El ltimo caf
Publicado en Oct 20, 2019
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                                                                   EL ÚLTIMO CAFÉ
 
            Lo mejor que pude hacer esa tarde lluviosa y fría, fue meterme en un bar a tomar un café y leer el diario. Luego me di cuenta de que no fue una buena idea, pero ¿quién podría adivinar que esto iba a terminar así?,  en una tragedia, solo por el hecho de sentarme a tomar un  simpe café.
               Todo comenzó cuando el mozo me advirtió que me apurase a hacer el pedido, ya que el precio que aparecía en la carta iba inexorablemente a modificarse de un momento a otro. Yo lo observé  desconfiado, era un hombre al que yo conocía desde tiempo atrás, aunque claro, la inflación estaba creciendo exponencialmente, pero igual me tomó  de sorpresa.
            Le contesté  que bueno, que sí, que me iba a fijar lo más rápido que pudiese, que en realidad ya lo tenía resuelto, pero que me otorgase unos segundos, así yo me decidía, si  por un cortado chico o uno mediano. Pero mientras deliberé, sabía  que el precio  subía y ahí yo me lamenté  ser tan indeciso, ya que me costaría mucha plata.
           Al final opté por un cortado chico, pero como habían pasado dos minutos ya valía como el mediano, por lo tanto me fui  hacia el mostrador para pelear por el precio antiguo. El mozo, un tanto asombrado por mi extraña conducta, y mi cara sobresaltada,  me aceptó  ese precio, pero que correspondía abonarlo cuanto antes.
            El problema se suscitó  y acá viene lo más importante, cuando me percaté de que  yo no tenía efectivo encima, (estaba sin trabajo desde hacía dos meses) y sabía  que si pagaba con tarjeta era más caro. Debería, sí o sí, ir a un cajero automático; pero, ¿cuánto tiempo me llevaría?, ¿cuánto dinero me iba a costar semejante movida?, ¿habría cerca un cajero, y con esta lluvia?
                Le dije al mozo que me aguantara un momento; salí disparando del bar para el lado que me imaginé  habría algún cajero abierto. Pero me equivoqué, me desorienté, y perdí minutos valiosísimos, preciosísimos de verdad, medidos en inflación. Al final encontré uno,  pero para colmo, y no podía ser de otra manera, no tenía dinero. ¿A cuánto ascendería  el precio del cortado, cavilé?
                  Me volví corriendo y esquivando los pozos anegados y llenos de barro, y entré al bar para suspender el pedido,  pero el mozo me recalcó  una y otra vez que ya era tarde, que tendría que pagarlo y consumirlo. Me senté  abrumado por las circunstancias, no me quedaba otra cosa que tomarlo, pero, ¿cómo haría  para pagarlo?, el tiempo corría cada vez más aprisa, como si los precios fueran en cámara rápida.
                  Le pregunté, cuando me trajo el cortado,  a cuánto  trepaba la cuenta  y me dijo que me preparase para lo peor. Fue lo que hice, agarré  la cuenta,  cerré los ojos  y los abrí lentamente,  primero uno y después el otro ojo. Y no pude creer lo que vieron. La cuenta ya tenía varios ceros  y del lado derecho, y lo más increíble, y esto sí que fue tremendo,  es que  la adicción se iba modificando sola, como si tuviera vida propia. Los numeritos se modificaban como en una caja registradora. Estaba liquidado, ni siquiera con lo que me quedaba en la cuenta del cajero lo podía pagar. ¡Menos mal había pedido un cortado chico!, pensé.
-Ese precio es si lo abonara ya, y en efectivo,  sino es otro,- me gritó el dueño detrás del mostrador.
                 Lo consumí con una gran resignación, sabiendo que la batalla estaba perdida; pude deducir cuánto saldría más o menos  cada  sorbo; así fue que lo consumí  como en cuotas fijas , pero teniendo en cuenta de que la última libación tendría por lo menos un interés del 2 por ciento. El café estaba excelente,  pero ahora yo era un tipo endeudado y si había algo de  lo que siempre me jacté,  es de pagar las deudas.
                     Llamé  al mozo y le dije que esperara,  que iba a buscar el dinero como sea  y que le iba a pagar, de que no se preocupara. “Tengo toda la tarde” fue lo último que escuché que escupió de su boca desde los fondos del bar. No tenía muchas opciones,  ya que el precio del café era más que lo que tenía a esta altura del mes en el banco. Pensé en pedir un préstamo, pero el tiempo que me llevaría seria tanto, que el café seria impagable. La otra opción era molestar a algún pariente o amigo pero desistí de inmediato, no me creerían que el destino serie para pagar un cortado.
