luego apoyaría en los rieles y el tren destruiría al pasar, como esa bala que oprimía y demolía al viejo Anders y daba lugar al niño escondido, al momento de la vida donde todo tiene solución, donde no existe la preocupación, todo es perfecto mágico y único, ¿Quien quisiera volver de ahí? No lo sé, Anders no. Tal vez una operación dijo, tal vez esperar un poco más respondió. No sé no me importa desde adentro se escuchó. Sumergido en el túnel del tiempo el momento más trágico era el más provechoso de su vida mucho más que el día que Mays se fracturó y él se lució en la segunda base, esa noche bajo las estrellas los grillos daban su canto y su padre lo felicitaba. Todo parecía ser tan idílico que intentó pellizcarse, pero no podía el calor opresor era el único que podía conectarlo con ese viaje que estaba realizando un viaje al pasado, un viaje sin rumbo fijado, sin retorno. Calor sintió y con el ese sentimiento de dicha y el recuerdo del trofeo en la repisa del comedor, junto a la medalla y al dibujo del bate. La camiseta manchada de verde, su madre refregando y el barro de los botines. Afuera la junta de médicos, la decisión, el miedo. Adentro la vida, la felicidad. ¿Cómo podría una bala hacer tan feliz a alguien? No había tiempo para las preguntas tenía que seguir dándole paso a esos recuerdos a esas ganas de vivir, quizá si volviera ellas volverían junto a él. La decisión es de ustedes, no podemos asegurar un cambio de situación, un avance o un retroceso, no podemos asegurar cuanto tiempo. Ellas pensarían que resolución tomar. Él ya había escogido la suya, algo ocurriría lo sabía, más recuerdos aparecían y más y más pero en un minuto resultaría imposible recordar años olvidados. Un último instante el calor era fuego y empezaba arder, ardió tan fuerte que quemó el presente, viajó al pasado recordó y olvido volver, un silencio profundo, un último suspiro y junto al sonido más agudo de aquella máquina se fue. Calor de verano, opresión en el pecho, otra vez se ha vuelto tedioso, había vuelto. Cintia Albenque Tomar las pastillas no. El cuchillo… el cuchillo llevaría demasiado tiempo, no. Miré el balcón, corrí las cortinas, la brisa, la altura, gente caminando por la acera, mejor no. Fui a la cocina aun podía oler las naranjas frescas en la bandeja compradas en la mañana. Encendí el horno dejé que el gas corriera, el olor alertaría a los vecinos entonces no, volví al living tomé la silla, me subí, medí la distancia hasta el techo, no tenía el largo suficiente para la soga. Pensé en salir, el tren de las cinco pasaría en diez minutos, del mismo bajaría ella luego del trabajo, vaya sorpresa se llevaría, pero esa no era la idea. La avenida, medité sobre la avenida, infinita cantidad de autos y colectivos pero ¿Y el golpe?, el golpe podría no ser lo suficiente para el fin. Me recosté un instante, nada me cerraba las ideas se disipaban, es que no podía, no podía tener claro en mi mente como hacer que opción tomar, y entonces, ¿entonces que haría? Me replantee. El sueño comenzó a llevarme a otro lado como si estaría logrando lo que más anhelaba, naturalmente se estaba realizando mi deseo, ya no la oiría, sus dictámenes no recorrerían mi cabeza, sería yo en otro lado, donde nunca dejaría de serlo, donde podría lograrlo. Un instante, un instante más. Una dulce sensación de paz… un instante, un instante, ese instante en donde la puerta se abrió y ella dijo: - ¡NO Rubén, no!- a penas son las 5 ¿Qué haces durmiendo? no es momento de siesta vamos levántate y prepárame el café. Cintia Albenque Perdida en la situación hoy te escribo… Cuando te conocí vivía en un oasis, de repente en un pantano todo se convirtió. Yo me iba hundiendo y vos no te hacías cargo. Tu vida tenía problemas, yo insistí y quise estar. Estaba, vos no lo notabas ¿estuviste alguna vez? No podía plantearlo, no existía un compromiso. Vamos de a poco dijimos, pero aumentaste la velocidad. Tus pretextos eran tu vida, tus desapariciones eran la excusa. Mi errores solo míos. Estando juntos éramos otros y al separarnos no había un nosotros. Me pesaba y no podía expresarlo, tus locuciones eran mi acato. Yo era feliz y me permití involucrarme, vos viajabas ni lo sabias. Me pedías que hable y ocupabas todo el dialogo. Tenías anécdotas yo me reía. Las horas pasaban y tras puertas cerradas hablaba sola, con otros, menos con vos. Me pedías sinceridad y te dije “esto es lo que soy” Te gustaba me lo hiciste saber. Era insegura y hoy lo