Los caminos ya no conducen a Roma.
Publicado en Mar 23, 2020
Los caminos ya no conducen a Roma.
(Sobre el Covid 19) He oído, he leído y he presenciado, a lo largo de mi vida, todo tipo de opiniones y fundamentos sobre lo que la existencia ha significado para cada una de las posturas de quienes les ha tocado emitir en su momento. Una gran parte sentencia a la humanidad con tono drástico y peyorativo; otros se amparan en ilusorios refugios divinos para permitir que la vida se desarrolle al azar (sometimiento/resignación). El resto – los menos – recetan buenas expectativas y difunden con diversas artes sobre sus privilegios, positivamente, pero ello resulta porque, afortunadamente, son ventajas que se tienen, no así los demás. Todo ello me ha llevado a concluir que el mundo ha estado transitando por una tortuosa senda plagada de peligros y que con tanta evidencia, ha llegado el momento de cosechar las consecuencias. Nosotros mismos nos hemos cansado de toda esta estupidez social y hemos comenzado a levantar la voz en protesta, pero hemos generando en un segmento de la población humana una extraña legitimidad para una descarnada rebelión sin límites, sin siquiera asumir que el supuesto remedio acabará siendo cómplice de una mayor enfermedad. Entre las posturas disidentes aparecieron las bestias destructivas con palos y piedras en sus manos, incendiando barricadas levantadas en las calles, saqueando los enseres del mismo pueblo, codeándose con la delincuencia, fenómeno que últimamente se estaba esparciendo por las diferentes ciudades del mundo y que los controles protocolares para detener sus malos efectos se estaban viendo absolutamente sobrepasados: Los estallidos sociales se convirtieron en el pan de todos los días. No obstante, la injusticia persistió, los cambios favorables no se advirtieron, el poder se cubrió las espaldas, el inocente desvalido quedó atrapado entre las cenizas y el odio entre las partes se acentuó. He aquí el insospechado momento de quedar boquiabiertos: Entre la noche y la mañana aparece un microscópico bichito prepotente llamado Corona. Al parecer nadie advierte seriamente que la naturaleza misma decidió hacerse cargo de la conducción de la vida, dando “un golpe de estado mundial” para reordenar los descarríos alcanzados tan indolentemente por esta avanzada humanidad, obligándonos a minimizar la ansiosa y desmedida velocidad hacia nuestro anhelado “progreso” (Las comillas son ironía). Frente a dicho flagelo hemos terminado poniéndonos de rodillas y hemos comenzado a negar nuestros arraigados conceptos: A la libertad le hemos quitado su derecho para que íntimamente la ventana de nuestra voluntaria celda se transforme en el panorama de nuestras ignoradas culpas. Después de toda una vasta historia no es fácil aceptar que un bisoño y cruel dictador sea quien le esté dando un nuevo aspecto al planeta, pero tampoco deja de ser cierto que ha generado nuevas y asombrosas formas: La ralentización de las actividades ha permitido lo prístino de la atmósfera y se ha podido observar en la distancia el detalle de los bellos ribetes de las cordilleras; en aquellos sucios canales navegables de Venecia, se vé transitar románticamente cardúmenes de adorables peces; la apacibilidad de los árboles ahora deja ver el bosque; las espaldas de los diarios guerreros se han recostado en sus merecidos lechos; los poderosos están comprendiendo, al fin, que de las amenazas no están excluidos; los que más tienen comienzan a dar algunos atisbos de generosidad… Y nos damos cuenta que ahora los caminos ya no conducen a Roma. Para finalizar, curiosamente, este enemigo que nos tiene acorralados en el mundo entero – hasta aquí--, está causando muchas menos muertes que las provocadas por aquellos fatídicos nombres conocidos por la historia y sus guerras.
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