Aventura municipal. (parte 2)
Publicado en Feb 18, 2010
Tres horas después, con una incómoda marabunta recorriéndome las pantorrillas y con los empeines ateridos por haber pasado la mañana entera de pie, logré tener la paciencia necesaria para quedar a tan sólo dos personas de que se me atendiera en el box número tres (o sea que ya estaba a aproximadamente tres cuartos de hora de comenzar a solucionar la situación de la clausura del negocio).
El viejo de boina que esperaba adelante se dio vuelta para tomarme del antebrazo de una manera que consideré un tanto confianzuda; la cosa no logró molestarme sino que, más bien, me puse contento de que una conversación se pudiera iniciar, ya que iría a hacer más llevadera la espera; pero no, ¡cuán equivocado estaba!: ante mi sonrisa de imbécil, esa misma con la que esperaba lo que yo creí que sería la emisión de una primera palabra amistosa, el pobre se mantuvo paralizado con la boca en "o" antes de boquear con un ruido horrendo, como de arcada, los ojos inyectados se le desorbitaron tanto como esa boca abierta que no lograba captar la vida casi ausente en el aire viciado de aquel inmenso salón atestado de contribuyentes; y se llevó su mano libre al pecho, en tanto que, con la otra, seguía agarrado a mí; intenté zafarme y después de un sólo parpadeo, vi desplomarse a aquel señor ya entre convulsiones; la boina cuadrillé cayó ignorada, olvidada por quien clamaba mi auxilio ahora prendido a la botamanga de mi jeans; y fue esa misma mujer, la que era atendida en el box número tres, quien se hizo, no sin sigilo, de la boina del caído; la dobló para guardarla en su cartera, ante los curiosos y rumiantes presentes; también dediqué un par de miradas a todo aquel movimiento, con cierta incomodidad y de reojo; pero entonces, mientras yo intentaba ignorar la desesperación del semblante del que ya estaba logrando dar unas pocas, comprometidas, sonoras e infructuosas bocanadas, oí la misma voz aguda de la que sólo me había podido curar gracias al tiempo. Di un respingo. Me persigné. Después de informarse a puro murmullo, las empleadas municipales confeccionaron sus mejores sonrisas; los empleados varones carraspearon en sus puños. Aproveché ese lapsus para dar un saltito y sortear el obstáculo que ese señor, en semejante estado de complicación, me presentaba. Si bien por un lado festejé mentalmente el hecho de que hubiera uno menos en la fila, gracias a lo cual me acercaba en tiempo y espacio a la solución del problema que allí me tenía, por el otro, esa vocecita aguda que yo bien reconocía y la asignaba a lejanos recuerdos de momentos más que insoportables, me sonaba cada vez más cerca. Y en tanto yo tarareaba una melodía anodina y de moda a la que le seguía el ritmo metronómicamente con la punta de mi zapato, ignoraba así las súplicas del malogrado a quien parte de la fila también había decidido darle la espalda, abrí la carpetita en la que estaban mis cuatro papeles en regla para poder esconder la cara simulando su lectura, mientras rogaba: "por dios, que no sea él".
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facundo aguirre
inocencio rex