EL EVANGELIO DE MARIADO NOROLA (Salmo VIII)
Publicado en Mar 17, 2010
Salmo 8. El Hartazgo de los Textaletheros.
Y ocurrió que los habitantes de Textaleth se hartaran de aquella situación de ver a Barrabás Langella cagando a palos a Mariado Norola por todos lados de la ciudad, y recurrieron a la justicia del venerable de aquella urbe, el grandioso y eximio Verano Brisas. -Esto no puede seguir así, Don Verano-. Dijo una gentil, de nombre Anna Feuerberg. -¡Alguien tiene que detener a estos dos cabezas de ñame!. -¡Eso, eso!, ¿qué gusto tiene la sal?-. Espetó Julián Negromanti. En aquel momento don Verano se hallaba lavándose las manos, porque estaba por operar a Richard Albacete de una apendicitis que lo traía mal desde hacía un tiempo. -Bueno-. Dijo. –Tráiganme a esos dos orates, y veremos qué hago. -Yo me ocupo de eso-. Dijo Facundo Aguirre. Y fue a por Mariado Norola y Barrabás Langella, y a patadas en el culo los llevó a los dos frente al venerable. -Bien-. Dijo Don Verano Brisas. –He decidido que uno de los dos muera. ¿A quién desean que libere y salve así su vida?. A lo que la muchedumbre congregada, vociferó: -¡LAN-GE-LLA!, ¡LAN-GE-LLA!, ¡LAN-GE-LLA! Don Verano miró a Norola con pena, y le dijo: -Perdiste, pibe-. (porque él también hablaba en argentino). –Dime, ¿cuál es tu última voluntad?. Y con lágrimas en los ojos, Mariado respondió. -La última cena, mi señor.
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