amplíe. Te escribí, no hubo respuesta. Los teléfonos andan mal “esta todo bien”. Vacaciones, el trabajo, mi familia, la tuya. “Cuando me mude estaremos más cerca” Y estando abrazados kilómetros nos separaban. “Sos bonita no lo ves” Me gusta tu cuerpo, sos buena amante, me sonrojaba, que lindas palabras. Tu accionar no coincidía con tus sentimientos y los míos iban en decreciente. Te extrañaba, pero silo decía te alejabas. Me fui y volviste pidiendo explicaciones sumando expectativas. Me dolió pero nunca te enteraste. Cansé a todos, me cansé a mí. No entiendo y quiero saber, las culpas que me eche, las lagrimas que derrame ¿Dónde las dejo? Hoy te las doy. Qué difícil no ponerse de acuerdo, que tristeza saber que no responderás y si lo haces no me llenará., pero me seré feliz. Siempre fue así. Me dejé llevar, toqué fondo y volví. Ahora vuelvo a empezar y quiero que estés, sigo dando vueltas al asunto y vos mi único remitente. Nunca nos entendimos y creíamos que sí. “Dejemos que fluya” pero ya decantó por el lado menos pensado, aunque inconcientemente sabia que sería así. Respóndeme, dame una señal ¿Tu teléfono sigue mal? Me conformo al pensar que actúe con la cabeza y con los pies. No me dejes, búscame. Estaré para esperarte y si venís hablaremos, miraremos nuestra serie y en un profundo silencio te daré un beso, seguramente todo seguirá igual pero por un instante seré radiante aunque me remida una y otra vez. Sos lo que quiero y lo quiero ya. La ansiedad me aniquila y tu ser me rescata. Te escribo por acá seguro te llegue, o no, de ser así mañana insistiré. Serán evasivas de tu parte y yo otra vez comprenderé, no quiero llegar a un acuerdo ¿Para qué si así estamos bien? Te quiero una y otra vez. Cintia Albenque Sabemos Sabemos que hay filosofía en lo simple y complejo de la duda… Sabemos que no deseamos cuando ya lo tenemos… Sabemos que lo alto está por encima de lo bajo… Sabemos que la literatura, si es buena es porque no la consideramos mala… Sabemos que hay una lengua dentro de un lenguaje… Sabemos del otro cuando lo escuchamos… Sabemos de nosotros cuando lo intentamos… Sabemos escribir, sabemos hablar, sabemos leer… Sabemos recluirnos en mundos creados… Sabemos sentenciar con miradas y gestos… Sabemos que algo sabemos cuándo ya lo sabemos y no queda nada por saber cuando en realidad el saber ya sabe que sabemos… Cintia Albenque Si pudiera hablar conmigo me diría que camine despacio, siempre habrá alguien esperándome, me diría que si cambio no sería quien soy, me diría que espere, las horas siempre son las mismas, los días pasan y los años vienen solos… Me explicaría que más de un error es un acierto a futuro. Que no importa lo que piensen, lo bueno es que te piensen. Que los veranos son excelentes y los inviernos pensantes. Que la familia es una sola, y no es solo quien tiene una familia. Olería nuevamente esos aromas que me quedan de recuerdo, sufriría esos amores para darme cuenta que nunca amé. Conocería nuevamente a mis amigos para elegirlos, pelearme, reír y volver a elegir. Cantaría esas canciones creyendo que mi voz es única. Me invitaría al parque para observar a la gente y descubrir que los niños son felices y los adultos se hacen demasiados problemas… Me diría piérdete, en algún momento te encontrarás. Llegaría es este punto en el cual me escribo después de haber leído a los autores más impresionantes… y me compararía con ellos al decir que las palabras son las únicas que perduran, que uno es el que cambia y les cambia el sentido, todo depende el ánimo, todo depende del momento, todo depende de la vida, la vida que uno construye, la vida que uno arma; Su propio libro, su página en blanco. Cuando se construyen las casas, los constructores o quienes las diseñan no tienen en cuenta que quienes las habitan construyen ahí su vida. Así fue como ella edificó allí su mundo, hizo cada sueño realidad y volcó cada pensamiento en las hojas de los cuadernos que poblaban su escritorio. La habitación, la pieza o el cuarto, según donde empleara la palabra fue su lugar, el lugar que se convertía en escenario cada vez que de niña se transformaba en una actriz famosa ganadora de premios, una oficinista o maestra de una escuela en donde daba a sus muñecos lecciones de alguna asignatura hasta de moral. Utilizaba el interior de las puertas de su placard como pizarrón, el mismo placard que de adolescente odiaba ordenar y su mamá tomaba de anzuelo ante el pedido de salir. Cada vez que