DOBLE CRIMEN
Publicado en Sep 02, 2009
DOBLE CRIMEN
"El hombre yacía muerto junto a ella sobre un montón de barro, confundiendo sus cuerpos con el estiércol de la noche, convertidos ahora en pecado y traición. Sabía que ellos se encontraban siempre a esa misma hora. Lo que no sabían es que esa noche yo los estaba esperando. No fue difícil la tarea, usé las mismas armas que usó él en contra mía. A mi me costó el amor, a él su vida." Cuando terminé de decir estas palabras, el público, o lo que quedaba de él, en la penumbra del bar, ahora convertido en escenario, me aplaudió tímidamente, como un mero acto reflejo. No esperaba otra cosa, ya era muy tarde y en esta parte de mi disertación siempre se producía un breve sigilo dubitativo. No era el mejor de los cuentos que recitaba en mis espectáculos, pero a pesar de ello a veces lo incluía en mi repertorio porque me aseguraba un final contundente para mis recitales y además, su autora había nacido en este pueblo y suponía yo, aunque no estaba seguro, que ella se encontraría camuflada entre el público. Después de los aplausos salí a saludar a los pocos presentes que resistieron heroicamente mi recital y me fui a un improvisado camarín que el dueño del bar siempre me tenía preparado para la ocasión. Una cortina negra, rota y descocida confinaba con las mesas. Fatigoso, como pude, logré quitarme el maquillaje y el disfraz de recitante. Elegí esta localidad para el final de mi periplo, no sólo por estar cerca de la capital, sino por su elevado nivel cultural; la mayoría descendiente de españoles e italianos, supieron con el tiempo regar con su arte, las raíces de su identidad. Varios poetas y algunos cuentistas nacieron de sus entrañas, inundando de magia y misterio a sus calles adoquinadas, y cargadas de historia. Había culminado con esta función una de mis últimas giras por la provincia y quizás, una de las últimas actuaciones de mi vida. La decisión de parar la fui elaborando durante el itinerario a medida que el público se iba reduciendo considerablemente. Los acontecimientos se fueron dando de tal manera que si hago una función más, ni yo voy a ir, pensé. Luego de que el espejo me repusiera mi cara limpia, y el maquillaje se mudara a otro envase más efímero, vino el productor con la recaudación de la función. Era un hombre viejo, un sobreviviente de la primera mitad del siglo pasado en todos los sentidos, de traje, corbata y sombrero de pana. Sobrellevaba labradas sobre su rostro, las señas de la indiferencia. El dinero no era mucho, pero al menos me alcanzó para pagar la habitación del hotel. Nos conocíamos de muchos años atrás, siempre había apostado al teatro y a los actores, pero los tiempos cambian, y ahora, hasta él mismo se preguntaba si la poesía seguiría enalteciendo a los espíritus adormilados. Saludé al pasar a los mozos y tomé algo antes de irme. Sobrevolaban restos de ángeles, una nube densa así lo delataba. Busqué en vano a la autora de "Doble crimen" sobre las mesas revueltas y a medio limpiar del café concert. Todavía se sentía el encantamiento de las palabras y el deambular de los personajes, en el devenir(a veces truculento) de las historias narradas. Cuando salgo, una mujer me esperaba en la vereda. De baja estatura, soportaba con dignidad los estragos del tiempo. Supuse sería la cuentista. - ¿Me recuerda? - Si, claro-, le dije, aunque de verdad, jamás la hubiese reconocido con ese atuendo. - Soy la autora, la que escribió el cuento que leyó esta noche. Se acuerda que se lo di hace como cinco años atrás, en la última de sus venidas. -Lo recuerdo, me lo dio cuando terminó el recital, en este mismo lugar. ¿Le gustó mi interpretación del día de hoy? - Lo felicito, no hay nadie como Ud para contar este cuento. Estoy tan