Me he negado a odiarte y no lo logro por tanto que odio al recordarte.
Cuánto tiempo he delirado por tu ausencia, maldicho ácido de mordaz encuentro.
Cuánto tiempo he de perder palpando este desamor de negra luz.
Tan delgado filo es la despiadada mirada de maldito y putrefacto, tanto lo es que ya no duele la navaja recorriendo tierna carne.
Trepo… trepo por tu mente y desenredo tu bestial descriteriado y mal nacido abrazo en la penumbra.
Desciendo a renacer desde tu alucinante desacato a este beso maloliente.
Ya no más… ya no más a la nostálgica hediondez de tu carnal presencia.
Te maldigo por la peste que has dejado en este roído, indeseado y olvidado cuerpo.
Escucho aún tu histeria que me nubla y ensordece. Cuánto más debí palidecer ante tu hedor y pestilencia. Maldad es poco al asombrarme con tu bestial humanidad.
Voltea… voltea y no retornes. Maldigo la amargura que te envuelve. Maldigo todo lo que de ti brota.
No has sido más, no has sido menos.
Eres el miserable y famélico patriarca en esta hondonada de pasiones.
Asquerosa, inverosímil, desolada y decadente he partido hacia el umbral.
Cruzaré sin ensimismarme de lamentos e inservible llanto de reptil.
Brindo por el odio y bebo sin aliento la interminable saciedad de esta copa mutilante.
Extasiada de placer y embriagada en sumisión mantendré cabizbaja la razón.
Ya no hay más que un hondo e imperdonable frío que me hiela hasta el hueso.
El hueso roído y astillado por los blancos y babeantes colmillos del desprecio.
El brebaje amargo y caliente atraviesa mi garganta y apacigua la dolencia de este mar seco y mustio.
Nada duele… Sólo siento que mi lengua se marchita. Mi garganta se quema y se acalambra.
Brota un río de lágrimas entre sábanas con restos de lamento.
La tibieza de mi cuerpo… se desvanece y me congela.
Ahora la fría tela cubre a medias, la carne mustia que he dejado…