Demencia Senil [Corregido 26.03.13]
Publicado en Nov 23, 2012
DEMENCIA SENIL
I He vivido muchos años exitosos de mi vida y no me quejo de lo que fue y pasó, pero ahora, a los noventa y cuchucientos años, según lo que dijo Beto, mi vida es un completo fastidio. Digo fastidio porque siento el fastidio de ir siempre con mi bacinilla al baño a las seis de la mañana, a pesar que tengo que usar un pobre bastón que a las justas me sostiene, digo fastidio también porque me tiene fastidiado tener la misma rutina de siempre. Esperar a que venga el hijo mayor con la comida para los animales, sacar el molino, moler esos desagradables granos, entrar al apestoso corral que ya hace décadas que no lo limpian y alimentar a miles de pavos y gallinas. A Beto le gusta criar esos animales para su consumo, se parece a su padre, que a sus treinta y picos años también tenía pavos, gallinas, y también cuyes, patos, gansos, y otros que ni me acuerdo. A veces lo veo arreglando una silla de madera, astillando una mesa pequeña para su esposa o una pequeña cómoda para sus hijos. Salió igual a su padre. A pesar de eso, con el tiempo me he vuelto sordo, no sé si fue el destino que me maldijo o que Olga me haya dicho alguna vez “Morirás sordo, maldito viejo decrépito”, así siempre discutíamos, que descanse en paz mi querida. Es que casi toda mi vida lo he pasado trabajando en una carpintería, hacía hermosos objetos de madera, y éstos los exportaban al extranjero. Fui pescador por un tiempo, y trabajé en una importante fábrica pesquera, hacia aquella época, cuando el pescado tenía el mismo valor del oro inca. Todas las mañanas permanezco sentado, ya dije para qué, y a veces me quedo dormido, suelo soñar parajes de mi vida que había olvidado, o a veces los confundo con la realidad y termino atrapado en una cueva junto a obreros desnudos y que ansían salir, o en el interior del Colca, agusanándome y pudriéndome. Despierto al instante. Casi siempre, al despertar, Beto ya estaba ahí, y yo sentía paz en mi corazón. Beto es bueno conmigo, no me ha llevado a donde se les lleva a los ancianos que ya no sirven para nada, ni tampoco ha intentado matarme con veneno o algo, cosa que en mi juventud tenía pensado hacer eso con mi padre. Pero murió de una manera trágica. Tenía demencia, una enfermedad común en los ancianos, aunque siempre decía que no estaba loco. Y si Beto hubiera querido, hace rato estuviera en otro lugar que no sea en este. Su casa es espaciosa, es cómoda, y casi siempre está desolada. No saben que cuando su esposa está, me alegra mucho, al igual que sus hijos, uno pequeño, que aún está en el colegio, y el otro, que ya perdí la cuenta cuántos años pueda tener, y ya olvidé a dónde asiste a educarse, creo que a donde yo nunca pude ir, no porque no podía, sino porque no quería, porque era de mente libertina. Cuando llega y se va, le aconsejo que use el jebe, y que no cometa una locura. Le soy buen aconsejador. Cuando hay gente en la casa, siento paz en mi corazón, me gusta contemplarlos, puedo estar viéndolos a los ojos mientras hacen los quehaceres por horas. Lo malo es que no les gusta comunicarse mucho conmigo porque no escucho, tienen que gritar, y yo escucho “años en la batahola” cuando me quieren decir “vamos, ya es la hora”, o “¿la mujer de quién?” cuando quieren decirme, espera, eso de verdad no lo he escuchado. A Beto le aburre. Me he dado cuenta que en el almuerzo siempre me hace bromas, yo contemplo esa sonrisa amarillenta cuando carcajea mientras lleva un pedazo de pavo a su boca. Es muy bromista, como su padre. Y su padre, es como un bebé en la mesa, derramando el arroz por todos lados, quemándose la boca con la sopa, carraspeando en cualquier momento cuando todos comen tranquilamente. En realidad, Beto no tiene padre. Su padre murió cuando él tenía cinco años y por alguna razón, mi esposa y yo nos hicimos cargo del pequeño bebé. Él nunca lo supo, ni creo que lo sabrá porque ya mi esposa falleció y el secreto se lo llevó a la tumba. No sé cómo se me ocurrió el tema