Desaprobar
Publicado en May 18, 2013
Le explicaba y parecía no entender. Era incómodo hablar sola, dar justificaciones y mojar de conocimientos a una piedra. Una roca de sangre congelada, absurda y caprichosa; un músculo torpe, sin uso más que para labores rutinarias.
Le hablé del amor, de lo que significa, de lo bien que se siente cuando te moja, cuando te alcanza. De lo cómodo que resulta reposar las penas en su hombro, de cómo contienen los abrazos cuando aprietan y la compañía se hace presente enserio. De las caricias sinceras, de los dedos tibios recorriendo la mejilla, de las manos firmes tomando del cuello, atrayendo hasta reposarnos en un beso. La piedra desfiguraba su boca demostrando no estar de acuerdo, no aprobaba la asignatura, no leía los símbolos del amor, tal vez le resultaban más difíciles que el álgebra o los logaritmos. Continué con mi monólogo, intentando usar un lenguaje más concreto; recorrí mis manos por la piel de mis brazos para demostrarle como se podían erizar los vellos; reposé una sobre mi pecho y le conté que a veces cambia el ritmo monótono y que canta estribillos, que da conciertos. Le mostré mi cuello que extraña besos hambrientos, le susurré poemas viejos que apenas lograron encandilarlo por un momento, le recordé promesas, sueños y proyectos. Nada pareció modificar su postura, seguía siendo un ente, un objeto que latía sin hacer picos de alta frecuencia. Intenté hablándole directamente de él, lo nombré y describí sus innumerables virtudes. Le conté de su comprensión, de su ternura, de su sincero cariño, de sus ojos vidriosos ante la negada entrega; de su paciencia infinita que ya no merece más esperas. No entendió nada y yo me cansé de dar con la masa sobre el muro de piedras. Mi razón no lo convenció, no hubo manera. Ella sabe qué conviene, pero el corazón caprichoso se resiste; él no ama, no se vende, no se entrega. Prefiere continuar ignorante, desinteresado; tal vez algún día encuentre al profesor indicado; ese que abandone las teorías y lo motive con experiencias reales, más significativas. Acurrucada y rendida en el sofá, dejé derramar las lágrimas de la impotencia. Impotencia de no corresponder a un buen hombre que se enamoró de un envase vacío. Impotencia por comprender que tanto mi corazón como mi razón siguen desprobando.
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