El insomnio del amor me acompaña. Apretujada entre mis propios brazos, manteniendo obsesiva tu  aroma en mi pijama, te observo dormir. Ángel tibio, demonio tentador; respiras tranquilo mientras me embriago con tu aliento que ya es mi vicio, mi respiración.
La cortina que me alcanza con su suave movimiento ha tomado un desteñido color azul. El paisaje detrás de la ventana  adoptó también ese color; el horizonte, desdibujado aún, emprende la batalla para robar la paleta de algún descuidado pintor. El sol le presta sus armas brillantes y presiona apurado por nacer.
La belleza que observo  me roba un suspiro y un gemido de aprobación esbozas entre sueños. Me río, tu expresión relajada trasmite la misma paz de ese momento. La hora azul, la misma que empecé a transitar desde que la historia la escribimos de a dos.
Tú eres mi hora azul, mi prólogo, el primer escalón en el nuevo proyecto de vida. La tinta aguada que espanta a las sombras, que las adelgaza estirándolas hasta esfumarlas. Mi cómplice de amaneceres, el testigo de mis  bosquejos; arrugados o no.
El corolario del mejor teorema de amor, que me pinta de optimismo y me contagia vigor. Acuarela de dulce lluvia, que todo lo sana, lo nutre y lo brota. Semilla en tierra fértil y cuidada, esperanza de vida y de color.
Despiertas y tus brazos me invitan a envolverme. Me acurruco en tu aroma mientras gruñes dormilón y callada, feliz, me dejo contagiar de tu calor.
En silencio y embriagada por completo dejo que pesen mis párpados. La última imagen que  filtra por ellos es completamente azul y me sumerjo en ese mundo mágico, llevada por tus caricias y besos pequeños en mi sien.
Y sueño con la hora azul, sueño que estás en mis crepúsculos y en  mi epílogo, que  llegas conmigo hasta el ocaso. Sueño con que sólo aflojarás tu abrazo cuando el sol cansado se lleve el azul definitivamente.