El plumero de mamá
Publicado en Jan 10, 2014
En mi adolescencia comprendí que había sido una niña golpeada. Para mí era un acto natural recibir palizas de mi mamá y estaba convencida de que las merecía por seguir o apañar las travesuras de mi hermano Carlos. Cuando comencé a comparar mi realidad con la de mis amigas advertí que no era normal, que existían otras maneras de lograr obediencia y que en casa se desconocía la palabra "negociar".
Admiraba a mi hermano, me encantaba su modo de desafiar y de contestar a mi madre; incluso como zafaba de sus golpes. Con el tiempo, a medida que crecimos, comenzó a superarla en fuerza y velocidad y era muy común que antes de emprender la huida le arrancara el temido plumero de las manos. Sí, con ese instrumento de limpieza mi mamá nos pegaba. Aun así, con las fugas llenas de adrenalina, había que volver y Alicia, mi mamá, nunca olvidaba. La mayoría de las veces terminábamos llorando los dos sentados en el zaguán de entrada, comparando quien había sufrido más consecuencias en el último enfrentamiento. Mi papá jamás me pegó y recuerdo que alguna vez sorprendió a mi mamá en sus actos enfurecidos y la detuvo; seguramente su defensa le costó el rechazo de mamá por una semana. Creo que no sospechaba que casi todos los días eran iguales y no recuerdo tampoco que en la mesa se planteara lo sucedido. Nuestro problema comenzaba después del almuerzo cuando nos obligaban a dormir la siesta. Aún hoy no entiendo por qué no había otra posibilidad ni aun prometiendo silencio absoluto. Así terminaba en la cama grande con mi mamá y Carlos acostado en una cama turca. Ambos disimulábamos estar dormidos con una respiración sonora que mi hermano me había enseñado y cuando escuchábamos que la de mamá era profunda intentábamos huir hacia el patio o hacia la calle. El problema era romper el contacto corporal con mi madre sin despertarla porque por lo general ella me rozaba entonces ponía cualquier juguete para sustituirme sin sospechar que su dureza terminarían por despertarla. La mayoría de las siestas no la dormíamos, no sé bien qué hacíamos pero el objetivo era escapar de lo que considerábamos una penitencia y era entre risas, corriendo de la mano y seguidos por nuestro cachorro que tenía prohibido ladrar. Terminábamos encima del techo de casa porque era un lugar al que mamá no podía acceder fácilmente y desde allí escuchábamos sus amenazas mientras nos buscaba en el patio e incluso la observábamos caminar por la vereda enfurecida. No demoró mucho tiempo en descubrir nuestro refugio ni el lugar por donde nos trepábamos asique se acercaba al tapial con el plumero en la mano y desde allí me llamaba, siempre a mí. Carlos se quedaba silencioso en el medio del techo, clavándome sus ojos redondos y fijos con los que se ganó el apodo de “El loco”. Era el peor momento para mí porque sabía que una vez puesto los pies en la vereda o aún sin terminar de descolgarme del tapial, mi madre comenzaría a pegarme. Tarde o temprano lo haría, por eso mi hermano no se bajaba enseguida, yo sí; llorando antes de la paliza y rogando que esa vez tuviera la recompensa por obedecer. La diversión de la tarde terminaba con rayas rojas en mi piel que enseñaría como trofeos de guerra y sacudida en los brazos de mamá buscaba entre lágrimas la mirada celeste “ del loco” que seguía arriba ,victorioso pero triste por la caída de su mejor soldado. Los años me fueron alejando de los juegos varoniles pero siempre los recuerdo como la mejor oportunidad que tuve de conocer a mi hermano; creo que nadie lo conoce como yo. Hoy, mantenemos esas miradas cómplices ante una travesura de nuestros propios hijos y ambos, que detestamos el castigo y tal vez cometemos mil errores, tenemos bien en claro qué tipo de padres no seremos nunca.
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Federico Santa Maria Carrera
En esta oportunidad lo he realizado tal cual lo he explicado. En consecuencia, este es mi segundo comentario y el de abajo, el primero.
Estoy explicando esto porque una vez que me di el trabajo de leer los comentarios restantes, me he sentido en total desacuerdo con el drástico enfoque que todos le han dado al sistema de educación "antiguo", incluso tu. Y analicemos por parte. La brutalidad existió, existe y existirá siempre y ello no fue, no es, ni será parte de de ningún sistema de educación. Es necesario entonces separar los excesos de la brutalidad con las palmadas, los coscorrones, las tiradas de orejas y las bofetadas. En el tema de los hijos estas prácticas no solo son antiguas; en la actualidad aun subsisten y es probable que en el futuro no cambien y te diré porqué; pues lamentablemente el ser humano ha demostrado que en edad temprana el único sistema que mejor se absorbe es el de la disciplina y, a su vez, esta ha demostrado que su implementación como mejor se aplica es con energía. No pretendo con esto decir que la energía y el golpe sean sinónimo, pero es un recurso. También estoy de acuerdo que antes de un coscorrón o un grito es preferible intentarlo con una frase, sin embargo, como todos conocemos la natural rebeldía de los infantes, que además es cada vez más notoria, es más fácil y rápido recurrir a ello para obtener obediencia.
