Condenado dolor.
Publicado en May 27, 2019
Ciertamente la fachada de la casa mía muestra descascarada su otrora blanca pintura y las bases empedradas de su estructura están invadidas por el moho ennegrecido, al igual que el alguna vez bello y florido jardín que luce penosamente marchito y hoy se oculta con vergüenza tras los vestigios de un invierno eterno.
Soy yo quién allí habita y deambula reflejando a un personaje con semejantes paupérrimas particularidades. Me veo triste, taciturno y opacado; y lo tengo nítido en mi consciencia porque en el interior de las habitaciones me persiguen los espejos con implacable insistencia. Me he convertido irremediablemente en un ermitaño citadino refugiado en un mundo urbano y reconozco que en la población inmediata provoco desagrado por mi patética apariencia y, de alguna manera, íntimamente quisiera no tener que mostrarme ante ellos; sin embargo, es la inercia quien insiste en reflotar mi alma hacia el tránsito humano y su compromiso y de la mano con la cobardía ambas me obligan a respirar los aires sociales resignadamente… Supongo que será hasta que se resuelva la determinación del último de mis días. Mientras tanto he de soportar las silentes antipatías hacia mi vivir, los hipócritas parloteos a hurtadillas y los injustos tratos dados a mi noble y fiel can de pelo negro quien recibe de vez en cuando crueles y hostiles patadas cuando siembra sus naturales heces y orines en la pulcra hierba de los prados vecinos, en aquellas simples ocasiones cuando él sale a las calles del barrio a buscar los amplios espacios en donde gozar de sus energías y de su libertad merecida. El mundo gira normalmente sobre su eje y el resto de la gente sonríe o trabaja mascando despreocupadamente sus problemas. Yo, en cambio, trago solitario y en silencio mis angustias porque es la única opción exclusiva que me brindan los recuerdos, aquellos que plasman en mi alma la tragedia de haberla perdido a ella y al amor que se acunaba en sus entrañas… Tristemente muchos no comprenden ese condenado dolor atrincherado en mi corazón y clavan en él su inclemencia.
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