Fritanga
Publicado en Mar 28, 2010
Mira Miguelito, te lo dije una y mil veces, no me trates mal. Pero vos no escuchas. Te pensas que soy una puta maricona, una concha parlanchina que solo sabe romper las pelotas. Así con esa soberbia que te caracteriza, primero me desprecias y después me basureas hasta hacerme estallar en llantos. Ahí me decís, mira te ves patético llorando, y después me pegas duro y me pones boca abajo y me la metes toda dura por el culo. Y cuando ya nada tiene arreglo te pensas que chupándome un poquito la pija vas a calmarme. Estas completamente equivocado y te lo advertí. No me maltrates. Pero claro. El no quizo escucharme. Se pensaba que me iba a tener loquito con su verga encantadora. No mi amor. No me alcanza. Necesito amor, entendelo, amor. Y como sos incapaz de darme amor decime ¿para que sirve tu verga? Y te contesto, Miguelito, para comerla toda y hacerte mío para siempre.
Miguel estaba amordazado a una viga sobre la pared y maniatado. Sus piernas y pies atados a la pata de una fuerte silla. El pene y los huevos de Miguel colgaban al borde de la silla. Marcelo los acaricio y de golpe, con una enorme tijera de costurera corto el escroto y los huevos de Miguel saltaron sobre la sabana puesta a modo de alfombra en el piso, Miguel se desmayo del dolor y su cuerpo convulsionaba sobre un enorme charco de sangre. De un segundo tijeretazo Marcelo corto la pija de raíz. Recogió los huevos y los coloco en un envase de plástico junto al pene. Marcelo se dijo a si mismo. Que pena, las historias lindas tienen final trágico. Ya aprendiste Miguel a no enfurecerme jamás. Marcelo se dirigió a la pileta. Lavo los huevos y la carne del pene, la sazono, la baño con limón y la coloco a freír a fuego fuerte con ajo en manteca y aceite de oliva. El dulce olor de la carne quemada le abría el apetito.
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