Genoma y feromonas: Los ojos cuencos
Publicado en Dec 15, 2009
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Me metí al baño. Enfurecido tiré del colgajo de látex y me miré en el espejo aquellos ojos que perdería para ganarme éstos cuencos. Quise abofetearme habiendo hecho caso a mi costado fascista del lado diestro, pero pedí perdón a Isabel a través de la puerta y, a través del reflejo en el espejo, rogué siniestramente absolución al silente cielo.
Volví a la cama para abrazar la espalda de Isabel.
-¿qué te pasa?
-nada.
Pero pasaba todo y el universo callaba en esa respuesta mentirosa. Por la soledad abrazamos el misterio, nos acercamos a ese punto en donde Todo y Nada se tocan. El misterio de la existencia estaba encerrado en ese "nada"; ese todo del que yo nada quería saber, era lo que implicaba su negativa. Isabel, al soltarse de mi abrazo para darse vuelta y volver a esconder la cara en la almohada, me respondía con otro equívoco (¿unívoco?) retaceo:
-estoy cansada.
Así, paralizado por el asombro y desesperado, besaba yo, por primera vez, los fríos, los terribles, los impasibles labios que irían a desgarrarme, esos mismos de una soledad invernal que besa eternamente el fantasma hambriento, entonces encarnados en la boca frutada de una desconocida Isabel. La mente comenzaba, así, a perderse en ese mismo laberinto en el que se guarda y se esconde el acertijo inefable del propio ser, en un acertijo que quizás se resuelva, recién, cuando haya recorrido íntegramente el itinerario de este maldito dolor, mucho después de aquella ablución de tanto puto llanto y cuando, al fin, descubra, únicamente en el punto final de los finales, luego atravesar el umbral sombrío al que me voy aproximando en este sueño inducido por el clonazepán, que todos estamos condenadamente solos. Y es que en esa misma noche hube despistado mi coche, estrellándome, atacado por el pánico de darme cuenta de que tan solo venimos para que al polvo vayamos (léase el doble sentido, sagaz lector). Ella me olvidó, ya lo sé. Había comenzado ese proceso de olvidarme un mes antes, en la noche en que me dijo algo así: -Inocencio, estoy confundida, no sé lo que me pasa: tengo ganas de arrancarme la panza, ya no quiero este embarazo-; y, sintiendo un puñal, fue la primera vez que la insulté, que la puteé con verdaderas ganas de darle una bofetada cuando todo se cubrió con el velo negro de la pena. Dos noches después, Isabel tuvo una pérdida. La pérdida. Pude ver, en aquella Guardia del Hospital, pude vislumbrar con los ojos cuencos que hoy ven todo aquello tan pretérito y tan perfecto (e incluso plus cuam perfecto) éste futuro desde el que el pasado tiene la omnipresencia que le doy en un presente en el que mirar atrás es sólo para volverme una estéril estatua de sal; y ese mirar atrás es cometer el único pecado mortal de un inmortal. El fantasma hambriento es lo inerte del pasado vuelto presente continuamente, pensando y, así, existiendo varado en lo que alguna vez fui, siendo nada en un infierno en el que parece que la redención sólo la encontraré luego de aprender a regocijarme con una indolencia propia del pelele olvidado en un rincón.
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Foto del autor inocencio rex
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Descripción

Palabras Clave: ojos cuencos fantasma hambriento

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos


Creditos: inocencio rex

Derechos de Autor: inocencio rex


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Delfy

Una relacion en descenso, un final que se sentia en el ambiente, con un solo camino... el tortuoso olvido!!
un embarazo interrunpido o una perdida espontanea que da el sello final a un doloroso adios... a una furia que se termina convirtiendo en frustracion.
Amigo este texto es un anillo mas en la cadena de relatos que nos has dejado saborear en genoma y feromonas.... Buenisimo!!!
Responder
December 15, 2009
 

inocencio rex

sad song
Responder
December 15, 2009
 
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