En los últimos tiempos, tal como en los comentarios se refleja, por recomendaciones de psicólogos y orientadores, a los niños se les debe proporcionar más libertad de acción y no someterles a rígidas disciplinas... Tu, mejor que nadie, en tu calidad de profesora, debe saber que los resultados de la permisividad en los tiempos contemporáneos han sido nefastos. No obstante, cuando revisas las consecuencias de aquellos que fuimos severamente disciplinados, podrás comprobar que no estamos traumados con nuestro pasado y hemos logrado ser personas de bién.
Pero insisto en no confundir que una cosa es brutalidad y otra es férrea autoridad. Con la primera no concuerdo, pero sí con la segunda.
Federico Santa Maria Carrera
Tomaste materia de nostalgia y moldeaste tiernamente un gran recuerdo de la etapa de la infancia, trazando de manera cautivante, chistosa y agradable, hechos que tienen como fin arrojar un buen mensaje: la receta ideal para educar a los hijos, desechando el castigo y recurriendo a la palabra. Además, haces gala de utilizar para todo ello un prolijo relato en prosa simple, libre de frases entrampadas.
Con cuentos como este, me cuesta menos penetrar en tu esencia y rescatar los bellos matices que componen tu alma.
Silvana Pressacco
Con respecto a lo segundo, si has leído mis respuestas comprenderás que no guardo rencores por los golpes, también expliqué que desaparecieron con el tiempo y que mi mamá sí fue muy golpeada, de allí que lo repitió con nosotros y cuando comprendió lo que hacía le vino la depresión, de la que aún tiene coletazos.
En cuanto a la educación actual, tampoco sé si está bien, como dices soy docente y veo cómo se desborda el descontrol. No hay recetas, es difícil saber cuál es el límite, no juzgo a mi mamá porque entiendo que hizo lo que recibió, lo que aprendió pero no estoy de acuerdo con esas palizas, sí con las penitencias, una bofetada, un chirlo en la mano puedo comprender que sean educativos, disciplinares pero no el tironeo, el descargar la furia de tus fracasos en una criatura, ni marcar sus piernas, su espalda con un plumero o un cinto. Hay modos y modos; ningún extremo es bueno. A mi me ayudó a entender lo que digo al final " el tipo de padre que no seré nunca", no sé si como soy de mejores resultados, seguramente tendré errores pero tendré la conciencia en paz. No dudes que le daría unas cuantas palizas y alguna bofetada, principalmente la más chica, recibió en su momento pero nada más, una fue suficiente.
Una cosa es el maltrato, la violencia que recibió mi mamá y otras las palizas que recibimos con mi hermano por traviesos (aunque en algunas oportunidades se le iba la mano por eso mi hermano comenzó a enfrentarla y mi papá a meterse)
Espero haber aclarado, sino lo seguimos debatiendo. Cariños, siempre un gusto amigo
Enrique Gonzlez Matas
TE FELICITO CON UN GRAN ABRAZO.
Silvana Pressacco
Cariños Enrique
maribel gonzalez navarro
Silvana Pressacco
Cariños amiga.
Roberto Funes
Silvana Pressacco
Cariños amigo, un placer tenerte aqui.
Gustavo Adolfo Vaca Narvaja
Felicitaciones Silvana (veo que la cabeza nuevamente se incorpora a la foto..jaja)
Silvana Pressacco
Gracias amigo, valoro siempre tu tiempo y palabras.
celma llamas
Silvana Pressacco
Cariños Celma linda
Romn Romani
La historia se mueve entre lo cómico y lo conmovedor, funciona bien, sin caer en el alegato moral por el tema, que se resume al mensaje final.
Me gustó.
saludos Silvana
Silvana Pressacco
Cariños amigo.
Romn Romani
Elvia Gonzalez
Silvana Pressacco
me alegro que te haya gustado, lindo tenerte por estos pagos.
Lucy reyes
Silvana Pressacco
Hoy, cuando recibo una contestación de mis hijos, me mira como diciendo "a este le haría falta una paliza" creo que yo me fui al otro extremo, y que un coscorrón en su debido momento le hubiera hecho bien, pero nunca pude hacerlo, aunque la rabia brotara de mis puños... ojalá que las consecuencias no sean malas. Cariños amiga.
Lucy reyes