recuerda su habitación lo hace con una sonrisa, de esas sonrisas que suelen dibujarse en los rostros cuando un buen recuerdo viene a la mente. Le encantaba redecorarla y cambiar constantemente los muebles de lugar, patinar con los patines de tela sobre el parque encerado simulando ser una gran deportista en las olimpiadas, pero a la hora de jugar con los tacos altos de su mamá se le complicaba ya que sobre los patines no podía escuchar el taconeo y sentirse grande, allí la magia se disipaba. Sus paredes además de guardar risas, llantos, gritos, deseos, secretos… eran los murales perfectos para sus pósters, cuadros de fotos, títulos. A medida que fue transcurriendo la vida esas paredes fueron la muestra de sus cambios de sus gustos por la música, el teatro, el cine y sus logros personales. Durante los veranos ponía bajo la ventana, que daba al costado de su casa y que con solo abrirla podía olerse el bello perfume del jazmín que cada primavera la abuela se encargaba de podar o de mutilar según ella, porque lo dejaba tan pequeño que siempre temía que no volvería a florecer, su cama para poder dormirse viendo el cielo estrellado, la luna y con suerte alguna vez ver una estrella fugaz. Y así despertarse con la luz del sol calentando su rostro e iluminando sus días. Días enteros dentro de esa habitación, estaciones, cambios de clima, cambios música con la que ambientaba según sus actividades, pasó allí. La hizo propia, la hizo única. Tuvo la ventaja de no compartirla nunca y ser completamente su esfera. Un día partió y dejó atrás la casa, la habitación… Ahora vive en otro lugar, más alto sin jazmín cerca, ni lunas que se asoman. Cada vez que vuelve le parece muy raro entrar y que nada esté como estaba cuando ella hacía de ese lugar su mundo, pero cada vez que entra, mira, cierra la puerta y al hacerlo el recuerdo de los juegos, los muñecos, los pensamientos, los primeros amores, vuelven y con ellos vuelve una sonrisa, de esas sonrisas que suelen dibujarse en los rostros cuando un buen recuerdo viene a la mente, de esas sonrisas que huelen a caramelo de frutilla, esas que nos indican felicidad, nostalgia y amor. Cintia Soledad Albenque El sonido de las sirenas de los patrulleros me advirtieron que nuevamente otro episodio había culminado. Me fascinaba ver cada situación, la escena, los cuerpos, el hedor de la sange me atraían. Al principio intenté evitarlo, taparlo. Pensar que estaba loco que no podía permitir que algo así me excitara, me diera ganas de más. Intenté una y otra vez acercarme a ella. Perfecta, fría, pálida, blanca, con sus cabellos negros y sus ojos azules, rojos. No le encontraba más explicación que la que tenía, era su naturaleza e iba a respetarla. Son las dos de la mañana, la estación de servicio se volvió el escenario más concurrido de este pueblo sin vida, sus habitantes no eran más que simples pueblerinos, sus temas de conversación no salían de lo básico, el clima, la ruta a medio asfaltar. Somos un pueblo fantasma sin esperanza de avances, tal vez ella había llegado para remediarlo o al menos para dejarnos una leyenda urbana. Los policias hablaban con el viejo, el dueño de la estación. Estación en ruinas, tres surtidores de los cuales servían dos, luces intermitentes producto de fallas eléctricas, un pequeño local que vendía cigarrillos, galletitas y agua y mucha mugre, mucha. Yo estaba escondido detras de los árboles al otro lado de la ruta. No quería cruzarme con ninguno de ellos, no podría hacer de cuenta que nada sé. No quiero delatarla admiro lo que hace. De algún modo siento que es una vengadora y creo en su ¿salvación?. A lo lejos y cubierto por una manta el cuerpo, sangre por todos lados, la mordida perfecta para el desangrado perfecto. Recordé las clases de biología de la señora Lopez. “El cuerpo humano tiene cinco litros de sangre”. Allí estaba ese cuerpo con cinco o más litros menos. Era raro y no, no sentir pena alguna, ya me había pasado con los otros dos. Se habia llevado al dueño del almacén, al hijo de la doctora más reconocida de aquí y ahora a Pedro el sobrino del dueño de la estación. Me pregunto porque no se lo llevo a él, su sobrino sólo era su producto, un pobre huerfano que creció en manos del viejo más apático y maldito de todo este pueblo, o al menos de la estación. Me distraigo mirando hacia el cielo y a los costados, tengo la sensación de que va a aparecer y voy a poder hablarle, quiero ser como ella y cobrarme yo también muchas cosas