Pasan los trenes como arreboles sin música.
Cargados de desperanza y de caras borrosas.
Son como una última pena ultramarina.
Traspasan cerros en su andar engorroso.
Su estrepito es enceguecedor y primitivo.
En ellos va mi amada y su materia.
Lleva su lonchera y su termo del almuerzo.
Los trenes son tigres solitarios y feróces:
Son sólidos dejos azules y ferrosos
y empantanan el paraje de grises.
La gente se apretuja en ellos
y algunos se agreden con mirada de aguja.
Ahí va mi reina, aferrada a su asiento.
Viene de los arrabales extremos y de casas silenciosas.
Todo a su alrededor es acertijo y rostros.
Pero ella no sabe ni pretende tocar las claves ajenas.
Disimula su estupor leyendo a Corin Tellado.
-Las mujeres siempre llevan un romance en su corazón-.
Los rostros parcos se muestran fríos y aéreos.
Castos hombres dedicados totalmente a sus trabajos.
El día es tan sólo un capítulo que empieza
una y otra vez en el manuscrito de sus vidas.