LA EXTRAA PROPUESTA DE UN REY
Publicado en Oct 25, 2013
Tenía todo lo que deseaba. Sentado en el trono de la comodidad y del poder chasqueaba mis dedos y el milagro ocurría. Mi deseo se cumplía o mi capricho canalizaba en una satisfacción que apenas dibujaba una sonrisa.
Mi vida era sinónimo de monotonía y jamás entendí la facilidad con que la plebe paseaba de la angustia a la euforia transitando por un angosto y corto puente. Cómo es que se conocían esos estados tan dispares y si en realidad no serían interesantes. Lo propuse un día a la corte; quería vivir esos momentos, disfrutar y padecer como el resto. Sentir como mi mejor esclavo me lo describía; la cosquilla transitando en el vientre o un dolor que, sin ser físico, quebraba la espalda. Mi propuesta fue tomada en silencio respetuoso y aunque sorprendí miradas con cierto desconcierto, nadie mencionó que mi idea les parecía descabellada. Por el contrario, comenzaron a debatir la mejor manera de generar en mí esas sensaciones tan opuestas. Cansado de escuchar las distintas opiniones, de ver como estrellaban las propuestas de unos cuando advertían que mi reacción sería impredecible; elevé mi figura ante ellos y con la autoridad que imponía mi presencia los miré directamente. Recibieron el mensaje visual y los dejé sin demostrar el aburrimiento que me ocasionaban esas reuniones. Sonreí mientras me alejaba provocando sistemáticos ruidos con mi calzado en el salón reluciente. Sé que miraban mi andar y que a pesar de mi aburrida vida, muchos quisieran transitarla así tan segura, ruidosa e indiferente. Alguno se atrevió a continuar con el diálogo y percibí su miedo en el timbre de la voz cuando aseguró que mis cambios de humor al vivir la angustia o el enojo, serían un sencillo motivo para morir decapitados. Ese comentario me dejó tranquilo porque me aseguré que lo pensarían más que suficiente. Cuando el amanecer me sorprendió, estiré los brazos frente al ventanal que mostraba mi reino y una energía extraña corrió por mis venas después de años dormida. Sería el día que experimentaría las sensaciones desconocidas; sabía que mis más fieles servidores habían pensado en mi propuesta toda la noche. Confiaba en ellos y en sus sensatas decisiones. Me senté como todos los días en el trono esperando que en algún momento la rutina se rompiera y la transformación me obligara a transitar por ese corto puente. Escuché una a una las quejas de los campesinos, recibí los regalos que no dejaron de ser los mismos y vencido por la disconformidad apoyé mi espalda en el trono y con un chasquido de los dedos pedí alguna distracción. Tal vez ese era el momento que mi corte esperaba para darme la sorpresa. La música sonó en el salón y las bailarinas entraron en una ordenada fila para disponerse a desarrollar su rutinaria coreografía, que si no era la misma, a mí siempre así me parecía. Los velos transparentes cambiaron el color de la escena y entre verdes esmeraldas y naranjas intensos una figura sorprendente ocupó el centro de toda mi atención. Dorada de piel, dorado su cabello, sus ojos delineados con una gruesa tinta negra me miraron directo, desafiantes y fueron llamas de fuego. Adiviné el festejo de mis seguidores porque mi corazón enloquecido respondió con un ligero galope, sé que cambié de posición de repente y erguido, muy atento, seguí sus movimientos hipnotizantes, agitado el pecho con extrañas sensaciones. Ella, una dulce e inquieta esclava, sacudía el velo desconociendo cómo pintaba mis deseos y agrandaba la necesidad de tenerla en mi alcoba en cada movimiento de su cadera. Sonreí apenas; no habían sido demasiados inteligentes. Esa noche la tendría, en ese momento si quería y cuantas veces se me ocurriera y nada extraño en mi sucedería; ella no se revelaría y hasta agradecida estaría en que su majestad depositara los ojos en sus curvas, en su rostro bello y en esa cabellera rebelde que regaba con su fragancia en cada sacudida. Observé la reunión de algunos de mis fieles servidores detrás de las grandes columnas y adiviné el festejo al descubrir el brillo en mis ojos, la lujuria que me recorría. Golpee las manos convencido de que esa danza debía ser sólo mía y la música cesó inmediatamente. Las bailarinas petrificadas y encerradas entre el público presente cuando advirtieron mi figura erguida y la mirada fija, hicieron una reverencia esperando la señal que autorizara su partida. El miedo que advertí en sus ojos me hizo experimentar algo extraño; los ojos tristes de mi esclava favorita me robaron la primera sensación desconocida. Caminé hacia ella, la rodeé rozando su piel con mi capa y deseé desnudarme para contagiarme del sudor que brillaba en ella como estrellas doradas depositadas. Se mantuvo quieta, en