7-La msica en ella
Publicado en Sep 02, 2009
Alguna vez me sentí más hot que Jude Law. Pero, en realidad, sólo olía a Ella. Yo aún la huelo. Hoy, en la eternidad de este subsuelo, no quiero a nadie más que a Isabel. No sólo ya no me miraba ninguna, sino que si alguna lo hacía era con el desdén de una reina hacia un sarnoso. ¿Acaso no me había creído yo el próximo James Bond? Eran las feromonas nomás. Mi nombre fue Inocencio Rey; sé que tuve un pasado muy feliz; pero me había vuelto loco: mi lado ameno se volvía un criminal y mi lado pragmático se dejaba abofetear y lloraba en los rincones, mientras yo dejaba de simular normalidad. Cumplí mis treinta encontrándome en un estado de alineación como nunca antes, sumido en la peor de las desazones; y encima hoy, martes 13 de febrero a las 23:45, Ella sigue doliendo. Isabel se sigue subiendo a su coche y para irse a la Isla de los Negros, para terminar con mi doble vida, para dejarme así, sin ninguna. La había amado, ¿amaría de nuevo? La amo. Desde que perdí los ojos en el sol negro de aquel adiós, el amor resulta toda una utopía inversa y, en realidad, espero poder olvidar para desecharlo definitivamente de mi cosmovisión. Me estoy entrenando para aguantar mejor este castigo eterno, así que empecé con el Clonazepán. Por primera vez en mi vida vivía solo y no podía lograr disfrutarlo; la vajilla se acumulaba en la bacha, reclutando familias de bichos; a los treinta ya me sentía viejo, harto y solitario; y los amigos no me entendían, ni me atendían. Sus mujeres, los asustaban diciendo que si no tomaban la sopa, terminarían como yo. Entonces esperaban a que me fuera guardando silencio, aferrados a las polleras como amuletos, escondidos tras el sentido a todo que saben ofrecernos a los hombres, las dichosas polleras. En eso yo ya estaba de vuelta... ... a la intemperie. En un indolente éxodo a los arrabales me mudé tres veces y no encontré lugar lo suficientemente afable hasta que llegó Mirko, un bóxer destroza todo que me regaló una de las que me amó y a quien yo jamás amaré. Sí, Mirko llegó a mi vida, justamente, por amor; y yo lo que quise matar apenas redujo a astillas al añejo bonsái familiar que dormía al lado del I Ching. Había un televisor casi siempre apagado hasta que alquilaba un DVD. Generalmente rentaba películas clásicas, que eran sólo para hacer la ablución del puto llanto; había pasado más de diez años libre de lágrimas, o sea, viviendo cuatro noviazgos en los que obviamente lloraban las novias, así que era mi hora de berrear hasta con el final de King Kong. Creo que aquellas lágrimas del 2006 fueron sólo nicotina, agua y mucha sal. Así empecé a perder los ojos. No comí en todo el 2006, desayunaba agua y al menos tres cigarrillos Camel por cada dos vasos. Ni siquiera me masturbaba ya. Salía a embriagarme todas las noches e iba a bailar cada vez que ponían música con mil nuevos amigotes de parranda; y todo lo hacía sólo para no recaer en el consumo de drogas duras que volvieran a anestesiar mi ser. Aquel amor fue la droga más dura. Y entendí que en el mundo había tristeza. Y que era demasiada. Volvió el verano con un sol negro y sanamente decidí irme de viaje. Planes básicos. Primero me iría a La Plata en donde pasaría unos días en bares y cerraría cabaretes acompañado de Ezequiel y del Chino; una semana después me reuniría con Sergio en Capáo das Canoas, Brasil, a donde llevábamos nuestros estragos minuciosamente planeados. Pero en Buenos Aires tuve que llamar a Julia, quien volvería a seducirme sólo para volver a enmarañarme. Así, varado me quedé sin ir a Brasil, vagando con mis ojos cuencos en el calor encajonado de los subterráneos, bajándome siempre en la misma marabunta de Once, paseando esa tristeza de trasbordos entre las chucherías y el humo de los choripanes, entre rabinos de sombrero negro recalentado por resolanas coloreada por estridencias numeradas en cúbicos gigantes, numerados y rodantes, bondis aullantes de diesel, repletos de ejércitos grises. Me quedé para pasear mi desazón en lo anónimo, rodeado de miles de soledades. No hay mayor soledad. Anónimo como el coreano de mochila que pasaba, o el de otro oriental uruguayo preguntando un precio, triste como la cara de rata del carterista al acecho. Paseando congoja entre puestos ambulantes, divagando entre telas colgadas o cds truchos y pastores aún más truchos gritando amenazas de Apocalipsis por altoparlantes, suspiré mi desamor entre rancias fragancias ya sin saber siquiera por quien; y estuve esperando