ese de mi hijo Beto. Desde que me ven como un loco, mi vida se ha vuelto más miserable. Tengo malos sueños, alucinaciones, siempre me dicen que nadie vino a la casa, pero yo sí veía mucha gente y ésta me hacía compañía, o cuando les pregunto de dónde vienen esos sonidos tan armoniosos como de violín y guitarra, los que tal vez escuché en un momento de mi vida, pero me respondías que nada se escuchaba. Eso me tenía muy confundido. Una vez soñé que estaba en un pozo, en medio del desierto, y que de este pozo salían unas gruesas hojas que me cubrían y yo no podía respirar. Luego, me di cuenta que mis sábanas y mis frazadas me habían arropado y eso me hacía transpirar y sudar mucho. Otro sueño más curioso y raro que tuve, fue en la noche más oscura de todas, mis nietos me habían dicho que era el día de las brujas y yo ni enterado, igual no me importaba, tenía cosas más importantes en que pensar. En fin, a eso de las 7 de la noche, como siempre reposaba en el mueble con mis ojos cerrados, pensaba en cómo la tecnología había podido avanzar tanto y cuánto más podía avanzar, televisores gigantescos, aparatos donde los niños sentados malgastan muchas} horas de su vida. Hasta que un pitido corrompió con todos mis pensamientos. Sonaba un tanto extraño, como un ave en celo de la selva, o como cuando uno de esos aparatos gigantescos desconocidos de la actualidad se enciende. Tal vez algo aún más extraño que eso. Lo escuché por el techo y me pareció muy singular. Intenté ir a ver qué era lo que producía y ni rastro. Me asomé hacia la pared y el insólito ruido se fue hacia el mueble, me fui al mueble y se fue hasta la esquina, hice lo mismo, pero para mi mala suerte, el sonido se fue hasta debajo del piso, hacia donde yo ya no podía ir. Luego vi a unos pequeños niños entrar a la sala, entre tantas risas se perdieron por el pasadizo. Yo ya había retomado mi asiento y me preguntaba de dónde habían salido esos curiosos niños mientras todas las luces se apagaron al instante, y en medio de la oscuridad vi una figura diabólica, una cabeza como el de una rata y unos ojos como de las fieras, diciéndome cosas que yo no entendía porque no lo escuchaba, se me aproximaba y repentinamente abrí mis ojos; al parecer estaba todo como antes, la señora llegó. II Le conté todo esto a mi hijo y él me decía ¡Es sólo un sueño papá! y yo que a penas lo escuchaba, no me conformaba en pensar que era un simple sueño. Pero él sabía perfectamente que algo iba mal. Desde esos días, que mis sueños eran más repentinos y constantes, yo también me sentía diferente. Ya no recodaba dónde quedaba el baño ni la cocina. Un día, nos fuimos de viaje, recuerdo. O eso pensé. Cuando intentaba taparme con unas frazadas imaginarias en mi cama, llegó mi hijo y me dijo que íbamos a viajar. Yo, incauto, acomodé mis cosas en silencio. Partimos con la señora, junto a unas personas desconocidas. Vi una calle que nunca antes había visto, jamás en mi vida. Pasaban muchos carros y motos. –Papá, ten mucho cuidado. No vayas a adelantarte. –Me dijo, y yo apenas lo escuchaba por el estrepitoso sonido de las calles oscuras. – ¿Dónde estamos? –Grité y él no respondió. Vi un cartel muy grande con unas letras rojas que decía: Pa-ra-di-se Ci-ty. Lo deletreé para no olvidarme, tienen un sonido muy extraño cuando las pronuncio, no sé si significarán algo. Sin darme cuenta, me perdí entre la multitud, me sentí solo. No sabía qué hacer, mucha gente desconocida caminaba por entre mí. Por suerte, había una banca cerca y me senté a esperar hasta que me encontraran, es obvio que mi hijo se daría cuenta de mi ausencia y regresaría por mí. Esperé por horas. Algo sorprendente sucedió. Unas señoras, acompañadas de sus respectivos hijos, se sentaron a mis costados y empezaron a discutir. – ¡Tú tienes la culpa de mi desgracia! –Dijo la de mi derecha con voz irónica. – ¿Yo? ¡Si tú fuiste quien me quitó a mi marido! –Contradijo la otra. – ¡Eres una maldita perra! Yo me quedé plasmado. Encima por los llantos de los malditos mocosos, la