Eternamente enamorados
Publicado en Sep 12, 2013
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Estaba allí, a pocos pasos. La miró desde adentro, con ojos analíticos, detenidos;  despojados de sentimientos, objetivos, con los que nunca a ella había observado. Sonrío cuando la acarició con ellos, entre todas la elegía, su mujer le seguía  gustando.
Pareció que su eléctrica presencia la había perturbado y la inexplicable energía entre ellos los petrificó en el salón, todo el exterior estaba girando y en el centro de ese mundo inquieto, ella con su sonrisa enorme le devolvió la caricia con mil palabras mudas escritas con una dulce mirada.
El tiempo había cambiado su silueta, sus curvas acentuadas le gustaban y hasta lograban mantener siempre despierto a ese demonio  insaciable que se instaló en su cuerpo el día que ella le enseñó la diferencia entre hacer el amor y tener sexo.  
Se mantuvo a distancia, intentando controlar las ansias de arrancarla de la silla, de robarla de sus amigas y de llevarla  a algún rincón oscuro para amarla. Movió la copa con insistencia, el sonoro repiqueteo del hielo lograría robar su atención, volverían a conversar, a confesarse con lenguaje mudo, con códigos viejos, los sentimientos transparentes de dos almas enamoradas.
Sacudió la cabeza sin poder esconder la sonrisa cuando recordó los inicios de su historia, la que escribieron desde entonces, sin borrones, con apenas algunas arrugas que ni siquiera ajaron las páginas apiladas y prolijas. Había empezado como una aventura, una oportunidad grandiosa de lucirse entre los demás que la veían y codiciaban por hermosa. Inalcanzable para muchos, chiquilla e inocente nadie arriesgaba a acercarse porque imponía respeto,  distancia,  sus ojos lo habían elegido, le ofrecieron fidelidad  desde entonces. Era delgada en exceso, bonita, simpática y ocurrente; su risa era sonora, de blancos dientes y sus ojos eran miel transparente.
Las coincidencias de la vida los reunían en celebraciones comunes y no perdía ocasión de seducirla con atenciones de galán seguro, de esos que se ufanan de no entregarse  en una vida. Sus amigos le advertían que no jugara con ella porque al final se enamoraría. Él reía de las suposiciones y mientras frecuentaba a otras mujeres amor le prometía. Sumisa, enardecida por lo que en ella florecía estaba siempre dispuesta cuando él quería  y hasta la hacía esperar o no aparecía.
Cuando le dio el primer beso su inocencia lo cautivó, sus labios inexpertos lo acariciaron con tal suavidad que completo se erizó, recordaba claramente la sensación que esa noche un insomnio le causó. Con un proyector imaginario en el techo dibujó mil escenas repetidas y de su locura rió.
Todo estaba bajo control y seguro por un tiempo se movió, sabiendo que la pequeña incondicional y enamorada a su lado permanecería porque él era su dios.
Una noche en el boliche que frecuentaban no la encontró, enojado por su tardanza, unas cuantas copas se tomó. Miró más de una vez en dirección a la puerta y del diálogo entre sus amigos se sintió ajeno, sólo la incertidumbre le hablaba y los murmullos del alcohol. No pudo medir la fuerza que lo manejó, sólo recordaba a una amiga retorciéndose del dolor, cuando apretándole la muñeca por ella le preguntó.
Volvió a buscarla con la mirada, seguía sentada en el mismo lugar. Su cabello cubría la espalda desnuda y sus piernas cruzadas con seguridad se relajaron cuando adivinaron sus ojos recorrerlas sin disimulo. Un gesto de desaprobación lo volvió a la realidad y le respondió con una mueca resignada. Ella tenía el poder con toda seguridad. ¡Qué iluso había sido al pensar que esa chiquilla era dócil de verdad!  Lo había dejado plantado esa noche hacía años, cuando él le había prohibido pasar las vacaciones de verano con sus amigas. Lo habían discutido y estaba seguro de que le obedecería; más al comprender que en esa oportunidad el desplante lo sufría él, tomó de más, la extrañó y con otra muchacha se fue del lugar.
Pasaron días sin verla; enojado cultivaba los reproches que le haría, planeaba ignorarla en un principio, hacer su vida ya sin ella, continuar con viejas relaciones, mostrarse con otras, reírse de lo ilusa que era.  Sin embargo, cuando la vio transitar por la vereda de  enfrente, un impulso extraño lo levantó de la silla y el latido del corazón ensordeció las risas de sus amigos que elevaron las copas de cerveza y cantaron una canción romántica de moda. Corrió tras ella y como el protagonista de una tonta novela la elevó por los aires tomándola de la cintura para verla en lo alto, con la sonrisa grande y escuchar  la carcajada sonora.  No hubo reproches, ni necesidad de explicaciones, el mensaje había sido claro; sólo ansiaba sus labios.
Mirándola con el mismo amor de entonces, no sintió vergüenza al admitir que se enamoró de ella como nunca se hubiera imaginado; pasó a ser la presa fácil de su personalidad y de su belleza, de la pasión que despertó con  su inocencia, calidez, ingenuidad, hasta su buen humor. Había sido la única mujer que nunca pudo domesticar, la única que le generó inseguridad, la que despertó celos desconocidos y que lo mantenía así, rendido, fiel y apasionado…  
Cuando la vió caminar hacia él, con una mirada pícara que delataba saber lo que le trasmitía, el cuerpo le respondió anticipando el encuentro íntimo. Los labios se buscaron ciegos a lo que acontecía allí en ese salón apretado que los hizo sentir tan distantes por un momento y las manos  entrelazaron los dedos cuando emprendieron el escape.  
La carcajada sonó mientras los demonios friccionaron las manos del deseo y los dos enamorados disimularon pasos cortos en su apuro. 
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Foto del autor Silvana Pressacco
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Descripción

Una historia real en una situacin imaginada

Palabras Clave: amor pareja pasin presa enamorado

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos


Creditos: Silvana Pressacco

Derechos de Autor: reservados


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