                  Lo más sensato era desprenderme del auto, el cual ya casi ni usaba; o más bien regalarlo al primer postor, para hacerme de unos pesos esta misma tarde. Mi coche no valía mucho y lo tenía medio abandonado en la calle y como yo sabía de un vecino interesado, me fui a su casa y le toqué el timbre. No estaba, me atendió su mujer,  le expliqué  la  gravedad de la situación,  le dije que era para una operación  médica, no le dije la verdad, no me iba a creer o quizás sí. En seguida se puso en contacto con su marido  y como el precio era tan tentador para el hombre, se apareció al rato con el dinero. Le agradecí,  le prometí que después le daba los papeles y salí disparando al bar.
                    Y pasó lo que me suponía, no me alcanzó ni para la propina. ¿Y si tuviera que almorzar que haría?, pensé. Me senté a meditar en la misma mesa; ¿le traigo otro café?, ¡No! le dije, ni loco, lo que me faltaba,  más deudas impagables;  lo único que  hice fue suplicarle  que me tenga paciencia, que de algún lado iba a sacar la plata.
              Pero la paciencia parecía que no tenía paciencia, y fue entonces cuando el mozo vino y de parte del dueño me instó  a que le  pague el café o en su defecto que le deje alguna cosa en garantía, pero lo único que tenia, aparte del auto, era mi casa y eso sí que no lo podía perder. Le contesté que eso era imposible, que yo no tenía nada a mi nombre. Al rato veo que el hombre hace una llamada por teléfono, y a los pocos minutos llega una especie de Delivery con un sobre de color beige.
-¿No, y esto qué es?- dijo el dueño, lanzando el sobre en la mesa.
                  No pude creer lo que vi cuando lo abrí. Era una copia de mi título de propiedad, con todas mis firmas y sellos pertinentes; ¿de dónde lo sacó?, ¿Cómo estaba esto a su disposición? Lo peor era el precinto de embargo que a medida que pasaba el tiempo se formaba, como por arte de magia, alrededor del sobre.
 -Ud. elija, me vociferó  el dueño,  si no me lo entrega firmado con su autorización como parte de pago, la deuda se sigue abultando y los embargos pueden ser de por vida.
             Ya no tengo nada más para embargar, pero igual siempre se puede estar peor. Y fue lo que sucedió, recibí un mensaje de  mi mujer diciéndome que  me dejaba, que se iba, que habíamos perdido todo por culpa mía. Le quise explicar que fue todo por un café,  pero no quiso entre en razón.
                    Le lancé  una mirada al mozo pero  me la revotó  encogiéndose de hombros, como diciendo que él no tenía  nada que ver, lo cual era cierto. Me sentí de pronto derrotado por las circunstancias, sin nada,  sin mujer, ni casa, ni auto, y  sin futuro. El dueño del bar no me dejaba otra opción que poner mi casa a  su nombre y así frenar estos intereses de deuda que se multiplicaban  con el tiempo.
         Me fui del bar caminando lentamente con la mirada sobre el piso hacia ninguna parte. Nada  ni nadie me esperaban. Deambulé  sin rumbo fijo. Crucé  un puente que me resultó  tentador, ya no tenía nada que perder, salvo mi vida; me paré sobre la baranda, miré hacia abajo, luego cerré  los ojos y cuando ya me disponía a lanzarme escucho una fina voz.
-¡Qué  hace señor, está loco, no lo haga,  siempre hay una solución para todo!
-¡Esta es la solución!, insistí yo, hasta que le vi la cara.
                     Era preciosa y bastante joven, de una frescura inigualable, el pelo suelto, los ojos verde esmeralda, una sonrisa seductora.
-¡No lo haga!
                           La observé  nuevamente  y me bajé de la baranda. Me acerqué, no sé para qué, no sabía si agradecerle o insultarla, sin embargo me sentí tan  atraído que casi me mato de verdad con el pasamano.
-¿Por qué hace esto?, le pregunté ¿Por qué me quiere ayudar?
-Por nada en especial.  Nosotros ni nos conocemos. Si quiere puede contarme lo que le pasa. Lo escucho. ¿Tomamos un café?
-Ni loco, le dije  y me lancé al vacio.
 
                  
 
 
 
 
       
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Descripción

Palabras Clave: Bar caf inflacin

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Humor



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