LO CRESTE
Publicado en Oct 31, 2013
¿Y tú lo crees? le pregunté metiéndome por su mirada.
¡Ay!... No sé qué es lo que más dolió aquí adentro. De todo lo que se me acusó ya ni recuerdo qué fue lo que me guió a preguntarte… Lo vi en tus ojos, en el suave movimiento que efectuaste, en la expresión rígida de tus labios… ¡Tú lo creíste! La respuesta, clara pero muda de tu cuerpo; la distancia entre los dos agrandada de repente por partículas de aire que se inflaron hasta el infinito, me retuvieron de los hombros y me aplastaron con su peso. ¡Ya no! , pensé … y así se me acabó la energía y la vitalidad; la pantalla amarga cubrió mis ojos y creí naufragar por la eterna oscuridad. ¡Tú lo creíste! Y el susurro insistente de una cochina criatura lo repitió una y mil veces. Alguien estrechó mi espalda desde que me vio disminuida a la entrega, una minúscula secuela de lo que soy o de lo que era y me ahogó en su abrazo sin saber bien por qué me dolía tanto… En la cabeza el eco de la afirmación, casi como una sentencia o una tortura de a gotas; el murmullo crecido hasta un grito siguió repitiendo que tú lo creíste. El cristal que se rompió desangró mis sentimientos y me marchitó entre brazos que creyeron en mi; no eran los tuyos, eran extraños, pero tan necesarios. El consuelo de unas voces no arreglaron nada, las palabras que me otorgaron y en su momento me lastimaron ya no lastiman, las acusaciones hasta me roban risas de las más saladas, pero la daga clavada ya no podrá ser retirada ¡Tú lo creíste! Y perdona mi reproche, perdona ahora mi distancia; no importa lo que dijeron o lo que insistieron… ¡Tú lo creíste! No llores arrepentido, no vengas con mil explicaciones, excusas tontas me dijiste y las tuyas ahora se llevan los galardones. Sola me dejaste, en medio de insinuaciones; aturdida frente al verdugo, maniatada frente a la pedrada y rociada de combustible en la hoguera… ¿y sabes algo? El verdugo que llevaba tu rostro destrozó con desconfianza lo que le ofrecía y terminó de quemar los sentimientos cuando la antorcha de sus ojos encendidos me miró con desprecio, me juzgó igual que el resto… ¡Tú no creíste en mí! Y yo aprendí, que daba y esperaba demasiado… Me marcho y mira bien mi espalda… observa cómo puedo andar con el hueco que dejó tu daga.
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