Empapo el pincel en sangre, paseo con él sobre tu cuerpo, sobre el mío. Dejo marcas en tu carne, en las heridas abiertas lo unto y sobre tu rostro pinto lágrimas. Juego a que el tiempo no es tiempo, que los minutos serán eternos, que la tierra ya no gira, que no vendrán buenos tiempos. Que no habrá arrepentimientos, ni secuelas, ni restos; que apenas serás basura tirada en el infierno.
Dejo las marcas de lo sucedido en mi piel, dejo empapado de  muerte  mi pecho y te acurruco un instante allí, pensando que no estas distante, que me buscas como nunca antes, aunque flácida tus manos caen, entregadas, vencidas, sorprendidas por el destino que les  pinté esta tarde.
Observo tus mejillas manchadas sobre el pálido contraste que van dejando  tus venas vacías; allí, donde nunca motivé un torrente,  corté con bronca y mutilé su recorrido  tatuando mi nombre.
Sostengo entre mis dedos tu muñeca para asegurarme que no tendrás oportunidad de despertar en la hoguera, acaricio tu cuello buscando algún latido; y me atormento pensando que ya nunca te tendré entre mis brazos; ni fría, ni muerta.
Bella, te mantienes sobre mi sin ofrecer resistencia, la mágica travesura  ha permitido, que sea yo, precisamente yo, el que te sostenga en tus últimos momentos. Propietario de tus desprecios, testigo de tus desplantes, de tu indiferencia, el perrito faldero, el felpudo dispuesto… Hoy te tengo entre mis brazos entregada, no demuestras nada, pero me hace feliz tu compañía silenciosa, tu perfume revuelto en mi pecho, tus piernas sobre las mías; me hace feliz apretarte como nunca he podido y besarte suavemente, sin apuros, sin frío vivo…
Las llamas se elevan, eres el combustible que anhelan. Purificarás tu alma, sanarán mis heridas, serás  ceniza  eterna en el hogar de mi vida.
Adios amor, quema tu desamor, tu mala vida… llévame tatuado en tu piel; yo ya te tengo tatuada en el alma mia.