silencio, sumisa como su condición le exigía y si bien era lo esperado; imaginé sus penetrantes ojos de nuevo en mí instalados, con el desafío inicial que el poder de la danza le había otorgado. La tomé de la mano mientras señalé con la otra que la rutina había terminado. Por primera vez dejé a mis súbditos arrodillados y sus regalos aburridos desparramados. No puedo dar detalles de lo que en esa oportunidad he gozado, esclavas he tenido muchas y podré tener cuantas quiera como ella, eso es seguro. Le exigí que se retirara de mis aposentos cuando la luz apenas rompía en el horizonte y el gallo de siempre contaba que comenzaba una nueva jornada. Había transcurrido casi un día entero desde esa danza y desde entonces, cada minuto, no desperdicié para hacerla mía. Cuando me vestí volviendo a mirar el paisaje de mi reino me sorprendí buscando entre la gente, la silueta dorada de mi esclava preferida; la de turno, la sumisa que tendría cuantas veces quisiera. La corte me esperaba custodiando mi trono, con las cabezas bajas, escondiendo el fracaso entre los hombros; avergonzados por su predecible jugada. No comenté nada, tampoco era tan extraño lo que había experimentado como para darle mérito a algo que no consideré suficiente. Noche tras noche, hice llamar a la esclava. La poseí de todas las maneras, besé su cuerpo y le hice adorar el mío con sus labios calientes. Experimenté enfado hacia mis soldados cuando la traían con algunos minutos de demora y odié la mañana que la robaba de los rincones de mi alcoba. Exigí cambio de rutinas, presencia de esclavos a mis pies en las reuniones; que no llevaran cadenas que magullaban y arruinaban su piel y que tuvieran siempre frutas frescas para saciar la sed que seguramente mis besos le dejaban. Odié las leyes que los expulsaba de mi lado cuando alguna situación del reino merecía discreción o grandes decisiones. Evitaba las celebraciones y si el protocolo así lo exigía, prohibía que ella danzara para que nadie más la mirara, ni la deseara, porque sólo era mía. Entre sus brazos y sus silencios pronuncié lo más ridículo y excitante que hice en mi vida; la nombré mi reina y la coroné de besos sinceros antes de que quedara todo el día dormida. La dejé en mi habitación desnuda, acomodada entre sedas y acompañada por otras que acudieron eufóricas por la dicha y suerte de su amiga. La bañaron, la perfumaron y así, sin palabras me miró con su dorado fuego y me incendié por dentro pensando en ella todo el resto del día. Felicité a mi corte, por el éxito, por lo que me habían generado sus planes, nacidos desde una propuesta mía. El desconcierto fue mayor que en la oportunidad que les encomendé la tarea de hacerme vivir nuevas sensaciones. Comprendí que nada había sido planeado, que simplemente la suerte me había llegado como a cualquier otro mortal, que la dicha que circula por mis venas la conozco desde que llegó el amor en una danza atrevida; que me presentó la pasión, la ansiedad y la alegría; también el miedo al rechazo porque yo la quiero entera, entregada a mí por convencimiento no por ser lo esperado. Aprendí que se puede tener todo y nada simultáneamente cuando se conoce el amor de la vida; que transitar el puente es una suerte que se festeja, que es corto su andar pero lleva a extremos que acentúan unas sensaciones porque se conocen las otras. Mi vida ya no es una monotonía; solo soy rey en mi imperio y en mi alcoba me entrego a la esclava dorada que manda en mi corazón y a mi cuerpo. La primera esclava que es reina, única e irremplazable. Yo camino en el salón con paso autoritario, frunzo el ceño ante mis súbditos, doy órdenes y hasta amenazo. Ella me transforma entre sus brazos, de los que dócilmente soy esclavo.
Página 1 / 1
|
Gustavo Adolfo Vaca Narvaja
Hermoso Silvana
Silvana Pressacco
Gracias amigo por dedicarme tu tiempo, era un relato largo y lo perdiste por mi.
Saludos
Gloria E.
una muy buena historia de amor, donde nos deja ver que el amor existe y tambien que nos vuelve esclavos a a ellos que nos domina., hasta al mismo rey..
muy bien logrado
abrazos
Silvana Pressacco
Saludos linda
LAPIZ ESCRIBE
Silvana Pressacco
Cariños amigo.
MARIA VALLEJO D.
Aquì estoyyyy
Me gustan esas historias aunque se sufre leyéndolas.
Un relato exquisito.
Abrazos
Silvana Pressacco
gracias linda...
MARIA VALLEJO D.
jajajaj RIAMOS AMIGA.
MAVAL
siempre gustan las historias bien contadas
sigue adelante que hay mucho aún por develar en la creación de la palabra.
abrazos!
Silvana Pressacco
Enrique Gonzlez Matas
BONITA HISTORIA Y MUY BIEN ESCRITA. QUIÉN PUDIERA SER REY PARA ELEGIR ENTRE MUCHAS BELLEZAS ESCLAVAS Y LUEGO PODER DARLE LA LIBERTAD DE ELEGIR.
TE FELICITO CON MI ABRAZO SILVANA.
Silvana Pressacco
Sara
carinos..
Silvana Pressacco
Cariños