que este pueblo y su gente me han hecho. Dirijo mi mirada hacia el baño de empleados y puedo verla, divisarla. Corro hasta la parte de atrás y a través de una ventana, subido a un cajón la espio. Se lava la cara frente al espejo, sangra abundantemente, en realidad no es su sangre, es la sangre de sus victimas. Intento llamarla quererle hablar. No puedo me vence el miedo, miedo a que se vaya. Soy conciente que aunque quisiera yo no sería su victima, no tengo nada que pagar más que deudas de noches de pocker y alcohol, esas no se pagan con sangre. Siento una gran frustación mi sangre no es preciada, no está sucia, no está contaminada... Se abre la puerta mientras ella termina de limpiarse el último vestigio del cero negativo del sobrino del viejo. En ese instante entra Laura una de las encargadas del turno noche. Arrogante, mandona, mala conmigo y con todos los empleados, viciosa. Apañada y protegida por el viejo. Según dicen la amante de muchos el amor de ninguno. No cruzan palabra. Laura se asusta de ver a la “criatura” y le grita pidiendole que se retire del baño de empleados, le insinúa que si no lo hace, afuera había muchos policías que podian pedirle que lo hiciese. Sin terminar la frase Laura cae al piso y sus litros comienzan a derramarse. Justicia otra vez. Ella se vuelve a limpiar, se mira al espejo, sonríe en silencio. Yo sigo ahí sin más que admirarla. Sale por la puerta y se pierde en la inmensidad de la noche. Mi única reacción, acercarme a un policia y avisarle que había otro cuerpo en el baño privado. No sé si volveré a verla, no sé si se habrá ido para siempre, aún quedaban muchos más por ahí, muchos más que hacían la vida de otros una misería. Aún quedaba yo con mi miseria de vida. Cintia Albenque Con más de cien kilos, casi dos metros de altura, musculosa ajustada, jean gastado, borcegos y unos cuantos tatuajes indefinidos se paraba en la puerta todos los viernes y sábados. Como máquina repetía “chicos son $50 pesos la entrada con una consumisíón.” No era lo que más le gustaba, ni tampoco lo disfrutaba como el resto de los patovas. Lucas era distinto él quería cosas distintas, pero había asumido que con ese tamaño y porte de lo único rentable que podría vivir era de esto, a lo sumo custodio de algún famoso,pero las armas le daban miedo. Sin embargo no perdía la fé en su sueño. Ese sábado después de estar más de dos horas en la puerta revisando documentos su jefe, otro gigante de piel arrugada, esos que no se dan por vencidos y van encontra de la naturaleza. Con más arrugas que una tortuga y bronceado de Caribe extremadamente exagerado para lucirlo en un boliche de Ramos. Le pide que custodie la pista de cumbia. Lucas con su vasito de agua se apoya sobre una columna y comienza a divisar la pista. Se pierde entre algún que otro escote, alguna minifalda y hasta en los pasos de baile de algún caradura. En un momento determinado Lucas ve entre el tumulto a dos flacos con actitud de discusión, se acerca rapidamente e intenta separar a los dos involucrados utilizando sus manos. El humo, las luces y la música tan alta dificultaban poder frenarlos. Cuando logra separarlos uno de ellos tira un arrebato y le da en el brazo a Lucas, acto seguido el otro le grita “correte grandote al pedo, esto es entre nosotros” Definitivamente la actitud y la postura de Lucas no causaba absolutamente nada en ellos. Agotado de forcejear con los dos, plantado sobre su eje, hace fuerza y logra separarlos, tomandolos de la camisa y llevandolos a un cuarto a parte. Entran los tres, los sienta, les ofrece un vaso de agua y le pide que le cuenten que pasaba porque se estaban peleando. Uno de ellos bastante alcoholizado en tono muy de burla le dice: “¿Qué onda sos cura, queres que nos confesemos también?” y el otro sugiere “Si dale gil danos salida, ya fue mientras que este salame no se quiera avanzar a Melisa está todo bien”. Lucas hace oídos sordos a sus palabras e intenta explicarles el sentido de salir con amigos a divertirse y hasta les habla de como pasarla bien, sin proyectar en el otro los problemas de pareja o las disputas familiares. Todo en un tono muy amable y coordial. Los jóvenes no entendían nada de lo que Lucas decía y aburridos ya por sus palabras se retiran del cuarto, Lucas sin impedirlo se queda dentro de él, sin advertir que su jefe había escuchado toda la conversación. Éste ingresa al cuarto y le pregunta que era todo ese circo y si pensaba arreglar toda situación violenta