Al inmenso Astor Piazzolla. 
 
Aún se queja el doble A
de tanto whisky y escolaso,
de la camorra que incendia el Luna,
y en 57 minutos, a la realidad
de recontra milongas y biyuyas,
de tangatas a escualos 
de ángeles enhebrados al alba
en tocatas reas de tano loco, 
libertangos a las piñas, 
un puro tristango de barrio porteño
tan llovido y tan mojado
como el Santiago sin Allende;
de tanguedias a cada pulsación,
en cada fuga y misterio,
en la soledad del genio
en una suite en la que, de puro troileano,
encontró el amor, la evasión y la muerte,
un violentango en lunfardo, la hora cero, 
en cada lágrima que despedirá a Nonino, 
la locura es vuelta cuerda del violoncello 
entre las piernas de Mumuki.