conmovida. Es uno de mis preferidos y Ud. lo dice tan bien... Le agradecí sus tiernas palabras que a estas horas de la noche me parecían dulces. Mientras caminábamos intercambiamos algunos diálogos sobre mi viaje, el anunciado final de mi carrera, el ajetreo de las giras y sobre sus cuentos, muchos de los cuales aún nadie los había leído: habitaban en la soledad de su mente, como un verdadero inquilinato de historias. Luego me despedí y me fui al hotel, no sin antes prometerle que seguiría leyéndola, quizás en algún teatro de la capital, o en algún bar de provincia. La mujer me acompaño hasta la puerta, agradeciéndome e insistiéndome en salir a cenar. Me rehusé, (tenía otros planes), quizás la próxima vez, estaba muy cansado, me esperaban al otro día algunas horas de viaje, le dije, lo que en cierta forma, era cierto. En la habitación, una cucaracha se interpuso en mi camino, desafiando mi frágil equilibrio. No la maté, ya había demasiadas muertes en mis narraciones. Me tiré sobre la cama boca arriba para reposar un poco, tratando de que el ventilador de techo no me hipnotice. Recordé que ya había estado en esta habitación, quizás en otro cuento. Como a los diez minutos suena el teléfono. Era nuevamente la mujer invitándome a cenar, ahora insistentemente, como una loca obsesión juvenil. Me sentía acorralado, sin escapatoria. Miré a la cucaracha y me dije: ¿porqué no? No tenía nada que perder, todavía era temprano y la primavera incitaba a caminar por la plaza. Le dije que sí esta vez y me preparé para salir; la cucaracha parecía que hacía lo mismo desde su triste anonimato. Un ritual de fin de semana se colaba por la ventana, voces y bocinas se confundían en el asfalto en una orgía de ruidos prófugos. Me pasó a buscar por el hotel, estaba mejor vestida aunque algo extravagante. El conserje me miró sorprendido cuando me vio salir con la mujer. ¿La conocerá?, acá todos se conocen, pensé. Anduvimos un rato por la plaza y luego tomamos algo en un bar muy concurrido del centro. Cuando entramos me sentí observado; eso siempre sucede con los que no son del lugar. Una pareja de ancianos que había estado en mi recital, me felicitó y me dio la mano al pasar. Sus brazos tenían tan pocas fuerzas, que pensé que me quedaba con ellos en la mano. La autora no era ni tan vieja ni tan fea como creía yo, y pese a esto, su principal atractivo era una aureola de misterio que parecía surgir en cada uno de sus gestos y palabras que dejaba insinuadas buscando una respuesta por el denso humo del recinto. En algunos momentos usaba un lenguaje poético, que contrastaba con los gritos desaforados de un grupo de adolescentes de una mesa cercana a la nuestra. Me contó algunos aspectos de su vida y me dedicó algunas poesías que yo guardé sabiendo que quizás nunca les daría salida. La conversación, sin embargo, fue de a poco derivando hacia lo que parecía ser su principal interés: su difunto marido, al cual según ella estaban dedicadas la mayoría de sus escritos. Relató su existencia como un largo cuento sin descuidar ningún detalle por más mínimo que fuese. Terminé sabiendo de ese hombre como si lo conociera de toda la vida, como si fuera yo el que hubiese vivido con él. Conmovía su narración del día en que el pueblo lo homenajeó por sus contribuciones al bien común. Su farmacia, la más antigua del lugar, había oficiado de hospital en algunas circunstancias sin recibir por ello retribución ninguna. Su nombre figuraba en una de sus calles principales y un pequeño busto lo recordaba, altivo, sobre una esquina de la plaza. Cuando sus gestos ya no me parecían tan misteriosos y sus palabras se repetían, como en un disco roto, disimuladamente y usando palabras que robé al pasar, dí por concluida la cita. Usé la