bulla de los carros y las otras personas. Era un dolor de cabeza. Intenté calmarlas pero seguían discutiendo como si no me vieran. Agarré como pude mi bastón y fui en busca de mi familia. Mientras iba, mi corazón empezaba a latir con más fuerza hasta que sentí un fuerte viento, unos motoristas ruidosos con sus motos veloces me arrojaron a la pista sin darme cuenta, caí desmayado. Cuando me desperté, por algún milagro, no estaba herido, me encontraba en una fiesta, ésta fiesta me pareció conocida ya que, por el refinado comportamiento de los invitados, y la casa, llena de sortilegios y cosas valiosas le daban un aire a mis antiguos años. Buscaba a mi hijo aturdido y al fin lo encontré. Estaba sentado conversando y tomando vino con unos amigos. Al verlo, me tranquilicé. Rápidamente fui a buscar asiento porque el baile iba a comenzar. El baile seguía por horas hasta que, para mi suerte, ya estaba por concluir y podríamos ir a casa de una vez. Cuando vi que todo el mundo se iba, moví mi cabeza en busca de mi hijo que nuevamente había desaparecido. Lo buscaba apresuradamente entre la multitud. –Carajo, otra vez lo he perdido. –Pensé y decidí largarme del lugar. Tan pronto que me levanté, unos ladrones con capucha negra me dieron un coscorrón en la cabeza, me cogieron y me llevaron. Yo perdí el conocimiento en ese mismo instante. Luego ya no recuerdo mucho lo que me pasó. Me veía en un cuarto oscuro, tirado en el piso y escuchaba muchas voces, voces conocidas y desconocidas, voces que me reclamaban, me apoyaban y me advertían. En medio de la oscuridad buscaba mi bastón y por más que quería levantarme, no lograba hacerlo. Sentí un ligero ardor en la parte del pubis y mi cabeza me dolía. Muchos minutos pasaron hasta que al fin vi un rayito de sol que alumbraba mi cabeza. Al fin pude ver algo, ese rayito de sol, venía de la ventana de mi cuarto y rápidamente supe al fin que estaba en casa. No terminé ni de pensar cómo había sido traído hasta aquí y vino mi hijo apresuradamente a levantarme. – ¿Quién me trajo aquí, hijo? –Le pregunté. –Te caíste de la cama. –Me respondió preocupado, intentando levantarme. Atisbé con asombro todo, me estaba llevando a la cocina que quedaba junto a mi cuarto. La señora me estaba mirando, estaba con ropa de dormir. – ¿No habíamos viajado? –Balbuceé. –No papá. – ¿Qué hora es? –Musité mientras me sentaba en una silla y mi hijo me alcanzaba mi bastón. –Las 3 de la mañana. – ¿Cómo? –En esos instantes, regresó mi dolor de cabeza. Mi hijo me dio unas pastillas y me las tomé sin preguntar. Le expliqué confundido todo lo que me pasó y él me miró extrañado. Hablaba con la señora, yo no sabía de qué, volvió a mí y me dijo: –Sí, pero ya regresamos, es mejor que vayas a descansar. –Y así lo hice. Volviendo a descansar intenté meditar del por qué las cosas estaban sucediendo así y llegué a la conclusión que nunca había estado en dicha fiesta, ni en ninguna calle, es más, que nunca habíamos partido. Me quedé dormido intentando tener paz, en vez de eso tuve pesadillas. III Hace días, me desperté de un sueño hermoso, todo estaba reconocible y el sol cubría la cocina dándole un aspecto claro. Eran las 11 de la mañana y nadie estaba en casa, revisé por todos los lugares. La puerta de la sala estaba con llave y la del baño también. Así que me senté en el garaje a esperar a mi hijo, que casi siempre llegaba con una bolsa de frutas y me invitaba, pero en esos momentos sucedió algo muy consolador para mí. Mi esposa fallecida había entrado y yo la veía tan hermosa como siempre. – ¿Dónde has estado Olga? –Le pregunté con una sonrisa. –En tu mente. –Me dijo ella. –Ya lo sé. Pero no puedo contenerme de lo que estoy viendo. –Me levanté incómodamente para darle un abrazo. –Esto está mal, Tomás. Mírate ahora. Estás acabado. Ya no eres el mismo de antes. –Todos cambiamos, nacemos y morimos, así es la vida. –Le respondí. –Pero tu vida debe acabar ya. Así estarás tranquilo y descansarás junto a mí. –Esta es la primera alucinación más feliz de todas: verte