hablando. Le repite lo mismo que el día que lo contrato: “Acá si se arma bondi, pum pum dos piñas a cada uno y de patitas en la calle” “Psicología en la facultad acá no te hagas el Rolón”. Lucas sin decir nada y con algunas lágrimas en los ojos, haciendo fuerza para que no se derramen, tomo su bolso y sin decir más que: “Me debes la noche de ayer y la de hoy, guardatelas para cuando tengas que ir a terapia por violento y golpeador.” Se fue del local. Al llegar a su casa, puso la pava, abrio el paquete de facturas que traía y fue en busca de sus libros. “Ahora tengo más tiempo para preparar la materia” pensó. Se sentó abrió el libro de teoría del psicoanálisis en el capítulo cuatro y empezó por el título. “El hábito no hace al monje”. “Si mirás a tu alrededor todo es verde abuela, las hojas de los árboles, las hojas de las plantas, la yerba del mate, la bolsa de residuo, la botella de vino, tu delantal, todo es verde, la vida es verde” “Acá todo es verde Victoria porque vivimos dentro del verde, por eso chiquita vos ves todo verde” Mientras Victoria y su abuela mantenían una conversación abstracta sobre la vida y su tono. La mayor preparaba buñuelos de manzana a pesar del calor absoluto que hacia en la reserva. Victoria obserbaba obnubilada por el verde que se asomaba en cada rincón de la casa, en cada lugar donde miráse lo único que podía o quería ver, era verde. “Abuela mi vida es verde” “Tu vida es verde porque solo tenes quince años, ya va a ir tomando otros colores y llegarás a un marrón tronco de árbol como esta vieja que te habla” Victoria sonrió. “Tomá llevá los buñuelos” “Ahora no voy a comer abuela me voy a dar una vuelta por los senderos”. “Tené cuidado, la naturaleza es sabía no te confíes tanto” Victoria salió a recorrer la enormidad verde que rodeaba la casa de su abuela, verdes claros, verdes oscuros, verdes grises y verdes esperanzados. Como la esperanza de Victoria de poder transformarse en verde, en planta, en árbol, madreselva, pasto... en algo vital. Distinta a otros adolescentes pasaba sus días leyendo, admirando el día y la noche. Cada verano igual desde chica, refugiada en la casa antigua de su abuela, dando paseos por los claros, no haciendo más que contemplar el verde. Temiendo a la noche y a las sombras que dibuja la luna en las plantas, alucinando otras vidas que pudieran apoderarse de ella. Prefería las historias fantásticas esas que dan ganas de hacerlas realidad. Estaba leyendo “Hombres animales enredaderas” de Silvina Ocampo. Leía un poco cada día en el living junto a la enredadera que estaba en la maceta pegada al ventanal, ventanal que daba a un costado de la casa y que por supuesto emanaba verde. Lloviznaba por la tarde y nada la detenía Victoria caminaba por los caminos llenos de plantaciones verdes, sin flores solo miles de verdes. Plantas, árboles y algunos yuyos. Cuando empezó a escuchar el sonido de una casacada cerca pero sin poder comprender exactamente cual era su ubicación. No entendía, años viviendo todo los veranos en la misma casa recorriendo los mismos caminos y nunca la habia visto u oído. Siguió caminando alerta escuchando hasta que llegó. Verla fue comprender que ese lugar estaba creado para ella, conectarse con lo natural y sentir que sería su refugio, su escondite solo suyo. Intentó acercarse a la parte donde el agua cae de tal forma que la unión de varias gotas no es agua transparente si no blanca. No teniendo en cuenta que la tierra y la lluvia forman barro y que el barro resbaladizo iba hacer que resbalase, cayera al piso golpeara fuertemente su cabeza con una roca y que la sangre de su cabeza tiñiera el agua de rojo. Dentro de la cascada confundida por el golpe, extasiada con el agua que mojaba su cuerpo, en un estado tan puro y tan natural, tan ella. Siguió observando todo el verde, y más verde. Intentó levantarse con las pocas fuerzas que le quedaban sin notar que a sus pies una Pasionaria que con toda “pasión” había enredado hasta la mitad de sus piernas. Casi sin aliento y recordando cada palabra del cuento que estaba leyendo pensó que su historia se estaba volviendo fantástica. Siempre quise ser verde, ser libre, brotar, renacer una y otra vez... Mi abuela tenía razón: “Tené cuidado, la naturaleza es sabía no te confíes tanto” Y cerrando los ojos el agua bañó su cuerpo, su aliento por completo. Cintia Albenque Este usuario no tiene textos favoritos por el momento
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