estrategia que siempre tenía para estos momentos: el cansancio del viaje y el madrugón del día siguiente. Llamé al mozo y pagué la consumición. Ya casi no quedaba nadie, los ancianos habían desaparecido y los adolescentes se habían ido a detener el tiempo a otro lugar. Salimos del bar en dirección a su casa, la plaza estaba vacía, las estatuas lidiaban con el mutismo del olvido. La noche vitoreaba su triunfo, desde un cielo cubierto de nostalgias. Desde la calzada, los grillos afirmaban su virilidad. Me mostró al pasar lo que había sido su farmacia, donde ahora funcionaba un supermercado. Bordeamos luego un pequeño parque y dimos sobre los límites del poblado. Las calles bosquejaban un diluvio de silencios y terminaban en una línea de tierra. -Hasta aquí- dijo, sorpresivamente la mujer. Era el límite del pueblo, del otro lado estaba el cementerio, como si la vida terminara en esa línea divisoria. Por las dudas, no me animé a dar un paso más. -Le agradezco mucho su tiempo y su dedicación-, pero prefiero ir sola si no le molesta. - No, por favor, (menos mal, estoy salvado, cavilé). Después que la saludé, le di un gran abrazo y le pregunté: -Hay algo que no me contó de su marido. -¿Qué cosa? ¿De qué murió? -Eso no se lo puedo decir. Saque Ud. sus propias conclusiones Cuando terminó de decir esto, se perdió en la oscuridad y yo no supe para qué lado salió. Su despedida había sido tan rara como cada uno de sus muecas. Me volví para el poblado, estaba tan desolado y oscuro que pensé por unos momentos sino me había equivocado de dirección. Un alivio se produjo dentro de mi cuando divisé la plaza principal con sus estatuas compitiendo por ser algún día de carne y hueso. Los ancianos del recital estaban sentados en un banco, como si fueran estatuas; les di la mano nuevamente, pero ahora me parecían de cemento. Cuando llegué al hotel el conserje dormía en su escritorio derrotado por el alcohol; lo despertó su perro apenas me divisó sobre la puerta de vidrio. Después del último alarido, le conté al hombre mi aventura con la autora de "Doble crimen" y su misteriosa desaparición en el cementerio. -¿La conoce?, le pregunté. - ¿A la del doble crimen? ¿Quién no la conoce? -¿Leyó el cuento? le pregunté, un tanto sorprendido. -¡Qué cuento ni qué cuento, si fue ella la que, cinco años atrás, mató al farmacéutico y a su amante! Los pescó infraganti en el parque, el que está cerca del cementerio. La declararon inimputable y a veces se escapa del sanatorio y anda dando vueltas por acá. Se lo quería advertir cuando se fue, pero no me dio el tiempo. Si no me cree, acá tiene el recorte del diario de esa época. Se lo guardé para Ud. Lo tomé y leí en voz baja, como en el bar: "El hombre yacía muerto junto a ella sobre un montón de barro, confundiendo sus cuerpos con el estiércol de la noche... GABRIEL FALCONI
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gabriel falconi
abrazo desde el rio de la plata
Johel Mortue Delacroix
Salud!!
Veneno
Un abrazo.
gabriel falconi
,me alegra mucho porque se que sos muy venenoso en tus comentarios
chau nos seguimos leyendo amigo
Veneno
No se como calificar esto, ni ponerle estrellas pero de algún modo te las dejo *****.
Un abrazo Señor!
gabriel falconi
y si ....... soy uruguayo no hay nada que hacerle jajaja
norma aristeguy
Los detalles del pequeño pueblo, si me hiciste recordar a Miramar, hace unos años, o aún hoy en invierno.
Todo, todo encaja muy bien. Cada pieza en su lugar y con un final de los tuyos.
Un abrazo querido escritor.
gabriel falconi
que bueno que me leiste..... es para uds este cuento
miguel cabeza
gabriel falconi
repito lo que dije antes se lo dedico a todos uds, es un cuento creado aqui con el aliento de mis amigos
lo de publicar jeje,,,ojala...
gracias