EL ATAD DE ORO
Publicado en Sep 08, 2009
EL ATAÚD DE ORO
Cobijado entre mantas de algodón y quieto como un muerto, el viejo sepulturero daba los últimos retoques a su obra maestra, un ataúd de oro decorado por uno de los mejores orfebres de la época y diseñado por un fino carpintero de origen italiano. "Si acá voy a descansar para siempre, quiero que sea de la mejor manera" se lo escuchó decir durante muchos años por los pasillos de la morgue. Toda una vida le llevó la creación de semejante obra de arte. Acostumbrado, como enterrador, a presenciar el deterioro de los ataúdes que día a día depositaba bajo tierra, fue que un día decidió mandar a hacer uno de oro para él. Pero como su precio se elevaba por las nubes, su construcción le demandó treinta de sus mejores años, privándose de todo y de todos aquellos a quien amaba, postergando su vida misma, juntando peso a peso de su modesto sueldo, atento a la cotización de la onza en la bolsa de valores y maldiciendo a veces, como si fuese un experimentado especulador, el alza del precio de las materias primas. Ahora estaba frente a su obra casi terminada, sólo y ansioso por darle el uso para el que fue fabricado. En algún lugar leyó que los antiguos, creían en los poderes del oro y la vida eterna. Relacionaban la inmortalidad del metal con la inmortalidad del alma y por eso ellos enterraban a sus muertos envueltos en oro. La capa más baja representaba los años de su juventud, la primera novia que no llegó, el viaje que no realizó jamás, la casa que nunca se materializó. Las otras capas respondían al vacío que las primeras le habían ocasionado y eran más gruesas y consistentes. La última y más fina capa del metal, trabajada por un orfebre, representaba el ocaso de su vida y la recompensa por una vida mejor. El premio por tantos sacrificios realizados brillaba hasta dejar ciego al más osado. Como un sol, el oro macizo iluminaba la cara del viejo sepulturero, devolviéndole la luz del pasado. Era su orgullo, la razón de su vida. Dio las últimas instrucciones a su constructor, quien luego de recibir su última paga se retiró. Luego esperó escondido en su casa, disponiendo el terreno para consumar el último acto de su vida. Esa vida mejor, para la cual se preparó durante tantos años llegó de la manera menos esperada. Un hondo foso, construido por un sabio como él, lo aguardaba expectante, en el medio del jardín. Los grillos retaban a la noche, la tierra lo intimaba desde la oscuridad de las profundidades. Sus colaboradores estaban por llegar. Pensaba hacerlo él mismo, como estaba estipulado en el plan, pero no fue imperioso. Una traición estaba por consumarse dentro de su casa. El orfebre daba las instrucciones, el carpintero hacía de centinela. La bala anónima lo sorprendió desde la puerta, la misma puerta, por donde se llevaron el oro. GABRIEL FALCONI
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gabriel falconi
sus reflexiones superan lo que yo he escrito!!!! por algo son tan buenos escritores
gracias nuevamente
Arturo Palavicini
Egoísmo, avaricia, soledad, obsesión, contradicción, en fin, una enorme gama de sentimientos excelentemente bien narrados.
Felicidades amigo mío.
Arturo Palavicini
doris melo
Gabriel F. Degraaff
norma aristeguy
Un cariño.