siempre a la ya imposible Isabel -y a Julia por defecto-, quince días sentado sobre mi bolso en los zaguanes, fumando y esbozando esta catarsis en una libreta, hasta llegar, al fin, a Retiro. Decimos que vivimos mientras vamos orbitando, girando con dinámica de electrones, inconscientes, inocentes, alrededor de un núcleo que muy probablemente no exista. Mi núcleo era Ella y sabía que ya no existía. Tenía un empleo que detestaba tanto como detestaba todo, como la odiaba a Ella. Bueno, en realidad, no tenía un empleo porque, gracias al cielo, no soy era un asalariado que vivía de un sueldo fijo envidiando plusvalías, soportando insultos de un jefe. Era mi propio jefe. Perfecto. Pero hasta en eso fui un fracaso. Tenía una propia pequeña empresa, que como empresa propia se había vuelto tan pequeña que a punto estaba de desaparecer. Compraba muebles baratos, los armaba y los vendía un poco menos baratos; y solía vender mucho menos de lo que podría; creía que eso era, en parte, porque tenía un oficio: el de "escribidor"; oficio en el que era lo suficientemente malo como para no poder, siquiera, desviar fondos del contrabando de armas, destinados a casinos de paraísos fiscales en los que se juegan las interminables guerras de Medio Oriente, volviéndome un escritor que viviera cenando en tales casinos de paraísos fiscales, llegando a ellos en un V8 devorador de galones y con una rubia siliconada acompañando mi propia prostitución... Está bien, escribo mal, lo admito... fui un escribidor, no un escritor, y tenía una furgoneta Fiorino que se caía a pedazos, y hacía años que era hereje para mi fe bautismal, y quizás escribir tales burradas me salieran mas barato que la psicoterapia... Pero, en realidad, adoraba buscar esa música en las palabras aunque jamás la encontrare. Creo, ahora que es demasiado tarde, que ése es uno de los secretos de la esquiva felicidad: el gozar buscando la música que se esconde en todo, el disfrutar girando alrededor de un núcleo que no existe, buscarlo hasta que, en virtud de esa misma búsqueda, uno termina por ser el núcleo mismo que no existe. Excusa: ya no quise orbitar involuntario como un electrón alrededor de un núcleo que nunca vi. Ese núcleo era aquel amor. Mi problema era que a la música no la encontraba en los muebles y era por eso que mi estómago desafinaba muy a menudo. Mi problema era que no veía muebles sino árboles muertos. Mi problema era que, también en el papel de los libros, veía árboles muertos. Sólo encontré la música en Ella. Incluso con Ella a mi lado mis días ya fueron lo suficientemente tristes y no pude, ni siquiera, detenerme un minuto para llorar. Los hombres no lloran. Descubrí la verdadera soledad del verdadero silencio y, al fin, mi vida se fue por el negro torbellino en el que perdí los ojos. ¿Se empieza a encontrar algo de sentido en este tonto testamento en el que se cuenta cómo camino al Dharma llegué al clonazepán? Estaba Isabel, que era el otro electrón con el que hicimos fusión. Ella fue mi Chernobyl; y el núcleo, aquel mundo feliz, estalló.
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inocencio rex
gracias por pasarte. siempre está bueno encontrar tus comentarios.
abrazo
G. F. Degraaff
G. F. Degraaff
inocencio rex
ahora que lo vuelvo a leer, tan mal no estaba.. hace unos días leíste "mi flamante vacío" que contiene varios párrafos en común con la "música en ella"..
y sí, como bien decís, no soy un vanguardista sino un desbolado.
Roberto Langella de Reyes Pea
inocencio rex
Roberto Langella de Reyes Pea
¿A los 30 te encontraste en un estado de alineación o de alienación?, aquí en la priemera página nomás; o le chingaste a la tecla o es eso.
Por lo demás, si esto es un fragmento, venga pronto el capítulo entero, que está buenísimo, excelente, insuperable (que es el último adjetivo calificativo que compré, y con vos todavía no lo estreno). Abrazos, amigote.
Roberto Langella de Reyes Pea
Roberto Langella de Reyes Pea
Angeles
inocencio rex
Guillermo Capece
Si bien vos nombras a las acciones como una catarsis, no lo es, porque ademas de lo feo o doloroso, largas afuera una serie de consideraciones psicologicas y filosoficas anudadas a los acontecimientos, que hacen que la "catarsis" sea una pequeña fiesta literaria, algo no analizable por un psi.
De manera que, elogiandote nuwev amente, yo te veo escritor, novelista de los buenos, y no puedo desearte nada porque todo lo tenes poseyendo el talento artistico que demostras a cada momento.
Un abrazo, y un orgullo ser tu amigo.