El viento desnudaba los àrboles mientras tu mano arqueaba mi cintura. Dos palomas se apareaban en el tejado rojo. Cuàntos siglos de silencios golpeándome el pecho, y el desgarro del himen, una vez, hace tiempo. Y ese sabor a nada.El niño de ojos grises nos miraba, curioso. Una anciana con su paso cansino golpeaba el bastòn en el empedrado sucio de hojarascas. El ocaso alargaba las paredes de la vieja iglesia. Tengo frìo.
Caminamos hacia ninguna parte, abrazados. Pero mi sombra ya no me acompañaba, se había ido, quièn sabe a dònde.
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