una vez más, vieja. Le di un beso en unas mejillas arrugadas y ella desapareció. – ¿Por qué eres tan mentiroso? –Escuché su voz que venía de las paredes. –Tú sabes que yo nunca fui tu amor. Solo me usabas para llegar a otra mujer. –No, no es así. –Le respondí mirando a cualquier parte, intentado ocultarme. –Por eso me voy. ¿Acaso quieres recordar todo lo que te pasó en tu vida? Es mejor que lo hayas olvidado, para que tu descendencia no cometa el mismo error. Esas fueron las últimas palabras de Olga, mi prometida, la abuela más querida de todas. Ahora estaba todo diferente. La escena cambió bruscamente. Me encontraba en un almuerzo familiar y veía a todos mis familiares que ya estaban muertos. –Salud por nuestra familia. Y por nuestro gran placer. –Dijo el finado Arturo, mi primo. Estaba mi sobrino que murió de una enfermedad, de muy pequeño; mi suegra y mi tía, ambas mujeres hermosas con quienes tuve romances a escondidas. – ¡Salud! –Dijeron todos ellos. Rápidamente recordé esa escena en mi vida. Estaba en Trujillo cuando tenía 56 años. Yo estaba sentado ahí junto con Olga y al lado estaba La Goya. –Goya, mi querida comadre. Te ves muy linda este día. –La halagaba y mientras hablaba, podía ver la expresión de Olga, estaba muy triste al ver que cortejaba a otra mujer delante de ella. Pude ver que ella siempre lloraba por las noches, cuando le decía que salía a trabajar y me acostaba con mi comadre para regresar al siguiente día. Yo nunca me había dado cuenta de eso. – ¡Ahora ya sé toda la verdad! –Dijo Olga llorando cuando alguien le contó mi oscuro pasado. – ¡Maldito sea él y todas las mujeres con la que se acostó! –Pude recordar esa escena, cuando me reclamó y lloró hasta más no poder, ese mismo día terminó conmigo, luego de muchos años de casados, pero volvió a mí y se olvidó de aquel percance cuando se dio cuenta que no tenía a dónde más ir. IV Cuando mi hijo llegó, ya no sabía qué estaba haciendo en la cocina, él me entregó unos caramelos blancos, me dijo que eran pastillas y que debía tomármelas y que eso me iba a calmar. Yo tenía las supuestas pastillas en mi mano, no me gustaba la idea de tomármelas pero tenía que hacerlo y así lo hice. Las siguientes semanas estuve tranquilo, ya no veía a ninguna persona ni nada raro como antes. En un día normal, estaba echado en mi cama y vi a unos hombres caminar sobre mi cuarto, parecían trabajadores, algunos llevaban unos gigantescos palos de dos en dos. Escuché un estruendoso ruido de maquinarias mientras veía con mis propios ojos cómo esas personas levantaban el techo de donde estaba. Entré en pánico, pero uno de ellos me dijo que me calmara y que iba a pasar. Veía cómo caía cemento y piedras y mucho polvo que me asfixiaban. Yo me levanté de la cama para ir a la cocina pero no encontraba mis zapatos. En esos instantes un tipejo con una gorra amarilla de constructora me dijo que tenía que salir corriendo porque iban a derrumbar toda la casa. Yo no sabía qué hacer y mientras escuchaba los estrepitosos ruidos cerré mis ojos lo más que pude. Para mi sorpresa, cuando los abrí, todo seguía oscuro y normal. Cabizbajo y confuso maldecí a todos esos obreros y a mi torpe imaginación. Muchos días después, tumbado en mi cama, meditando, escuché un ruido de agua corriendo. Me asomé por debajo de la cama y vi un riachuelo. Lo seguí y llegaba hasta el baño, el inodoro estaba roto y salía mucha agua, sentí un gran dolor en mi cabeza, algo así como la migraña, pero era más profunda. Caminé un poco y una ráfaga de luz en el cielo no me dejó ver nada. En esos instantes caí tendido al suelo mientras la luz avanzaba. Unos seres alados me llevaban y me tranquilizaban. Yo no sabía a dónde pero lo que sí sabía es que iba a estar bien. Me hicieron dormir profundamente y desde ese momento sentí la verdadera paz en mi corazón. 02/11/11
Página 1 / 1
Agregar texto a tus favoritos
Envialo a un amigo
Comentarios (11)
1 2 > 1 2 >
Para comentar debes estar registrado. Hazte miembro de Textale si no tienes una cuenta creada aun.
|