William García: Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica
 
    Corría el año 2025, William García siempre fue demócrata. Ocho años antes, había iniciado, accidentalmente, su carrera política.
    Aunque médico de vocación, como buen norteamericano, tuvo  siempre mucho interés por el dinero, pero de una manera especial.
    Sus pacientes pagaban de acuerdo con sus posibilidades (si lo hacían). A su consultorio llegaban desocupados e inmigrantes ilegales, sin cobertura para obtener asistencia médica. No sólo se recuperaban de sus dolencias físicas, sino también de las del alma: William tenía el don de la palabra.
     Para continuar con su obra benéfica, sabía que necesitaba recursos económicos y comenzó a vincularse con los empresarios más importantes que, seducidos por su magnetismo, deciden destinar parte de sus donaciones (para descargar impuestos) a la Fundación Salud Americana, creada por él.
    En pocos años termina brindando, a través de ella, una cobertura de salud razonable a los sectores más desprotegidos. También consolida su imagen, como profesional y hombre de bien.
    Los dirigentes del Partido Demócrata descubren en él, a una figura interesante y prometedora. Además, tenía una personalidad, serena y amigable. Lo que hacía suponer, que podría ser manejado con facilidad.
     De a poco fue ganando protagonismo y, prácticamente sin confrontaciones internas, surgió el consenso de que era el único capaz de ganar las elecciones para la gobernación del Estado de Nuevo México.
     Cuatro años de buena y honesta administración, le bastaron para sobresalir a nivel nacional, en un  escenario de escándalos  e ineptitud generalizada. Su carisma y excepcional idilio con los medios de comunicación, hicieron el resto.
     El nombre de William, irrumpe como el único, para batir al reluciente candidato presidencial republicano: Pat Wilkinson.
    García acepta la candidatura y promete terminar con todos los problemas, sin dar demasiados detalles. Aunque deja claro que el gran enemigo a vencer es el narcotráfico.
    Sus contrincantes afirmaban que su única propuesta era una sonrisa, y que su plataforma de gobierno era un catalogo de buenas  propósitos, sin fundamento.
    Cuando su intención de voto sube en forma sostenida, su comité de campaña comienza a recibir dinero de las grandes corporaciones, que no lo ven como una amenaza.
    Finalmente, gana las elecciones, ante la algarabía popular, que cifra en él, importantes esperanzas.
    Cuando asume, tal como lo había prometido, hace de la lucha contra el narcotráfico, el eje de toda su administración. Descabeza a la cúpula de las Fuerzas Armadas, la CIA y la DEA, también las segundas líneas, colocando gente de su entera confianza. 
    Su plan tiene un éxito sin precedentes: en tres meses se frena el 95 por ciento del ingreso de drogas al país.
     Las consecuencias fueron terribles…
                                                                       
       Al transformarse la droga en un bien escaso, su precio sube hasta las nubes. Se desata una guerra entre las pandillas de narcos. Se apilan cadáveres,  al sur y al norte del río Bravo.
       Miles de adictos, victimas del síndrome de abstinencia, cometen todo tipo de delitos, con el objetivo de poder acceder a las inalcanzables sustancias.
      Los bancos comienzan a quebrar, por no recibir los abundantes recursos provenientes del lavado de dinero. La Bolsa se desploma, por el mismo motivo. La economía nuevamente entra en recesión, y la desocupación se multiplica.
      La desesperación y el caos ganan la calle.  El Presidente  mantiene su política, contra viento y marea: “es una cuestión de principios”, sostiene.
      Luego de cuatro años, pierde las elecciones en forma humillante. El candidato republicano asume el poder de un país en llamas. Su primera medida: desactivar la política antinarcotráfico de la administración García, para “restablecer el orden perdido”.