¡Qué desorientada esta mi alma arrinconada!. Inmersa entre decisiones tan opuestas, entre renuncias que admitir no quiero. Mi conciencia no lo acepta y sin embargo; sé que es imprescindible bajar las armas en esta lucha.
El corazón ha sacado la balanza y con minuciosa exactitud pone sobre los platos mis afectos. ¿Cuánto pesan? ¿Por qué siento que compararlos no puedo? ¿Por qué la vida me somete a esto?
Acurrucada en mi guarida, sintiendo que no tengo más salidas, he tomado los más recientes y con nostalgia los beso. Sé que son ellos, sé que su sacrificio lo sentiré en mis propias venas; en agonía están mis principios porque con mi condena  los traiciono, los someto y de nada vale sentir que me revelo.
En el campo árido de mi vida, donde revuelve el viento seco las espinas, hundo de un solo golpe el puñal para que su muerte no les duela. Las decisiones opuestas tienen lágrimas en los ojos, comprenden que mi entrega es en su defensa, saben que la sangre esta mezclada con las de mis propias heridas. Y duele, ¡cómo duele esta renuncia!
El enemigo celebra su triunfo, cara o cruz me ha dicho y mediación, plantearle… no he podido. Goza con su victoria, cualquier elección era para mí un castigo.  Inmerecido, porque siempre una buena luchadora he sido y esta vez, con las armas sangrientas he comprendido que de nada sirven los principios, ni la fuerza; ni siquiera la mejor defensa,  cuando peligran los afectos.
He sentido que traicioné  mi  propia nobleza, que apagué el fuego recién nacido de una amistad hermosa… hoy sacrifiqué mi corazón para defender a mi alma, entregué las armas en una batalla injusta. 
Hoy renuncié a lo que quiero por los que quiero, me retiré con las manos sangrientas y el corazón mojado de tanta lluvia salada cayendo.

Pero conozco de revanchas, sé que tendré oportunidades en la vida para equilibrar de nuevo la balanza. Es sólo momentánea la derrota, es una batalla que duele por ser perdida, irá por más la guerrera que en mi está instalada.