©LA TRAMPA DE LENA (capítulo V de la novela: "EL despreciado")
Publicado en Nov 26, 2010
Llegando la noche, se encontraba aún en la oficina, tratando de juntar valor para leer la carta de Klara, cuando recibió un sorpresivo e inesperado llamado telefónico por medio del cual le informaban que el director estaba muy enfadado con él debido a algunos comentarios que corrían acerca de su persona.
- Ellos debían difundir la noticia, ¿habrían leído la carta?, quizás solo quieren dañar mi imagen pública, sobre todo, inquietar mi posición aquí, en la oficina -reflexionó José inmediatamente después de aquella llamada telefónica. Una paloma ingresó a través de la ventana que había dejado abierta porque hacía calor. Con interminables movimientos de cabeza parecía decirle que apoyase la nuca sobre el respaldo de la silla para descansar. Cuando José obedeció, la paloma, sigilosamente, se paró en el borde de la ventana y dando un salto veloz, se fue como si su misión hubiese finalizado. Ya completamente de noche, salió de la oficina rumbo a su casa, pensativo, silenciosamente, como si hubiera formulado sus pensamientos en voz alta. El viaje hasta su casa se le había hecho una eternidad y al llegar, por fin, vio que alguien estaba casi de rodillas como esperando su llegada. Se trataba de una muchacha, muy bonita, rubia y de ojos verdes; sus pies parecían los de una princesa por su pequeñez al igual que sus delicadas manos. José se acercó lo más que pudo, pues tenía que abrir la puerta de su casa; entonces como la muchacha, que tenía la cabeza entre sus brazos justo delante de la puerta, le impedía el paso, le dijo: - Disculpe, señorita ¿me permite? - ¡Oh! Naturalmente -dijo ella- pero soy yo quien debe disculparse, por mi torpeza. - No se preocupe -replicó José con gran amabilidad, pues al observar el rostro de la muchacha, había quedado encantado- señorita... - ¿Qué torpe! No me he presentado, me llamo Lena y soy amiga de su prima Klara. - ¡Oh! ¿De modo que es usted la señorita Lena? Sí, ciertamente mi prima me ha llegado a contar algo sobre usted. - Pues espero que sean buenas -dijo ella agachando la cabeza, como si hubo de sentir vergüenza. - ¡Naturalmente! -exclamó José, mientras con delicadeza la corría a un costado para abrir la puerta con la llave. Dentro de la casa José se mostró de lo más servicial con Lena, quien sin perder un solo instante, se sentó en un sillón que estaba en la entrada de la casa justo delante del lugar donde estaba parado José. Instantáneamente se cruzó de piernas haciendo notar que llevaba una falda muy corta y dejando ver su contorno, casi en su totalidad. "Debe de haber advertido que no me propongo atraerla" pensó José, que actuó como si no lo hubiese notado; aunque sus ojos no lograban engañar a nadie, pues no se despegaban de las piernas de Lena. Naturalmente, ella se dio cuenta de este episodio por lo que, al recibir de mano de José un vaso con agua helada, lo tomó de un brazo y de un tirón lo trajo hacia ella haciendo que el agua le mojase la blusa, casi por completo. Ante esto, José intentó disculparse, como si él hubiese sido el culpable, sin embargo Lena, al ver que José no lograba coordinar una sola palabra, mientras trataba de secarla eludiendo con sus manos las partes íntimas, le apoyó un brazo alrededor del cuello y con la mano que le quedaba libre le apretó las mejillas para continuar con un beso adolescente en la boca. Lena le puso fin al beso en forma abrupta, para luego exclamar: - ¡Oh! ¡Pero que tonta soy! Me mojé la blusa por completo ¿sería tan amable de ponerla a secar? -preguntó, mientras se la desprendía lentamente y sin hacer el menor comentario respecto del beso, como si no hubiese significado nada para ella. - Espere un momento -dijo José poniéndose de pie de un salto - le voy a traer una camisa mía, naturalmente que le quedará holgada, pero será sólo por un rato, hasta tanto se seque su blusa. Lena sonrió. Cuando José se dio vuelta, ya en su cuarto y habiendo elegido la camisa, ella estaba parada en la puerta de la habitación, con un brazo apoyado sobre el marco y el otro en su cintura, desnuda, mirando el cuarto a su alrededor. "Vístase de inmediato" hubiera querido decir en ese momento José, pero se contuvo y se acercó lo más que pudo a Lena, como si quisiera besarla ahora él... Al día siguiente, José amaneció solo en su cama, cuando percibió un irresistible olor a desayuno proveniente de la cocina. Se levantó y caminó sigilosamente en puntas de pie hacia ese sector de la casa. En seguida notó que había sobre la mesada una bandeja plateada que sostenía una taza de café, una jarra de leche y un plato pequeño con tres tostadas untadas con manteca y dulce de leche; apoyó una mano en el borde de la taza y comprobó que ese desayuno había sido recientemente hecho, pues la taza estaba caliente. Rápidamente dio un giro y abrió la puerta principal, pero no sin antes tener que abrirla con las llaves, al grito de: ¡Lena! ¡Lena!, cuando notó que unas vecinas se asomaban para chismosear que estaba ocurriendo, horrorizándose al verlo desnudo y gritando como un loco; algunas se tapaban los ojos y otras simplemente la boca. La confusión le invadía nuevamente. En la casa todo estaba en perfecto orden, como si nadie hubiese estado allí la noche anterior; la camisa que José le había prestado a Lena estaba en el guarda ropas, colgada en la misma percha de donde la había retirado y con el particular detalle con que él siempre las colgaba: todos lo botones abrochados, lo cual, por cierto, le obligaba a preguntarse ¿cómo sabía Lena que yo guardo mis camisas de esta forma? Y no solo eso, además ¿cómo se enteró que en el desayuno solo como tres tostadas con manteca y dulce de leche? Sin embargo había aún algo más extraño ¿quién le había abierto la puerta principal? Pues, las llaves estaban dentro de la casa y la puerta había sido cerrada con dos vueltas. En ese preciso momento observó que debajo de la bandeja plateada donde estaba el desayuno, había una nota que decía: "Hecho consumado. Quizá hayas sido advertido, ¿o no? Pero... la carne es débil". Tras leer y releer ese reglón como si fuera una trampa exclamó: ¡Insensata!
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Miriam
Gustavo Gabriel Milione
leticia salazar alba